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Teur solo hacía un grafiti: memoria y justicia por el grafitero colombiano asesinado en Argentina

Pupilo de los grafiteros bogotanos Pear y El Gre, del crew Bosa Boyz, Teur logró dedicar cinco años de su vida al bombing. Hoy es recordado como un pelado pulido y riguroso que no pintaba por pintar. Este reportaje recoge las voces de personas cercanas al escritor bogotano y sirve no solo como un homenaje cálido y alejado de amarillismos, sino que es un llamado para desmontar prejuicios: “Hay que cambiar esta realidad en las paredes y que sean espacios de expresión, cultura y reflexión”.

Alberto Domínguez

Pasada la una de la mañana del lunes 30 de julio, Cristian Felipe Martínez se subió a una construcción abandonada en Almagro, un barrio de Buenos Aires, como ya lo había hecho en repetidas ocasiones. Durante dos horas, según el relato de uno de los amigos que lo apoyaban en esta misión, el grafitero de 17 años pintó en una pared blanca su tag, el mismo que ya había dejado en vallas, trenes, vagones del metro subterráneo, camiones y fachadas de la capital argentina: Teur. El tag, contorneado con color amarillo, el que era su favorito y al que sus compañeros de pintadas se refieren como Amarillo Teur, no quedó finalizado hasta que, en rojo, puso las siglas BTA. Era el distintivo con el que anunciaba que el creador de esas piezas bien definidas tenía sus raíces y se formó como writer en la capital bogotana, exactamente en Bosa – El Porvenir. 

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Una vez terminó la pieza, a Teur no le quedaba sino recoger sus aerosoles y materiales, encontrarse en la calle con sus amigos y emprender el regreso a casa. Allí lo esperaban, como en cada salida nocturna, su mamá y su hermana. Entonces cruzó el patio donde acababa de pintar, se pasó al alero y se sentó sobre el soporte de un aire acondicionado. Mientras Teur estaba sentado, listo para dar el salto final, sus amigos vieron que un hombre armado salió de una vivienda aledaña y disparó por primera vez contra el grafitero. Aerosoles en mano, Teur le gritó que simplemente pintaba grafitis. Pero de nada valió. El asesino, que ya la justicia argentina identificó como Christian Jesús Arbaje, disparó dos veces más contra el joven bogotano.

Lo mató. Y Teur solo hacía un grafiti.

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Hacía un grafiti, como los que a los 8 años ya llamaban su atención en la pantalla del televisor mientras jugaba ‘Grand Theft Auto: San Andreas’. Fue su primer contacto con esta expresión urbana. No pasó mucho tiempo cuando le empezó a pedir a su mamá cuadernos y lápices, para dibujar rostros y ojos. De ahí dio el brinco a las letras y a un correcto manejo de la letra cursiva. El apoyo de su familia fue una constante desde los primeros trazos. “En su momento le gustó el fútbol y lo apoyamos, después la patineta y lo apoyamos. Después fue el grafiti y lo apoyamos. Vivía pendiente de la movida en otros países y veía documentales del tema, a la vez que estaba en contacto con otros grafiteros”, recuerda Juliana, su hermana mayor.

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El salto definitivo al grafiti lo dio a los 12 años, edad a la que asistió a los talleres de hip hop que para niños y jóvenes dictaba en su barrio Golpe de Barrio, un proyecto independiente conformado por MCs, BBoys, productores, DJs y grafiteros de Bosa, y que genera procesos de formación y educación popular a través del grafiti y otras manifestaciones culturales. Al apoyo familiar se sumó entonces la influencia que le transmitieron writers bogotanos como Pear y El Gre, miembros del crew Bosa Boyz y talleristas y fundadores de Golpe de Barrio. 

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De esos días, cuando su tag era GETS, sus mentores recuerdan la disciplina y el respeto con que Cristian encaró el grafiti. Su participación no se limitaba al grafiti, sino que hacía presencia en tomas culturales y ambientales que organizaba el colectivo. “Siempre quería estar por delante de los otros. No quería ser un grafitero del montón sino sobresalir. Tuve la oportunidad de estar una vez con él en una pintada de barrio, y él siempre preguntaba sobre la técnica. A partir de esos talleres, él ya empezó a hacer lo suyo. No pintaba por pintar”, dice Pear, un grafitero todavía activo a sus 34 años.

