"Odiar la televisión es una catarsis sobre nuestras mediocridades": una charla con el crítico Omar Rincón
La televisión es un espejo del país que somos. También del que intentamos ocultar. Ensayista, periodista y profesor universitario, este filósofo y comunicador social colombiano ha dedicado su trabajo a ampliar la experiencia del entretenimiento en un país donde la cultura se desarrolla de forma elitista y discriminatoria. “Yo desde el espectáculo puedo ver la política, la academia, la sociedad”.
En Twitter existe una cuenta con 5.545 seguidores que responde al nombre de Omar Rincón. “Es ensayista, periodista, profesor universitario, crítico de televisión y autor audiovisual. Investigador y profesor de Comunicación y Periodismo. #fans”, se lee en la descripción de una cuenta que se dedica a difundir citas que Omar arroja en sus conferencias y columnas, así como algunos videos en los que aparece.
El verdadero crítico, el de carne y hueso, reparte sus días entre dedicarse a los placeres culturales, a la investigación, las clases y, como él mismo lo dice, “ser un experto en levedades”. La trayectoria de Omar Rincón es bien conocida en los medios. Ha sido crítico de televisión en diarios como El Espectador y El Tiempo y crítico cultural y político en medios como Cerosetenta y Razón Pública. Profesor de la Universidad de los Andes, consultor de comunicación y periodista freelance, este comunicador social y filósofo ha dedicado su trabajo a ampliar la experiencia del entretenimiento en un país donde la cultura se desarrolla de forma elitista y discriminatoria.
“Al final todos en la sociedad quedamos clasificados, pero hoy en día a mí me gustaría más que hacer crítica de televisión, hacer crítica de entretenimiento. Hablar de entretenimiento en general, hacer crítica de Duque, de cómo se viste y cómo habla, hacer crítica de la Fashion Week de Medellín, de un concierto de Silvestre Dangond, de todo lo que es entretenimiento porque me parece que es muy interesante lo que está pasando”, comenta este investigador. A lo largo de su carrera ha descubierto en el entretenimiento una mina de experiencias culturales que suelen escaparse a la mirada elitista y altiva de los intelectuales y periodistas.
Ser crítico de televisión en un país como Colombia puede resultar retador. Como el mismo Omar señala, remilgar y reclamar sobre la televisión se ha convertido en el país en un sinónimo de inteligencia y poco se ha reconocido la capacidad de este medio que, a pesar de la llegada de nuevas experiencias de entretenimiento y plataformas, sigue marcando la parada en las casas de los colombianos. Teniendo por un lado a aquellos que no sacan la cabeza de la pantalla y un mundo del entretenimiento viciado por lo peor de nuestros estereotipos, y por el otro a aquellos que evaden el problema aislándose de la televisión, el crítico parece ser la bisagra (pero también la ventana) que abre nuevas perspectivas que pueden llevarnos más allá del consumo masivo y abusivo.
En este loop inquebrantable que parece ser la televisión colombiana –Betty la Fea, que trasmitió su episodio final en 2001, hoy en su retransmisión ocupa los primeros puestos del ranking nacional– y al que muchos han querido hacerle el feo, está el espejo de una realidad que vivimos a diario y que torpemente buscamos ocultar culpando a otros. Quizá dejar de culpar a la televisión de nuestros problemas y comenzar a pensar el entretenimiento –esa ineludible experiencia de nuestra vida– como una forma de ser críticos con el presente, sea el primer paso para quebrar los estereotipos que nos persiguen y llenan las parrillas. Los grandes ídolos nos abandonan siempre, pero quizá sea hora de comenzar a darnos cuenta de que en el fondo, como el mismo Omar dice, todos llevamos un Jota Mario en el corazón.
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¿Cuánto tiempo ve televisión al día?
La gente imagina que todo el día. Si tuviera que decir el promedio de cuánto tiempo veo televisión al día, debe ser entre una y dos horas. ¿Por qué pasa eso? Yo hago una diferencia básica entre lo que sería, en términos faranduleros, un grupee, un fan y un crítico. El grupee no tiene distancia, se quiere meter a la cama con el artista, con el programa de televisión, se fascina con las obras. Es muy interesante porque realmente vive el espectáculo, vive la obra cultural en sí misma. El fan es el que sigue [al artista], que propone, que critica y que construye comunidad cultural. Ahí está el fan de Game of Thrones, el de Star Wars, de Harry Potter. El crítico no es ni grupee ni fan, sino que es un sujeto que pone distancia frente a la obra y trata de analizarla con un set de criterios a ver qué dice la obra y qué dice de la sociedad en la que se inscribe y qué propuesta cultural establece. Por eso yo no veo tanto tiempo televisión, porque yo no soy ni grupee ni fan. Yo veo Game of Thrones, veo un capítulo o dos capítulos y con eso ya decido qué escribir.
