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Compostaje urbano contra la basura

No es una novedad ni un secreto que el Relleno sanitario Doña Juana está colapsando. Si no empezamos a cuestionar nuestro consumo y a tomar cartas sobre el asunto, nos espera un futuro lleno de lixiviados.

Mario Rodríguez H. / @quevivalaeme

De todas las montañas presentes en Bogotá, hay una por la que no se siente ningún orgullo. “La montaña de la vergüenza” la bautizó una tesis de la Universidad del Rosario cuya producción periodística estuvo a cargo de César Pérez Moreno y Juan Camilo Garnica Trujillo, y que evidencia una de las problemáticas que más han afectado tanto a la capital del país como a la humanidad entera desde los inicios de su historia: la basura.

Revisando procedimientos de civilizaciones antiguas (Roma, Grecia, Egipto) se puede ver que desde hace siglos se han destinado terrenos para los restos, principalmente para la cerámica o incluso los muertos. Esto se fue consolidando desde el asentamiento de las comunidades en el neolítico. Las culturas precolombinas, por su parte, quemaban la mayor parte de sus desechos en rituales. Siguiendo esta lógica, en los siglos xviii, xix y xx los espacios destinados como vertederos proyectaron su actividad a gran escala, siendo Londres y Filadelfia ciudades pioneras en operaciones de recolección y limpieza, así como en la implementación de políticas sanitarias, designando trabajadores públicos para estas tarea con el fin de salvaguardar la higiene de las ciudades. 

Con la segunda revolución industrial, Inglaterra y Estados Unidos siguieron viviendo una “innovación” en materia de basuras, lo que los llevó a gestar los primeros centros de tratamiento de residuos del mundo moderno: Nueva York en 1895 y Londres en 1907. 

Producto de una gran expansión capitalista, causada en buena medida por las nuevas formas de organización social que se desarrollaron de la mano de la locomoción, se fortaleció el concepto de urbes y la dinámica actual entre quienes las habitamos. La relación con nuestros residuos (que son nuestra responsabilidad), es, en gran medida, la del desecho olvidado. Hoy un camión nos recoge la basura, se “encarga de ella”, pero ¿sabemos qué pasa con ella? Con la necesidad de responder esta misma pregunta, los fundadores de Más Compost Menos Basura, una iniciativa de recolección de residuos orgánicos y producción de compostaje en Bogotá que quiere mitigar el impacto ambiental causado por la hiperproducción de basura y su mal tratamiento, llegaron, siguiéndole el rastro a un camión, hasta el Relleno Sanitario Doña Juana (RSDJ): al botadero ingresa un camión cada dos minutos, debe pasar por una báscula, peso y placas se registran al tiempo que se le asigna una parcela en este lote ubicado al sur de la ciudad, cuyo área es casi seis veces más grande que el Parque Metropolitano Simón Bolívar. Diariamente se han llegado a descargar hasta 9,000 toneladas de toda clase de desechos

“Como si fuera una lasaña gigante de basura —cuenta Jessica Rivas, coordinadora de Más compost Menos basura—. Se esparcen nuevas capas de residuos compactados que se recubren con láminas de arcilla. Antes era recubierto con plástico, lo que ahoga más los líquidos lixiviados y al final produce más metano y gases invernadero”. Patricia Pinzón, subdirectora de Disposición Final de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Público (Uaesp), explicó a Semana Rural que actualmente se están tapando los residuos con plástico verde como medida temporal, o con arcilla. <<Esto segundo significa cubrir definitivamente las basuras compactadas>>, asegura Pinzón.

