
Receta para una sopita simple llamada Calle 13
¿Qué se necesita para sonar, lucir y vender como la banda puertorriqueña más popular entre los jóvenes latinos? He aquí la fórmula.
Ingredientes
Un cantante de reguetón al que le guste mostrar el torso desnudo.
Una seductora, tierna y simpática voz femenina, de preferencia hermana del cantante. Además guapa, pues no debe desairarse al consumidor que guste de las damas.
Un músico brillante, también tímido, que aprenda a sonreír ante las frases y los actos del cantante de reguetón. Si es hermano de los otros dos, mucho mejor.
Melodías y sonoridades del mundo entero que estén dispuestas a ser comprimidas, envasadas o enlatadas para vendérselas a personas cansadas de vivir en eso que llaman “el sistema”, entre el capitalismo y la salvaje lógica del mercado. Salsa, hip–hop, cumbia, tango, balada pop, polka, riffs de rock, merengues, cuecas, etcétera.
Pizcas de Totó La Momposina, Susana Baca, Shakira, Rubén Blades, Alejandro Sanz, Silvio Rodríguez o Eduardo Galeano al gusto. Cabe por igual, como condimento de la mezcolanza, cualquier vocalista patético, cualquier nostálgico de la canción con temáticas sociales o un sinfín de activistas pro medio ambiente, pro Palestina, pro defensa animal. Eso sí, no pueden faltar ni un buen disc jockey de música electrónica ni Los Tigres del Norte. Hay que llegarle a todo tipo de público.
Letras y discursos trasnochados o que posen de originales gracias a su aparente sofisticación, a su pretendida osadía: la unidad latinoamericana, el vacío inconformismo frente a una realidad injusta, vamo’ a portarnos mal, hay gente de toda clase pero no hay nadie como tú, cambiar el mundo.
Una gran casa disquera y representantes que sepan hacer bastante plata a costa de la rebeldía de salón y del supuesto compromiso con los menos favorecidos.
Preparación
Primero, poner de moda una canción bailable con letra divertida y cursi que a su vez provoque escándalos leves en las personas decentes y bien habladas.
Después, fabricar canciones para buscar consumidores que odien a Miley Cyrus, One Direction o Justin Bieber. Un ataque al F.B.I. por aquí, un insulto a las corporaciones y multinacionales por allá. Agréguense puñados de cancioncillas amorosas que hablen de desayunar a punta de besos y de que todo es soportable mientras existan los ojos del ser amado. La demagogia política debe estar equilibrada con la demagogia emocional y sentimental. Esta sensibilidad colectiva, el nuevo movimiento hippie y su socialismo fácil, de bolsillo, tiene que bailarse, hacer reír y no descuidar ni por un momento las relaciones de pareja. Hablamos de un negocio compacto y redondo.

El objetivo de esta sopa es claro. Ser contestatario, “antisistema” y rebelde también es un negocio. Y jugoso. Si existen compradores de marcas norteamericanas y europeas, era necesario crear productos que tranquilizaran la conciencia —ya de por sí quieta— del que se conmueve ante las fotografías y vídeos de bombardeos, niños famélicos e indígenas.
Revuélvase todo lo anterior y véndase como causa noble, o como una nueva forma de protesta y acción social.
Modo de Presentación
Vídeo clips con actores famosos o con escenas que llamen la atención de inmediato. En ellos pueden incluirse, sin distinción, cerdos, un enternecedor aborigen boliviano, ancianas que dancen, inmigrantes ilegales, paisajes exóticos, tal vez una modelo despampanante. Desde luego, los músicos se mostrarán como personas humildes, sencillas, a las que el dinero les importa muy poco.
Estadios repletos de gente que no comulga con el reciente e injusto orden mundial, y que pague con el fin de gritar su malestar antes de volver a los trabajos en los que no quieren estar y a vivir las vidas que no quieren vivir. Desahogo sin garantía de que se está pensando lo correcto y de que se está del lado de los buenos no es desahogo.
Ceremonias delante de jefes de estado o de empresarios musicales donde se entregan premios y condecoraciones, donde se elogie a esta sopa por su gran cooperación con las luchas continentales, por sus buenas intenciones.
Emisoras radiales y canales de televisión, páginas web y demás medios de comunicación de estilo variado, sean promocionales de música tropical o revistas universitarias. El revuelto es fácil de digerir. Y logra simular llenura en quien lo compra.
El nombre de la sopa es lo de menos. Puede bautizársela con el número de la calle donde los músicos vivieron su infancia y adolescencia: Calle 13. Podría llamarse Molotov o Manu Chao. No interesa. Lo importante es que pueda venderse y digerirse en masa.
Buen olor, elegante presentación, es indistinto cómo se sirva esta sopa, fría, caliente o tibia. Al fin y al cabo produce el mismo daño: la ilusión de haber pensado, militado, combatido mientras se mueven las caderas. Como si se vendieran nubes para ser tragadas bajo la promesa de que quien las coma influirá en las decisiones del cielo.
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