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Muro de Lili Cuca

“Es la misma calle donde somos agredidas”: ocho pioneras del arte urbano colombiano

“Las pioneras fueron mujeres anónimas aliadas a los movimientos estudiantiles, campesinos, sindicales, feministas. Fueron ellas quienes desde los años 60 y 70 realizaron una cantidad incalculable de consignas y murales políticos que dejaron el legado más importante sobre la toma de los espacios y muros públicos”.

Juan David Quintero Arbeláez*

“La historia la cuentan siempre los vencedores y las mujeres hemos sido las vencidas en todas las guerras, no solo de las bélicas [...] Es urgente contar la historia de nuevo tal y como ha transcurrido. Dando a las mujeres la verdadera dimensión que merecen, sacándolas del silencio que las niega en los libros de historia y dándoles el protagonismo real que han tenido, limpiando a los personajes femeninos del destino o bien ejemplarizante de reinas o santas o bien de contramodelo para que el resto de mujeres aprendamos lo que no debemos hacer”. 

La otra historia, Les Comadres.

Desde los años 70 en Estados Unidos, las escritoras de grafiti han pertenecido a los diferentes crews o pintado por individual. Existieron mujeres muy conocidas como Barbara 62, Eva 62, Charmin 65, Stoney, Grape I 897, TNT, Lady Pink, Toni y Swam. Cuenta Craig Castleman en  Getting Up: Hacerse ver. El graffiti metropolitano en Nueva York: <<Charmin se hizo famosa entre los escritores por haber sido la primera persona que estampó su tag en La Estatua de la Libertad>>. Barbara y Eva 62, tras hacer un recorrido por toda la Costa Este, se encargaron de dejar sus nombres marcados: Eva and Barbara 62 – Hello New York. Y en el año 1973, Charmin 65 y Stoney, escritoras que habían formado parte de una banda de grafiteros llamada Brooklyn Ex – Vandals, fueron invitadas a entrar en la United Graffiti Artists (UGA), una organización que reunió a la élite de los grafiteros de NY.

Aquí podemos encontrar un momento histórico, una partida de un movimiento de mujeres que se fue dilatando por América Latina durante los años venideros, y es desde ahí que empezarán a construir una historia nuestra, desde tres ciudades (Cali, Medellín y Bogotá), que inició a finales de los años noventa, 8 mujeres: Fear First, Lili Cuca, Era, Mela, Pecas, Bastardilla, Missy y Gleo. Sus experiencias particulares, sus trazos y sus reflexiones le dan gran anchura al arte urbano colombiano, y los aportes que han realizado desde lo conceptual, estético, ideológico, metodológico y artístico son invaluables. Es muy interesante poder ver en la evolución de su trabajo la exploración e investigación de los materiales y tecnologías, lo cual las hace expertas en una técnica que desarrollaron y que actualmente aplican. Y claro, estos procesos de maduración a partir de viajes, espacios y contextos, enriquecen su labor pictórica. 

Los testimonios de estas mujeres que han dedicado buena parte de su vida al arte y a la resistencia, pueden servir para, entre muchas otras cosas,  amplificar otras voces de mujeres que han trabajando con rigor en las calles durante años.

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Los años noventa en Bogotá se sentían y vivían con enorme efervescencia cultural, la búsqueda de espacios donde poder desarrollar ideas en comunidad, expresar gustos comunes de contracultura por medio de la gráfica, la pintura, la música y otras manifestaciones que fueron abriendo camino con el pasar del tiempo. Eventos como los festivales de música que marcaron una pauta y se ganaron un espacio en la cultura fueron el Festival de Rock al Parque en el año 1994 con un antecedente en 1992, los Encuentros de Música Juvenil, que se realizaban en el Planetario Distrital con la iniciativa de Mario Duarte, el vocalista del grupo La Derecha. Por otro lado, en el año de 1996, se dio inicio a Rap a la Torta en la Media Torta, en el marco de la política denominada Cultura Ciudadana, promovida por la alcaldía de Antanas Mockus. En el año 1998 se le cambia el nombra a Rap al Parque y en el año de 1999 se integra al break dance y el grafiti al festival y se denomina Hip Hop al parque.   

Mientras tanto, en las calles el grafiti seguía ganado terreno lentamente, pasó de ser político en sus inicios y entró en una segunda etapa con mucha fuerza e influenciado por los elementos del hip hop. Los escritores que ya recorrían las calles, seguían trabajando en consolidar su labor, otros se retiraban para dedicarse a otros procesos personales o laborales. Es ahí cuando surge en la escena el proceso artístico de las mujeres que se dedicaron a pintar en las calles de Colombia, hace unos 30 años, compartiendo y solidificando saberes que se vuelven las bases para las nuevas generaciones y dan un comienzo a un camino. 