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Para la coordinadora de Más compost y experta en transformación de residuos, la clave está en ese líquido apestoso y en principio inexplicable que chorrea desde que se saca la bolsa del contenedor plástico donde reposa hasta el camión que se la lleva, y cuyo hedor vive impregnando tanto el asfalto como los ductos y los depósitos donde se aloja. Si alguna vez se había preguntado qué palabra describe los malos olores de la basura, es esta: lixiviados, líquidos producto de la descomposición de lo orgánico junto a otros desechos. Y cuando esto pasa, cuando se llega a esta mezcla, es imposible compostar lo orgánico y dar una segunda vida a los residuos. “En una relación individual como la que vivo con el campo, con los ingredientes correctos y mezclándolos de forma adecuada, está la receta para la felicidad de uno”, me dice Juan Pablo, un neocampesino que dejó la vida en la ciudad para vivir en el “Bosque Escondido”. Cuando Juan Pablo aprendió a compostar, comprendió la que considera su fórmula del éxito. “Este proceso es cíclico y complejo, pero para mí es básicamente todo, es el inicio y el fin, es participar en el proceso desde que empieza como alimento para mí y luego es el alimento de las plantas que, en últimas para un man que cultiva comida como yo, es todo. Ese es el éxito: una buena cosecha, un buen alimento, un buen sustrato que nutra las plantas e impida que lleguen plagas donde tienen un crecimiento y finalmente vuelven al mismo lugar para volver a nacer”. 

(Para entrar en contexto: Así viven los neocampesinos a hora y media de Bogotá)

Por su parte Betto, fundador de Gaia, una ecoaldea a media hora de Villa de Leyva, señaló que es importante separar el contexto urbano del rural, pues son dos experiencias distintas. “A nivel urbano es más complejo —asegura Betto—, se requieren equipos e infraestructura básica para generar composta y estar muy atento de él porque en espacio pequeño es difícil, lo que te lleva a reflexionar sobre estar en el campo. En el campo debes separar la basura porque no puedes echar el plástico al compostaje ni puedes echarlo en una [caneca de] basura porque nadie te lo va a recoger. Te das cuenta entonces lo mucho que disminuyes, en cantidad, esos residuos. Te da una satisfacción porque bajas tu huella ecológica a través de lo que tú mismo produces”. Sobre el contexto urbano, el problema es el evidente mal manejo masificado a las basuras. “Cuando comparten lugar cáscaras de naranja y cartón y nadie se preocupa —explica Jessica—, el RSDJ se convierte en eso, montañas de todo con todo mezclado. Por eso es tan importante la correcta separación de basura… aunque para nosotros el discurso de bolsa blanca y bolsa negra está mandado a recoger”.

La apuesta de Más compost consiste en entregar un balde y un manual, como ha hecho con las 430 familias a las que ha venido enseñando sobre la composta como alternativa para equilibrar o contrarrestar el consumo. Sobras de alimentos crudos, el restante del café y los cunchos de chorros, lácteos y zumos de frutas, así como papelería sin contaminación plástica —algunas tintas, plastificados y químicos— y otros residuos orgánicos, son bienvenidos al balde del compostaje que cada semana recogen en las casas de los inscritos en su plan, que incluye una devolución, cada tres meses, de abono, un incentivo para aventurarse a la jardinería urbana. La conversión de residuos orgánicos en abono requiere tres meses en el sistema de Más compost. A diferencia del proceso de putrefacción que se da en los botaderos, la descomposición orgánica requiere una oxigenación apropiada que regule la humedad, así como una capa química de carbón, función que de manera casera puede cumplir el aserrín u otros materiales secos similares. “Lo principal es entender que basura no es lo mismo que desecho ni residuo”, señala Jessica. Explica que la basura es el conjunto de residuos y desechos y que juntos son un problema grave. Los residuos en cambio, al darles un buen tratamiento, tienen otro ciclo de vida aprovechable. 

Luego de cooperar junto al Acueducto de Bogotá en un exitoso programa pedagógico sobre alternativas al manejo de basuras, Jessica y su equipo fueron contactados por la Uaesp, quienes restaron importancia a su propuesta sosteniendo que nadie adoptaría la medida de separar lo orgánico en un balde aparte. “La respuesta que nos dieron fue esta—cuenta Jessica—: Si la gente no ha captado que el reciclaje va en una bolsa aparte, ¿qué va a entender que lo orgánico tiene un tratamiento y transformación diferentes y deber ir, además, en un recipiente nuevo? Pero nosotros nos dimos cuenta de que la gente se intrigaba cuando nuestros motorrecolectores recogían las canecas. Nuestros clientes siempre quedan expectantes a la entrega de su abono. Si lo comparas con el modelo tradicional es totalmente distinto, pues luego de que botas la basura lo que menos quieres es volver a saber de ella”. 

