“Los metaleros en América Latina han encontrado una forma de hacer trabajo político no partidista”
Para el profesor, psicólogo social y metalero puertorriqueño Nelson Varas-Díaz, en América Latina no podemos decir modernidad sin decir proceso colonial. “La modernidad europea se basa en la explotación del Sur global”. Los latinoamericanos han tenido que transformar el metal. Por ejemplo, las quenas, los bongos o el charango son instrumentos incluidos por algunas bandas para dejar constancia del asesinato de indígenas en la región de los Andes.
“Y al negar la circulación cultural lo de veras negado es el proceso histórico”
De los medios a las mediaciones
- Jesús Martín Barbero
Latinoamérica tiene que dialogar consigo misma, de lo contrario será incapaz de establecer una historia común. Esa es la meta que desde un claro y casi furioso punto de vista decolonial nos ofrecen los documentales del metalero y psicólogo social Nelson Varas-Díaz. Las islas del Metal, La isla distorsionada y Canciones de injusticia resultan aportes indispensables para iniciar ese diálogo. “Hay gente que los odia —dice el profesor—, y yo les digo: no hay problema, pero al menos ya estamos teniendo esta conversación”.
Empezando en Puerto Rico, su país natal, los documentales de Varas-Díaz trazan un mapa de la escena metalera latina. Un mapa que, al menos en el caso del Caribe, empieza a convertirse, o al menos a plantearse, una posibilidad de red, una posibilidad de diálogo. Estos documentales refutan la idea generalizada del metal como un género apolítico: Varas-Díaz muestra cómo en los inicios de la escena metalera en Cuba el género reunió un montón de gente invisibilizada y creó una comunidad que, aunque marginada por el pánico moral y la estigmatización social, ha venido luchando por su lugar y reconocimiento desde hace ya más de veinte años.
En Puerto Rico, las bandas no sólo deben luchar contra la estigmatización típica contra el metal (que son, supuestamente, gente peligrosa, criminales, satanistas) sino contra los prejuicios contra el metal cantado en español, y los prejuicios de género:
A medida que su trabajo se sumerge en el Sur, descubrimos bandas como Kranium, unos peruanos que decidieron cantar en Quechua e incorporar quenas al sonido del metal. El resultado es un recuerdo del sufrimiento indígena y una promesa de reivindicación como respuesta al racismo estructural en la sociedad peruana:
De la boca de los metaleros oímos cómo el metal chileno atravesó su temprana recepción en las clases acomodadas para instalarse en la clase trabajadora; no sólo nos cuentan de nuevo la historia de la dictadura y la imposición del neoliberalismo, sino que declaran la dictadura como marco del origen del metal en el país. Marco al que respondieron ciertas bandas de trash que vivían el día a día represivo, como es el caso de tortura a Yanko Tolic, vocalista de Massakre.
En Argentina, la cultura del aguante, de la resistencia, apoyo y solidaridad resulta el marco de las bandas de metal durante los 80. Así lo explica Scaricaciottolli, con una camiseta del Vol 4. de Black Sabbath: “(…) ‘aguante’ es la resistencia a los procesos de invisibilización que operan dentro de la cultura hegemónica y, al mismo tiempo, una política de intervención en la serie social. Es decir, vos difícilmente veas en una movilización chicos y chicas con remeras de Madonna, generalmente vas a ver chicos y chicas con remeras de Hermética, con remeras de V8, con remeras de Alma Fuerte, con remeras de Tren Loco… Una estética no de la queja, sino una estética de la intervención”.
Lo más interesante al ir de uno a otro entre los tres documentales, es cómo el pánico moral básico contra el metal (satanismo, crimen y violencia) y los problemas internos de cada escena van siendo desplazados por un relato, pormenorizado y hecho por los mismos entrevistados, de la situación política y el contexto cultural en que las variopintas escenas metaleras surgen. No quiere con ello Varas-Díaz dejar a un lado las preocupaciones básicas de los metaleros estigmatizados, sino más bien buscar con ese desplazamiento un hilo conductor en la forma de presentar la escena latinoamericana: el conflicto social y la forma en que el metal funciona como sismógrafo cultural de ese conflicto.