Angela Candamil, más conocida como Fear First, es una mujer que pinta en las calles de Bogotá desde el año 1996 y desarrolló en su técnica el wild style old school, así como también incursionó en el 3D. Es fundadora de la Crew 45™ y Crew sucia 4ta zona, de las cuales es representante actualmente, también hizo parte del colectivo Graffiti mujer. Recuerda a Bogotá “en la época de los 90 como un banco de miles de muros en blanco, era la ciudad virgen que empezamos a marcar desde nuestra propia manifestación, primero con solo tags y poco a poco con una que otra pieza de graff. La razón por la que empecé a pintar fue por influencia del hip hop y ahora pinto por mantener la pasión y el legado que traigo desde el inicio”. Recuerda cronológicamente a cuatro mujeres que fueron las precursoras del grafiti capitalino: Fear, Era, Ang y Zas.

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Piezas de Fear First

Durante sus primeros 8 años en las calles, sus pintadas fueron ilegales. “Era la única manera de realizarlo”, asegura Fear First, “porque no existían mecanismos de expresión legales dispuestos; a través de los años, se fueron logrando espacios y reconocimiento como movimiento artístico contemporáneo, que abrió nuevos horizontes; se empezaron a dictar talleres de enseñanza de graff, los crews empezaron a realizar producciones a gran escala, el gobierno decidió empezar a donar espacios para intervenir, al igual la gente empezó a donar sus propios muros para los grafiteros”. 

Martha Liliana Cuca Villamil, conocida como Lili Cuca en las calles, tiene en su memoria histórica a Fear, “la manera como empezó a pintar, la historia, la fuerza, el ser mujer en medio de una sociedad como la nuestra que rechazaba categóricamente el que te ubicaras en espacios en los que comúnmente veíamos sólo hombres en esa época. Eso por hablar un poco de historia del grafiti y la manera como las mujeres llegaron a esta práctica acá en Bogotá. Pero para mí Cloe ha sido una chica que no sólo estuvo en los inicios si no que entendió también desde su perspectiva que el grafiti y el arte urbano no sólo son personas pintando en la calle, también son otras que se han encargado de usarlo como una herramienta de transformación e impacto social, y eso para mí es ella. Además Bastardilla es maestra de vida y obra para mí, admiro sus inicios, sus logros, la persona que es, sus convicciones y su técnica que es invaluable para nosotras. Estoy segura de que todas pensamos lo mismo: Basta ha sido ejemplo de independencia, de constancia, de crecimiento, de convicción, de lealtad a sus pensamientos y de crear un lenguaje que la identifica técnica y gráficamente; si vamos a hablar de pioneras en el arte urbano, ella es para mí lo es”.

(Le puede interesar: La adrenalina del grafiti capturada en la fotografía de Sebastián Comba)

Por otro lado, Leidy Rayo, conocida en las calles como ERA, es una artista multidisciplinaria del Municipio de Soacha (Cundinamarca). Grafitera, tatuadora, emprendedora, arteterapeuta Junguiana y entusiasta del hip hop. Recuerda que en los recorridos que hacía desde su casa, “al salir de Suacha a las 4:00 de la mañana con mi amiga Nathalie a estudiar en la Distrital todos los días”, el plan era ver Bogotá desde que amanece hasta que cae el sol. “Avenidas principales, spots, trancones, motos silenciosas por andenes de ladrones uniformados, siempre fría, cambiante, fiestas en la bodega de la 30 con 71, jueves de babylon, taller en Chapinero, taller compartido en bosque izquierdo, rejas 24, ratas, ollas, más avenidas, más spots, adrenalina y confianza. En la trampa always.”

A partir del 2001, ERA comienza a pintar bombing y personajes. Su primera crew fue la HORDA ESEA. Rayó por un tiempo como SIMPLE, actual y activamente como LADIES ON TOP.

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Izquierda: Throw up en Avenida Santafe, Buenos Aires, 2012. Derecha: Blockbuster-Quick Ladies on Top con Sarita (ladyB)  San Telmo 2017. 

Gusto, ganas y diversión eran impulsos imprescindibles para salir en la noche a coronar spots y parchar. Podían, pueden y podrán más que cualquier cosa, comenta ERA: “Luego empezó a cambiar el panorama y lo que hacíamos para nosotros resonaba en el barrio. Empezamos a compartir con el parche de Suacha lo que habíamos aprendido y explorado en las calles. Inspiradas por el hip hop y el grafiti, esto se convirtió en un medio para entablar otro tipo de diálogo. Empezamos a dar un sentido innato social, que hizo que, en lo personal, me inclinará más por reforzar ese vínculo con el otro desde el conocimiento, la empatía y el compartir, por eso decidí estudiar arteterapia. Igual que antes, sigo disfrutando de un buen bombing”.

