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Ilustraciones por Nefazta

Cinco personajes que no dejan morir el vinilo en Bogotá

Aunque para muchos los LP sean ya una moda echada a recoger para otros no deja de ser una forma diferente de apreciar la música. La experiencia de sacar de su envoltura el acetato, limpiarlo y colocarlo cuidadosamente sobre la tornamesa, para que luego gire bajo la aguja, sobrepasa para muchos la experiencia de los formatos digitales. Confesos beatlemaniacos, vendedores sobrevivientes de la calle 19 y locutores curiosos son algunos de los perfiles que pueblan este grupo de amantes del acetato.

Por Mateo Medina Abad

A pesar del paso del tiempo, Bogotá es una ciudad que se rehúsa a dejar de lado los vinilos. El golpe de suerte que impulsó de nuevo el acetato a nivel mundial y que permitió el surgimiento de tiendas como RPM o La Roma Records Colombia, también puso de nuevo en el radar a los viejos vendedores de discos que durante años poblaron espacios como la Calle 19. La popularidad del acetato entre el público joven devolvió a la vida un formato al borde de la extinción y significó una oportunidad para los más viejos de viajar al pasado.

En una ciudad como Bogotá no se necesita ser un conocedor de música para poder participar de la cultura del vinilo. A pesar de la decadencia del formato, la capital ha guardado un lugar especial para aquellos que, por gusto o por necesidad, mantienen vigentes los LP. Nombres de vendedores clásicos como José Mortdiscos ahora se codean con nuevos coleccionistas y selectors como Rodrigo Duarte y agrupaciones colombianas como Velandia y la Tigra o Frente Cumbiero se han sumado a la ola de artistas que le apuestan a una difusión diferente de sus composiciones.

(Conozca a José Mortdiscos ‘El sastre del metal’)

Además de estos rostros reconocidos de la movida en la ciudad, existen otros vendedores y coleccionistas que mantienen viva la experiencia del vinilo. Asumiendo el acetato como algo más que un simple formato de almacenamiento, estos coleccionistas han sabido encontrar en él un arte, un compromiso o una puerta a la memoria.

 

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Álvaro Roa

El luchador contra la caída

 

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Sentado en su oficina llena de cajas de acetatos apiladas una sobre otra, Álvaro Roa habla sobre la venta de vinilos en Tango Discos. La decadencia de una de las tiendas discográficas más grandes de Colombia, de la cual es propietario, se siente en todo el espacio. La imagen de los LP esparcidos en el piso desde la entrada, donde los catalogan entre servibles e inservibles y el olor a polvo, a guardado, ancla este lugar al pasado. Desde discos de Soda Stereo a Pink Floyd, cada vinilo parece condenado al olvido.

Álvaro ha estado cerca de los vinilos desde su juventud. Recién graduado del colegio trabajó en Discos Bambuco, uno de los sellos discográficos más preciados y antiguos de Bogotá. Allí aprendió todo lo que podía sobre la venta de discos, y gano la experiencia que luego levantaría Tango, ese sueño materializado que mantiene a sus 64 años y que le ha dado uno que otro golpe. “Seguimos teniendo un nicho importante que compra discos. Contrario a lo que todo el mundo cree, hay gente interesada en comprar porque no les llama la atención otra manera de escuchar la música. Yo no encuentro una manera más placentera que poner mis discos”, dice.

Hace treinta años, Tango Discos tenía trece tiendas. Hoy solo tiene cinco, cada vez más caídas, pero que se mantienen con las uñas, el sudor y el amor a la música. Sin embargo, el pago de nómina, los arriendos y la compra de discos le han enseñado a Álvaro que de amor no se vive. La historia ha cambiado y ese ritmo ochentero, cuando comprar un disco salía barato y era algo accesible a todos, no es hoy la realidad. A pesar de que los vinilos le ayudaron a vivir una vida tranquila desde 1973, hoy, para Álvaro, son un sufrimiento constante, una dualidad: lo hunden, pero lo hacen flotar.

Gracias a la fidelidad de sus compradores y al auge que el vinilo ha vivido en los últimos años, Álvaro ha logrado que Tango perviva en medio de una industria cada vez más difícil. Mientras hace cinco años la venta de vinilos en la tienda constituía solo el 5%, hoy el 30% de las ventas lo representan los acetatos. Los jóvenes encontraron una nueva moda en los vinilos y los más viejos están regresando a los formatos físicos.

