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Fotos de Pablo Allison / @pablondon2

En la fotografía de Pablo Allison se encuentran el drama de la migración y el grafiti

Luego de estar tras las rejas en Inglaterra por hacer grafiti, Pablo Allison decidió enfocar de otra manera su ejercicio en calle. La fotografía se consolidó como la herramienta para narrar las situaciones a las que se enfrentan a diario los migrantes en Centroamérica.

@sinserrucho

La cárcel cambió por completo la vida de Pablo Allison. Cuando terminaba la primera década de los 2000, la policía inglesa se puso a la tarea de encerrar a todas las personas que hicieran grafiti en Reino Unido y Pablo era uno de ellos. Aunque su estadía de 19 meses entre celdas y detención domiciliaria no frenó sus ganas de seguir produciendo y pensando desde el grafiti y la fotografía, sí transformaron su perspectiva sobre su oficio, sus acciones en calle y el mundo.

Aunque Allison nació en Manchester, Reino Unido, a sus cuatro años ya estaba instalado junto a su familia en México, país natal de su mamá. Desde muy pequeño, en Ciudad de México, se sintió fuertemente atraído por la tipografía y el Metal, la mezcla justa que años más tarde, sin saber, lo introduciría al mundo de la escritura callejera. 

Copiar la tipografía que usaban algunas bandas de heavy metal en las carátulas de sus discos fue el inicio. En 1995 Pablo empezó a salir para dejar su nombre en las calles de su vecindario, algo que no era muy común en la capital mexicana a pesar de que ya había escritores locales y algunos grafiteros gringos habían pasado por tierras aztecas para ejecutar proyectos sociales con grafiti en zonas marginales.

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Previo a su experiencia en la cárcel y paralelo a su movida en el grafiti, en el año 2000 Pablo se adentró en la fotografía. En 2003 empezó a hacer fotografía con fines sociales, y con el tiempo se decantó por ésta disciplina como profesión, eso sí, sin dejar de lado su pasión por la pintura. 

Con el paso del tiempo empezó a viajar y el grafiti fue una pieza clave para tratar con personas de otros lugares y para conocer otras maneras de ver y relacionarse con el mundo. Así fue como resultó en la cárcel.

Estar en prisión llevó a Pablo a entender de otra forma el grafiti y a querer ir más allá de la lógica de pintar su chapa en todo lado; un seudónimo que prefiere no mencionar por el interés que tiene de que sus disciplinas mantengan cierta distancia entre sí. 

“El grafiti es un acto muy egoísta y yo quería ser un poquito menos egoísta. Me gusta, no te voy a decir que no, pero tengo que saber cuándo hacerlo. La fotografía siempre ha ido de la mano con el grafiti cuando documentas tu trabajo, pero eso es una cosa muy diferente a lo que haría yo como fotógrafo —dice Allison— Si me debo llamar de alguna forma, supongo que sería el término general "artista", pues enfrasca muchas cosas, en contraste con una disciplina que me defina. Siempre quise ser incógnito. Yo siempre era mi nombre de grafiti y Pablo el fotógrafo, siempre escondiendo esa otra identidad”.

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Después de estar en prisión, en 2011, Pablo dejó de pintar por un par de años por temas legales y empezó a trabajar para diferentes organizaciones no gubernamentales cuyo enfoque en derechos humanos lo llevó a involucrarse en procesos sociales como la desaparición forzada en países de Centroamérica como Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala.

Durante esos años Pablo anduvo todo el tiempo para arriba y para abajo con su cámara. Por esa época los aprendizajes que le dejó la academia, sumados a los que le proporcionó el estar experimentando en la calle, le permitieron pulir su actividad como fotógrafo.

Ya en 2016 Allison decidió regresar a México tras una vida rutinaria. Sin embargo, al poco tiempo decidió volver a Centroamérica, esta vez por sus propios medios y sin tener en su espalda esa visión institucional en relación a los derechos humanos que le implicaba laborar para organizaciones sociales.

Fue entonces cuando Pablo quiso aportarle al tema migratorio desde sus disciplinas y en ese punto consiguió un equilibrio entre la pintura y la fotografía. “Yo sí practico el grafiti, que es el ego por medio de mi nombre y que también me nutre, pero también lo divido en otro tipo de grafiti que no necesariamente le llamo grafiti, aunque está hecho con las mismas herramientas: el aerosol, la pared, superficies en la calle, pero no lo asocio realmente con grafiti”, explica. 

Pablo hace referencia a algunas pintadas que empezó a hacer; palabras que cualquier persona que conozca del tema podría definir como grafiti, pero que él prefiere no relacionar con esta práctica. Estas palabras para él no son grafiti y no las llama de ninguna forma sino que asegura, son una apuesta por hacerle el quite a esas dinámicas egocéntricas del writing con el objetivo de llamar la atención de quienes se las crucen por la calle por el significado que tienen.

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Además del impulso que le dio el trabajo con las ONG, la razón que lo llevó a quererse conectar con la gente de a pie por medio del grafiti la descubrió en la cárcel. Aunque Pablo ya había participado en pintadas de carácter sociopolítico, estando en esa celda de 3x3 fue que decidió que al salir iba a seguir pintando letras con un propósito estético al tiempo que ejecutaría una idea desde la pintura con un tinte más social que le permitiera estar más cerca de las personas por medio de palabras.

