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Ilustración por @burdo.666

La versatilidad artística de Diana Ojeda

Aunque el grafiti y el muralismo han sido su pasión y la base de numerosos proyectos, esta artista ha sabido moverse por diversos caminos de la creación transitando desde el esténcil hasta las proyecciones.

Daniela Pomés Trujillo / @danipomes

Aunque nació en Bogotá, Diana Ojeda pasó su infancia entre las olas del caribe y la fauna marítima de la isla de Santa Catalina donde vivió hasta los 12 años. Llegó allí en compañía de su hermana y su madre, una pedagoga que decidió trasladar la vida de las tres a la isla de Providencia. Allí aprendió a hablar creole, vivó entre la montaña sin luz ni agua y aprendió a leer y escribir gracias a las enseñanzas de su madre. 

En el jardín de su mamá –en la isla– empezó su relación con el arte desde muy pequeña. Diana recuerda que se pasaba los días dibujando y haciendo trabajos manuales que más adelante vendería entre sus amigas del colegio.

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Mural para Selina Hostels en Panamá en colaboración con Óscar Ramírez

Sin embargo, a los doce años la vida le cambió del cielo a la tierra. Debido a la precariedad de la educación en Providencia, abandonó la vida en la isla y se mudó a la casa de su papá en Bogotá, un violonchelista al que le heredó la vena artística.

Mientras crecía en Chapinero Diana empezó a acercarse al arte callejero. "Cuando iba en la ruta del colegio me la pasaba viendo todos los grafitis y murales que había en la calle, me llamaba mucho la atención", cuenta. Recuerda que pintar gatos en las puertas de los baños de su colegio fue su primer acercamiento al grafiti. Su primera pintada en la pared de un almacén Ley, el muro, la adrenalina, la necesidad de hacer el trazo preciso a pesar del temor a que llegara la policía, la marcaron para siempre y le hicieron dar cuenta que el grafiti y el muralismo serían su camino por el resto de su vida. 

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Mural "Somos más que una", Villavicencio.

 

Con el apoyo de sus padres, al terminar el colegio tomó clases con el cineasta y artista Carlos Santa. Carlos le ayudó a mejorar en la ilustración, le enseñó técnicas, dedicación y disciplina y la llenó de referentes de cine, escultura y arte en general. Al tiempo Diana experimentaba en pequeños proyectos personales. 

(Conozca ‘El arte de Carlos Santa y la animación experimental en Colombia’)

Se presentó dos veces a la Nacho, pero no pasó, así que inició sus estudios en la Escuela de Artes y Letras. Aunque no era lo que quería al principio, en este lugar conoció a muchas personas involucradas en la escena del grafiti. Cuenta que cuando ella y sus amigos salían tarde de clases agarraban un Transmilenio con cualquier rumbo y se iban a rayar las calles. “Al principio hacía letras y cosas feas”, recuerda. 

Para Diana salir a pintar se fue convirtiendo en su manera de habitar las calles de una ciudad gris y sobre todo hostil, en la que siempre hay que cuidarse de no andar sola muy tarde ante el riesgo inminente de que “te violen o te roben”. Tuvo que enfrentarse Bogotá –muchas veces densa– luego de pasar tantos años entre la libertad y la seguridad de vivir en una isla. 

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Chapinero, Bogotá.

Chapinero se convirtió en el lienzo en el que comenzaron a aparecer sus primeras pintadas. Hoy en día, Diana ha rayado en casi toda Bogotá y sus alrededores. Según cuenta, el miedo a no poder y las comparaciones con otros artistas con más trayectoria no fueron motivos para que dejara atrás un camino del que cada vez estaba más convencida. “El graffiti fue mi primer amor y es el que me ha abierto el camino para todo lo que hago hoy”.

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Poco después de que la gente la fue conociendo comenzó a ganarse un nombre y una reputación y empezaron a invitarla a festivales y pintadas colectivas. Sus trazos iban haciéndose espacio en una ciudad reconocida a nivel mundial por la calidad y el talento de sus exponentes en el grafiti. 

La primera vez que salió a pintar fuera de Bogotá lo hizo en algunos pueblos del Cauca invitada por la Minga Muralista Nasa y el Centro Nacional de Memoria Histórica. En ese primer viaje trabajó un mural de la mano con las mujeres indígenas tejedoras de Jambaló. La experiencia en territorio y junto a la comunidad causó un fuerte impacto en su trabajo y la llevó a interesarse por la construcción de memoria a través del muralismo. 