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Sus pintadas a esa corta edad no dejaban indiferentes a compañeros y profesores. “Él era muy dedicado y detallista. El grafiti es un arte muy pulido, requiere de mucha precisión, y él tenía esa esencia de ser pulido, organizado, muy limpio con sus cosas”, dice por su parte El Gre. En Cristian ya se empezaba a notar el corte del grafiti ilegal, del bombing, de una energía en la que se manifestaba toda la influencia que recibió de profesores destacados por las acciones ilegales en las calles.

Con esa mentalidad y esa firmeza, a pesar de la juventud, aterrizó en Buenos Aires.

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A esa ciudad de vida nocturna, Cristian llegó con su mamá en junio de 2016, tras seguir los pasos de su hermana Juliana que había viajado meses antes. Fueron justamente ellas las que lo acompañaron en sus primeras salidas a pintar. “Cuando llegó de Bogotá, como no tenía casi conocidos, nos pedía que lo acompañáramos, y salíamos con él a la una o dos de la mañana y él iba siempre con su corrector y su marcador poniendo su tag”, cuenta Juliana. Después conoció amigos de Bogotá y poco a poco fue forjando un parche de skaters y grafiteros con los que se caminaba toda Buenos Aires. 

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A través del grafiti, Cristian desfogaba situaciones que le bajaban el ánimo, como lo fue el hecho de haber sido atrasado dos años en el colegio al que ingresó a estudiar. Al tiempo trabajaba en una barbería de propiedad de su familia y, cuando sentía la necesidad de expresar sus emociones, salía a grafitear. “Mi mamá siempre le dio para las pinturas, yo en ocasiones también le daba plata y con lo que él se ganaba adquiría materiales”, dice su hermana.

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Con la confianza fue ganando experiencia y así empezó a entrar a trenes y al metro subterráneo, entre otros espacios de la capital argentina que son el deseo de tantos grafiteros de todo el mundo. “Hace poco me había contado que estaba en Argentina pintando trenes, y para mí fue muy agradable saber que estaba haciendo lo que tanto quería hacer, y también ver el nivel que había cogido y que estaba dando pasos agigantados. Era uno de esos emergentes que estaba rompiéndola”, recuerda Pear. 

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En esas andanzas, se cruzó en el camino con grafiteros activos en Buenos Aires como Zhon, un chileno de 22 años. “Lo conocí mientras estaba chequeando para pintar una formación de tren y Teur estaba en lo mismo. Lo conocí así, de la manera mas real: buscando la oportunidad para pintar”, dice. Del trabajo de Teur con los aerosoles lo cautivó el manejo tan estricto de letras que tenía el bogotano, además de su vitalidad. “A todo lugar donde voy veo sus tags o bombas. Era muy serio en lo que hacía, se notaba que era muy dedicado. Le debo una misión juntos, nunca la pudimos concretar”, dice este joven chileno. 

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Otro hermano de pintura que hizo en la capital argentina fue el grafitero peruano Moser, miembro del crew 247, activo en Lima, Perú. Como no podía ser de otra manera, bajaron juntos al metro subterráneo. “Antes de  venirme a Perú, Teur me regaló unas latas, y con esas latas pinté lo último que hice en Argentina. A parte de ser muy humilde, se le sentía la valentía y la pasión”, recuerda este grafitero, cuyo crew le hizo un homenaje al bogotano en el distrito San Juan de Lurigancho de la capital peruana. De algunas idas de Teur a una iniciativa de intercambio cultural en Buenos Aires, la grafitera colombiana Era, radicada hace seis años en esta ciudad, lo recuerda como un joven callado cuya “voz era esa línea ilegal, el bombing: puro Bogotá, pura escuela e influencia bogotana, bombing bogotano”.

