‘Memorias del Calavero’: a seis años del monumento a un inútil
A seis años del lanzamiento de esta película hablamos con Rubén Mendoza, su director, sobre lo que encierra y revela este filme, uno de los seleccionados para cerrar el Festival de Cine la Tigra en Pie de Cuesta.
El 2014 fue un año de efervescencia en el cine colombiano. Gente de Bien de Franco Lolli, Los Hongos de Oscar Ruiz, Mateo de María Gamboa se destacaban en festivales y frente a un público fiel que miraba maravillado lo que ocurría en la pantalla. Ese año, Rubén Mendoza además de presentar Tierra en la lengua, una película que se destacaría ante la crítica y los espectadores, presentaba también el retrato de un hombre viejo y misterioso en Memorias del Calavero.
Memorias del Calavero es la historia del Cucho, un hombre que tuvo que atravesar por todos los círculos del infierno humano, la violencia, la situación de calle, la drogadicción y la locura. Este largometraje narra el viaje de un documentalista y su equipo junto al Cucho en una travesía por las montañas colombianas que incluye borracheras en burdeles de carretera y momentos de introspección al calor de un chocolate. Se trata de una película entrañable que habla del amor, la amistad y el terror de ser alcanzado por nuestros fantasmas internos.
Este largometraje es uno de las dos escogidos para cerrar el Festival de Cine La Tigra, un ciclo de transmisiones vía streaming organizado por el Festival de la Tigra que, desde Piedecuesta (Santander), se organizó para llevar a cabo conversatorios virtuales entre directores, actores y guionistas amigos sobre sus procesos creativos. Memorias del Calavero cuenta además con la actuación de Edson Velandia, uno de los organizadores del Festival y amigo, casi hermano, del director de la película.
A seis años de su lanzamiento hablamos con Rubén Mendoza, su director, sobre lo que significa esta película hoy en día.
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¿Cómo cree que ha envejecido Memorias del Calavero?
En eso he sido muy inconsciente y hasta inconsecuente y cobarde, si se quiere. La verdad, no la he visto desde que la presente en Cartagena. La he visto una sola vez con público, la vi mil veces haciéndola. Fueron años hasta de despreciarla también, porque el primer corte de esa película fue de cinco horas y media y yo quede indigesto. Por casi un año no pude tocarla. Entonces no tengo ni idea de cómo ha envejecido. Pero si le quiero decir algo, esa película yo la hice como un monumento para un inútil. Fue alguien que afectó mi vida intensamente. Yo no me acuerdo todos los días de Simón Bolívar, pero me acuerdo todos los días de mi vida del Cucho. No hay un día que no me acuerde de un dicho de él, de una risa, de una desidia, de un abuso, porque era un hombre sin márgenes. Yo no sé cómo envejeció esa película, pero ya que esa película era él en el fondo, me hace sentirlo más vivo que nunca.
Yo pienso al Cucho y sonrío, me da gusto haber pasado por la vida y conocerlo.
¿Cree que con el pasar del tiempo se va pareciendo en ciertas cosas al Cucho?
No, para nada. En algunas cosas ya quisiera, pero no. El Cucho era muy atrevido con cosas que yo no. Yo le conocí el lado más bello, pero lo conocí cuando él ya se podía reír de su desastre mientras otros no. Su familia, sus hijas no podían reírse de eso. Algunos principios del Cucho como ‘cuando vaya a correr, corra’ me gustaría tenerlos más presentes porque me hubiera salvado de muchos problemas. El Cucho era muy sabio y por eso tuvo tanta vida a la larga. Una cosa es ser un sobrino de ministro que le guste la coca o la marihuana, pero otra muy distinta es estarle saltando la trampa a la muerte en cada esquina y más en esos circuitos tan hijueputas que se movía él. Transitó los círculos de dolor más verracos de este país.
Cuando usted empezó a hacer la película, ¿cómo se la imaginaba?
Esa película primero la hice sin cámara, sin saber que iba a ser película. Más o menos el mismo recorrido de la película lo hicimos apenas terminamos el rodaje de La Sociedad del Semáforo (donde el Cucho fue coprotagonista), lo hicimos como diez loquitos. En el camino, entrando en Santander se unió Velandia y un parcero que vivía en Barichara, Edgar. Un loco que hacía barcos allá donde no había ni ríos. Casi todas las estaciones de la película se vivieron. Cuando yo volví de ese viaje y de celebrar la vida así de pura a la realidad, me di cuenta que el Cucho quedaba ultra propenso al desastre. Me lo lleve mes y pico a vivir a mi casa ya que mi novia estaba fuera del país. Al man ya lo habían recibido de nuevo en su familia, pero es que eso no se puede a la fuerza; uno no puede salir del infierno si no tiene ganas de hacerlo. Cuando regresamos se me ocurrió hacer de ese viaje una peli una chimba simplemente contando lo que vivimos y me parecía que le hacía falta una premisa. Entonces pusimos la enfermedad del Cucho que, si bien tenía SIDA en la vida real no estaba contra las cuerdas, y le puse también lo del secreto. Aunque eso era verdad también, él tenía un secreto terrible por el que querían llevarlo a la cárcel y él siempre dijo que se hacía matar el día que lo fueran a llevar porque lo encerraban por una razón injusta.
Simplemente fue darle cauce a la realidad, hacer que se encontraran unos ríos en el gran río del cine. La labor que más hago yo en el cine es de medio o intérprete, entonces puse esa premisa para tener algo con lo que luchar durante todo el camino y mostrarlo en todo su desastre para preguntarse: si así era su desastre, cómo sería el secreto. Es una película que, para no contar mucho, se entiende en una clave muy particular hasta cierto punto en el que lo que es real y la importancia de que lo sea se pone en duda.