¿Por qué?
Porque la televisión es básicamente la estética de la repetición. Podrá haber capítulos más buenos o más malos, pero la estructura es siempre igual. Al establecer distancia yo puedo llegar y mirar sobre qué puedo opinar tal o tal cosa. Entonces comienzo a aplicar los sets de criterios que tengo. Los primeros que me interesan son los intrínsecos de la obra: cómo está en lo narrativo, en la actuación, en el arte, en lo sonoro, en el ritmo. Eso es lo más importante. A mí me interesa ver cómo está hecho el artefacto. Ahí puedo ver si el personaje está bien o mal planteado, si el tono es el adecuado, si la fotografía aporta o no aporta, todo ese tipo de cosas. Ahí puedo dar un concepto.
También puedo dar un segundo concepto que aparece con el distanciamiento de mi moral y de mis gustos. Ahí digo: este programa va dirigido para un público popular. Entonces me pongo a pensar cómo puedo mirarlo desde ahí. Evito decir: este programa es malísimo porque a mí no me gusta. Un ejemplo clásico que siempre pongo es Sábados Felices. A mí Sábados Felices me parece la peor porquería que hay en la televisión colombiana. A mí, Omar Rincón, sujeto colombiano de esta época, me molesta Sábados Felices porque expresa lo peor de Colombia, un país de cuenta chistes machistas, de xenófobos, un país racista y homófobo. Lo peor del ser humano está en Sabados Felices y no me gusta. Pero yo no puedo salir a decir eso. Sería elitista de mi parte ese argumento si es un programa que lleva cuarenta y cinco años, que es Guinness Record, que lo ve la gente masivamente. Lo que yo tengo que preguntarme ahí es por qué a la gente le gusta, distanciarme y tratar de entender esos criterios.
La tercera cosa, después de esos dos niveles, es un nivel más abstracto en el que puedo ver qué concepto cultural aparece ahí. Qué concepto de país, qué concepto de mujer, qué modelo de sociedad proponemos ahí y ya me retiro mucho más para eso. Yo creo que el ideal es intentar interpretar el gusto del televidente e intentar interpretar desde el gusto mismo de él. Desde ahí yo puedo interpretar entonces que un programa como La Casa de las Flores de Netflix, por ejemplo, fue una telenovela que le gustó a los hípsters porque los hípsters se sienten cultura mundo, globalizada, pop and cool y porque Verónica Castro fumaba marihuana, pero es básicamente la misma telenovela que le gusta a la señora que ve una telenovela en Caracol y RCN, pero que le pone una moral distinta. Si ponen La Casa de las Flores en Caracol seguro no le va bien, porque la señora se molesta por su moral. Pero el punto es que yo no puedo hacer los mismos tipos de crítica sabiendo que son dos productos en dos plataformas distintas con dos públicos distintos. Mucha gente trata de interpretar a Caracol y a RCN como si fueran Netflix y a los otros como si fuera HBO: y no.
¿Por qué escogió la televisión y no otra plataforma?
Yo quería ser inteligente y la televisión me ganó. Nunca he sido el televidente más furibundo. Desde niño yo he visto televisión así, uno o dos programas, fragmentos, todo ese tipo de cosas. Cuando terminé la carrera de comunicación yo quería ser filósofo y me ofrecieron fue trabajar en televisión. Después renuncié a la televisión y me puse a hacer una maestría en educación porque me preocupaba mucho el pensamiento de la sociedad… me ofrecieron dictar una especialidad en televisión en la Javeriana, entonces otra vez la televisión. Después me fui a Estados Unidos, hice una maestría en filosofía y me pusieron de profesor en televisión. Después intenté volverme ensayista y me ofrecieron hacer crítica de televisión en El Espectador. Entonces, técnicamente, la televisión me ganó. No es que yo hubiera escogido.