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Foto cortesía del crew 247 

La seriedad y madurez con la que emprendía cada uno de estos actos se evidenciaba en la planeación previa que hacía: miraba Google Maps, pensaba cómo subirse, cómo bajarse, cómo entrar, a qué hora y en qué momento hacerlo. A diferencia de muchos jóvenes a esta edad, quienes estuvieron cerca de Teur manifiestan que lejos estuvo de acercarse a la práctica del grafiti como si fuera un simple juego. Sus piezas, siempre con el sello de ‘Bogotá’ o ‘BTA’, son tan elaboradas y llamativas que incluso muchos bogotanos que pasean por la capital argentina se acercan a sus grafitis para hacerse fotos. 

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El asesinato de Teur ocurrió cuando el movimiento del arte urbano nacional sentía el golpe por la muerte de tres referentes del grafiti bogotano. Una semana antes, el 22 de julio en Medellín, SuberShuk y Skill, miembros del crew VSK y de los más activos en bombing, murieron tras ser arrollados por el metro de esa ciudad mientras hacían una pieza en un vagón. Un mes antes, en Londres, también fue noticia la muerte de tres grafiteros (KbagLover y Trip) durante la madrugada del 18 de junio, cuando intervenían un tren de esa ciudad. Y, que se hayan conocido, estas pérdidas no han sido las únicas que han ocurrido a lo largo de los últimos meses en el mundo del grafiti: a finales del año pasado, el grafitero bogotano Inger murió por un cáncer y a principios de 2008, en marzo, Miller Sneider Urrea Pedraza, conocido como Thug, fue arrastrado por una corriente de agua en un caño de Fontibón, al que se acercó a realizar una pintada.

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Todos estas situaciones que ya costaron vidas dan pie a la reflexión de grafiteros y artistas urbanos frente a las situaciones a las que se exponen al momento de plasmar su arte. “Realmente hay un riesgo mucho más grande que simplemente ser atrapado por la policía: hay riesgos para la salud, como lo que le sucedió a Inger; riesgos de accidentes, como lo que le sucedió a los VSK, y ahora lo de Teur, que es una violencia indiscriminada de un sujeto que dispara y luego pregunta. Uno entonces piensa más en el cuidado que debe tener al pintar, de cuidarnos entre nosotros de esos riesgos que se pueden presentar”, afirma Pear.

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A Pear, como a los demás integrantes de Golpe de Barrio, la muerte de Teur les ha dado duro pues son conscientes de que su primer acercamiento a la práctica ocurrió en medio de los talleres de hip hop, escenarios donde se les dan las bases a chicos que llegan con poco o ningún conocimiento de grafiti. La intención de este colectivo siempre ha sido quitarles jóvenes a las drogas y a la delincuencia común, darles opciones de sobresalir y de utilizar su tiempo libre en actividades artísticas, pero ante hechos como la muerte de un pupilo no tratan de mirar hacía otro lado sino que se proponen enfrentar la situación adversa. “Todos los integrantes de Golpe de Barrio estamos enchufados en el sentido de que por más amor uno le tenga algo debe medir las consecuencias. Es posible que el enfoque de los talleres y de nuestra práctica cambie en cuidar un poco más la vida”, afirma El Gre.

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Entre las muchas preguntas que han quedado en el aire tras estos eventos, está la de si realmente, en medio de una práctica como la del grafiti, que pasa tanto por la idea personal con la que cada grafitero la asuma, es posible hablar de una cátedra que busque proteger la vida. El Gre, desde su posición de tallerista, ve esto como una tarea muy complicada: “Esa pedagogía es individual, es una decisión individual. Cada persona toma el grafiti de manera diferente: desde el que vive con la agenda llena pintando murales y que solo lo hace por plata, hasta el que ahorra lo de las onces para irse a comprar aerosoles y salir con un amigo”, afirma. 