(Le puede interesar este reportaje: Abandonar la ciudad para salvarla: así vive una comunidad autosostenible)

Jessica estuvo metida en cuanto grupo ecologista y minga hubo en la universidad y en estos espacios conoció a Gabriel, quien es hoy su socio y esposo. “Con él tuve Sugumuxi, una fundación que abordaba el tema desde la teoría y siempre se hablaba de que la problemática más grande de Bogotá era el tema de la basura pero no pasaba de ahí. Nunca habíamos ido al RSDJ y cuando seguimos el camión fue que decidimos montar nuestra propia alternativa”. Con la pedagogía como su base, empezaron a trabajar en la falta de conciencia sobre el consumo y los desechos, así como en el desconocimiento y desconexión de una acción básica y cotidiana como botar basura. “Ignoramos por completo lo que sucede luego de sacar la basura, creemos que es bolsa blanca y negra, y ya está, que se paga una tarifa que de hecho subió un 10% y no sabe uno por qué, pero tampoco importa. No se trata de regañar porque así no se aprende, se trata de brindar la facilidad y enseñar. Si la gente se siente sola en esta transformación, no lo va a hacer. Lo digo porque qué más ejemplo que mi papá, que solo hasta hace tres meses adquirió el servicio y empezó a compostar cuando yo ya llevo dos años con la empresa. Como dicen: en casa de herrero, azadón de palo”. 

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Más compost Menos basura recoge actualmente 3 toneladas de residuos semanales, los cuales compactan en Suba. Empezaron procesando los residuos gracias a un centro de transformación en Tenjo que funciona con lombricultura, ahora también trabajan junto a Sineambore, organización del barrio Mochuelo Alto con el propósito de mitigar la cantidad de residuos que ingresan al RSDJ. La principal función desde Sineambore fue <<agrupar población de especial protección como lo son los recicladores de oficio, con el fin de manejar los residuos sólidos aprovechables a la población ciudadana para el cuidado ambiental y progreso social>>, como explica la página, pues comprenden cómo las afecciones medioambientales repercuten en quienes habitan estos predios. 

El coctel de metano y lixiviados se hace más volátil entre más alta es la montaña de desechos, lo que obviamente aumenta las posibilidades de derrumbes de basuras, como el más reciente caso de abril, que involucró un poco más de 60.000 toneladas de basura o el equivalente aproximado a una semana y media de disposición, como indicó Luz Amanda Camacho, funcionaria de la Uaesp, a Blu Radio. Camacho responsabilizó, en parte, al operario del RSDJ y aseguró que a diferencia de la emergencia sanitaria de 1997 —muy recordada por algunos bogotanos, la cual contaminó el río Tunjuelo con 200,000 toneladas de basura—, el reciente derrumbe no generó ninguna explosión subterránea. Según la Defensoría del Pueblo, cerca de 630.000 ciudadanos presentaron pruebas ante el Consejo de Estado por aquella emergencia, hace 23 años. Hasta el momento, 1,472 personas serán indemnizadas pues lograron demostrar las afecciones sufridas y ser parte del grupo que el Alto Tribunal reconoció en la sentencia del caso Doña Juana, proceso que actualmente sigue en curso.

Las voces de los vecinos del RSDJ son protagonistas en el documental La vecina incómoda, publicado en 2019 y construido entre el Proceso Popular Asamblea Sur y el Colectivo la Rula. Un ejemplo de estas voces importantes son las hermanas Silvia y Nubia Rodríguez, quienes aseguran que sus papás llegaron primero que el relleno y al momento de la entrevista, seguían esperando la indemnización. <<Niño que va naciendo, va naciendo enfermo>>, agregó al relato Benjamín Cangrejo, mientras que por otra parte Franklin Rivera acotó que <<no hay una estadística real de por qué llegábamos nosotros a los hospitales, por qué se morían los niños, por qué se quebraban partos>>. Si bien se recuerda la zona como una tierra próspera donde se cultivaba principalmente cebada que compraba Bavaria, así como papa, habas, arveja y cebollas larga y cabezona, siendo así una fuente de alimentos y de agua importante para el sur de Bogotá en la década de los 80, hoy el panorama es completamente distinto. La cantidad de moscas sólo es posible cuantificarla en trampas para moscas. Hay de dos tipos: las personales, platos amarillos que en minutos se llenan de cientos de moscas, y las de las puertas y ventanas, plásticos verdes mojados en una sustancia que atrae a los bichos y según su cantidad, que se cambian en un máximo de una semana. Ni el cloro espanta las moscas que suenan como avisperos, tampoco es posible hacer frente a las ratas que se comen las sobras de alimentos y se cuelan en los cultivos. De acuerdo a la oficina de prensa del Concejo de Bogotá, también se convive con enfermedades respiratorias y digestivas, así como con traumas psicológicos.

