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Ilustración de @nefazta.666. Fotos tomadas del Flickr de Rodez

Desde que hubiera brochas y buen vinilo para Rodez todo era una fiesta

El pasado 22 de enero falleció Rodez, un virtuoso que dio cátedra en la academia y en la calle. A un par de meses de la partida del creador bogotano publicamos este homenaje póstumo en el que creadores cercanos recuerdan a este grande en su rol de artista, amigo y padre.

@sinsecuencia

Cuando vivían en la calle 53 con carrera 7, en una época en la que querían rayar todo lo que se les cruzara por el camino, Rodez y sus hijos Nómada y Malegría organizaron un evento en su casa que bautizaron Gráfica al carbón. Se trató de un asado en el que los artistas asistentes podían dejar su sello en las paredes del patio de la casa. 

Gris, Franco o el Pez fueron algunos de los artistas que dejaron su firma en aquel lugar que años más tarde la familia Rodríguez tuvo que dejar por pedido de los dueños. Previo al trasteo, Nómada se pasó horas tapando con varias capas de vinilo blanco todos los recuerdos. “Fue una tarea ardua pero esa noche me acosté por primera vez orgulloso de pintar un muro de blanco”, cuenta. Al otro día, cuando se despertó, se dio cuenta de que Rodez y su amigo, el artista chileno Charquipunk, llevados por la emoción del aerosol y unas cuantas cervezas, habían vuelto a taggear todos los muros con lata negra.

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Ese era Édgar Tito Rodríguez Acevedo, mejor conocido en la escena gráfica como Rodez. Un tipo fresco que vivía cada experiencia a otra revolución y quien no tenía reparo en compartir su conocimiento. Ilustrador, muralista, profesor y grafitero, Rodez supo granjearse con habilidad un nombre a lo largo y ancho del planeta, convirtiéndose en un referente para artistas de todo el mundo, incluidos sus hijos. 

Para Nómada su papá era un crisol de información abierta. No solo era su obra un ejercicio impactante que demostraba su dominio sobre una infinidad de técnicas; Rodez era una biblioteca viva que no escatimaba al momento de compartir lo que sabía, enseñanza que siempre trató de inyectarle a sus hijos.

Desde muy pelados Nómada y Malegría estuvieron rodeados de toda esa esencia que era su padre. El dibujo, la pintura, el juego, la literatura y la música, estaban siempre presentes en el estudio de este artista, razón por la cual sus hijos le siguieron los pasos y vieron en el arte una salida de emergencia y una manera de vivir, pero de vivir en serio. 

Rodez siempre le mostró su mejor versión a la vida. Según cuenta Malegría, enfrentaba las adversidades con buena actitud porque hasta en eso dio cátedra. “Era capaz de transformar su entorno con un simple comentario u observación y siempre dejaba huella en las personas que se lo cruzaban”, señala.

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La facultad de Diseño Gráfico de la Universidad Jorge Tadeo Lozano le dio herramientas a Rodez para emprender su viaje gráfico a mediados de la década de los 80. Por esos años, exploró de manera minuciosa, intuitiva y académica la ilustración, un área en la que desde muy joven sobresalió por su talento notable. 

La academia le dio luces como estudiante y luego como docente. Su trabajo juicioso como ilustrador lo hizo destacarse y lograr reconocimiento a nivel global. Rodez publicó más de 50 libros ilustrados de literatura infantil y para adultos, y llegó a colaborar como ilustrador en revistas y periódicos en América y Europa.

Tras casi 20 años de maduración artística, horas de estudio y experimentación de diversas técnicas, la teoría del color o las formas geométricas y orgánicas, el arte urbano llegó a Rodez como una epifanía que recibió con humildad, como la llave a un mundo nuevo y estimulante.

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Las ganas de sus hijos y la ardua exploración técnica bajo las cuatro paredes de su taller lo impulsaron a plasmar su obra en la calle, un ejercicio que cada vez tomó más fuerza debido al junte que se gestó con Malegría y Nómada. Así, los tres conformaron el colectivo Cruce de caminos haciendo de la pintura callejera una integrante más de la familia.

(Le puede interesar: ‘Los hijos que sacaron al papá a grafitear’ )

La particularidad de los murales de este artista se le puede atribuir a la manera en que llegó a pintar en la calle un proceso inverso al de la mayoría de los artistas urbanos que fueron aprendiendo y consolidando su lenguaje directamente en el muro. Rodez, por su parte, ya tenía un lenguaje desarrollado cuando recibió el arte urbano y lo incorporó a una obra consolidada realizando murales con una solidez sorprendente desde el primer momento. 

Su polivalencia hizo que la calle se convirtiera rápidamente en su nuevo hábitat empezando la década del 2000, época en la que las nuevas formas de comunicación mediadas por la inmediatez, como el internet, permitieron que su trabajo diera de qué hablar en otros lugares del mundo.

Fue así como en 2007, el artista chileno Simón DeMadera conoció el trabajo de Rodez gracias a un colega en Valparaíso que tenía una serie de publicaciones con murales, dibujos y stickers del artista bogotano. 

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“A Rodez le agradezco por abrirme los ojos y desprenderme de la idea de hacer mío el material, de utilizarlo no solo como nos enseñaron y se supone es la regla. Por perderle ese miedo y experimentar como si todo estuviese a nuestro favor. Solo puedo dar gracias”, comenta Simón. Aunque solo compartió con Rodez unos días de pintura, cuenta que ese tiempo fue suficiente para darse cuenta de la clase de persona que era.