El grafiti bogotano marca un inicio para ERA: “La primera mujer en pintar en la calle fue Fear, sin embargo, lo primero que vieron estos ojitos, pintado por chicas en las calles, fueron piezas y bombing de Cloe, casualmente también de Suacha. Ella vivía en San Mateo pero yo no sabía y las piezas que vi no fueron precisamente en la zona. Un día haciendo un recorrido por la calle 80 con mi amigo Slim (con quien empecé a pintar), paramos en una pieza que había pintado Cloe al lado de Rise. Anoté su mail y le escribí”. Para ella el orden cronológico sería: “Fear, Cloe, Zas, Bastardilla, Bitch, AMBS, Jade… cada una tiene algo especial, y una historia detrás. Las aprecio bastante”.

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Izquierda: Era, Barrio San Nicolás, Suacha, 2018. Derecha: Ladies Con Sarita (Lady B) Paseo Colon, Buenos Aires, 2013.

ERA percibe la calle como un “escenario donde nos encontramos con miles de personajes y situaciones, donde cada quien hace lo que quiere a pesar del control, pues es de todxs, si queremos verla linda, la embellecemos con color, si tenemos rabia nos desahogamos también con color, si queremos comunicar, se escribe. Es un refugio, inspiración, realidad, identidad, espacio abierto a la expresión, siempre con cautela y respeto, pues hay espacios que no son tan chéveres visitar o personajes salvajes que no entienden este lenguaje y reaccionan de forma violenta… pero bueno, eso es la calle, de día y de noche, y tiene lo suyo”. 

En el año 2005 Bastardilla adquirió su seudónimo que alude a la asunción orgullosa de lo bastardo, lo que no se reconoce como legítimo, de lugares marginados y vulnerables que al mismo tiempo se encuentran en constante resistencia. Su estilo lo ha indagado como una herramienta de prueba con diferentes elementos como medio. “En esa medida me he divertido con varios instrumentos”, asegura, “: tintas al agua, esmaltes, aerosoles, extensores, brillos, bombitas de pintura, fumigadores, pinceles personalizados, limpiadores de chimeneas y telarañas”. 

(Échele ojo al trabajo de Malandro, el fotógrafo del grafiti bombing venezolano)

Perteneció al colectivo APC en sus inicios y permaneció con ellos durante 2 años aproximadamente, su retiro lo atribuye a la idea de representación o ser representada. Esto lleva a un interés investigativo de su trabajo por diferentes temas donde su elaboración y abordaje parte de, como ella lo explica, “historias de las que me siento permeada y corresponsable. Me he interesado en particular en la explotación, el extractivismo, la diferencia de clases, las perspectivas de género, la migración, la ecología, la vida rural, lo indígena, los sueños varios”. Y, con esa premisa de la representación muy clara, ha tropezado con la titulación de su trabajo como arte femenino: “Veo en eso un tipo de clasificación instrumentalizada para tener encasillado un trabajo desde el que hablo de muchos otros más temas. Es algo que les sucede también a muchísimas otras mujeres en el mundo que pintan o que escriben. Es claro para mí que el tema de la mujer es muy importante, porque es muy rico y también me atraviesa como naturalmente las mujeres son atravesadas por todo lo demás. No he tenido la oportunidad de escuchar que le pregunten a un hombre algo así como, ¿tu temática es masculina?, ¿y por qué?, omitiendo de esta forma el resto de sus contenidos.”

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Bastardilla, Amsterdam, 2019

Una suerte de génesis de la participación de las mujeres en el grafiti o el muralismo lo ubica en los años 60 y 70: “Muchas veces olvidamos y desechamos el pasado como si las genealogías precedentes no hubieran sido parte del humus que conforma nuestro presente. Para mí, dentro de mi alcance, creo que las pioneras fueron infinidad de mujeres anónimas aliadas a los movimientos estudiantiles, campesinos, sindicales, feministas, fueron ellas quienes desde los años 60 y 70 realizaron una cantidad incalculable de consignas y murales políticos que dejaron el legado más importante sobre la toma de los espacios y muros públicos.”