Después me di cuenta de que la televisión me abría un mundo nuevo, un lugar de enunciación distinto que era el del espectáculo y el entretenimiento, que también son lugares para mirar el mundo. No es una temática, es una manera de mirar el mundo. Yo desde el espectáculo puedo ver la política, la academia, la sociedad. Y es un lugar de mirada que a nadie le gusta. Los intelectuales no quieren hablar de eso porque les parece la peor porquería, pero que tiene mucho vínculo social. Entonces yo dije, voy a darle más juego, voy a expandir el concepto de entretenimiento, voy a tratar de darle más densidad y he vivido de eso. Soy como un experto en levedades.}
(Lea también ‘Qué televisión tan puerca’, un librillo para reírse de la tele nacional)
¿Por qué la televisión ha sido siempre tan satanizada por los intelectuales y periodistas?
En primer lugar, la televisión es satanizada porque es popular y como todo lo popular, en una sociedad clasista y racista como en la que vivimos, hablar mal de la televisión es un signo para parecer inteligente. Una persona inteligente nunca puede ver nada en la televisión, es un signo. Tú le preguntas a cualquier persona y te dice que no ve televisión porque es una porquería y dices “qué tipo tan inteligente”. Y dentro de la moral católica pues es un pecado vergonzante. Todos pecamos viendo televisión, pero no queremos reconocerlo. Entonces como es un lugar popular lo vemos como basura. Al final la televisión es un lugar básico para la exhibición del buen gusto del “inteligente”.
En segundo lugar, de alguna manera la televisión al pertenecer a lo popular, recrea unas estéticas que queremos desconocer como país y como sociedad. No queremos reconocer que tenemos ese humor, ese gusto, esas formas. Nos recuerda esas cosas que con el ascenso social queremos eliminar, ese “mal gusto” que nos ha construido supuestamente.
Y en tercer lugar, yo creo que de alguna forma la televisión nunca ha sido analizada en su discurso real, sino desde discursos externos. Se analiza más desde el discurso de Cultura clásica o desde la intelectualidad, la ilustración y la modernidad y la televisión hay que interpretarla desde los placeres populares, desde el melodrama, desde la estética de la repetición, entonces creo que es un poco arrogante culpar a la televisión y querer que la televisión se parezca al mundo de la cultura de élite o al mundo de la academia ilustrada cuando es un discurso popular y ahí está su potencia. Prueba de eso es que la televisión ha sobrevivido en el mundo y se está expandiendo. La televisión sobrevive con dignidad. Hoy en el mundo se ve más televisión que antes solo que en plataformas distintas. De alguna forma, odiar la televisión es como una catarsis sobre nuestras mediocridades. Es una cosa que nos duele aceptar que es así. Toda televisión es un espejo cultural. Si hubiéramos querido entender que mr. Trump venía, teníamos que ponerle más cuidado a Breaking Bad, porque el que votó por Trump fue Walter White. A los hípsters les pareció que Walter White es del putas, pero ese man estaba muy verraco con los políticos de Estados Unidos, con Estados Unidos, y por eso votó por Trump. Si hubiéramos puesto más cuidado a Avenida Brasil nos hubiéramos dado cuenta de la corrupción que venía en camino, si hubiéramos puesto más cuidado a La Niña, que ha sido el mejor relato de posconflicto que se ha hecho en Colombia, habríamos entendido lo que se nos vino encima. Pero eso es algo que los intelectuales no ven, ellos creen que todo pasa por la televisión. En este momento lo que es súper brillante de la televisión es que no es información ni educación, es entretenimiento. Al ser entretenimiento es espectáculo, es ficción, es concurso, es emoción pura y dura. Eso hace que los intelectuales le presten mucha más atención a la información y la información está sobrevendida y por eso es el fracaso de los medios hoy.
Es como decía en una charla sobre el caso de Señal Colombia y de cómo la gente, cuando está canaleando y llega al documental de Señal Colombia, cambia de canal…
Claro, lo que pasa ahí con Señal Colombia y con la televisión cultural es que hay que asumir que es una televisión gourmet, boutique, de haute cuisine. Se trata de una televisión que la hace un poco de gente más “coolturosa” que las otra, que no reconoce que el televidente quiere relajarse y que siguen insistiendo en que el televidente quiere educarse. Entonces para poderse educar toca tener un paladar y una mirada más elaboradas. La metáfora que yo uso es la de la comida. Pongamos que las pantallas televisivas son tipos de comida, ninguna es lo suficientemente buena porque todas tienen que variar. Entonces la televisión abierta, Caracol y RCN es el corrientazo, uno sabe a lo que va, es comida rápida y todo ese tipo de cosas. La televisión de plataforma, de Netflix, Amazon y Apple es televisión ya de cadenas hípster, Andrés Carne de Res, Starbucks, todas esas cosas en las que todo el mundo se siente cool por ir a comer ahí, pero que en realidad no es nada más allá de una fórmula inventada para esto. La televisión pública es como la comida de origen étnico, es como comer comida árabe, japonesa, china, hindú. Si uno no sabe de esa comida uno no entra a ese restaurante porque dice “qué voy a comer ahí”, entonces mejor para el corrientazo donde sé que pedir o me voy a hipsterlandia. Hay otra televisión que ya sería la de comida fusión y experiencia que son las series que pasan a la historia como Breaking Bad, Game of Thrones, Mad Men, Lost, series que después de mucho tiempo hemos dicho: estos son experimentos muy buenos, eso no es hipsterlandia. Parte del asunto es que la televisión pública tendría que hacer televisión árabe o hindú, pero sin negar lo colombiche, lo popular, la grasita para poder tener más televidentes. Sino negocian conmigo yo me voy a ir a Caracol, porque ya sé a qué sabe ese corrientazo.