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Eso sí, la pedagogía en este tipo de talleres nunca pasa por alto temas normativos asociados a la práctica del grafiti, y a todos los jóvenes que han pasado por allí se les pone de presente la existencia de leyes, contravenciones, y el manejo que tienen las autoridades frente a una práctica que siempre ha generado resistencia en las diferentes escalas del establecimiento, desde el agente de policía hasta los círculos donde se construyen las políticas públicas. Por otro lado, en materia de seguridad, Pear es enfático en que a los jóvenes se les transmite el cuidado que deben tener con factores como la inhalación de gases tóxicos, la utilización de elementos de protección, y el protocolo para realizar trabajo en alturas.

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Y es que sin importar los riesgos, el grafiti siempre va a estar pidiendo su espacio: si existe ciudad, siempre va a estar ahí el grafiti, pero el asesinato de Teur y los otros accidentes generan una reflexión, también necesaria en una práctica cada día más popular en Bogotá y el continente. “Para mí lo sucedido con Teur es una concientización de que el grafiti no es un juego. Lo que le pasó a él es una opción entre las mil que pueden ocurrir. Son hechos que tienen lógica dentro de la práctica”, afirma Era, quien también se anima a hacer un llamado a no bajar los brazos, a seguir pintando,  a “no darles el gusto a personas que no lo ven bien”. 

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A la voz de Era se unen las de Zhon y Moser. Ellos están conscientes de los riesgos a los que exponen, pero tras lo sucedido con su amigo, en vez de plantearse retroceder, se afianzan en lo que hacen. “Se trata de ser perseverante y no dejar que lo malo te mate las ganas, de tener respeto por lo que sabemos que puede pasar. Y todos los que estamos en esto tenemos claras las consecuencias de hacer grafiti”, dice Zhon. Moser, por su parte, afirma que la muerte de Teur impulsa los objetivos que tiene este arte en todo el mundo, pero también pone el dedo en la llaga de una sociedad a la que acusa de frenar el desarrollo de las pasiones de un movimiento que, a final de cuentas, siempre ha sido pacífico y que lo único que pretende es mostrar inconformismo. 

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El asesinato de Teur también ha puesto a hablar a diferentes artistas urbanos argentinos. Son varios los que repudian el hecho y lo asocian al estado de violencia que se respira en Argentina y que es provocado por problemas socioeconómicos como el desempleo y la inflación. Este ambiente genera que los grafiteros estén actuando en un contexto que cada vez estigmatiza más la práctica, algo alentado desde las más altas esferas del poder político e incluso, en cierta medida, por los medios de comunicación.

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Al hablar sobre grafiti en Argentina, Nazza Stencil, un artista urbano y activista político que pinta en ese país desde 1994, se remonta al crecimiento constante que ha tenido la práctica desde la década de los noventa en Buenos Aires y hace énfasis en la explosión que tuvo el grafiti ilegal entre 2010 y 2014. “Se generó una ola de crews pintando en las noches, y fue uno de los lugares preferidos para los extranjeros que querían venir a pintar y dejar su marca como parte del circuito mundial del grafiti”, explica. Por su parte, Cof Vive, un grafitero radicado en Buenos Aires y con 15 años de trayectoria, explica que en su país, a diferencia de otros como Brasil, Chile o Colombia, el grafiti actualmente está en una etapa de adolescencia explosiva. “El vandal está en su auge. Como no hay legislaciones sobre este tema, los chicos que recién empiezan y están haciendo vandal tienen mucha libertad”, explica. 

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Esta perspectiva de auge que tiene Cof Vive, contrasta con la visión que de la escena tiene Matt Fox-Tucker, fundador de Buenos Aires Street Art. Para él, el grafiti es más débil que hace unos años y se explica, en parte, por las políticas del actual gobierno del presidente Mauricio Macri, un empresario asociado a los sectores más conservadores y neoliberales del país. En medio de su gestión, dice Matt, se han gastado millones de dólares en nuevos trenes y vagones del metro subterráneo, lo cual incrementa también el control y la instalación de cámaras de seguridad. Por otro lado, la inflación encarece los precios de los aerosoles. 