Las tardes escuchando a Bach y a Pink Floyd, pasando del rock al blues o del jazz a la música clásica, sus géneros favoritos, le enseñaron a Álvaro que la esencia de la música es compartirla. “El disfrute de un disco es poder abrirlo, ponerlo. Disfrutar las carátulas que son hermosas, leer lo que dice. Pero yo comprar discos, meterlos en estantes y decirles a mis amigos: ‘Mire, ¡qué verraquera!’ No. Eso es una estupidez. Es vanidad”. Con la bandera de la música como un arte para compartir y gracias a los viejos y nuevos compradores que ha traído el auge del vinilo, Álvaro sigue dando la pelea por Tango Discos.

 

Camilo Arbeláez

La nueva generación

 

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El renacer de los vinilos se ve reflejado en jóvenes como Camilo Arbeláez, locutor y DJ de La 92. Este amante del Hip-Hop encontró en el formato una manera diferente de vivir la música. No importa la asociación con lo antiguo o lo olvidado, para Camilo los vinilos siempre van a estar vigentes. Mientras saca adelante su turno en el micrófono de la emisora, vuelven a su cabeza las historias al lado de los vinilos desde que llegaron a su vida un día en Miami con su papá. Ese día descubrió la magia del formato, de la aguja, de limpiar un disco y ponerlo a girar.

“Mi papa me dijo: ‘Oiga, yo hace como cinco años vendí 70 LP. Si usted me hubiera dicho que iba a empezar a coleccionar no los vendía’ Yo antes no quería tener vinilos, decía que eso era de viejos, que me recordaban a mis tíos en las fiestas de diciembre. Pero cuando empecé a comprar mis discos en Miami caí en cuenta que esto no es cosa de viejos o de jóvenes, es de coyuntura”.

A pesar de haber madurado en un entorno lleno de CDs y formatos digitales, Camilo encontró los vinilos por esa movida vintage que ha ido creciendo en los últimos años. Sin embargo, supo ver más allá de lo cool de escuchar música en vinilo y descubrió en los LP un mundo nutrido no solo por sonidos, sino también por un trabajo artístico que los separaba de otros formatos. “Los vinilos entran por los ojos. Se pueden sentir, tienen un pedazo del artista: con el cuadernillo, con las fotos, con todo el artwork de los discos”.

El lanzamiento de vinilos de artistas como Anderson Paak o Mac Miller, entre otros y el encuentro de los jóvenes con los vinilos, ha ayudado a la creación de nuevos grupos de coleccionistas atrayendo cada vez a más personas curiosas del formato. “Lo bueno para uno como consumidor y coleccionista es que las canciones que uno escucha y los discos nuevos, que salieron hace dos meses, ya están prensados en vinilo. Claro, aunque yo soy de la nueva generación eso no significa que me toque disfrutar del vinilo de las canciones de hace cuarenta años. Eso está enamorando y creando nuevos compradores”.

Para Camilo, los vinilos se van a mantener. Entre más personas entren a la movida del disco, el nicho de compradores va a seguir siendo importante para la industria y va a seguir desarrollando una demanda frente a los demás formatos. Pese a la existencia de otros formatos como el digital, Camilo asegura que el vinilo es un movimiento de contracultura enorme, pues es la experiencia más valiosa del consumo musical que se puede tener hoy en día.

 

César Álvarez

El legado familiar

 

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A lo largo de la calle 19 los amantes del vinilo lo tienen todo. El extenso entramado de locales dan forma a un aula de composición, de prensado, de tipos de vinilo y de su calidad. Y son personajes como César Álvarez, los que crean con su clientela un templo, como él mismo lo llama, en el que crece a diario la cultura del formato físico en la capital.

Desde hace 30 años es propietario de La Musiteca. Junto a sus hermanos Sergio y Saúl (fallecido en 2009), César ha llevado una vida ligada a los discos. Saúl, el menor de la familia, fue un melómano que los llevo a él y a su hermano a darles un giro a la movida en Bogotá. De ese cuento Cesar se acuerda con cariño, pues fue gracias a Saúl que La Musiteca abrió sus puertas. Desde que compró una de las casetas que antes había en la 19, casi a la altura de la Carrera Séptima, el menor de los Álvarez cambió para siempre la forma de vivir la música en la ciudad.

Al local llegaban artistas, periodistas y locutores a escuchar a Saúl. Lo sabía todo: lo que iba a sonar, lo que valía la pena traer a la capital. Todo lo que aprendía en sus viajes y en cada concierto al que asistía. Con su muerte, como titularon varios periodistas, se perdió parte de la cultura melómana de la capital, una pieza de ese conocimiento de los grandes musicólogos. Sin Saúl, la movida del vinilo habría perdido un gran impulso. Él trajo discos que nunca se habían visto en la ciudad y cambió la forma en la que se entendía la música. Muchos de los melómanos de los 90, encontraron en Saúl un profesor especializado en Rock, siendo por ejemplo uno de los primeros en dar a conocer a Soda Stereo en el país.