¿Y programas como Los puros criollos?
Ese fue un programa que triunfó solo en un público. Eso no lo veía ni el público de mi mamá, ni el público de narco novela, pero sí llevó a un público juvenil que no veía televisión a que viera televisión, porque logró en ese nicho hacer un restaurante que tenía por ejemplo “lechona con diversidad de sabores”. Un día ponía un chicharrón carnudo, pero con más estilo. Logró eso porque pudo negociar con lo popular sin perder de vista lo hípster y más culto. Eso es lo que hay que hacer en Colombia.
En medio de todo, la televisión sí se ha encargado de reforzar los estereotipos…
Sí, el problema que hay con los estereotipos es que todos los odiamos, pero existen. O sea, si a mí me ve alguien, algún policía por la calle, siempre el tipo piensa que yo pertenezco a no sé qué, porque me pongo el gorrito y soy peligroso. Si estoy cerca de los perros de seguridad entonces los perros ladran. Si te ven a vos con el pelo largo entonces el policía va a pensar que fumas marihuana. Puede que no pase eso, pero el punto es que los estereotipos no son productos mediáticos. Son productos sociales para sobrevivir. Representar todas las ambivalencias de formas de ser mujer es imposible en todo lado, igual todas las formas de ser joven, todas las formas de ser colombiano, todas las formas de ser negro, es imposible. Entonces para que el relato sea masivo tiene que pasar por el estereotipo. No hay forma de ser masivo si no buscas en los estereotipos que hay ahí. Lo que está mal es que los estereotipos se repitan una y otra vez sin variaciones. Tendrían que poder expandirse las maneras de ser del estereotipo. Por decir una cosa: el estereotipo del consumidor de marihuana sigue siendo el mismo de gorrito, con las manos en los bolsillos, de jean. Un tipo con corbata no fuma marihuana, ni una mujer elegante. Expandir. Si la televisión pudiera expandir sería mucho más interesante. Y en muchas cosas lo ha hecho.
Otra cosa es que la televisión tiene que ir muy pegada a la sensibilidad colectiva. La televisión va algunas veces por detrás de la sensibilidad colectiva y otras por delante, pero no mucho. Por ejemplo, el caso de las mujeres en la televisión colombiana. Toda la televisión colombiana no tiene mujeres vírgenes, no tiene empleadas, todas son trabajadoras, guerreras, algo que no pasa en la televisión mexicana, por ejemplo. Los hombres en la televisión somos todos unos chistositos pusilánimes, por otra parte. En Colombia aceptamos ya a la pareja gay masculina, entonces aparece en la televisión. Aún no hemos aceptado a la pareja lesbiana, luego no aparece en la novela. En Colombia lo negro está excluido luego no aparece en la telenovela. Ahora aparece por fin un comercial del afro, pero aparece el estereotipo con el afro perfecto, fisionomía blanca, pero con piel afro. Lo indígena es un documental. Ampliar eso sería súper interesante, pero la televisión lo va a hacer a medida que la sociedad cambie. El concepto de ética sexual femenina en la telenovela en Colombia es alucinante. En Sin Tetas No Hay Paraíso o Sí Hay Paraíso usted ve a las mujeres más autónomas sobre su cuerpo y su sexualidad como lugar social, para la venta o para lo que sea, pero es una vaina que rompe todo discurso popular. El estereotipo es problemático y lo que uno le critica a Caracol o a RCN es que sigan celebrando el mismo y que no quieran que la sociedad se transforme en sus estereotipos. Entonces no se trata de ir contra los estereotipos, lo que hay es que expandir las formas de esos estereotipos.