Diana recuerda especialmente este muro porque, además de ser el primero que hizo en territorio, se dio cuenta del talento que tienen estas mujeres tejedoras trasciende la violencia y las masacres. Entendió que a pesar de la corrupción y la ausencia de ayudas estatales estas personas siguen adelante y están siempre dispuestas a compartir sus saberes y sus historias –casi siempre tristes– con alguien que viene de afuera. Ha seguido alimentando esta reflexión en cada muro que ha hecho con comunidades. 

Desde entonces ha pintado en Cauca, Guaviare, Cartagena, Montería, La Vega, Santander, y Antioquia, entre otros lugares en Colombia, en colaboración con Óscar Ramírez, el compañero con el que conforma el colectivo UTK Crew

Diana recuerda que el año pasado estuvo pintando en El Placer y en La Hormiga, Putumayo, lugares muy golpeados por la violencia. En El Placer, por ejemplo, pintó un mural en el que se rescataba la memoria de las mujeres allí asesinadas. De la vereda de Junín recuerda con nostalgia sus conversaciones con Doña Marlén, una campesina tejedora con la que conversó sobre el fracking y su impacto en la comunidad y el ecosistema. “Aprendí a mirar el contexto, qué hacía ella, qué era lo verdaderamente importante para ella. Pinté un mural que era el páramo tejido por las manos de Marlén”. 

Para Diana el arte, el muralismo y el trabajo con la comunidad ha sido una herramienta muy fuerte y muy potente de memoria, dignificación y reparación. Según cuenta, ha sido su manera de luchar contra la impotencia que la habita al ser testigo de la dura realidad del país.

Desde muy joven Diana ha trabajado con infancia. La pedagogía –heredada de sus padres– es una de las cosas que más disfruta hacer y con el paso del tiempo encontró la manera de fusionarla con su arte. Considera que los niños son mucho más libres, sinceros, frescos y creativos. "Todavía no tienen la mente y las manos atrofiadas por prejuicios y doctrinas impuestas", dice. Inició dictando talleres de muralismo en las Casas de Juventud de la alcaldía de Gustavo Petro y actualmente está dando clases particulares a unos hermanos desde hace más de seis años, a la par que dicta talleres para niños con su proyecto: Taller Rayón Rojo.

Respecto a su identidad artística, Diana cuenta que cuando empezó a ilustrar y a pintar murales lo hizo bajo el impacto que tuvo en ella la vida en Providencia. Ballenas, corales, peces y medusas fueron los personajes de sus obras en ese entonces. Usaba mucho el puntillismo, tenía un ritmo de colores vivos, brillantes, fluorescentes y figuras muy detalladas. Después tuvo una etapa en la que las plantas y las flores reemplazaron la flora y fauna marina con línea de ilustración. Hoy en día, Diana no solo se dedica al grafiti y al muralismo, sino que también ha experimentado en otras artes dejando su sello. Saga Uno, Miss Van, Bastardilla, Stink Fish, los crew APC, VSK y Os Gemeos son algunos de sus referentes y artistas a quienes admira. 

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Sobre este proceso en el grafiti y el arte urbano que inició desde el 2008 dice que ha aprendido a ir a su ritmo, sin prisas. Para ella lo más importante es disfrutar del momento, aprender y compartir. Aunque las letras y el color rosado son elementos que han permanecido en los diferentes formatos y estilos que Diana ha trabajado, se considera una artista tan diversa como versátil, lo que hace que no tenga un estilo estático. “No tengo un estilo definido, tengo muchos estilos y eso también está bien. A veces el artista se preocupa mucho por la búsqueda del estilo hasta el punto de carcomerse la mente en ese afán de encontrarse”, dice.

Aunque Diana dice que no es ni pretende ser una artista de galería –pues para ella el arte no debe ser dirigida a élites, sino que, por el contrario, debe ser pública y para la gente–; ha participado en algunas exposiciones de este tipo en galerías del barrio San Felipe en Bogotá, Antípoda y Art Latino en México. También hizo una exposición junto a Óscar Ramirez en la Estación de las Aguas de Transmilenio sobre la historia de la resistencia campesina en Cocorná. Así mismo ha logrado llevar su arte a otros lugares de Latinoamérica como Ciudad de México o Panamá.

