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El Anónimo: un clásico capitalino

Santiago Gardeazábal y Mauricio Espitia, amigos de toda la vida, volvieron del exterior con ideas para emprender. Santiago propuso montar un café-bar en el que vendieran libros, Mauricio se inclinaba más por el bar. Era 2003, y la escasez de opciones de rumba alternativa en el norte de Bogotá era más notoria que hoy.

“Se mezclaron las dos ideas y nació El Anónimo”, relata Santiago. “Abrimos con un concierto de un amigo que vivía en Estados Unidos. Armó un proyecto para el lanzamiento del bar. Desde que lo abrimos siempre estuvo lleno de gente, porque programamos proyectos que no tenían cabida en otro lugar. Existían el Quiebra Canto y Casa de Citas al otro lado de Bogotá. Todos los sitios donde podías escuchar música en vivo elegida con criterio quedaban en el centro”.

A los dos años de su estreno, el bar abrió una segunda ala que posibilitó la llegada de nuevos ensambles. “Cuando el Anónimo tenía una tarima mucho más pequeña presentábamos ensambles de seis, siete músicos. Tocó la Polifónica, Primero Mi Tía, Asdrúbal La Revuelta, Curupira”.

Pronto El Anónimo se convirtió en trampolín: “grupo que pasaba por ahí se le ponía el ojo, sabías que lo podías programar un año y después de eso era difícil, se crecían mucho, empezaban a valer más plata. Lo que pasó con Bomba Estéreo, La Mojarra Eléctrica, ChocQuibtown, La 33. Pero programar jazz y grupos de vanguardia permitió hacer otros ensambles, el baterista de tal grupo con el bajista de tal otro”.

Luego, vino un punto de inflexión. Santiago se fue a trabajar una temporada a un teatro de Medellín (después fundó Nova Et Venera, agencia de booking), y se sumó Román Berg a la sociedad.

Para 2016, El Anónimo planea una temporada de conciertos y aprovechará su reputación entre el público y las bandas de Medellín, Cali y Bogotá para atraer más proyectos de calidad.

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