Pero si pensamos que esas imágenes siguen reproduciéndose una y otra vez cuando la gente llega a la casa, ¿no podemos, de alguna manera, culpar a la televisión por reforzar el estereotipo?
Yo no culpo a la televisión. Esa es la solución más fácil que ha encontrado todo el mundo, los políticos, los académicos, los intelectuales. Si la violencia de Colombia es la televisión, qué pasa si nos quedamos sin televisión por una semana. ¿Bajaría la violencia? No. Yo sé que la televisión puede mejorar eso, al expandir las formas de ser, pero creo que es un diálogo social. Si miras, hay muchos medios, propuestas muy bacanas, muy conceptuales, productos maravillosos que no logran encontrarse con la ciudadanía y fracasan y la gente le echa la culpa a la gente y no, yo le echo la culpa siempre al que hace, porque el que hace tiene que ser capaz de dialogar con esa cultura. Hacer comunicación no es ir contra la gente, sino entrar en diálogo con la gente y ojalá llevarla a otra parte. Por ejemplo, yo lo veo en sábados felices. Ahí hay un humorista que hace humor político sobre Duque o sobre Santos y la gente no se ríe porque para reírse de eso hay que estar informado. Entonces hace una frase y nadie se ríe, porque nadie está informado. Un tipo como Garzón nunca fue masivo, porque para ver a Garzón había que estar informado. ¿Qué personajes pasaron a la historia de Garzón? El lustrabotas, por ejemplo, porque asumía un discurso desde la gente, entrevistaba a un político y le decía “oiga, huevón, usted que es un corrupto”. El celador, Dioselina Tibaná, personajes que eran de abajo. La inteligencia narrativa de Garzón estaba en que el tipo sabía que no tenía que tener un discurso, sino que buscaba múltiples formas para llegarle a la gente. Practicaba el humor por autocrítica. No era cuenta chistes, era un humor de autocrítica de Colombia, pero sabía que no podía hacerlo a título personal, entonces usaba quince direcciones distintas. Es ampliar el estereotipo para reírnos de nosotros mismos y autocriticarnos.
Ahora que hablamos del personaje gay en la televisión, pienso en Betty la Fea y toda la agresividad que existe hacia Hugo Lombardi. ¿Cómo se han transformado los estereotipos a partir de la misma televisión?
En Betty la Fea aparece Lombardi, pero ya antes en Café había aparecido una pareja gay. La pareja gay comenzó a aparecer en la telenovela desde antes de Café, si quieres. Después de Café apareció en una novela que se llamaba Géminis, donde fracasó porque prácticamente intentaba ser una relación gay y ya no lo aceptaron. El asunto es que lo gay siempre ha estado como una pareja que está en el background de la historia. Con Betty la Fea el personaje gay ya pasó al frente, pero no tenía pareja. Más adelante aparecerán parejas gais en roles más activos, y viven en el mismo cuarto, aunque no tienen sexo, pero están en la misma cama. Entonces lo gay ha ido avanzando paso a paso como ha ido avanzando la conciencia colectiva. Por eso hoy en día lo gay masculino ha tenido mucha visibilidad política, mucha visibilidad mediática y por eso la telenovela lo ha adoptado mucho más y hoy en día cada programa tiene al menos una pareja gay masculina. Lo trans apareció con Los Reyes porque era parte del personaje y de vez en cuando aparece, pero sigue siendo una transgresión humorística para la televisión. Lo que sí no aparece, por ejemplo, las situaciones más graves donde la sociedad no ha podido transformar, son las lesbianas. Seguimos castigándolo y es un machismo asqueroso lo que tenemos. La misma familia colombiana no reconoce las parejas lesbianas y estas no tienen visibilidad de ningún tipo. Sigue siendo un tema que escondemos hasta en la vida cotidiana, entonces también está escondido en la televisión. Lo mismo pasa con los afro y los indígenas. Los tenemos cosificados. Lo afro es sexo, deporte y música. Lo indígena exótico, cultura y ancestral. Ya. Y eso es gravísimo.
(Échele un ojo a 'Los juguetes criollos de Sadoi que quieren reimaginar nuestra cultura popular')
En esa medida, ¿la televisión ha tenido un lugar activo en estos cambios sociales o es simplemente un espejo?
