
¿Qué están haciendo las universidades contra el acoso sexual en sus instalaciones?
Ante el panorama desalentador y las soluciones poco efectivas de las instituciones públicas y privadas bogotanas, grupos de mujeres motivadas por la indignación han creado colectivos para plantarle cara al asunto.
En septiembre de este año, conversamos con varias mujeres que han sufrido en carne propia el acoso en universidades. En sus claustros (privados y públicos) se ha empezado a gestar la denuncia debido al malestar de las mujeres frente a manifestaciones de violencia que se traduce en comentarios y agresiones físicas por parte de profesores y estudiantes.
La mayoría ha vivido o presenciado algún episodio de acoso universitario, violencia caracterizada por el hostigamiento, la persecución o las insinuaciones de tipo sexual en espacios académicos, y asociada a un ejercicio de poder sobre los cuerpos y, claro, a un sentimiento de incomodidad para sus víctimas. Situaciones en las que se visibilizan no solo los hechos de violencia, también el temor a la denuncia o a la revictimización, debido a que al denunciar (jurídica o socialmente), las respuestas agresivas de agresores e instituciones imperan.
En el caso de Ana* el ingreso a la universidad resultó difícil porque quería evitar las miradas, las burlas y los comentarios de uno de sus compañeros, las cuales trascendían el salón y pasaban al campus de la Universidad Nacional. Ella resalta que esto es común en su entorno: en la universidad los caminos oscuros facilitan las situaciones de violencia.
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Las relaciones conflictivas entre profesores y estudiantes son constantes, casos en los que los profesores proponen tomar un café para hablar de cómo subir las notas. Casos como el de Lucía*, a quien en primer semestre un profesor le coqueteaba frente a toda la clase. El asunto no generó solidaridad por parte de sus compañeros o compañeras, al contrario la juzgaban porque “ya tenía ganado al profesor”, sin considerar las propias decisiones sobre su cuerpo.
En una clase de matemáticas, el profesor Miguel* hostigaba a una de sus estudiantes, la hacía pasar al tablero todas las clases, le quitaba el celular, se le sentaba al lado o se ubicaba justo al frente. Ella retiró la materia a mitad del semestre porque no logró controlar su miedo, la incomodidad y el fastidio hacia el profesor.
En la Universidad Santo Tomás otro profesor hacía propuestas sexuales a dos estudiantes, quienes se limitaban a ignorarle. Este comportamiento se extendió a las afueras de la universidad, cuando al ofrecerle a una de ellas acercarla a su casa la mujer se negó y el hombre en represalia bajó sus calificaciones.
Es común que del acoso se pase a la violencia sexual explícita. Una estudiante de la Universidad del Rosario nos expuso una situación con un compañero de clase que quería abusar sexualmente de ella. En este y otros casos no hay una respuesta real de las instituciones, pues se resta importancia a los hechos, se revictimiza a las mujeres o se eluden las responsabilidades de lo sucedido. Como lo relata Conie:
“Una profesora me preguntó por qué estaba extraña. Yo le conté y ella me dijo que eso era acoso sexual, sin embargo nada pasó, y yo no tenía ganas de denunciarlo porque era un estudiante estrella. Pero tampoco se me informaron las acciones a seguir, o a quien recurrir”.
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En definitiva es un juego de poder. Cuando suceden este tipo de situaciones, es el testimonio de un estudiante contra otro o contra un profesor. La vida de algunas acosadas o violentadas se convierte en un sinfín de emociones negativas, que se agravan cuando deben frecuentar el mismo espacio que su abusador, mientras que el acosador o violador sigue su vida tranquilamente sin enfrentar la responsabilidad y la justicia pertinente.
Las problemáticas se agravan al no existir protocolos accesibles pese a la disposición de las directivas de las tres universidades en las que se desarrollan los testimonios. En algunos casos se frena la denuncia porque hablar de acoso es problematizar las relaciones de poder entre los estudiantes como pares, o entre ellos y los profesores. Los protocolos de atención son insuficientes y están orientados a proteger a la víctima, pero a no actuar frente a los victimarios. Se requieren rutas con enfoques diferenciales que permitan abordar cada caso, sobre todo cuando estos se agravan por las orientaciones sexuales de quienes son agredidas.
Ante el panorama desalentador, hay muchas mujeres que motivadas por la indignación han tomado la iniciativa de crear colectivos y grupos para plantarle cara al asunto ante el caso omiso o los paliativos y soluciones nada efectivas. Uno de esos parches es Rosario Sin Bragas, de la Universidad del Rosario, quienes pretenden tener una comprensión integral del problema. Ellos conformaron un semillero de investigación sobre acoso, gestionaron una campaña de sensibilización, denuncia y enrrutamiento llamado ‘Alerta Violeta’ y además trabajan conjuntamente con la universidad para crear canales efectivos de atención.
También existe la iniciativa NO es Normal, que pretende visibilizar, denunciar y crear los mecanismos y espacios necesarios para enfrentar el acoso, las violaciones, los comentarios sexistas y homofóbicos presentes en varias universidades de Bogotá.
De este proceso nos parece fundamental cuestionar la realidad del acoso y la violación en los campus desde su comprensión, porque seguimos sin ser conscientes de la magnitud del asunto ni de la responsabilidad que tenemos al guardar silencio cuando sucede dentro de las universidades. Es importante empezar a preguntarnos qué pasa realmente cuando normalizamos el hecho de que un profesor haga comentarios sexistas (o de contenido sexual explícito) dirigidos a sus estudiantes mujeres, o incluso de forma genérica sobre roles asociados al ser hombre o mujeres, cuando no hacemos absolutamente nada al presenciar actitudes violentas, homofóbicas o misóginas en los salones, pasillos y alrededores de las universidades.
Invitamos a las instituciones a que se comprometan con una atención más crítica y efectiva para las personas que viven este tipo de situaciones en la universidad. La efectividad no sólo se trata de empezar a redactar protocolos, sino de entender el trasfondo del problema, dejar de enfocarse sólo en medidas de protección y ver la importancia de las medidas de prevención, además es importante tener claro que la atención para las personas agredidas es fundamental y es imprescindible que se tomen medidas respecto a quienes agreden. Queremos que se haga justicia con todos esos que han acosado, violado, abusado y siguen por los pasillos de los campus como si nada hubiese sucedido.
*Todos los nombres fueron cambiados
*El Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) Colombia es un parche de amigas que pone sobre la mesa discusiones y debates sobre el feminismo desde distintas posturas. Hacemos parte de una red que ya cuenta con más de 5 observatorios en diferentes países de Latinoamérica.
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