La coherencia con la que ha manejado su trayectoria y la fidelidad a sus propios ideales tienen ese encanto en la idea de no estar contratada ni curatoriada por nadie. “Desprenderme de las imágenes y amar la impermanencia que tienen en el espacio público”, dice Bastardilla. “Desde y para la calle siento a mi autonomía desafiar a mis propios miedos, a leyes absurdas, horarios y a la multitud. Hasta el día de hoy encuentro en algunos muros callejeros la posibilidad de imprimir allí parte de lo que pienso”. No ha cambiado dicha posibilidad incluso cuando esa acción se fue adentrando al boom de festivales y proyectos varios que quizás le fueron permitiendo otras estéticas por el cambio de tiempos en su ejecución o cuando se fue reconsiderando en parte el carácter per se de esa pintura callejera en el momento que se estaba convirtiendo en una moda. Salvo lo último, “siento que no necesariamente fue negativo, porque en este mismo momento en el que algunos medios aún buscan el uso de ese tipo de pintura, perseverar en la labor entre espacios diversos hizo que el trabajo circulara también entre otros canales que han abierto la puerta a colaborar con otro tipo de realidades e iniciativas sociales”.

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Bastardilla, Bolivia, Cochabamba, 2017

“Cuando inicié”, continúa Bastardilla, “veía la calle como un espacio desprivatizado, eso sí, siempre vigilado, pero abierto a esa posibilidad de participación en primera persona. En este momento que la veo como un espacio hiperprivatizado, claro, con sus quiebres que no le dejan ser domesticada completamente, no dejo de quererla y de sentir que es un lugar esencial para el encuentro y el entendimiento. Cada vez que vuelvo a vivir en las ciudades, donde es más fácil pintar muros, no puedo no hacerlo y me impulsa la misma idea de retar a la impotencia y a compartir preguntas, aprendizajes que encuentro en el intercambio con gente que no tendría la oportunidad de conocer si no fuera por este oficio”. 

En el 2008 Lili Cuca empieza a pintar esténcil en las calles, pero como cuenta ella, “me aburrí, yo no tengo tanta paciencia y tantos métodos para desarrollar hábitos, y esta técnica requiere de una disciplina muy exigente, una previa a la pintada que sentía que podía emplear de otra manera en mi proceso de creación, de ahí pasaron muchas cosas con la exploración de diferentes técnicas y formas de mantenerme activa en la calle, mientras luchaba con reencontrar formas con las que realmente me sintiera identificada, no sólo con la técnica si no también con la imagen. En ese proceso no sólo encontré las técnicas de pintura con las que ahora me siento bien, sino que también descubrí que el arte urbano tiene muchas facetas y que una de ellas era la manera como nos relacionamos con la comunidad y otra la autogestión, esas fueron formas de expresión que me permití también como parte de mi lenguaje y del proceso creativo, poder acceder de formas muy cercanas a diferentes comunidades para compartir lo que es para mí el arte urbano, una forma de comunicación que invade y que empodera a ciertos sectores sociales que no suelen ser muy escuchados ni atendidos, y la autogestión, el poder que tenemos de desarrollar nuestros propios proyectos sin depender de ninguna institución, el poder de juntarse con otras personas que tienen las mismas proyecciones nuestras y la creación de otros mundos posibles, esto también me enseñó que las instituciones son herramientas para nosotras, no nosotras para estás, y bueno, en medio de todas las experiencias seguir pintando bajo los recursos que tengo como artista y encontrar no sólo en la calle si no en la producción de obra mi propio lenguaje y mis propias búsquedas”.

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Lili Cuca. Festival Alta Presión, Tunja, 2019.

A su llegada a Bogotá, desde algún lugar de la bella Boyacá, corría la década del 2000. “No entendía nada cuando llegué”, recuerda Lili Cuca, “pero algo que sí sabía era que eso que veía pintado en la entrada a Bogotá (nombres de personas con letras extrañas) me envolvía y me hacía preguntarme: ¿quién hace eso? Estaba atenta cuando salía a ver dónde más se repetían esos nombres y empecé a coleccionar en mi mente los que más veía repetidos por ahí. Me encantaba ver esos nombres llegando más al centro de la ciudad, invadiendo otros espacios que antes sólo veía en las periferias. Luego el bum del diseño con Excusado y Mefisto, los eventos alternativos en lugares que nadie esperaba sirvieran para encuentros culturales, el rap, los muros libres, la gente creando desde diversas técnicas, publicaciones independientes, Piso 3, Triple X (donde vine a encontrar a un man que vivió en mi pueblo ), todos haciendo la suya, sin esperar que nadie lo hiciera por ellos, la ASAB en pleno centro de esta ciudad y yo con pura calle de pueblo… me explotó la cabeza y quería ser parte de todo esto. El trabajo autogestionado, los stickers, los conciertos en lugares pequeñitos, las novelas de flickr cuando empezaron las redes sociales, y ver como todos empezamos a compartir y a invadir esta ciudad. Nadie estaba esperando nada, ni becas, ni viajes, ni fama, sólo manifestarnos, invadir, trasgredir esta urbe. Y bueno, sin pensarlo, entre todos derrumbamos unas murallas tremendas y nos convertimos en una forma de comunicar y en una de las expresiones culturales más grandes y contundentes que tiene el país”.