La televisión podría haber hecho más, sí. Ha podido tener un papel más activo, porque cada vez que pasa y se vuelve cotidiano, se comienza a aceptar. Entonces pasan cosas como estas: resulta que si un hombre aparece siendo gay en una telenovela se asume que ese hombre no es gay, que está protagonizando un papel. Si aparece una actriz haciendo de lesbiana probablemente quede designada y no pueda ser contratada en el futuro porque la gente ya la asocia con eso. Acá el prejuicio nuestro hace que la industria sea conservadora. La televisión es re conservadora. Por eso la virtud de Netflix, de Amazon y de Apple es que allá la moral no la pone el emisor sino el televidente. Usted ve la Casa de las Flores, una telenovela común y corriente, pero nosotros como televidentes comenzamos a aceptar que ahí sí puede haber gays, trans, marihuana y sexo explícito. Ahí sí aceptamos cosas que no aceptaríamos en la televisión abierta, porque en la televisión abierta pensamos que el otro no sabe ver eso y hay una doble moral. En una encuesta de consumo cultural que hizo Mockus hace años para la Comisión Nacional de Televisión, le preguntaban a la gente “¿usted para qué ve televisión?” y la gente decía “para conocer el mundo. Para entretenerme sanamente y para estar informado”. Luego, cuando le preguntaban, “¿Para qué ve televisión su vecino?”, respondían “para ver pornografía, violencia y sexo”. El televidente popular, el ciudadano, todos los colombianos del mundo, todos creemos en el fondo que “yo sí se ver televisión, pero los otros no”. Ese es el problema más grave que tiene la televisión abierta. Cuando pasamos a la televisión de plataforma, como Netflix y Apple, en esa televisión la moral ya no pasa por el productor y cada televidente decide qué ver. Entonces yo veo Netflix y no asumo cosas sobre lo que estará viendo el otro, yo decido si veo porno o no veo porno, si veo afros o no veo afros, la moral pasó a mi lado. Por eso esa televisión tiene que ser más transgresora. A esa televisión sí se le permite ser más experimental en la expresión de los temas. Y a veces es tan grave eso que si tú ves la mayoría de héroes de televisión de plataforma son súper ambiguos moral y éticamente. Son asesinos espectaculares: un tipo que esconde el pasado, un ser malvado que manipula. Son personajes poco deseables.
Muy humanos…
No sé si muy humanos. Es más como un ideal de la oscuridad, que es muy del tiempo. Está bien no ser tan transparente, la oscuridad se vuelve cool. Antes la ecuación era: hombre equivocado es salvado por mujer pura y eso es la televisión normal. La televisión de plataforma es hombre oscuro por mujer pura otra vez. Entonces, en el fondo es el mismo melodrama. Es como el reguetón, yo creo que el reguetón es la misma música de despecho de los papás, pero contada en forma de reguetón. Un tipo que se queja porque la mujer lo dejó y se queja porque no la va a poder olvidar y que nadie se lo hará como él se lo hace.
En ese sentido, la entrada de las plataformas digitales y la posibilidad de hablar de ciertos temas que estarían vetados en la televisión abierta que, de alguna manera también responden a unos intereses de mercado, ¿qué peligros podrían presentar?
Hay que entender una cosa. Todos los fenómenos culturales, bien sea el reguetón, la champeta, la comida, las televisiones, hay que bajarlos del maniqueísmo que ve las cosas como peligro o beneficio. Eso hace parte de una moral católica que nos quedó de herencia y que es fatal. Nada es peligroso, ni es maléfico. Ni las drogas, ni fumar, ni beber, ni tener sexo, todos son formas de gozar, maneras de habitarnos desde el afecto, desde lo corporal, que hemos tenido desde siempre. Lo que creo que está mal es la moralización de eso y lo que está mejor es la conversacionalización de eso. Todo el entretenimiento es la capacidad que tenemos los seres humanos, a través de los rituales, de los afectos, de los vínculos, de generar experiencias de vida que nos permitan conversar y estar con los otros.
¿Y eso pasa así, tan libremente?
