Los hijos que sacaron al papá a grafitear
Hace 15 años Nómada sacó a su papá, Ródez, a rayar paredes. Desde ese día grafitean no solo en Bogotá sino en diferentes países de Suramérica, junto a Malegría, quien completa esta familia de artistas. Hablamos con ellos en su reencuentro en Bogotá después de 10 años.
Una noche, los hermanos Nómada y Malegría estaban pintando una pared junto a su papá, Ródez. Les cayó la policía y lo de siempre: los amenazaron con llevárselos a la UPJ. Nómada, el mayor de los hermanos, tomó el liderazgo y logró resolver el lío, pero su papá estaba tan alterado que tuvieron que volver a charlar para que no los montaran al camión.
“La actitud de la calle es otra. Menos mal estábamos con Cristian David (Nómada) y si alguien tiene mañas entre nosotros, es él”, dice Ródez. Esa noche la cosa no pasó a mayores, pero es consciente de que sus dos hijos han tenido que sortear múltiples veces con este tipo de riesgos.
En esta familia de artistas todo arrancó con Nómada hace 15 años. Se dedicó a llenar paredes de tags y letras de rap para representar a su parche. En esas conoció a otro artista urbano, Guache, y llegaron los primeros concursos de grafiti, en los que para participar debían hacerlo de a tres. Para no quedarse por fuera, Nómada invitó a su papá a que se les pegara.
“El man [Ródez] se hizo grafitero desde ahí y no pudo parar de pintar. Pero contrario a nosotros [su hermano Malegría y él], él ya conocía la técnica por lo que empezó fuerte desde su primer grafo”, recuerda Nómada. La vida artística de Ródez nunca sería la misma desde que, acompañado de su hijo mayor, plasmara su primera obra callejera en un muro de Toberín.
“Allá me picó un bicho absurdo y aunque yo podía tener la técnica o la gráfica, no tenía la actitud. Porque grafitear es una tema de saber tirar calle, cosa que sí sabía hacer Cristian”, dice Ródez. Esa experiencia en muro libre le cambió el chip sobre el imaginario que asociaba el grafiti al vandalismo, y que él también había interiorizado.
El arte siempre estuvo presente en esta familia, desde los tiempos en los que Ródez ilustraba literatura infantil y sus dos hijos se le colgaban del cuello mientras escuchaban Café Tacvba y La Maldita Vecindad. “La música ha sido una pieza fundamental en este proceso pues gracias a ella compartimos escenarios, experiencias y amistades”, dice Ródez, quien hoy se declara amigo de los amigos de sus hijos, con los cuales ha aprendido a moverse en ambientes distintos.
A pesar de ser unidos como familia, cada uno ha construido una identidad artística propia, que además complementan con carreras artísticas diferentes: Ródez estudió artes plásticas, Nómada diseño gráfico y Malegría anda camellándole al cine. No les gusta que se hable de los “hijos de Ródez”, sino que el trabajo de cada uno se valora por separado. “Hay quienes dicen que nuestra obra tiene como elemento en común las tomas de yagé, y en cierto punto me gustaría decir que es así, pero creo que si hay un elemento en común en nuestra obra, fue ese crisol de música que armaron juntos”, expresa el papá.
El repertorio de música compartida por padre e hijos, que empezó con la llegada de Rock al Parque, se fue ampliando cuando la escena del arte callejero los acercó al hip-hop. Siempre fueron seguidores de la salsa brava y los viajes realizados los llevaron a escuchar las cumbias psicodélicas, donde conocieron proyectos musicales como Los Mirlos, Los Meridian Brothers, y Abelardo Carbonó.
La obra de Nómada está atravesada por los viajes la región andina (Ecuador, Chile, Perú). Malegría, en cambio, ha decantado más su obra por reencarnar la ancestralidad latinoamericana. En aquellos viajes cruzaron sus caminos par veces y se encontraron a pintar en São Paulo, Ushuaia y Asunción.
“Eso estaba muy bueno porque sabíamos que nos íbamos a encontrar en algún lugar para pintar y conocer, y fuimos aprendiendo cosas muy interesantes en el mundo del street art”, dice Malegría. Tinta fosforescente, letras al revés, tags en lugares inimaginados, trucos con las latas y las boquillas, y formas extremas de grafiti como la pichação en Brasil, les daban cuenta cómo el arte callejero era un universo de puras mañas que para ellos significaba seguir en constante evolución y reinvención.
Uno de los recuerdos más presentes que tiene Malegría fue cuando acompañó a su padre hasta la comunidad indígena Nasa. “Fue raro porque esa vez tenía una sola regla: no tocar un solo pincel. Mi tarea era documentar el mural que intervendría mi papá sobre la cosmogonía del lugar”.
Para esta familia, los viajes no han sido solo una gran fuente de inspiración, sino también un cruce de caminos, razón por la cual su primera y única exposición en el país se llama “Cruce de caminos”. “Cruce de Caminos” fue el escenario para exponer lo que habíamos aprendido en torno a la pintura”, dice Malegria. Para su hermano fue un reto, pues encontró lo complejo que es pintar un cuadro, frente a hacerlo en una pared; para Ródez, la exposición sirvió para mostrar la identidad artística que han desarrollado.
Hace más o menos diez años que esta familia no se reencontraba en Bogotá, en dónde empezó todo. Aprovecharon la oportunidad para finalmente intervenir juntos un muro en la Candelaria, pero dice Malegría que como esa pared no duró más de dos meses pintada, ya están pensando volverla a intervenir.
Ni para Ródez ni para Patricia, mamá de sus hijos, ha sido fácil verlos dedicarse al grafiti por su innegable cercanía al vandalismo, aunque creen que ese imaginario ha ido cambiando y hoy se le respeta más como una expresión artística. “También es que mi mamá se alegra al ver que ahora estamos ganando plata con esto, pero todavía me sigue preguntando que si voy a salir a pintar cuando sabe que nunca vamos a dejar de hacerlo”, dice Nómada.
La clausura de la galería será el viernes 7 de octubre y estará acompañada con dj's, bombos y platillos, no se la pierda.