Hace poco leía una de las reseñas que hicieron sobre Memorias en su momento y una de las críticas tenía que ver con que era complicado diferenciar entre lo que es verdad y mentira. Decía que incluso usted dejaba ver cómo engañó al espectador.
La pregunta realmente es ¿Qué no es mentira en el cine? A mí me parece que es mucho más real o verdadera la ficción en últimas, porque la ficción es un intento deliberado, consciente y frentero de reproducir la realidad mecánicamente. La gente finge que no hay una cámara por lo tanto el resultado es más parecido a lo que uno vive en la realidad. En cambio, en un documental siempre está presente la cámara, el micrófono y salvo que estén escondidos eso está afectando la forma en que la realidad se mueve en ese momento. Mejor dicho, una entrevista sí que es ficción, pero dentro se pueden encontrar algunas verdades.
Si uno se pone a ver los testimonios e historias de la gente que estuvo con él, se pregunta uno ¿quién se inventa al Cucho? Yo no lo podría escribir, nadie podría escribir un personaje así, nadie se sabe las historias como él. Es que para existir ni siquiera se necesita existir, ni ser de carne y hueso. El viaje fue cierto, las montañas estaban allí y nosotros también. Es como la gente que pregunta si habrá vida en otros planetas, como si les pareciera poco la existencia de otros planetas o el helio en las estrellas. Una cosa es que no hay células organizadas en un organismo, pero eso es vida.
¿Cree que hubiera hecho algo diferente de haber realizado ese proyecto hoy en día?
Claro, uno no es el mismo, sería muy triste. Todos los proyectos se toman diferente porque uno tiene ya un montón de escritura encima. Es como reescribir un guion en su mente: ponerlo en palabras significa alterarlo. Va cambiando porque los materiales son distintos como los resultados cada vez. Seguramente saldría distinto, no podría decirte cómo, pero me aburriría hacer la misma película. En algún momento pensé que sería un ejercicio interesante. Si yo tuviera que hacer hoy Memorias del Calavero, lo primero que diría es que es imposible porque el Cucho ya no existe hace cuatro años. Además, en ese momento todo era muy efervescente, todo era susceptible de convertirse en cine.
¿Qué fue del Cucho en sus últimos días?
Al Cucho le gustaba mucho el presente que le habíamos ayudado a armar entre varios. En la película sale cuando paramos donde Lolita que nos hace un chocolate y nos atiende mientras el Cucho cuenta su desastre. Pues esa Lolita existe, es una de las mujeres más especiales de mi vida. Yo la conocí cuando tenía 17 años y estaba buscando cualquier lugar para armar una carpa y ella me prestó un pedazo de su patio. Ella y su mamá se hicieron muy amigas mías. El Cucho llegó allá durante el rodaje de La Sociedad del Semáforo porque ahí teníamos una estación. Llegó en ataúd la primera vez porque yo quería grabar la reacción natural de ellas cuando vieran quién estaba allí. Lolita lo conoció en su casa sin saber que, ocho años después, iba a morir ahí mismo.
Lolita alquilaba habitaciones y hacía almuerzos para obreros de la zona que venían en épocas de cosecha. Ella lo terminó recibiendo después de la última vez que lo intentamos sacar de la calle y darnos cuenta que su fuerte nunca iba a ser el trabajo (hicimos varias fiestas pro Cucho y hasta le montamos un café ambulante). Aunque al principio lo dudó bastante porque lo conocía muy bien, lo recibió en enero del 2013. Allí vivió tres años y tres meses y murió ahí. Aunque al principio casi se muere de aburrimiento y la gente le tenía mucho recelo, terminó echándoselos a todos en el bolsillo y era un símbolo de la vereda. Fue el de los mandados, le cogió miedo a Bogotá… se volvió como un ñero al revés. Allí le dio una toxoplasmosis que el cuerpo no le resistió. Yo creo que si siguiera vivo allá seguiría, era como un monje, austero. Un hombre que ya había encontrado el placer de no querer absolutamente nada, de significar mucho para muchos sin hacer nada ni ser nada.
¿Usted cree que la película tiene algo por decir en la situación actual del confinamiento?
Un poco ¿no? Pero más que con el coronavirus la relaciono con la miseria que estamos viviendo con este gobierno. No solo es estar gobernado por gente peligrosa, es que nombran a una persona absolutamente ofensiva para las víctimas, nombran a otra que no ha mostrado ninguna voluntad de paz sino, todo lo contrario, para la Comisión de Paz. Se gastan platal para contratar a gente que hable bien del presidente en internet. Se queda uno sin saber qué es verdad. Con eso sí la relaciono, se queda uno sin saber cuál sería el secreto del Cucho; después de escucharle tantas atrocidades, uno se pregunta cuál sería la que le quedó sin contar.
Por otro lado, sin soplar tanto, recuerdo que cuando él terminó de ver la película, apenas se apagó la pantalla, me dijo: “Ese es el espíritu, ¿nocierto?”. Y sí, es un poco la elevación del Cucho, alguien que representa para la sociedad todo lo que detesta y, sin embargo, para cualquiera que lo conocía eso pasaba a un segundo plano, primaba el amor por esa persona, él se hacía sentir con solo ser él.
Vea Memorias del Calavero este domingo 14 de junio por la página de Facebook del Festival de la Tigra.