Cada sociedad la orienta. Las sociedades indígenas la orientan por rituales a través del mamo, que va diciendo, así se debe interpretar esta realidad. De pronto la televisión es nuestro mamo contemporáneo que nos dice cómo interpretar el mundo. Pero cada vez hay más diversidad de mamos. Está la televisión de YouTube, de Instagram, de Facebook, la abierta, la pública, de plataforma, de cable. Tenemos más mamos audiovisuales que nos dicen cómo interpretar el mundo y de qué conversar. Igual con la comida, la lectura, las redes sociales. Cada vez hay una ampliación más grande de los modos de interpretar el mundo y lo que hay detrás es una matriz realmente nefasta y es que el entretenimiento, el consumo cultural, sí forma mentes y estéticas. Luego, a mí lo que me parece más paradójico, lo más interesante para estudiar, es cómo nos moldea narrativa y estéticamente el mundo. No qué pensar, sino cómo pensar y sentir el mundo. Eso es lo que la sociedad del entretenimiento produce. La sociedad del entretenimiento hace del entretenimiento el primer producto de consumo del mundo y por eso el primer producto del mercado capitalista es el entretenimiento. Éste trabaja sobre la producción de emociones, para proveerte felicidades y entonces eso hay que criticarlo. Pero yo sigo insistiendo, ya no podemos cambiarlo; los griegos tenían unos dioses que juagan con los hombres y era bacanísimo, se pegaban unas rumbas los dioses defendiendo o atacando hombres y los hombres defendiéndose. Los indígenas se pegan rituales de solsticio de invierno o de verano, una fiesta de tres o cuatro días. No está mal, pero no podemos comer sólo ese cuento. A mí me parece que está mal comerse sólo el cuento de que la felicidad solamente está en el consumo, por ejemplo. El que por comprar Netflix yo soy contracultural cuando estoy siendo igual de borrego que el que ve Caracol. Lo que tenemos es que diversificar nuestros consumos. Hackearlos y consumir distinto. No tenemos que entrar en esas modas, tenemos que piratear, compartir los perfiles, las cuentas para que todos enloquezcamos al algoritmo. Esa es una forma de intervenirlo activamente, no es borrarlo. El capitalismo en cada intersticio que ve un negocio va, si usted quiere sentirse el más cool del mundo te lo venden para que consumas y tú lo consumes. Hay que acabar con eso, por eso hay que acabar con el maniqueísmo, quitar la moral y comenzar a ver las ambigüedades. Intervenir sabiendo que nosotros somos el gran producto de consumo del capitalismo, que es algo que no hemos entendido.
Ahí entra esa diferenciación que haces entre la Cultura y la cooltura.
Esa es la propuesta que estoy trabajando más académicamente y es que estamos en una mutación cultural en la que pasamos de la cultura, esa que habla de las artes y la modernidad ilustrada, el triunfo de la letra y la escritura, una cosa en la que nos hemos formado y no ha desaparecido y que es el mundo de Jurassic Park, porque así nos ven los jóvenes a nosotros los modernos, como jurásicos. Eso lo representa el Malpensante y Arcadía un poco. Pero la sociedad actual, los nativos digitales, los consumidores actuales, pertenecen a la cooltura y ellos ya no miran el mundo en términos de buenas artes y escritura, ni pensamiento crítico humanista, sino que han establecido unos criterios para definir el sentido del mundo. Ellos son los hijos de The Walking Death, son unos zombies que por estar detrás de una pantalla creen que están siendo libres. Usted va por la calle en una ciudad como Nueva York o Londres y toma una foto desde arriba y todo el mundo está detrás de una pantalla. En Bogotá no se puede porque los andenes están mal, se cae uno, le roban el teléfono, todavía tenemos defensas contra la “zombera”. Entonces ellos lo que hacen es valorar aquello que tiene sentido como colectivo y como identidad de otro lugar. Es lo cool. Si en un lado lo otro era concebir la obra y entenderla en su propuesta filosófica, entrañable y profunda, que era la cultura, hoy la gente piensa en qué experiencia le brinda cierto contenido cultural, pero en el fondo no son tan diferentes. Una obra como el Ulises de Joyce me produce a mí una experiencia cultural como moderno, pero al joven hoy no tengo que decirle que tiene que leerla, sino que experiencia cultural le produce esto porque leen de otras formas, navegan de otras formas. Entonces hay que dialogar los dos, un diálogo intercultural.
En esa medida, ¿la cooltura es algo duradero en el tiempo?
No porque lo cool vive de la tendencia y esa es la gran virtud del mercado. Es que el capitalismo es una genialidad. La literatura moderna estuvo de moda desde el siglo XIX hasta final del XX, eran períodos larguísimos. Hoy el capitalismo sabe que tenía que volver más desechables las cosas para vender más y que el consumo avance. Ahora nos venden felicidades efímeras, pero el capitalismo es el que lo hace. La felicidad efímera es una serie. Se acabó Game of Thrones y ahora vamos a la siguiente. En cinco años nadie hablará de Game of Thrones o la volveremos a ver, pero esa es la producción capitalista en todo. En el vestuario, en los aparatos. El capitalismo subsiste porque hoy las experiencias no son duraderas.
