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Comer sano, más que una moda

La alimentación con productos orgánicos tiene cada vez más adeptos. Diversos proyectos fomentan el consumo de alimentos saludables y abogan porque las personas cultiven lo que se comen. 

Alejandro Mazuera Navarro

En pleno Chapinero, en Bogotá, estudiantes hacen fila en un paradero esperando el bus que los llevará hasta sus universidades. Personas apuradas salen de edificios de más tres pisos rumbo a sus trabajos. Ruidos de carros llenan el entorno. A una cuadra de ahí, Juan Carlos Gutiérrez, un ecólogo de la Universidad Javeriana, entra en una habitación, toma un copito de algodón con el que frota el polen de una planta, lo unta en otra flor y así cumple la función de una abeja, ya que con esa polinización garantiza que surjan nuevos zuquinis. Pese a estar en un sector cuyo paisaje es eminentemente urbano, este hombre está rodeado de calabacines, tomates y lechugas que él mismo cultiva.  

Para producir parte de su alimentación de forma orgánica, es decir, sin emplear agroquímicos ni venenos para matar a los insectos que atacan a las plantas, Juan Carlos decidió montar una huerta en uno de los cuartos de su apartamento. A esta iniciativa se unieron sus roommates: su novia y la pareja con la que comparten vivienda. Hoy todos cuidan los cultivos, así como la zona de compostaje, en donde obtienen, por medio de residuos orgánicos y de lombrices, el abono necesario para su terreno. En la primera cosecha de tomates celebraron cocinando pizza.

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Fotografía de Kicho Cubillos

 

 

Después de haber obtenido su primera producción y estar a punto de recoger la segunda, este agricultor urbano afirma algo que repiten quienes han optado por empezar a sembrar. “Es una satisfacción porque el proceso lo empiezas de cero. Es muy distinto a cuando vas a un supermercado ya que hay otro tipo de relación con la comida, es increíble cuando estás en la mesa comiendo”.

Para él, sembrar sin químicos en un espacio poco habitual como una alcoba es un aprendizaje constante.

“Normalmente las lechugas se recogen sin tanto trabajo, pero a nosotros no se nos dan tan fácilmente, entonces nos ha tocado cambiar metodologías. Por otro lado el tomate, que a mucha gente no se le da tan fácil, a nosotros se nos ha dado facilísimo”, explica Juan Carlos.

 

“Si una persona tiene una huerta de cuatro metros cuadrados, puede tener un ahorro de cincuenta mil pesos al mes”.

 

Los beneficios de la agricultura urbana se difunden cada vez más y algunos gobiernos deciden fomentarla. En Bogotá, por ejemplo, hay desde el 2004 un programa de capacitación en siembra orgánica liderado por el Jardín Botánico. Este proyecto de agricultura urbana ya ha capacitado a más de 53.000 personas en 19 localidades de Bogotá. A través de herramientas como talleres han transformando muchos techos y terrazas en espacios verdes, con lo cual han beneficiado a la canasta familiar de muchas personas.

La Organización de la ONU para la Alimentación y Agricultura (FAO) dice que actualmente cerca de 800.000 personas se dedican a la siembra en ciudades de todo el planeta, y que los huertos pueden ser hasta quince veces más productivos que las fincas rurales.  

Diego Gutiérrez, Coordinador del Programa de Agricultura Urbana del Jardín Botánico, explica cómo esta actividad puede ayudar a la canasta familiar. “Si una persona tiene una huerta de cuatro metros cuadrados, puede tener un ahorro de cincuenta mil pesos al mes”. Además, afirma, es una gran estrategia en una época de crisis ambiental. “Se maneja producción limpia de plaguicidas. Para ello se asocian plantas, se hace recolección de aguas lluvias, producción de alimentos biodiversos, es decir que no siempre se consuma lo mismo”.

Sembrar especies diversas permite que no se extingan algunas con alto valor nutricional pero que se van dejando de lado. Por otra parte, unir diversas especies de vegetales es clave en cuanto al aspecto orgánico. Esto se conoce como alelopatía, un fenómeno biológico que permite que algunas plantas sirvan como repelente de las plagas que atacan a otras.  