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Lili Cuca. Exposición Mujeres contra el muro, Centro Colombo Americano de Bogotá, 2019

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En los años 90, la capital antioqueña era una ciudad que se encontraba sitiada por la violencia producto de El Cartel de Medellín. Existían muchas restricciones en las calles: el toque de queda, el control ejercido por parte de fronteras invisibles, las vacunas y los grupos paramilitares que no dejaban que se exploraran o desarrollaran los procesos culturales de modo libre, la censura a los contenidos que se expresaban por medio del campo artístico, entre otras.  

Con la llegada del nuevo siglo y contra todas las premoniciones apocalípticas que existieron en su momento, aparecen tres mujeres en diferentes lugares de Medellín que iniciaron pintando en la calle y siendo partícipes de escuelas formadoras, que se encargaron de trabajar con los jóvenes en procesos por medio de los elementos de hip hop, nuevas alternativas para evitar delinquir y, más bien, potencializar las cualidades y talentos que tenían, manifestándolos con la pintura, el baile o la música. 

Angie Melissa García es Mela, una mujer del Valle de Aburrá que inició con cierto desconocimiento de la calle y el mundo del grafiti y quien encuentra su motivación por las letras desde muy pequeña. “En tercer grado de primaria”, recuerda Mela, “escribirle los nombres a las compañeras y desarrollarlos en modo “grafiti” sin saber la existencia de esto o influencia alguna, pues en la familia o en mi entorno social no conocía nadie que lo hiciera o gustara del hip hop… luego con liquid papper fui rayando por todo el colegio el grado mío junto a mi nombre porque quería dejar “huella”, entonces iba por las paredes de los corredores, los puestos y los baños rayando “meli 3-2”, luego “meli-4-2”. Toda mi vida escolar fue en aquel colegio en el que me gané muchos problemas disciplinarios por este tema, al punto de llamar a mi familia de manera sorpresiva, a final del grado quinto, diciendo que solo me daban el certificado de paz y salvo para sexto si todos los de mi casa lavaban el salón en el que permanecí aquel año. Lo hicieron, pero seguí con la misma saga de firmas por ese colegio. Luego conocí a Numak y por los mismos días conocí a Marcos, Eyes y a los siguientes años a Zycra, Niño y algunos escritores actuales que me fueron motivando a seguirlo haciendo”. En el 2008, Mela empieza a salir de su barrio y comuna (que normalmente son el inicio o comienzo exploratorio para quienes se dedican al grafiti) a explorar otros territorios. “Los inicios del grafiti en Medellín fueron años de resiliencia. Los que en esta época eran jóvenes, hacían grafiti con las uñas, con un temor venidero de una guerra como fue la de Pablo Escobar, la cual vivenciaron y no se permitió transcender porque era simplemente peligroso. Estar luego de las 7 de la noche en la calle o pintar donde estuviera cerca un policía eran actos riesgosos, porque en aquella época pagaban por matarlos; la libertad de expresión en aquellos años a finales de los 80 y principios de los 90 simplemente era limitada. Las calles solo tenían mensajes de amenazas y uno que otro grafiti de hoppers que empezaban a surgir. Luego de la muerte de Pablo Escobar, comenzó la década en el que el grafiti comienza a surgir bien, entre 1994 y 1996, junto al break dance, estableciéndose como dos elementos hermanos en los que había lugares como la Biblioteca Pública Piloto en la que muchos grafiteros también hacían break dance… comenzaron a compartir música y  conocimiento y empezaron las primeras eras, crews y escuelas dedicadas al género en la ciudad. Agradeciendo a esos old school de que aún estén activos y compartiendo toda estas experiencias.” 

(No deje de leer: De La fría a La eterna primavera: Beek y Pac Dunga hablan sobre los orígenes del grafiti en Colombia)

A Mela le tocó más de una vez esconderese, mientras parchaba o pintaba, porque se armaban balaceras. “Hay una dificultad como mujer”, explica Angie, “porque en Medellín, una ciudad que tiene estereotipos de mujeres bonitas, pintar y montarse a un transporte público con la ropa huntada y cargando elementos de pintar, es visto como de alguien sucia. Incluso al principio perdí un noviecito con el que comenzaba, por esta misma razón. Elegir no comprar maquillaje, ropa o accesorios que son comunes en mujeres, o comprar aerosoles a la suerte de que me los quite la policía o los mismas Convivir, enfrentar cólicos menstruales en la calle e ignorarlos para poder terminar con éxito mi spot”.