Como Simón afirma, la actitud de Rodez en la calle era siempre jovial y enérgica. El mismo Malegría admite que siempre le llamó la atención que a menudo se sentía más viejo que su papá. “No había resaca o clima adverso que le bajara la buena actitud. Desde que hubiera brochas y buen vinilo todo era fiesta", agrega Malegría. 

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Su humildad y amor profundo por el oficio es una cualidad que quienes lo rodearon coinciden en destacar, algo poco común en una escena en la que dominan los egos. El artista peruano Elliot Tupac concuerda con esta opinión y agrega que Rodez dejó un legado vivo como la libertad para creer y crear. Según cuenta, fue de los pocos artistas en quienes se podía encontrar la rigurosidad del trazo y su soltura.

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Por azares del destino Tupac terminó cruzándose con la obra de Rodez. Conoció su trabajo en 2010, pero fue en 2018 cuando coincidieron en el proyecto artístico Lavamoatumbá, donde conectaron como si se conocieran hace tiempo. Sus inquietudes por el arte, la ilustración y la docencia los hicieron buenos amigos con el tiempo. “En abril de 2019 Rodez vino al Perú y se quedó unos días viviendo en el taller. Hubo mucha enseñanza, pintamos, conoció a algunos amigos míos y también generó la mejor impresión”, cuenta Elliot con quien en 2019 realizó el muro Renacer para Crecer, en el Bronx. 

Como bien lo define Elliot Tupac, Rodez fue siempre un maestro, un tipo que en lo que concierne al arte nunca se guardó nada y lo entregó todo. Pero también fue un aprendiz. Su contacto con la calle luego de haber hecho carrera en otras superficies lo llevó a encontrarse con un lienzo inagotable por medio del cual no solo dio rienda suelta a su propio universo, sino que también aprendió y ayudó a construir los universos incluso de artistas que no llegaron a conocerlo nunca en persona.

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Como lo señala el ilustrador Rubén Romero, no puede pasarse por alto la potencia de la obra de este artista y lo que el significó en términos de sumar al arte callejero millones de lenguajes. La obra de Rodez no sólo mutaba constantemente, también influenciaba e impulsaba a mutar el trabajo de quienes pintaban alrededor suyo. Al lado de él las personas eran auténticas y sacaban lo mejor de sí. 

Romero, quien conoció a Rodez en uno de sus talleres, lo describe como una bestia polidimensional. Un hombre que manejaba un tempo diferente; si alguien tenía que esperar: que esperara. “A veces cuando caía la noche pintando y se sentía el cansancio, uno comenzaba a guardar las brochitas y él estaba pidiendo una extensión a una vecina para ponerle luz al muro. Su curiosidad y su pasión contagiaban. Conversar con él era recibir una explosión de datos y así como podía halagarle a uno, le hacía gentilmente críticas que repercutían en evolución de la obra”, agrega Romero. 

Rodez siempre estuvo interesado en que su obra tuviera un desarrollo amplio en aspectos técnicos y conceptuales. Se gozaba el ejercicio creativo desde el primer momento y jugaba cuidadosamente con el manejo del color y con el concepto que le imprimía a cada una de sus piezas, tanto ilustraciones como murales.

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La mezcla entre la experiencia y la academia hicieron de Rodez un artista que, con un lenguaje impuro y complejo, tomaba el material y a punta de texturas, formas sugerentes y psicodélicas, exponía su universo y su manera de ver y enfrentar la vida.  Un ejemplo de ello fue su participación en el Festival Urbano - FU2008 Propiedades D.C., organizado por Cartel Urbano, con quienes tuvo una relación entrañable.

Sus viajes por el mundo lo llevaron a conocer nuevas técnicas y amigos, a quienes impulsó a trabajar sin descanso, aunque haciendo del arte una fiesta, como el mismo lo hacía.

 

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Rodez era un bogotano de pura cepa y aunque se la pasaba viajando dentro y fuera del país, siempre vivió al son de las 1280 Almas y cantó hasta el último día su lema: ¡Alegría!

Con su partida Rodez deja mucha obra por estudiar y pensar. La potencia de su trabajo y lo que él significó como influencia y como un referente del artista que comparte su conocimiento de manera desinteresada, le hereda un camino al arte callejero que como Rodez debe dejar de lado el ego para centrarse en el ejercicio creativo y en el amor por el oficio.

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Malegría cuenta que las cenizas de Rodez descansan hoy en la parte baja de la Sierra nevada de Santa Marta. Rodeadas de caracolis, trupillos y un sinnúmero de especies nativas, un lugar para rendirle homenaje todos a quienes nos cambió la vida y la forma de ver el arte. Sin embargo, bien sabemos que el mejor homenaje a este artista no es otro que seguir rayando y pintando las calles de nuestras ciudades. 

Rodez falleció el 22 de enero a sus 57 años. Su partida inesperada debe impulsarnos hoy más que nunca a honrar la memoria de un artista que, sin duda, continuará acompañando e influenciando a un sinnúmero de proyectos en todos los lugares en los que dejó huella. Pero no solo eso. Su forma de ver el arte y su afán por compartir su conocimiento deben ser también una lección para todos aquellos que nos dedicamos al arte callejero y que, como él, vivimos para dejar impresas en los muros las huellas de nuestra historia.

 

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