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Fotografía de Kicho Cubillos

 

 

Algunos espacios de la ciudad generan dificultades a la hora de sembrar. Sin embargo, hay estrategias que aportan soluciones al respecto. Una empresa de jóvenes desarrolló unas cajas de madera con un sistema de riego propio, que permite tener la humedad precisa.  

Veggies Box se llama esta iniciativa, que no pretende únicamente proyectarse como un negocio, sino, en palabras de David Morinelli, uno de sus dueños, “fomentar la soberanía alimentaria del país y de la ciudad”. Por ello se vincularon con la Fundación Tiempo de Juego, que en Altos de Cazucá, Soacha, enseña valores por medio del deporte y genera procesos productivos como con la panadería “En la Jugada”.  

“La soberanía implica que nosotros tengamos un acceso fácil a los alimentos, que abarquen la capacidad nutricional que necesitamos como país y como ciudad”.

Edilma Sánchez, la encargada de la huerta por parte de la Fundación Tiempo de Juego, cuenta que las cajas ya dan frutos. “En la primera cosecha hicimos un almuerzo comunitario. Además tuvimos la oportunidad de ofrecer lo que sobró a un precio cómodo”. Esa venta que se realizó entre personas del sector, es una de las ideas que rondan en la cabeza de todos, la ven como una estrategia de ingreso y abastecimiento para una población que está en una situación vulnerable.

 

“Ha mejorado mi vida emocionalmente, antes solo me dedicaba a la rutina, haciendo oficio, ahora mis planticas me dan energía”.  

 

Cuando se habla de orgánicos parece que se hiciera referencia a un fenómeno reciente de personas de estratos altos, que buscan estar ‘en la onda’ de lo saludable. Sin embargo, esto no es cierto. Los campesinos colombianos producían de esta manera hasta antes de la ‘revolución verde’, modelo que implantó a nivel mundial el esquema de grandes monocultivos que demandan muchos fungicidas y fertilizantes.

Esto lo reconoce Blanca Leonor Niño, quien vive actualmente en la localidad de Usme, al sur de Bogotá, pero su familia viene del campo boyacense. Ella recuerda cómo su padre aprovechaba materiales como la ceniza para abonar los suelos y cómo empleaba diversos elementos para controlar insectos, aún en cultivos que tienen tanta dificultad como la papa, que hoy en día recibe una gran cantidad de plaguicidas debido a sus muchas plagas y enfermedades.  

Blanca fue beneficiada con otra iniciativa que se ingenió la forma de hace retoñar cebollas y otras verduras en medio de la ciudad. Son los techos verdes, estructuras que permiten sembrar en cada uno de sus espacios y que ella ubicó en el patio de ropas de su casa. “Ha mejorado mi vida emocionalmente, antes solo me dedicaba a la rutina, haciendo oficio, ahora mis planticas me dan energía”.  

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La encargada de dicho proyecto fue Paula Macías, quien lo desarrolló como parte de su tesis en las carreras de Ecología y Arquitectura. Hoy busca recursos para llevarlo a más lugares que se encuentren en situación de vulnerabilidad económica. “Es generar ingresos, autoconsumo, llegar a crear una comunidad productora que pueda ser proveedora de grandes restaurantes y supermercados”.

Los que definitivamente no tienen las posibilidades o no quieren destinar un espacio en medio de sus casas, o simplemente prefieren tener un contacto directo con el campo, cuentan con iniciativas como las que brinda la Ecohuerta La Calera, un lugar en el que se puede alquilar un terreno para sembrar.

“Al venir a la tierra, labrar, sembrar tus alimentos, te reconectas con lo natural, recuperas esa conexión que has perdido en la ciudad y que todos los seres humanos tenemos. Está comprobado que produce sensación de bienestar”. Quien lo afirma es Omar Ayala, director de este emprendimiento y quien revisa las Cales, una col que está muy de moda por estos días, del huerto de Jacqueline Goldstein.

La pinta en los alimentos sí que es lo de menos. Las apariencias engañan, o por lo menos eso es lo que dicen todos los que producen de forma limpia, pues muchos productos no tienen el impacto visual de los obtenidos con pesticidas. Es común encontrarse, por ejemplo, con mazorcas que no tienen todos los granos de la tuza.