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Izquierda: MELA. Staff Bulldog, 2018, Bogotá. Derecha: MELA. Realizado para el documental Rayando Patria, Bogotá, 2018.

Por otro lado, Laura Taborda conocida como Missy, empieza a salir a las calles en el año 2008 junto al Shamo a pintar. Para el 2010 se dedica a bombardear de forma más constante la ciudad y cuenta que anterior a ella ya existía una mujer que se hacía llamar Nessa, que ya tenía un tiempo pintando en Medellín. Su formación en el mundo del grafiti la emprende en Casa de la Nada, en Envigado, un lugar de esparcimiento, batallas de break dance, rimas y escuela de grafiti, toda una búsqueda por medio del acompañamiento artístico que le hacían a sus integrantes. Missy pintó en las calles de Medellín durante 7 años seguidos influenciada por la cultura del hip hop. Encontró en la técnica de las letras un camino diferente de lo que realizaban sus compañeros a la par. “Mi estilo siempre quiso ser muy “femenino”, muy tierno, porque ya estaba lo opuesto, el hombre grafitero que quería hacer piezas más elaboradas, más bruscas”, recuerda Missy. “Yo siempre quise conservar el tema de colores pastel, muy característicos de lo que la cultura nos impone que debe ser una mujer. Son estereotipos que vienen marcados desde la infancia y cuando uno crece con ellos es muy difícil deshacerse de ellos, y lo que yo quería hacer era que en la calle se vieran piezas muy tiernas y que el nombre y los colores expresara algo femenino”.

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Missy, Medellín, 2012.

Recuerda salir una noche en compañía de Ambs, Zurik y Mugre Diamante a bombardear toda la Avenida El Poblado con el fin de marcar un precedente: que las mujeres estaban muy vigentes y presentes en la escena colombiana. Vivió una época donde el género de las mujeres arrancó con mucha fuerza y se consolidó. Su paso por la escena lo recuerda como un momento en que las puertas estuvieron abiertas a nuevos géneros y procesos (música, baile, Djs, gráfica), hubo mucha expansión en la ciudad y esto logró una profesionalización de la técnica.

Ana Milena Estrada, por su parte, es de la ciudad de la eterna primavera. Se le conoce en las calles como Pecas y lleva pintando desde el año 2012. Empezó con trow ups y personajes, especialmente moscas. “Desde ahí empecé a enamórame de las letras y decidí investigar más”, explica Pecas. “Empecé a practicar más letras y a pintar quick pieces y semi wild style”. Perteneció durante 5 años a 4 Elementos Eskuela, donde se formó y aprendió todo lo relacionado con el grafiti, desde la técnica hasta su historia. “Lo que había pintado antes, lo hacía de forma empírica, bocetando con amigos y mirando revistas o videos”.

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Piezas de Pecas

“Quería sacar mis dibujos del papel”, continúa Ana Milena, “es por eso que conocer el arte urbano me tocó tanto, era la oportunidad que siempre esperé para rayar el espacio público. Quería dejar mi arte por todos lados. Antes pintaba por rebeldía, adrenalina, por experimentar, reunirse con los amigos era el pretexto perfecto. Ahora no cambia mucho, la necesidad de adrenalina, de olvidar todo en la calle, de retarse. Actualmente, pinto con más calma, ya que no he cambiado de tema o temática, pues mi interés siempre ha estado dirigido a las letras y a los lenguajes del ser humano; quizás lo que cambia ahora es el ritmo, pinto más despacio en algunas ocasiones, quiero dedicarles más tiempo a las piezas para un mejor resultado”.

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Pieza realizada en 2019 por Pecas, Worm y Ghetto. Festival color de Hormiga, Itagüí.

Entramos ahora un poco en la historia de la “sucursal del cielo”, una ciudad con mucha historia, sabor, música, baile, literatura, cine, cultura y expresiones gráficas y sonoras que han sido oriundas del Valle del Cauca y del Pacífico. Tiene una historia muy similar de violencia y cultura narco, como la vivió Medellín. El Cartel de Cali fue rival del grafiti a muerte durante los años 80 y 90, lo cual no aplacó los procesos culturales y artísticos que en medio de tanto horror se fueron desarrollando y realizando. La cultura caleña aportó un gran número de nombres y lugares donde el desarrollo intelectual se vio reflejado en la historia de Colombia.

