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La mujer que se queda y la mujer que resiste: de ellas habla el muralismo de Florencia Durán

En los doce años de trayectoria de esta muralista uruguaya, el cuerpo femenino, la mujer y su rol en el arte han sido asuntos vertebrales de su obra. Su idea del arte urbano como un ejercicio colectivo y su empeño por mostrar el trabajo de otras mujeres artistas la han convertido en un referente en la región.

Daniela Pomés Trujillo / @danipomes

El muralismo contemporáneo se ha levantado en América Latina como un grito revolucionario que busca no sólo transmitir mensajes de diferente reivindicaciones, sino también democratizar el arte. Las luchas políticas y sociales que encienden desde hace años el continente, así como la constante búsqueda de identidad, hoy colorean los muros de las ciudades latinoamericanas. 

Una de las tantas luchas que ha encontrado voz en los muros son las relacionadas a las mujeres. La equidad, el respeto y la reparación, así como el derecho a decidir, a vivir su sexualidad con libertad y a ocupar las calles sin miedo a ser asesinadas son, entre muchas otras, las exigencias que se replican como gritos en las paredes en todas las ciudades del continente.

Muestra de ello es el trabajo de la muralista uruguaya Florencia Durán Itzaina, también conocida en el ámbito artístico como Fitz. Esta creadora nacida en Montevideo en septiembre del 86 ha venido transitando por los caminos del arte desde muy joven, cumpliendo ya doce años de trabajo como muralista, un camino en el que ha afianzando conceptos e ideas que atraviesan transversalmente su obra como la mujer y los oficios. 

Su trabajo como muralista independiente y como parte del Colectivo Licuado –un proyecto gestado a cuatro manos junto al muralista Camilo Núñez– la han llevado en estos doce años a festivales alrededor del mundo como The Chrystal Ship en Bélgica, Blind Walls Gallery en Holanda y St. Arte India en India, entre otros. En estos lugares no solo ha dejado en alto el nombre del muralismo latinoamericano, sino que también ha construido redes de trabajo colectivo y conversaciones alrededor de la mujer y el feminismo. 

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Aunque cuando Florencia se metió de lleno a pintar en gran formato no tenía aún mucha técnica, con el tiempo la fue adquiriendo a punta de experimentación. Cuatro años de diseño industrial y un impulso artístico que cultiva desde la infancia, le dieron las herramientas para forjarse un camino en el arte urbano y el muralismo. 

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La experiencia la llevó a intervenir muros cada vez más grandes al tiempo que afianzaba las temáticas de su trabajo. Su primer mural lo pintó hace doce años con Camilo, una experiencia que recuerda con cariño pues marcó el comienzo de la que se convertiría en su forma de habitar la calle. De esta forma, entre ensayo y error, llegó a los conceptos que atraviesan su obra hoy en día: la mujer, la relación con su cuerpo y su manera de entender cómo se habita el cuerpo femenino. 

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“Siempre, instintivamente, pinté mujeres. Quizás porque soy mujer, por verme, por mi cuerpo, porque en mi familia hay muchas mujeres con mucho power: mis abuelas, mi madre, mis tías, mis hermanas. No es que ellas estén conectadas en sí al feminismo, a la palabra, sino que es otro tipo de movimiento muy poderoso, muy de la familia, muy amoroso. Una red de ayudarnos. De ahí saqué cosas muy lindas desde muy temprana edad”, cuenta. 

Esas mujeres que Florencia pintaba, como ella misma dice, surgían desde un pensamiento instintivo. Sin embargo, la consciencia sobre el porqué de lo que hacía fue llegando desde sus propias vivencias y las de otras mujeres artistas a las que fue conociendo a lo largo de sus viajes. Darse cuenta de primera mano de la desigualdad de género en el arte, junto a las lecturas que hizo sobre el feminismo y sus corrientes, la llevaron, como ella misma explica, a crear con más argumentos.