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Y, como si de poner más trabas se tratara, el artista urbano Gerardo Montes de Oca explica cómo, en Buenos Aires, el gobierno local ha propuesto armar grupos de vecinos para tapar los muros, algo que complementa Era: “Desde que está el actual gobierno quieren desaparecer el grafiti. Una vez hicieron un concurso que consistía en que el barrio que más pintara de gris se ganaba dos mil pesos argentinos (algo así como doscientos mil pesos colombianos)”. Como lo ve Gerardo, desde arriba existen posturas frente al grafiti que de cierta manera predisponen a la gente para que ocurran actos como el asesinato de Teur. 

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Muchos de los problemas que se generan frente a la práctica del grafiti ocurren también por el miedo que se ha enquistado en la sociedades respecto a lo desconocido, respecto al carácter contestatario que representan este tipo de prácticas urbanas alejadas de los mecanismos convencionales para manifestar posturas. Lo que hacía Teur, lo que hacen los grafiteros, no es otra cosa sino desahogar pensamientos, emociones, ideas, y las paredes y muros, y cualquier otro sitio donde tenga impacto la pintada, se convierten en los vehículos para llevar el mensaje. 

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Foto de Nazza Stencil

En Argentina, Cof Vive encuentra que esta paranoia se ha incrementado gracias al asentamiento de gobiernos conservadores y neoliberales que profundizan la desigualdad social con sus políticas y generan una mayor violencia en la población afectada. “En este estado, la gente circula por las calles con miedo y se desvirtúa el vínculo con los vecinos. El prejuicio por la imagen que proyecta uno u otro tipo de ciudadano que no se atiene a ‘lo normal’ genera situaciones como la que ocurrió con Teur”, explica este grafitero. Gerardo ve que desde los medios se alienta una cultura del miedo que vende, y que lleva a reacciones totalmente desproporcionadas, como los tres disparos que recibió el grafitero.

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Foto de Nazza Stencil

“Se está viviendo una paranoia colectiva con el tema de la inseguridad, los robos, escraches y secuestros y se llega a este extremo. Es por esa relación de odio que hay en las calles de Buenos Aires (no muy distinta a la de cualquier ciudad en Suramérica), donde a veces una simple discusión en la vía publica puede terminar en un asesinato. Muy poca tolerancia se vive por parte de la sociedad, mucho menos si eres joven en este país, que ya tiene una historia triste con la represión contra la juventud por parte del Estado, en forma de dictaduras militares. Ese resabio todavía lo sufrimos, porque de cierta forma quedó enquistado en la sociedad”, explica Nazza Stencil, quien realizó un homenaje a Teur al plasmar la imagen del joven bogotano en un par de latas de aerosol.

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La pérdida de Teur ha dejado un vacío irreparable en su familia y amigos, más por las circunstancias en las que se presentó. Cuando apenas intentan asimilar la pérdida de su hijo, hermano y ‘parcero’, como le decían muchos, la noticia de la libertad provisional que una juez argentina le otorgó al asesino ha acrecentado el dolor. A pesar del delito cometido (homicidio agravado por el uso de arma, en concurso con exceso en la legítima defensa y tenencia de armas de uso civil), el responsable del hecho, al que le encontraron ocho cartuchos calibre 22 y 41 cartuchos calibre 22 L.R, está hoy en su casa. Patricia Apesteguy, abogada apoderada de la familia de Teur, dice que la puesta en libertad es absurda, más teniendo en cuenta el delito que se cometió, que da la pena de cárcel más alta en ese país. Además, el hecho de que haya ocultado el arma, y ahora esté libre, la hace pensar que puede llegar a entorpecer el proceso, a pesar de las pruebas en su contra. 

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Su familia y amigos solo piden justicia, y para ello han empezado por la creación de un grupo en Facebook, pero la idea es movilizarse y llegar a esos sectores de la sociedad que no han terminado de comprender que hacer un grafiti no es un delito y que bajo ninguna circunstancia puede costar una vida. “Si nos tiene que quedar algo después de esto es que hay que cuidarnos más. Están cazando a los chicos y cualquiera es sospechoso por el solo hecho de portar una cara que a las fuerzas de seguridad o al otro que está en la calle no le gusta. Hay que cambiar esa realidad en las paredes y que sean espacios de expresión, cultura y reflexión”, cierra Nazza Stencil.

 

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