Nathalia Gallego Sánchez es Gleo, una artista nacida en la ciudad de Bogotá pero criada en la Sultana del Valle. Siempre ha pintado, pero a medida que el tiempo pasaba entendió que la pintura era la manera que brindaría experiencias a las personas. “Creo que puedo responder que soy una persona buscando encontrarme como individuo en el quehacer de la pintura”, asegura Gleo. Sus procesos e investigaciones pictóricas iniciaron en las calles de Cali en el año 2008, recién graduada del colegio y estudiando química en la universidad del Valle. “Tenía 17 años y desconocía todo, hasta la palabra grafiti. Empecé a ver la ciudad intervenida con personajes, carteles y dibujos a gran formato por diferentes artistas que en esa época eran las nuevas propuestas del país en cuestión de gráfica urbana”. Esto tuvo un gran impacto en ella, que sentía la necesidad de pertenecer a ese mundo gráfico que construía su ciudad. “Supuse que también podría hacerlo”, continúa Nathalia, “entonces simplemente lo hice con pinceles y pintura de papelería: pinté en la calle. Comencé pintando los postes de luz, dibujaba insectos y peces que practicaba durante la semana antes de salir. Duré mucho tiempo pintando sola sin conocer a las otras personas que pintaban en la ciudad. La calle fue mi escuela en muchos aspectos de la vida. Después de un año conocí a algunos que pintaban en la calle como Letop, Visual, Guacala y a Jesús de Grafica Mestiza, con ellos empecé a distinguir las piezas y los estilos en los muros, se trataba de salir a las pintadas colectivas de fin de semana en algún muro que nos encontrábamos en la ciudad. Por ese tiempo veía pintadas de Puro Amor que se encontraban por todos lados, en realidad su trabajo habitaba las calles de Cali y no recuerdo otra chica que fuera tan constante como ella en la época. Recuerdo que seguí pintando con los vinilos. Siempre me han preguntado, ¿por qué no usas aerosol? En primera instancia, el vinilo era más económico y, por otro lado, no encontraba una relación con el aerosol como herramienta. Estuve por un año en HBC crew, donde había chicos de Medellín, Bogotá y Cali. Me retiré porque yo no cumplía las expectativas de la crew: pintar constantemente y usar aerosol. 

Para Gleo la pintada dominguera se volvió costumbre, con o sin crew. Interiorizó el compromiso con la pintura y esto consolidó su estilo. “La calle te enseña mañas pero también te enseña tu método personal de abordar el espacio público: pintar temprano, alistar rodillos, preparar colores y tener una gran faena creativa en el día se volvieron lo cotidiano. Creer en mis herramientas y dedicarles la vida; conocerlas para pintar ha sido el proceso constante de mi trabajo. Por eso yo uso vinilo de exterior, me atrae mucho que cada sitio tiene pigmentos diferentes que ofrecen el reto de entenderlos y preparar tus propios tonos. También he encontrado una fascinación en cómo a través de la brocha puedes jugar con tantas texturas y maneras de dejar marcada tu emoción de ese preciso instante en el que estás entregando el todo para una pieza”. 

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Gleo. Cancún, México, 2019.

La mayoría de los muros que ha realizado en su trayectoria son legales porque creció pintando en una ciudad con una fauna social muy diversa, explica Gleo, “me enseñaron desde pequeña a tener cuidado de todo; un poco paranoico, me dicen algunos amigos, pero cuando eres una mujer en cualquier parte del mundo, es lo que te enseñan. Cali es una ciudad donde a pesar de la delincuencia y el calor infernal, las personas son muy amables. Cada vez que salía a pintar era un descubrir del carácter de la ciudad, empezaba la jornada levantándome temprano para llegar al muro y aprovechar mejor la sombra del muro. Mientras pintaba, aparecía alguna vecina con pandebono y café, alguien te invitaba el almuerzo y en la tarde llevaban jugo de lulo o cerveza para disfrutar de esas tardes donde todo mundo sale a compartir. Pintar en las calles de Cali es una manera real en que un artista urbano y la comunidad interactúan y crean un espacio en común. Esta dinámica de una ciudad que me permitía pintar de día, tomarme el tiempo de pensar y conocer el espacio, cultivó mis primeros procesos para pintar muros”.