Tras ver los tres documentales en Youtube, cuyos subtítulos al inglés extravían los modos y las expresiones regionales que imprimen en los documentales una multiplicidad irreductible, tuve que preguntarle a Nelson por su negativa a cobrar por ellos. “Me niego a venderlos —respondió— porque es la gente contándome la historia y la historia no es una mercancía. Yo no puedo pedirle a la gente que me cuente la historia de su vida y su país y después venderla por 20 dólares”.
El profesor estuvo en el país a propósito del primer Festival de Cine y Metal (FICIME) que se llevó a cabo en Bogotá, Chía, Zipaquirá, Soacha y Madrid, y en el que se proyectó Las islas del Metal, además de un panel el jueves 25 sobre la escena metalera y sus perspectivas, junto a Alfredo Nieves Molina e integrantes del grupo de estudios y difusión Metal UN. El panel giró en torno a las problemáticas de la escena metalera y la academia a la hora de establecer, no solo el metal sino los estudios sobre el metal, en un foco cultural de estudios especializados. A una pregunta obligada e incómoda por las diferencias entre el metal gringo y el europeo con respecto al metal latinoamericano, Varas-Díaz dice que lo que lo apasiona “del metal latinoamericano es su capacidad de ser directo, concreto, sobre unas experiencias que ha vivido la gente. Cuando yo era adolescente y estaba en mi cuarto, la primera vez que yo sentí algún tipo de conciencia política a través del metal fue cuando toqué por primera vez un disco que me robé en un shopping mall. Fue … And Justice for All de Metallica. Yo decía: hay un problema de injusticia ¿no?, la justicia no está ahí para todo el mundo. Y pues me interesaba por eso que la música me decía. Y ahora adulto pienso que Metallica me estaba hablando de una forma tan general de ese problema que en realidad no tenía nada que ver conmigo, no hablaba de mi condición ni de las injusticias en mi contexto; lo de Metallica era una crítica general. Yo creo que el metal latinoamericano coge esa crítica general y le vira la tortilla y dice: esa crítica general no nos sirve para nada. Nuestra contribución a esta discusión tiene que ver con hacer esa crítica específica”.
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¿Cómo pasas de estudiar sobre salud a los estudios sobre el heavy metal?
Antes de ser psicólogo social yo ya era metalero. Crecí escuchando metal. Tenía un primo que me regalaba discos de metal, hacía copias, y viviendo en un país que pasa por un proceso político tan arduo (como es el de una colonia en tiempos modernos) pues el metal me hablaba sobre temas de injusticia social. Y cuando yo llegué a hacer mis estudios en psicología social ya había muchas cosas que los libros me estaban diciendo en la academia que ya la música me estaba diciendo a través del metal. Así que para mí había un enlace directo.
Al principio de la carrera a mí nunca se me ocurrió hacer investigación sobre el metal, porque en realidad pensaba que era un suicidio académico, y por mucho tiempo hice investigación en otras cosas que me interesaban. Pero con el paso del tiempo participé en una conferencia (2008), en Praga, en la que se sentaron las bases del International Society for Metal Music Studies. Allí conocí académicos de otras partes del mundo y me di cuenta de que no era imposible, que era viable, es cuestión de tener las fuentes de apoyo y sentir que uno está trabajando con apoyo de una comunidad académica más grande.
A diferencia de muchos documentales sobre el rock, tu exploración en el Caribe concreta un acercamiento sociopolítico al heavy metal. Hablas más del contexto de las bandas que de las mismas bandas.
Desde mi óptica, es aburridísimo lo que hacen las revistas populares, que te dicen quiénes conforman la banda, estos son sus discos y suena de esta manera. Ya hay gente haciendo eso. Lo que me resulta interesante es entender qué es lo que hay en el contexto cultural, social y político del ambiente que permite que una banda como esa se manifieste ahí. Esa pregunta yo empecé a contestarla en diferentes países. Creo que como es una forma diferente de plantear el argumento y de presentar una banda, le llama la atención a la audiencia y a los investigadores. El enfoque no es en la banda sino en el contexto, yo te muestro el contexto a través de la banda.