Termina siendo un escenario triste…
¡No! Termina siendo un escenario que tenemos que hackear.
Entonces, ¿cómo ser contracultural hoy?
Hay que ser capaz de intervenir los consumos culturales. Todos tenemos la oportunidad de ser contraculturales y lo contracultural no siempre está definido de la misma forma. Si todo está en lo orgánico, de pronto lo contracultural es consumir McDonalds. Por eso el capitalismo es tan brillante. Nos convierte en un gueto alucinante. Lo gay, por ejemplo, es tan reconocido industrialmente porque son muy consumistas, es un mercado muy potente. Igual lo hípster. Sólo miremos el ejemplo de las barberías. Los hombres no íbamos a la peluquería sino de vez en cuando. Ahora vendieron la masculinidad, porque además esas barberías son machistas, excluyen a las mujeres y lo que antes era una cosa “banal” y “estúpida” para los hombres como ir al salón de belleza, se convirtió en que ahora los hombres van más a la peluquería que las mujeres porque nos vendieron que era cool tener una barba de tal tipo, y que me tengo que arreglar cada semana. Sin embargo, el tipo se cree contracultural porque es hípster, aunque está en todo el mercado y donde está todo el mundo. Frente al capitalismo nosotros somos como el ladrón de una película, que durante cincuenta minutos burlamos al policía, pero que en el minuto cincuenta y uno nos ponen presos. Pero si tenemos conciencia crítica de eso, le juro que uno gana.
¿Cómo se convierte un medio en contracultural?
Si el capitalismo nos ganó, luego la vida consiste en consumir. Un sujeto que nace, consume y se muere. Eso somos nosotros. El consumo más importante es el cultural. No es ni siquiera el de la comida, ni de la casa, ni de las tecnologías. Si uno puede diversificar los consumos culturales seremos más saludables simbólicamente en la sociedad. No está mal consumir Uribe, pero si consumiéramos diversidad de uribes sería distinto…
Un poco tétrico consumir muchos uribes…
No. Por ejemplo, cuando tienes ochenta hamburgueserías en Bogotá todas son muy parecidas, pero tienes la posibilidad de escoger un pocotón. Pero además hay comida china, boyacense, del pacífico, esa diversificación te vuelve más saludable porque tienes mejores placeres, te alimentas mejor y eso es lo que hay que hacer con la cultura. Cuando la gente vive en su gueto se está empobreciendo mentalmente, luego la fórmula es salir de ahí.
Cuando uno piensa en figuras como Jota Mario o Uribe, que son figuras mediáticas, y en el espectador que las ve, ¿cómo influyen estas personalidades en ese ejercicio crítico?
Si Uribe existe es porque todos llevamos un pequeño Uribe en el corazón. Igual con Jota Mario y los cuentachistes. Ahí lo que no hemos sabido hacer los que nos creemos muy cool es ofrecerle al público esa diversificación del sujeto. Contra Uribe todo el mundo se va a cascarle, pero contra Uribe no hemos hecho humor. El humor podría ser una forma de diversificar el consumo cultural de uribes, pero se lo toman en serio los medios, los analistas, los académicos y eso es un error. A un payaso como él no hay que tomárselo en serio. Y no es hablar mal de él. Es mirarlo con humor, convertirlo en lo que es. Date cuenta de que el gran éxito de Daniel Samper Ospina es volver a Uribe un cuentachistes, una parodia, un contrahecho, un defecto nacional. Por eso nos hace falta Garzón. Porque lo hubiera convertido en eso. Igual Jota Mario. Criticarlo no valía. A él no había que hacerlo humor porque no da ni pa’ un chiste. Pero es por ejemplo hacer test de “descubre lo que hay de Jota Mario en ti” y empezamos a mover el discurso para decir que Jota Mario existe porque usted existe y pensar qué nos dice de Colombia. Tenemos que cambiar la estrategia. Y es lo que los medios no hacen en Colombia. Siguen en las mismas: Uribe es palabra de dios, Jota Mario es la forma de entretenimiento, Sábados Felices es la forma de contar chistes. Ahora eso está hasta en las emisoras y eso es gravísimo. La educación de Sábados Felices de este país es gravísima, somos un país de cuentachistes. Ahora hasta los partidos de fútbol tienen humoristas cuentachistes homofóbicos, racistas y clasistas. El virus se llama cuentachistes, nos hemos vuelto un país de cuentachistes y hay que empezar a decirlo y a mostrarlo.