Sin embargo, quienes los han probado afirman que su sabor es superior. Jacqueline Goldstein da fe de ello mientras mira su cosecha y se llena de orgullo: “Yo ahora me dedico a hacerles ensaladas a mis amigas, ellas dicen que saben totalmente diferente”. Omar Ayala secunda esa afirmación: “Tenemos cuadros de pintura en la mesa, pero que no contienen ni los sabores ni los nutrientes que tenían antes”.

 

Hoy cada vez más personas buscan que su alimentación no contenga venenos y no haya  sido tocada por aguas como las del Río Bogotá, uno de los más contaminados del mundo y que va regando los campos.

 

Cuando no se puede o no se desea sembrar, o se busca reforzar la pequeña producción que da la huerta casera, se encuentran variadas formas de llevar a la mesa alimentos libres de elementos tóxicos.  Eso es lo que hacen empresas como “Origen Sano”, una iniciativa que nació de la cabeza de Daniel Rocha, quien apenas tiene 24 años. A la idea de David se han sumado otras mentes jóvenes, como Tatiana, quien dejó su vida en Estados Unidos para volver a su país a recoger las cosechas de diversos productores orgánicos y luego empacarlas. Esos mercados son repartidos en diversos hogares bogotanos que hacen sus pedido por el teléfono o el WhatsApp.

Este modelo de negocio de ‘Origen Sano’ busca que el escalón de la cadena que más gane sea el del agricultor, algo totalmente distinto a lo que ocurre en el mercado de alimentos tradicional, donde muchos intermediarios son los que se quedan con la mayor ganancia.

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Daniel está en contravía de opiniones que exponen que alimentos limpios no pueden reemplazar a los producidos por monocultivo, pues dicen que el volumen que estos producen es necesario para la industria y para exportar. “La agricultura orgánica puede llegar a ser a un nivel sistematizado si se tecnifica. En principio se demora más en producir, pero con el tiempo el suelo se vuelve más fuerte, por lo que productividad y la eficiencia de los cultivos va a mejorar. En este modelo se emplea más mano de obra y se paga mejor, por ello podemos generar una estrategia para que el campesino no siga queriendo abandonar el campo”.

Estas afirmaciones las corrobora Alfredo Álvarez, quien hace doce años decidió apostarle a lo orgánico en su finca. “Se cree que después de diez años de estar sembrando de esta forma el suelo ya no necesita casi abono. Si tú en un momento dado no tienes cien o doscientas huertas, como sucede ahora, sino que tienes cien mil, doscientas mil, eso es mucha cantidad de alimento el que puedes producir”.

Estas ideas ya están cobrando forma en el mundo. Dinamarca, por ejemplo, ya aprobó una serie de leyes que lo convertirán en el primer país con producción ciento por ciento orgánica y Cuba es modelo en América, pues la mayor parte de sus sembrados son libres de tóxicos.

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Hipócrates dijo: “Que tu medicina sea el alimento y el alimento tu medicina”. Tenía razón, pues entre el 70% y 80% de los virus y bacterias que entran a nuestro cuerpo son rechazados por el sistema inmunológico ubicado en el intestino. Por eso es que hoy cada vez más personas buscan que su alimentación no contenga venenos y no haya  sido tocada por aguas como las del Río Bogotá, uno de los más contaminados del mundo y que va regando los campos de lechugas, cebollas, entre otros vegetales, que luego son llevados para degustarse en las mesas de la capital, sus municipios vecinos y muchas otras zonas de Colombia.

También hay una búsqueda de conexión con la tierra y una preocupación por el planeta. Eso lo tiene claro Néstor Laverde, un diseñador gráfico que decidió montar una empresa que vende cajas para cosechar  una variedad de hongos comestibles, las orellanas. “Todos queremos cambiar el planeta, pero lo pensamos en términos de las instituciones, de los gobiernos, y eso es falso. Si uno quiere cambiar el mundo, lo cambia uno mismo”.

Conozca más de comida sana y agricultura urbana en este video: 

 

 


Este artículo forma parte de la alianza Cartel Urbano - Colectivo Proterra para la generación de contenidos sobre medio ambiente. El Colectivo Proterra es una organización que busca contribuir a la construcción de territorios sostenibles e incluyentes a través de diferentes iniciativas con empresas, comunidades indígenas y campesinas.

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