A pesar de que hubo avances en los estudios sobre géneros como el hip hop y el punk, porque los estudiaban como factor de reivindicaciones de grupos y comunidades oprimidas, no pasó lo mismo con el heavy metal al inicio de los estudios del rock en los años 80. En contravía, existía una tendencia a decir que el metal era nocivo, indecente, etcétera. ¿A qué crees que se deba ese enfoque patologizador?
Es cierto, la academia prestó muchísima atención al hip hop y al punk porque eran vistos como música contestataria. Las comunidades negras, urbanas, usaban el hip hop en Estados Unidos para hablar de racismo y de clase social, y el punk en Inglaterra para hablar del descontento social y la monarquía. Eso es bien conocido.
Los académicos miraban el rock y el metal durante los 80 y pues… visualmente era una estupidez: mira un vídeo de WASP, o de Twisted Sister, bandas sobresalientes en esa época por su imagen visual. Eran estupideces horribles.
Tomó un tiempo para que las bandas maduraran su letra y su identidad para poder hablar del contexto en el que se situaban. Yo creo que cuando eso pasa la academia nota que hay algo que amerita ser estudiado de otra manera, como foco de resistencia social. La atención de ahora se debe, entre múltiples otros factores, aunque ese es determinante, a que el metal ha madurado.
Tus documentales dejan clarísimo que hay una actitud de resistencia que condiciona la aparición del sonido maduro en el metal. Eso no es exclusivo de Latinoamérica, creo.
No, no lo es. Se decía que el metal era transgresivo, transgresivo con respecto a la modernidad. Es el argumento usual de los primeros trabajos académicos sobre el metal: el metal se manifiesta contra la idea de progreso, contra las promesas vacías de la libertad.
En América Latina es diferente, porque acá no podemos decir modernidad sin decir proceso colonial. La modernidad europea se basa en la explotación del Sur global. Esto no lo digo yo, es una postura de Mignolo, de Aníbal Quijano, excepcionales mostrando ese punto.
Así, cuando se dice que el metal latinoamericano transgrede, decimos que transgrede una historia mucho más larga que la que el metal del Norte pretende transgredir; todas estas bandas hablando en lenguajes locales sobre la explotación y masacres indígenas, bandas denunciando las dictaduras y luego el neoliberalismo, que es una continuación de esas políticas coloniales.
Cuando digo que no es exclusivo tengo en mente el caso del black metal, porque puede sintetizarse: una reacción tardía a heridas religiosas y culturales viejísimas en medio del estado de bienestar en el norte de Europa. Sin embargo, una lectura así sintética para el metal latinoamericano no parece posible debido a la diversidad de condiciones, territorios y sonidos.
Déjame darte un ejemplo de la transformación del metal en Latinoamérica. El black metal que todo el mundo identifica como típico del norte, incluso su corpse paint hace referencia a la serenidad y frío de los bosques nevados. En Puerto Rico no hacen black metal contra el cristianismo porque es el clisé del norte, hacen black metal contra el vudú, en contra religiones nacidas en el Caribe. Eso es una transformación, los géneros musicales no migran sin crítica desde otra latitud. La migración implica un cambio en cómo se hace y lo que significa.
De tus documentales puede uno salir con la idea de que la agresividad inherente al metal ha sido el primer conflicto en un contexto musical latinoamericano predominantemente tropical.
Las dificultades que enfrenta el metal en Latinoamérica varían mucho por país. Cambian. Los pánicos morales son diferentes, la persecución es diferente. Lo que sí han tenido que hacer los latinoamericanos es transformar el metal: las quenas, los bongos, el bombo leguero, el charango, el acordeón, son transformaciones que no están hechas para “sonar diferente” ni tienen algún propósito comercial: son integraciones con un sentido particular que yo creo es una agenda que quiere llevar un mensaje de la región. La quena está ahí integrada porque quieren dejar constancia del asesinato de indígenas en la región de los Andes.
