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EL CAPRICHOSO PAÍS DE LA REVISTA MITO

Hace algo más de 50 años se editaba en Colombia una revista que marcó un antes y un después en la difusión de las artes y la cultura. Con una exposición y una serie de conferencias, la Biblioteca Nacional le está rindiendo homenaje a esta emblemática publicación.

Mito cambió a Colombia desde la inteligencia. No recurrió a la fuerza bruta, como han acostumbrado nuestros falsos héroes desde tiempos inmemoriales, ni abusó de la publicidad o del escándalo como tienen que hacer hoy los medios para llamar la atención de sus distraídos espectadores. La revista se arriesgó a proponer lucidez, extensión, polémica en una época de profundo analfabetismo, de luchas por el poder y el dinero. Era la bandera de la intelectualidad dentro de esta nación violenta y torpe en los años cincuenta del siglo pasado.

Sorprende que, al volver a leer cualquiera de sus números, la actualidad y la pertinencia de sus textos se mantengan firmes.
Sorprende así mismo que la Colombia de hace sesenta años, a la cual Mito le habló, siga siendo el mismo hervidero de criminales y asesinos.

Si las cosas son así, ¿qué fue lo que vino a modificar Mito? La respuesta puede ser muy sencilla, pero revela un esfuerzo, una tarea siempre pendiente en nuestro territorio: nos dio un puesto en el mundo y nos brindó un lenguaje para manifestarlo. Antes de Mito los poetas, escritores y humanistas colombianos poseían un complejo de inferioridad gigantesco. Suponían que sus opiniones jamás iban a superar lo puramente local y que nada tenían por aportarle a las artes y a la cultura europeas, norteamericanas y aun suramericanas. La gente de la revista (los poetas Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus, el escritor Pedro Gómez Valderrama, el crítico Hernando Valencia Goelkel) venció ese prejuicio y puso a sus lectores al tanto de lo que ocurría más allá del río Magdalena y de las intrigas pueblerinas: del marqués de Sade se pasaba a Sartre y de Sartre a la vanguardia de la poesía, sin descuidar el cine, el teatro, la sociología, las artes plásticas. Con Mito aprendimos que nuestra opinión como colombianos también valía. Ya lo que traspasaba nuestras fronteras no nos era desconocido.

Contra la visión tan provinciana que todavía tenemos, Mito sigue siendo una invitación a observar con amplitud, a no quedarnos mirando el ombligo propio porque somos también parte del planeta.

Pese a que duró solo siete años (desde 1955 hasta 1962), Mito dejó una huella muy honda en Colombia. Leer hoy un ensayo como Destino de Barba Jacob de Hernando Valencia Goelkel es una lección acerca del oficio de escribir poesía como respuesta a la precariedad y a la mediocridad del ámbito en el cual se vive, sin olvidar que el poeta tiene la tentación perezosa y permanente de creerse un incomprendido, un paria. A cuántos poetas de nuestros días, improvisados y poco lectores, podría servirles este texto. Justo además en estos tiempos cuando cualquiera se considera artista y poeta. Se cita solo un ejemplo entre muchos que posee la revista.

Resulta irónico que uno de los bastiones con mayor lozanía y vigencia para formularnos mejores preguntas acerca de nuestra realidad haya clausurado sus actividades hace medio siglo. No es irónico que su legado siga en pie: a los colombianos nos cuesta trabajo aprender y escarmentar. Seguimos en la misión de repetir nuestros errores. Y Mito continúa ahí con el fin de recordarnos que no todo está dicho en definitiva, que todavía podemos borrar algunos de nuestros horrores.

Por estos días la Biblioteca Nacional le rinde homenaje a Mitocon una magnífica exposición y una serie de conferencias . Conocer y asimilar este patrimonio intelectual es casi un deber patrio. Porque a esta nación no la pudieron arreglar ni los políticos ni los señores de la guerra, y tendremos que acudir en algún momento –ojalá no lejano– a las respuestas e ideas que solo provienen del espíritu y que brindan a manos llenas el arte y la cultura.

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