En los registros del diario El Espectador resaltan dos antecedentes pertinentes para remontarse a los inicios del botadero: <<Fue una inauguración de pobres. Una pila de basuras, un aplauso. Al mes, llegó el alcalde Andrés Pastrana a izar la bandera, descubrir una placa, que luego se robaron, y tomarse muchas fotos. El mandatario local sembró el primer árbol de Doña Juana y el fundador y diseñador, Héctor Collazos Peñaloza, el segundo>>. El RSDJ sucedió a Gibraltar, en Patio Bonito, donde se organizaron para bloquear el acceso al botadero de entonces y El Cortijo, en la autopista hacia Medellín, que <<se colmó de basuras hasta el último de sus rincones y tuvo que ser cerrado>>. Para hacernos una idea, ambos fueron descritos como <<botaderos a cielo abierto, asediados por los gallinazos que desde arriba observan a los pequeños pelear con los cerdos por los desperdicios>>. Según el periódico El Tiempo, <<antes de la llegada de Doña Juana, mal contadas, eran 30 casas en terrenos rurales. Eran campesinos. Desde el martes 1 de noviembre de 1988, cuando el relleno comenzó a operar (...) las cosas comenzaron a cambiar>>.

Fue presupuestado para durar solo diez años pero actualmente cuenta con licencia para operar hasta el 2022 y además se contemplan planes de expansión. Y aunque si bien se dice que dentro del mismo RSDJ algunos de los gases son reutilizados para la producción de energía, los indicadores globales señalan atrasos en reciclaje y aprovechamiento de residuos en Colombia. “Si la gente supiera que con cada residuo que envía al botadero está cultivando una bomba de tiempo, se lo pensaría dos veces”, dice Jessica. Sin embargo, la situación actual es que, según ella: “no cabe ni una bolsa más y a la última prórroga le quedan todavía dos años… Puede que el impacto ambiental sea tan grande que la gente se pare y diga que no entra un carro más”.

Históricamente ha habido manifestaciones populares como oposición y resistencia al relleno, el paro cívico del 27 de septiembre de 2017 materializó los esfuerzos por visibilizar la emergencia con la que se convive. Según La vecina incómoda, a este movimiento se le conoció como El paro desde el sur, y en voz de su narradora la lucha es por la no expansión del terreno y el reconocimiento de la deuda histórica que tiene el gobierno distrital, regional y nacional con este territorio. Para Jessica, los desenlaces posibles son: “o el futuro está en regresar [a procesos anteriores de tratamiento de residuos] como nos dicen a veces algunos adultos mayores en los talleres que damos, porque antes compostar era lo tradicional; o a estas dos localidades les va a llover basura porque el botadero tarde o temprano colapsará”. Cuando compramos cualquier cosa, desde un paquete de papas fritas o una libra de tomate, hasta un computador, estamos adquiriendo todo el producto —incluido, por supuesto, su empaque o empaques—, no solo una parte. La responsabilidad de lo que resulta (lo aprovechable, el residuo y el desecho) de esta compra es nuestra. La crisis de las basuras es el resultado de nuestro consumo y si bien los planes de compostaje pueden ser un gran alivio para la emergencia, algo sin duda necesario hoy por hoy, es necesario cuestionar nuestro impulso de compra desmedida. “Vamos a tener que estar preparados para saber qué hacer con lo que nos sobró de lo que consumimos”, concluye Jessica.

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