Esas integraciones son cada vez más frecuentes en los grupos de metal latinoamericano, y se dan a través del Sur global.
Esto del rescate y apropiación de los sonidos de las regiones tiene un cariz político ineludible.
Claro, lo que pasa es que la gente no lo quiere aceptar como política. Pero es política.
Un artículo tuyo sobre el metal en Puerto Rico dice: <<(...) Bajos niveles de religiosidad fueron significativamente asociados con el sentido de comunidad de los participantes. En un lugar como Puerto Rico en que la religión es de vital importancia y culturalmente promovida, tener un espacio para examinar críticamente la religión fortalece los vínculos comunitarios>>. Considerando que habitualmente se asocia al metal con el satanismo, la irreligiosidad o una crítica a la religión, a través de tus viajes y filmes ¿cómo percibes la relación entre la escena metalera y la religión?
Super variada, porque así como dice el paper que citas, identificamos que entre menos religioso tú eras, más estabas vinculado con la comunidad metalera pero, en ese mismo contexto, las primeras pequeñas escenas de metal se dieron dentro de iglesias protestantes. Así que el metal no es una cosa uniforme, no es del todo antirreligioso. El metal tiene de todo, y en ese mar de posibilidades la gente se manifiesta a favor o en contra de la religión. El asunto es que resulta más fácil hablar del metal antirreligioso que del religioso porque estamos acostumbrados a hablar de lo que nos parece peligroso, diferente, amenazante.
No sé si te lo digan seguido, pero tus documentales logran que la escena metalera se cuestione retrospectivamente por las implicaciones políticas del metal, implicaciones que de entrada parecen obvias, pero que no lo son para un consumidor regular de música metal ¿Que la gente se haga ese cuestionamiento hacía parte de los propósitos iniciales cuando iniciaste tu investigación?
Primero, gracias por decir eso. Porque tienes razón: no lo dicen seguido. Ayer mientras mostrábamos el documental un chico le dijo a otro: hace rato que no veía una película y me sentía menos solo. Eso me pareció muy bonito porque es una forma de decirte que estás acompañado por gente capaz de ayudar en la situación que vivimos.
Yo creo que el asunto no es que uno lo convierta en un asunto político, es que cuando hablas con un metalero que denuncia asuntos de su contexto, las cosas que critica tienen implicaciones políticas. A los metaleros nos da trabajo hablar de lo político porque todavía pensamos en lo político como sinónimo de partidismo, pero una de las cosas que los metaleros latinoamericanos están empezando a hacer con agilidad, ausente en la academia y la política, es empezar a pensar lo social fuera del esquema partidista.
Estamos en Colombia, ¿no? La gente que muere en el campo por los paramilitares es una injusticia, no importa si tú eres de derecha o de izquierda. En el momento en que entendemos eso fuera de líneas partidistas (y sabemos que todo el mundo ha jodido ese proceso) hay que resolverlo de alguna manera. Los metaleros han encontrado una forma de navegar esas aguas, y eso me parece maravilloso: los metaleros han encontraron una forma no partidista de hacer trabajo político.
Ahora en agosto voy a Guatemala a visitar unos metaleros que hacen viajes a escuelas rurales del país para entregar materiales a niños pobres. Alguien puede ver eso desde afuera y decir: eso no es político. Pero cuando tú lo ves y te preguntas por qué hay escuelas pobres en esos países, pues al menos en mi país tiene que ver con las políticas neoliberales de cierre de las escuelas. Esos metaleros están haciendo un acto contra el neoliberalismo. ¿No es eso un acto político?
Lo que nosotros tenemos que hacer, pienso yo como metalero y es lo que trato de hacer en los documentales, es preguntarse cómo podemos pensar críticamente a través del metal estas situaciones sin quedar atrapados en el partidismo político tradicional. En ese sentido tal vez nos sentimos más cómodos diciendo que tenemos una dimensión política, pero no es la dimensión política de siempre.
En Las islas del metal vemos cómo la revolución cubana, de alguna forma, toma las riendas de la escena metalera a través de la creación de la Agencia Cubana de Rock. En ese intento por institucionalizar los eventos y profesionalizar a los músicos surgen tensiones que reactivan los prejuicios típicos contra el metal, pero ya no en el seno de la población sino en las instituciones.