Al salir de Cali, Gleo comprendió que cada ciudad tiene sus entresijos y sus propias perspectivas sociales, así como arquitectónicas. “Mi método de trabajo no siempre es el mismo, siempre depende del contexto: lo resuelvo investigando el sitio, su historia, sus costumbres y todo lo que definió el lugar. Luego organizo mis ideas y las simplifico, donde lo más importante para mí es una propuesta gráfica que sea leída e interpretada por todas las personas que pasen por el lugar. Marco unos parámetros de color y dibujo que dependen siempre del entorno y de la construcción que voy a pintar. Luego de estos pasos empiezo a pintar y a construir el muro de acuerdo a lo que voy experimentando cada día en el espacio. Ese momento para mí es el más importante porque conoces la real personalidad de la ciudad, habitas la calle por 12 horas y convives con sus transeúntes, entiendes las condiciones socioeconómicas, climáticas y culturales que afecta las dinámicas de la ciudad, generas diálogos/confrontaciones cada día en tu proceso y muchas cosas más que van enriqueciendo la experiencia, definiendo tu trabajo y volviéndolo único en cada espacio”.

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Gleo. Charlotte, Carolina del Norte, Estados Unidos, 2019.

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Todas estas historias contadas por Bastardilla, Era, Fear First, Pecas, Mela, Missy y Gleo, son un soporte muy importante para entender y encaminar la importancia histórica del trabajo que ellas han elaborado en las calles desde diferentes técnicas. Se convierten, pues, en parte de una gran voz de muchas mujeres que han sido calladas, censuradas y violentadas. Hacen parte de una primera línea que cada vez es más sólida, fuerte y sensata. Sus contenidos y críticas abordan diferentes contextos de forma rigurosa. “En eso estamos”, dice Lili Cuca, “como todo el mundo. Y no sólo en este tema de grafiteros y artistas urbanos, si no en todos los oficios y aspectos del mundo. La lucha del feminismo ha llegado a un momento muy importante que es el despertar de las mujeres, dejar de vernos las unas a las otras como competencia, generar lazos que nos permitan establecer redes más fuertes para que nuestro trabajo sea valorado y reconocido por el hecho de ser mujeres, claro, pero también y sobre todo porque tiene el mismo valor y la misma importancia que cualquiera del que hacen nuestros compas. Es difícil, aún suceden cosas como que una hace una llamada a un proveedor o a algún proyecto y si no es fulanito de tal que tiene renombre, no atienden con la misma agilidad, o con la misma prontitud que lo hacen con ellos, pero el tema es que en eso vamos… aprendiendo entre todxs”. 

Cuando Gleo empezó a pintar en la calle no sabía que el suyo podría ser un camino diferente por ser mujer. “Desde pequeña se me enseñó que muchas cosas serían diferentes o un reto por ser mujer. Vamos a un plano más general: ¿qué trabajo femenino es valorado en Colombia? Creo que pocos, por no decir ninguno. ¿Cuántas mujeres son de alguna manera violentadas a diario en las calles de Colombia? No tengo un dato específico, pero como mujer podría decir que todas hemos recibido algún tipo de violencia en la calle por algún desconocido o conocido. Ahora volvamos a la pregunta de si es valorado el trabajo de las mujeres que realizan intervención artística en la calle: es la misma calle donde somos agredidas y debemos sacar la versión más valiente de nosotras para ganarnos el respeto que debería ser dado desde un inicio. Las mujeres hemos sido asociadas con el relleno, es normal que me contacten porque necesitan mujeres para equis proyecto donde no importa qué tienes para compartir como artista sino como una persona de género femenino que rellenará el proyecto, pintando el muro que los otros participantes descartaron. Y claro, pongamos a un chico para cuidarlas y que les ayude a cargar las cosas porque es importante contar con mujeres en nuestro proyecto. ¡Y después algún buen amigo te dice: pero si hasta las consienten! Esto no lo digo a modo de queja, sino de realidad. Si a un chico le cuesta ganarse el respeto por su trabajo, a una chica le cuesta el triple. Es muy común ver cómo el trabajo de mujeres que pintan en la calle es valorado por su valentía, por ser un caso excepcional y en el peor de los casos por tener una carita fotogénica. Son puras categorías que tienen su lado positivo, pero también desigual, muchos de mis amigos grafiteros que son valorados en el medio no tienen una carita fotogénica, tampoco son un caso excepcional y tampoco los admiran de manera protagónica por su valentía por pintar en la calle. Hacemos parte de un sistema que nos condiciona a través de una retícula que llamamos ciudad, donde vemos inclusión-exclusión-segregación-integración y nos creemos eso como una verdad absoluta. Pienso que se debe empezar por el respeto a la mujer como persona y sujeto activo de la sociedad para poder realmente valorar y no subestimar el trabajo en el que ella se desempeñe”.

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*Juan David es historiador, investigador y curador independiente de arte.

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