Y es que como cuenta Fitz, en muchos de los viajes y festivales en los que participó, ella era la única mujer y rara vez una o dos mujeres compartían dichos espacios con ella en medio de decenas de hombres muralistas. Así mismo, cuenta que en varias ocasiones le ocurrió que a eventos a los que fue con Camilo muchos pensaban que era su asistente o su pareja, invalidándola como mujer artista. 

Al momento de cuestionar esa evidente desigualdad la respuesta siempre era que no había otras mujeres artistas o que las que había no eran tan buenas. “Siempre los muros más grandes los tenían los hombres, los muros mejores pagos para los hombres, la mayoría de productores eran hombres que invitaban a sus amigos –recuerda–. Los grandes maestros de la pintura siempre hombres, hombres, hombres, como si no hubiese mujeres”. 

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Esto, sumado a las conversaciones que tenía con colegas artistas quienes pasaban por las mismas situaciones, fue para ella “una llama que se encendió” y que le dio más motivación para seguir conquistando los espacios que hoy en día la han convertido en referente del muralismo latinoamericano.

“Cuando empecé a darme cuenta de la desigualdad pensé, bueno, a pintar más y a pintar más grande por mí y por mis colegas y entre todas potenciándonos eso de querer visibilizarnos ¡Estamos acá también!”, dice. Con el paso del tiempo los frutos de ese “despertar colectivo”, como ella lo llama, se han hecho más evidentes y han servido para vincular a muchas más artistas del continente. 

La manera en que Florencia le ha dado vida a este mensaje de reivindicación y equidad ha sido a través de la representación misma de la mujer y de su cuerpo. Esto lo expresa a través de la presencia en sus murales de las mujeres en la calle, acompañadas de otras mujeres y en donde se las ve apoyándose y trabajando juntas. En estas representaciones aparecen también partes del cuerpo que, como ella misma explica, antes estaban censuradas para las mujeres, acostumbradas a verlas totalmente sexualizadas. 

“Me gusta que aparezcan los senos, pero no de la manera en que salen en una revista sino como una parte de nuestro cuerpo que estuvo escondida tanto tiempo. Me gusta que sean mensajes de fácil lectura, que no sean elitistas ni difíciles de entender”, explica Florencia, para quien es imperativo des-sexualizar el cuerpo femenino desde el autoconocimiento.

El hecho de conocer su cuerpo, de agarrar un espejo y mirarlo, también hace parte de la exploración de esta artista. “Nunca nadie nos enseñó eso. No se habló en mi casa, no se habló en el colegio, fue algo instintivo que pasó. La primera vez que agarré un espejo y me miré para conocerme fue tremenda sorpresa y después fue algo en común que empecé a escuchar también de otras mujeres. Nunca nos habíamos visto hasta hace relativamente pocos años. Es fundamental estar conectadas con nuestro cuerpo, con nuestro ciclo, con nuestro deseo sexual y para eso hay que conocerse'', comenta la muralista. 

Hace un tiempo Fitz pintó un muro en Mercedes en el que la protagonista era una niña mirándose la entrepierna a través de un espejo. “¡Mujeres, vamos a mirarnos! y desde que somos chicas, no pasa nada, no somos un demonio por conocer nuestro cuerpo”, era el mensaje que quería transmitir. 

Este muro dio mucho de qué hablar. Cuenta la uruguaya que recibió comentarios de mujeres que le decían que celebraban el muro por lo necesario que era, mientras que otros la “endemoniaron” por haberlo pintado cerca de un jardín infantil. “Pero los niños no se horrorizan, se horroriza la gente grande. No tiene nada de malo que una niña se conozca. Para mí es algo que tendría que pasar”. 

Un asunto similar le ocurrió con el mural Yo elijo, pintado en La Bañeza, España, y que, además, fue en su momento el más grande que había pintado sola. Este muro pintado en el marco del festival internacional de arte urbano ArtAeroRap es un autorretrato que surgió de manera espontánea en un momento en el que la artista atravesaba una etapa personal muy intensa.