Yo lo veo de manera diferente. Uno puede ver el documental y pensar que la Revolución se apoderó del metal. Yo no lo veo así. Yo lo veo como que los metaleros dijeron: si el ballet es arte, y el son es música y cultura, pues el metal es arte y cultura. Los metaleros se apropian de la Revolución y hacen su propio espacio dentro de la Revolución.
Cuando tú vas al Maxim Rock, que es el escenario que Cuba le cede a la escena metalera en La Habana, todo el mundo allí es un miembro de la escena metalera: desde el que te vende la cerveza y las boletas, hasta el sonidista. Todo el mundo es de la escena… y se lo ganaron con sangre. ¿Esto es el Estado apropiándose del metal? No, estos son metaleros que genuinamente han dado una lucha y lograron ese espacio. Ese espacio ganado en ese contexto es algo que, me atrevería a decir, no hay en ningún sitio de América Latina. Es un caso excepcional.
Mi pregunta iba dirigida hacia el temor generalizado de que iniciativas similares, por parte de instituciones públicas, domestiquen o instrumentalicen el metal.
Siempre, siempre está ese temor. Todo los que coquetean con la institucionalidad temen ser cooptados. Y por eso yo pienso es que los metaleros son aptos para navegar esas aguas grises. Y ellos lo han hecho super bien.
A mí me ha pasado con las bandas que entrevisto para los documentales. Al principio yo entiendo la frialdad con que me tratan ciertas bandas entrevistadas, porque salir en un documental en el que no tienes ningún control es un potencial esfuerzo de cooptarte. A mí me ha tomado mucho trabajo establecer una relación con las bandas que he trabajado para que tengan confianza, que comprendan que no estoy cooptándolos sino resaltando la narrativa que ellos ya poseen.
Tu trabajo me ha mostrado bandas que, creo, no hubiera oído nunca, a pesar de que están en nuestro vecindario. ¿A qué crees que se deba esa desconexión de la escena latinoamericana consigo misma?
Hay múltiples factores que logran que estemos desconectados. Hay un factor histórico: nosotros los latinoamericanos no conocemos las historias de nuestros vecinos. Nosotros pensamos en nuestro país, pero no pensamos en Latinoamérica como una región que comparte una historia larga a pesar de sus diferencias. Yo creo que los documentales hacen el esfuerzo de mostrar que compartimos ciertas características.
El otro factor es que hay que aceptar, y perder el miedo de decirlo en voz alta, que el metal en Latinoamérica es mayoritariamente hecho desde la pobreza. Acá las bandas hacen lo que hacen desde el sacrificio total porque no tienen un centavo. Las disqueras en Latinoamérica no te pagan por hacer un disco porque son básicamente distribuidoras de discos, tú haces todo, pagas el ensayo, el disco, la producción y se lo entregas a una disquera para que lo distribuya... Las dificultades para conocer las bandas tienen que ver con las condiciones económicas. Eso es bien diferente de lo que pasa en el Norte global. Allá te pagan para grabar un disco, poco, pero te pagan.
Hay un momento al final de Las islas del metal que caracteriza los esfuerzos para conectar la escena metalera del Caribe y Suramérica como un esfuerzo cuya meta sería la de “construir una historia común”.
Eso es difícil y al mismo tiempo algo bien potente. Déjame darte un ejemplo de una historia en común: ayer en Puerto Rico los puertorriqueños, después de dos semanas de protestas, hicieron que el gobernador, que es el equivalente del presidente, renunciara. Por ser un corrupto. Si tuviéramos esas historias en común las cosas que podríamos aprender los unos de los otros y el impacto que pudieran tener en otros países sería... sería algo increíble. Si los metaleros pudieran ser ese hilo conductor sería lo mejor porque podrían estar haciendo algo más allá de escuchar música.
Eso me parece muy bonito... aunque bonito no sea una palabra muy metalera.
*Editor de elcacha.co. Agrio. Filósofo.