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A lo largo de su carrera Diana se ha desenvuelto como una artista versátil y ávida de experimentación. Desde fotografía, tatuajes, su marca de chocolates Kokoshiro, repostería hasta cartonería, alebrijes, memes y pintura sobre acero inoxidable (un concepto que creó en compañía de Oscar), Diana ha sabido moverse entre distintas acciones y públicos. 

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Este meme surgió de una fotografía que Diana tomó en Transmilenio.

Algunas de las pasiones que ha ido descubriendo en su proceso han sido la fotografía y el video. Empezó haciendo registro de las pintas y poco a poco fue explorando más. Ha experimentado con macrofotografía de tags, concentrándose principalmente en las texturas. También tiene un diario fotográfico de los viajes que ha hecho y lo conserva como su propio proceso de memoria. Con Óscar solían llevar una impresora portátil de fotos para dejarles el recuerdo impreso a las personas de los muros que pintaban en sus espacios. 

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La Imágen de la izquierda está pintada sobre acero inoxidable. 

Estencil, animación, bordado, serigrafía y proyecciones en muros son algunos de los proyectos en los que está metida por estos días. Estas últimas las empezó a trabajar hace poco más de un año con UTK Crew. Durante el Paro Nacional fue el momento en el que más proyectaron. Hace poco nació Streedente, un colectivo que conforma junto a Le PrideX y que gestaron motivados por las situaciones que la cuarentena trajo consigo. 

(Lea ‘Proyectar para resistir en tiempos de pandemia’)

La aparición de banderas rojas en las ventanas de las personas más golpeadas por el hambre durante la cuarentena y la impotencia de estar encerrados en casa sin poder habitar las calles de la manera en que siempre lo han hecho llevaron a estos dos activistas gráficos a crear una galería digital. Más de 48 artistas se sumaron a la Exposición Banderas Rojas que buscó generar conciencia sobre el hambre en el aislamiento.  

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Exposición "Llama al 1312" con Streedente. "Coco", el perro de Diana hace parte de varias de sus obras. 

Esta primera exposición tuvo muy buena acogida y a la fecha ya consiguieron hacer la segunda exposición colectiva con esta plataforma. “Llama al 1312” o “Call 1312” se expuso recientemente en simultánea en Bogotá, Buenos Aires y Nueva York. Para Diana proyectar “también es habitar las calles desde la luz... como una contrapublicidad. Son mensajes políticos, satíricos, desde la gente, desde lo real, desde lo que vivimos”, dice. 

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Proyecciones parte del proyecto personal de Diana..

"De la cuarentena he aprendido que el arte es vital", cuenta. Para ella el aislamiento ha sido el espacio propicio para enfrentarse a sí misma en la soledad. Según cuenta, ha aprovechado el tiempo para darle vida a proyectos que tenía en mente y que no había podido materializar y le ha dado luz a espacios como Streedente. 

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Diana aclara que el muralismo y el grafiti son para ella procesos totalmente independientes. El primero le ha servido como medio para subsistir y el segundo para expresarse con libertad. Dice que jamás va a vender grafiti y en el caso del muralismo, no lo hace para cualquier persona. 

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Mural "Tejedoras de Jambaló" junto a Óscar Ramírez.

Reflexionando sobre el muralismo y el grafiti opina: “El muralismo ha tomado tanta fuerza también porque se ha comercializado. La institución siempre trata de apropiarse, de chuparle la sangre a la juventud que es lo que vende. El gobierno dice que va a dar becas, nos ponen a pintar en La Candelaria para luego borrar. Sacan leyes de grafiti responsable pero después borran todo. Hasta las mismas personas que hacen grafiti lo hacen comercial porque tienen que vivir de algo. Se vuelve su propio negocio. No lo critico, pero siento que muchos se han olvidado de lo que es la pintura y el alma del grafiti”, agrega. 

Aunque debido a la coyuntura hace tiempo que no ha podido salir a rayar, Diana espera volver a hacerlo pronto. Para ella la manera más sincera de compartir su arte es pintando en la calle, algo que ha sabido hacer desde sus diferentes identidades, desde los diferentes aka con los que firma. 

Para el futuro, Diana aspira a continuar la exploración artística que la caracteriza. En su horizonte está el trabajar la cerámica, hacer ropa, hacer talleres de cartonería con habitantes de calle y recicladores, tener una tienda donde pueda vender todo lo que hace y darle trabajo a otras personas, seguir trabajando en la pedagogía con niñas y niños, construyendo memoria y sobretodo: seguir rayando. 


Conozca más de Diana Ojeda y todos sus proyectos en su perfil de Instagram.

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