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“No pensé mucho en el momento histórico que estaba pasando. En argentina estaba muy fuerte la movida de la legalización del aborto y de casualidad la hice de buso verde. No fue algo que había pensado, pero tuvo mucha resonancia y mucha gente, muchas mujeres se sintieron identificadas. Para mí es un muro importante que quedó como referencia”, cuenta. 

De la cantidad de comentarios que recibió recuerda especialmente el de una mujer que le escribió para decirle que no podía creer que en un pueblo tan remoto como el suyo (La Bañeza) y aún más en un país tan machista como España estuviera pintada en gigante una mujer sacándose la ropa y diciendo “Yo elijo”.  

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“También estuvo la cara no linda pero necesaria. Mucha gente diciéndome ¿Cómo vas a pintar tetas en un espacio público? ¿Qué pasa si vengo con mi niño y lo ve? Siempre la excusa de los niños. Lo que digo siempre: es la persona adulta la que se horroriza, es algo histórico, cultural. ¿Qué va a decir su niño? Es una teta, señor, tranquilo”, agrega.

De otro lado, cuenta Florencia que tanto en este como en otros muros de estas características ha recibido también mensajes de otras mujeres. “Es doloroso para mí cuando mujeres y aún más cuando son mujeres jóvenes me dicen que solo hago tetas y conchas, y que es porque tengo un vacío. Pero bueno, es aprender a no tomarlo personal. Aunque a veces me hieren creo que también es una manera de auto pensarme”. 

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Sobre su relación con el feminismo, Florencia cuenta que ha sido uno de los aprendizajes que ha ido adquiriendo en el camino y que aún lo está recorriendo. Los conceptos que ha agarrado de la teoría feminista están muy ligados a sus experiencias personales y le han ayudado a gestar una pintura más consciente del mensaje que busca entregar. Como ella misma explica, no es la misma mujer feminista de hace cinco años; sus opiniones han cambiado al punto de que hay muros que no volvería hacer, pues ya no resuena con los asuntos sobre los que pintó. 

Hoy en día, Florencia quiere transmitir un mensaje amoroso por y para las mujeres: que estar seguras en las calles es posible, que quieren ser libres y sobre todo que están más juntas que nunca. 

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“Creo que entender el feminismo, entender la historia y escuchar a otras colegas, entender las cosas que tienen que cambiar me encendió una llama interior para tomar los muros y las pinturas con otra fuerza. Me incentiva mucho a querer decir, entonces lo pinto, lo pongo en un muro y lo hago público. A veces me enojo y le quiero prender fuego a todo, pero después, cuando me callo, digo: esto tiene que ser pacifico, amoroso, colectivo”, agrega. 

El feminismo para Florencia está ligado a su arte, a su entorno, a su vida, la de sus colegas y su familia. “Es un todo, es algo muy sentido –dice–. Mi encuentro con el feminismo, empezar a entender, a escuchar a otras mujeres, fue como un fósforo que se acercó a una llama. Me motiva mucho más”. 

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Una de las mejores experiencias que le han dejado doce años de resistencia desde el arte fue la construcción colectiva del documental As mil mulheres (2018), un documental que se rodó en Brasil y que fue el producto del trabajo de cuatro artistas en diferentes campos, entre ellas Florencia. 

Entre las historias que recuerda de esta experiencia esta la de As mulheres de Vila Autódromo un colectivo nacido del desplazamiento forzado del que fueron víctimas muchas familias del barrio Vila Autódromo debido a las adecuaciones turísticas durante la Copa Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. “La mujer, la casa, la fuerza, la que se queda, la que resiste”, con estas palabras describe Florencia a este colectivo conformado en su mayoría por mujeres. 

Así mismo, en el desarrollo del documental conoció las historias de un par de mujeres presas en la cárcel de Río de Janeiro. Junto a sus compañeras pasó tiempo en la cárcel de Río, escuchando dos historias sobre tráfico de drogas, números y estadísticas sobre la situación de las mujeres en las cárceles, una experiencia que la conmovió.

