Ud se encuentra aquí INICIO Historias El Sueno Migrante

El sueño migrante

Por las trochas que conectan Táchira y Norte de Santander circulan de manera ilegal más de treinta mil personas. Al llegar a Colombia, muchas familias venezolanas migrantes se refugian por algunas noches en una cancha en Villa del Rosario donde las madres se turnan para hacer guardia con el fin de que sus hijos puedan descansar seguros. Esta serie fotográfica es una mirada al sueño que repara, pero también al que aspira un futuro mejor.

Julian Bonilla

 

Durante la noche, a pocas cuadras de La Pajarera y La Playita, dos de las trochas más concurridas que comunican a Villa del Rosario (Colombia) con San Antonio (Venezuela), hay familias enteras durmiendo a la intemperie en una cancha de tierra. Descansan después de largas caminatas. Recobran la fuerza para seguir con sus viajes, los cuales tienen como punto final no solo Cúcuta o alguna ciudad colombiana, sino cualquier punto de Latinoamérica.

Por estos caminos salvajes plagados de bandas criminales que cobran peajes ilegales, cuyos costos oscilan entre los dos y los treinta mil pesos, pasan la frontera cerca de treinta y cinco mil personas a diario. Se han detectado a la fecha más de cincuenta trochas entre los dos países, las cuales se extienden en los casi quinientos kilómetros de frontera por el departamento Norte de Santander. Sus rutas, custodiadas por “coyotes” o “trocheros”, se abren paso entre la maleza y atraviesan el caudal del Río Táchira. Justo en la entrada de La Playita se ha consolidado una economía fundamentada en oficios variopintos, como lavar pies o vender analgésicos y antiinflamatorios.

Algunos de estos venezolanos que recargan sus energías en la cancha de tierra organizan cobijas y cartones sobre el áspero suelo. Con suerte desayunarán la mañana siguiente gracias al comedor humanitario Divina Providencia, que a primera hora estará abriendo sus puertas, a una cuadra de allí, para entregar cuatro mil desayunos y posteriormente cuatro mil almuerzos. Esta iniciativa, que es dirigida por la Diócesis de Cúcuta con el apoyo de la agencia para los refugiados (ACNUR) y recursos de la PMA (Programa Mundial de Alimentos) y de agencias de la ONU, es atendido por cuarenta voluntarios de la ciudad. La cancha, de algún modo, se ha convertido en una suerte de culto a los sueños, no sólo porque todas las noches reposan los cuerpos cansados de cientos de familias, también porque en este lugar es donde se planea la estrategia para continuar el camino: donde se calcula el futuro de familias compuestas por cuatro o cinco hijos armadas apenas con una o dos maletas.  

Durante la noche las madres se turnan para hacer guardia con el fin de que sus hijos puedan descansar seguros. Algunos vecinos de la cancha manifiestan molestia por la presencia de estos venezolanos que ocupan el terreno. A veces incluso se acercan a ellos y les dicen que se vayan, que busquen otro lugar para refugiarse. Lo dicen impávidos, como si la huída y sus efectos colaterales fuera una actividad fácil o llevadera. A pesar del rechazo, muchos migrantes se muestran llenos de optimismo, con la esperanza de que la hiperinflación y la violencia sean transitorias. Muchos esperan poder regresar algún día a un país que les resulte cómodo. Uno que otro me aseguró, mientras tomaba las fotos que componen esta breve serie fotográfica, que dormir en la cancha es mucho mejor que estar en Venezuela, donde no solo han tenido que lidiar con la tarea de conseguir alimentos y medicamentos, si no que además han sufrido el hostigamiento de la delincuencia.

Las familias que conocí no llegaron a Colombia con la intención de usurpar los trabajos o los recursos de nadie. Intentan sobrevivir. No solo llevan sus maletas con las pocas pertenencias que les quedan, también cargan el cansancio de noches en vela pensando en lo mismo que pensamos muchos: ¿qué pasará mañana?

02_14.jpg

"Esta madrugada soy la encargada de prestar guardia. Tengo que estar pendiente de que no vengan a robarnos o molestarnos, de ser así, me toca despertar a los demás”.

 

03_13.jpg

“Nuestro destino es Lima, Perú, tenemos algunos amigos que colocaron un puesto de arepas, esperamos poder llegar pronto a ayudarles”.

18_20.jpg

“Usted lleva dos noches con nosotros acá. Y usted se ha dado cuenta. Acá todos somos familias honradas, con niños, no queremos hacerle daño a nadie… pero la estamos pasando mal, pana”.

04_9.jpg

“Aún no sabemos qué hacer, ayer hablé con mi esposo y la mejor opción sería caminar hasta Tunja. Nos dicen que existe un refugio”.

05_7.jpg

“Es difícil dormir. Lo máximo que duermo es media hora. Cualquier ruido o carro que pasa me despierta… no dejo de pensar qué camino debo tomar”.

07_7.jpg

08_5.jpg

 

“Mi ideal es llegar a Bucaramanga. No queremos una ciudad fría. Tengo dos de mis niños con fiebre, hasta que no estén mejor no podemos salir a caminar”.

12_39.jpg

09_4.jpg

“Me vine con mi hermano a ver cómo conseguimos dinero para mandar a Venezuela. Mis hijas y mi mamá aún están en el país”

13_38.jpg

06_8.jpg

“Nos unimos con unos vecinos para salir a buscar una mejor vida. Entre los dos cada noche armamos el cambuche”.

17_21.jpg

“Mi papá dice que estamos acampando, que vamos a ir a visitar a una tía en Ecuador que no conozco”.

14_33.jpg

15_28.jpg

20_17.jpg

“Juguemos cartas que ya casi sale el sol”.


Sígale el rastro a Julián en Instagram.

Comentar con facebook

contenido relacionado