
AMORES CON EPÍLOGO
Las más grandiosas historias de amor las ha contado Hollywood. Bridget Jones y Mark Darcy, Jerry Maguire y Dorothy Boyd, Rick Blaine e Ilsa Lund, Holly Golightly y Paul Varjak. No es un secreto que las historias de amor son siempre las más taquilleras. La gente siempre disfruta oyendo la historia de amor de otro y, muchas veces, contando la suya propia.
Y aunque atractivas, siempre atinamos a saber lo que va a pasar en una historia de amor, ya sea que se trate de una ruptura, una “unión eterna”, vacaciones de verano o largo idilio tormentoso. Cuando se trata de una historia de amor no importa tanto la casi predecible historia de infatuación, sino cómo sea contada. Y Hollywood se ha caracterizado por su maestría para inmortalizar estas pasiones.
La estructura más popular para contar historias siempre ha seguido la simple ruta aristotélica de introducción, nudo y desenlace, que se conoce también como Los Tres Actos. No es nada difícil pensar el amor así. Muchos coincidimos en que el primer acto es la luna de miel, el encuentro, el mielmesabe mariposudo que se baja a la barriga. El segundo acto es la popular “pelada de cobre”, donde los amantes se revelan y tienen que enfrentar obstáculos que los aterrizan de ese idilio enfermizo que es el amor. Finalmente, el tercer acto es esa majestuosa manera como los protagonistas del romance capotean la vida para vivir juntos, si bien ya no eternamente, sensatamente, amablemente, hasta que, casi nunca para Hollywood, los enamorados se separan, aunque siempre tengan a Paris para recordar su idilio.
La estructura del modelo clásico de estos tres actos se acomodaba perfectamente al estilo de vida de los amantes, a sus situaciones y a sus consecuencias. Pero hoy en Hollywood se habla de un modelo diferente: cuatro actos y un epílogo, donde se dilata el clímax y se deja siempre un final “abierto”.
¿Corresponderá esto a nuestra actual forma de amar? Si el amor ya es tan esquivo al compromiso, al vivir juntos para siempre, a los contratos eclesiásticos que solamente puede terminar el Vaticano, ¿no le resultará más sensato esperar un epílogo? Un epílogo donde los afectados del terremoto amoroso se repongan, vuelvan a la normalidad y, a pesar de las adversidades o maniacas ensoñaciones, recuperen el control de sus vidas y pongan en su sitio a la oxitocina. Un epílogo que sugiera una vida luego del atentado del amor, que llene de optimismo a amantes o a despechados, con respecto a la vida. Que desidealice el amor con todo el poder hollywoodense y nos prepare para una rehabilitación de las rupturas o para una moderada y menos pretenciosa o melodramática forma de vivir enamorados.
Algunos querrán seguir viviendo el amor en tres actos. Yo propongo que lo dilatemos a cuatro con un epílogo a la manera de Hollywood. Woody Allen dijo una vez que la vida no imita al arte sino a la mala televisión. Siempre será mejor que nuestros romances se conviertan en una buena película y no en un mal episodio romanticón o, lo que es peor, en una telenovela.
El amor contemporáneo merece un epílogo abierto y no un desenlace tallado en piedra. Lo grandioso de Casablanca es que siempre nos queda la sensación de que Rick e Ilsa algún día podrán encontrarse en París –quizás– para una posible segunda parte de su amor. Hay amores que simplemente necesitan un epílogo para vivir eternamente o para morir en el instante y dejarnos seguir nuestro camino porque en estos tiempos… uno nunca sabe.
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Cartel Media S.A.S