Ambas historias las conceptualizó en sus muros. A modo de homenaje pintó uno para las mujeres de Vila Autódromo en el barrio y en otro lugar de Río plasmó el homenaje para estas mujeres privadas de su libertad en condiciones indignas. De hecho, tiempo después, una de las mujeres de la cárcel logró salir y fue a tomarse fotos en el mural. 

Este documental además tiene la particularidad de haber sido dirigido por una mujer, captado en cámara por mujeres camarógrafas y sonorizado también por una mujer. Todo un equipo interdisciplinario de mujeres talentosas. “La música como el mural y el cine son rubros asociados a lo masculino. Hay mayor participación de hombres, tienen más facilidades, entonces poder dar un espacio así, ejecutar algo así con toda una red de mujeres, fue muy lindo”, dice Fitz.

Esta y otras experiencias con mujeres dan cuenta del concepto de lo colectivo, un pilar fundamental en la obra de Fitz, quien ve el mural mismo como una creación colectiva. Aun cuando muchas veces decide pintar sola, esta creadora afirma que los proyectos que más le han gustado y con los que se ha sentido más cómoda han sido aquellos que se han gestado en equipo. 

“Pintar en un muro es estar al aire libre, a la vista de la gente. La gente opina, te habla, estás compartiendo. Es diferente a estar encerrada en casa (que también me gusta) pintando para adentro. Pintar un muro es de alguna manera colectivo. Uno lo deja en la calle, pasan cosas, la gente lo cuida o no, escriben su nombre… Uno termina el muro, queda en la calle y ya no es de uno, es de todes”. 

Este proceso de creación colectiva muchas veces inicia con una fotografía que Florencia le toma a alguna de sus amigas o colegas. Las reflexiones y pensamientos que se empiezan a tejer entre todas a partir de esa imagen inicial termina por construir el concepto que luego se convertirá en un mural que albergue todo ese sentido. 

Así mismo, esa construcción colectiva a la que le apunta Fitz también tiene que ver con las redes que se van creando en torno al arte y al muralismo, pues para ella la pintura es al tiempo un medio y una excusa para conocer las historias de otras mujeres, de otras artistas. Según explica, la clave está en “compartir mucho con las colegas, hablar, pensar, repensarnos. Por más que no trabajo siempre en colectivo, creo que es muy nutritivo estar continuamente compartiendo, reflexionando y dialogando entre nosotras”.

Si bien esta idea del muro y del muralismo pensado desde lo colectivo han hecho de este su formato favorito, exposiciones como Nosotras Mismas presentada en 2019 en la galería SOA de Montevideo, dan cuenta de la exploración de otros formatos como la pintura y el collage por parte de esta artista, así como de la fuerza con que ha profundizado en la experiencia de ser mujer y artista dentro de sus exploraciones individuales. “Poder experimentar y pintar en gran formato sola también me encanta. Ver mi obra más personal en grande. Ese es otro desafío”, comenta.

Florencia define su estilo como un “hablar desde la primera persona”, una experiencia que sale naturalmente, como ella misma lo describe, “desde un sentir y una terapia”. “Al principio no fue mucho pensamiento, sino que se fue dando. Después de analizar y a medida que uno va cambiando se fue afianzando”, explica al respecto de una obra gestada como una fusión contemporánea entre la fotografía, el dibujo y el mural.

Sin embargo, es evidente que lo suyo no es solo una exploración técnica alrededor de inquietudes personales. La mujer, el cuerpo, el autoreconocimiento y la libertad colorean los muros de Florencia, quien ha conseguido que después de mucho tiempo sigan hablando a otras y por otras.  Su exploración personal y el trabajo que ha llevado a cabo con otras personas, bien sea acompañada por Camilo en el Colectivo Licuado o desde los aportes que toma del compartir con sus colegas artistas y los transeúntes que comentan sus muros, hacen de Florencia un referente que impulsa el seguir indagando y documentando el trabajo de las mujeres muralistas del continente. Una labor en la que debemos seguir empeñándonos. 

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