Los viajes para pintar, sumados a los viajes laborales con las ONG y al hecho de haber llegado a México en sus primeros años como un extranjero más que debía adaptarse junto con su familia, le permitieron conocer y vivir en carne propia algunas discriminaciones a las que se enfrenta la población migrante alrededor del mundo.

(Conozca ‘El sueño migrante’)

“Viajar me ha abierto el panorama para estar interesado en conocer las problemáticas de los demás, poniéndome en sus zapatos. Esas cosas me han abierto el mundo. Cuando viajaba más chico viajaba para pintar más que nada en Europa. Yo iba con el fin de pintar mi nombre en los muros y en el metro y nada más y eso está bien, pero ahora vivo en este constante y complejo conflicto de estar en frente de una superficie y preguntarme qué quiero comunicar; quiero comunicar algo a un público más diverso de algo que para mí tiene más relevancia, o quiero pintar mi nombre con muchos colores y que se vea bien. Ahí es bien complicado eso porque me mete dentro de un conflicto personal”, explica Pablo. 

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La Bestia es el nombre que recibe una red de trenes de carga en México que además de transportar insumos como combustibles o materiales de construcción, permite a muchos migrantes cruzar del sur de México hasta la frontera con Estados Unidos. Estos trenes y todo lo que se movía en torno a ellos, llevaron a Pablo a emprender el viaje en más de una ocasión para retratar esta realidad. 

(Vea ‘Fotos de la pesadilla previa al sueño americano’)

De ahí nacieron dos proyectos fotográficos desarrollados en simultáneo con los que abordó el tema migratorio desde distintas aristas: El paisaje de la bestia (2018), un ejercicio en el que buscaba retratar precisamente ese paisaje que veían los migrantes cuando se lanzaban a esa travesía, y La luz de la bestia (2018), en el que retrata a las personas y situaciones que se mueven con el tren. 

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“El modo de transporte para todas esas personas muchas veces es el tren. En el tren de carga vienen mensajes, vienen palabras y vienen grafitis. Viajan grafitis en esos trenes y viajan personas. Para mí el tren fue el hilo conductor entre la fotografía y el grafiti, fue algo muy espontáneo que se fue dando y de una forma muy natural. Curiosamente entonces ahora estoy más cómodo con esas dos categorías mezcladas”, cuenta Pablo.

Un punto en común que encuentra Pablo entre su escritura de grafiti y su proyecto fotográfico está en cómo le ha podido llevar los temas que aborda desde las imágenes a un montón de personas que pintan como él en distintos lugares del mundo.  

“Por medio de las palabras y por medio de la fotografía he podido llegarle al público del grafiti que es un público enorme, no sé si es hasta más grande que el de la fotografía. Me conviene más porque es un modo de acercar una cosa que para mí es muy importante a un público que quizá no está tan desarrollado en el tema, pero que le interesa. Muchas de las ventanas que he podido abrir han sido gracias a la comunidad de gente que pinta grafiti”, señala.

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En mayo de 2019, Pablo emprendió un viaje desde México hacia el estado de Washington en Estados Unidos con el objetivo de llegar a Canadá. Al arribar, después de viajar por semanas en trenes de carga, no se le permitió ingresar al país porque no tenían clara cuál era la intención de él por ir allí. En medio de esos incómodos y hostigantes trámites, enviaron a Pablo a una oficina de inmigración de Estados Unidos y luego de varias horas de interrogatorios y de estar en una celda, se lo llevaron preso.

Pablo, sin saberlo había excedido el tiempo que podía estar en Estado Unidos y por ello fue recluido en una prisión de ICE, Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (en inglés U.S. Immigration and Customs Enforcement).  

“Ahí es donde debía estar, el destino me llevó. No soy una persona espiritual ni una persona religiosa, pero me he convencido de ciertas experiencias de vida y creo que el destino es una palabra que tiene mucho sentido. Acabé en la cárcel en Estados Unidos compartiendo con personas con las cuales había compartido muchísimas experiencias en el camino y de las cuales había escuchado de primera voz sus experiencias en la cárcel”, dice.

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Retratos ICE

Durante el tiempo que estuvo allí, Allison utilizó el dibujo como herramienta documental. Estos dibujos de los migrantes retenidos que hizo durante el mes que estuvo encerrado son para él, fotografías que hizo durante ese tiempo. “Como no tenía una cámara, dibujé con la estética de la fotografía que yo suelo hacer. Para mí esos dibujos son fotografías, aunque no son fotografías”. Este proyecto lo denominó Retratos ICE.

En 2017, antes de su estadía en la cárcel en Estados Unidos, Pablo tuvo un breve paso por Colombia en el que intervino varios espacios en diferentes ciudades. La idea de él fue pintar algunas palabras en relación a la situación que vivía el país, que un año atrás había firmado los Acuerdos de Paz que permitieron la entrega de armas y reincorporación de militantes de las FARC. Algunas de las palabras que pintó fueron Paz, Diálogo o Colombia.

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En julio de este año, Allison publicará un libro llamado Moral Turpitude sobre su encierro en Estados Unidos, y, aunque aún no tiene fecha, cuenta que en este 2021 también sale un segundo tiraje del fotolibro La luz de la bestia, esta vez con una editorial de Estados Unidos para buscar tener más alcance en este país. Además, Allison está trabajando actualmente en un documental sobre migración en El Salvador. Pablo espera que su fotografía siga siendo un ejercicio que documente la vida de los migrantes en Centroamérica y así poder aportar de alguna forma a la realidad con aerosoles y sus cámaras.


Siga el trabajo de Pablo Allison en su página web y en su cuenta de Instagram.

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