(Conozca a Rodrigo D y su gestión en la Roma Records Colombia)

Ahora que no está su hermano, César se encarga del local de música latina, mientras que Sergio está al frente del de rock. “Uno se da cuenta que, al fin y al cabo, perdió mucho tiempo porque no se metió de lleno en la música. Y ahora uno ve que, entre más sabe, no sabe nada; entre más días, más se aprende. Eso es bueno. Me encanta venir a abrir esa puerta. Uno encuentra mucha gente de todo lado, de todo el mundo. Esta vaina no es un castigo. Es una cuestión de gusto; da satisfacción venir y atender el negocio”.

A pesar de estar rodeado del paraíso de la Salsa, género que custodia desde que su hermano se lo encargó, Cesar tiene dentro de su colección un álbum The Best Of B.B King. Mientras revisa la edición especial en tela en la que King está dibujado con su guitarra “Lucille”, una Gibson ES-335, Cesar recuerda el amor de su hermano por los grandes guitarristas de Blues y lo recuerda a él y al legado que hoy mantiene en pie.

 

Manolo ‘El Crespo’​

El último vendedor de la 19

 

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De los viejos vendedores que colmaron en otro tiempo la Calle 19 solo queda un sobreviviente. De pelo crespo y canoso, recostado contra una pared, Manolo ‘el Crespo’ espera sonriente. Es la sonrisa de alguien que lleva tres décadas firme, vendiendo religiosamente discos en un punto de la 19 con 8. Sus ojos de viejo conocerdor han visto pasar la historia de la capital y su transformación: donde antes se veían varias casetas, hoy hay un muro gris, largo y vacío. Pero entre lo lúgubre de la escena brillan los crespos de Manolo y sus discos, seleccionados cuidadosamente cada día.

A diferencia de algunos de sus vecinos, Manolo no se especializa en música, pues no sabe mucho del tema y no es un apasionado. Tiene la tienda por sus clientes. Sin embargo, a solo veinte metros de la pared donde se recuesta, hay un parqueadero donde esconde su tesoro. Allí, descendiendo por unas escaleras a un sótano apenas iluminado, Manolo el Crespo, esconde cerca de 10,000 vinilos. Un televisor viejo, pupitres de colegio, tornamesas puestos sobre varios discos y canastas de leche que utiliza para almacenar vinilos, alimentan esta bodega de discos y muebles viejos donde huele a polvo y también a historia.

El único cliente que ingresa al sótano ya lo conoce por el nombre. Manolo le va sacando varios discos; ya sabe sus gustos y qué necesita. Negociando reconoce tanto al primíparo, como al comprador con experiencia. Como acumulador no especializado tampoco tiene un especial gusto por la música, por eso su bodega tiene de todo: clásica, tangos, tropical, metal. Perfectamente organizado, en estanterías tan altas como el techo de 2 metros, que rodean todo el espacio. En el piso, en cajas de cartón hay discos regados por todas partes. Solo se puede caminar por la mitad de la bodega, esperando no pisar esa primera edición del icónico Led Zeppelin III (1970) o el vinilo Comedia (1978) de Héctor Lavoe, donde aparece por primera vez El cantante, que marcaría toda la historia de la Salsa.

Pero, de tener casi diez mil vinilos en su tienda, Manolo pasa a no tener uno sólo en su casa y todos los que suenan en su equipo de sonido le pertenecen a su esposa. A Manolo no le gusta la música, no sabe de prensado, de composición o de artistas. Sin embargo, eso no es impedimento para que tenga todos los discos posibles y venda a diario. “Este negocio viene siendo por mis clientes. A mí no me importa si usted viene y me pregunta por Elenita Vargas o por los Beatles. Yo no lo hice por mí, si fuera por mi yo no habría puesto este negocio, a mi no me interesa la música, el que sabe es el cliente”.

Esperando encontrar algún curioso que se deje llevar hasta la bodega para maravillarlo con un viaje en el tiempo, al son del scratch del disco que le pidan, Manolo aguarda paciente. A través de los vinilos, Manolo recuerda la esencia de las casetas en los ochenta, recuerda a sus clientes y las historias que cargan con ellos. “Acá una vez llego un tipo, cogió un disco y me dijo: ‘Esto era mío, este disco se me perdió’. Y le pregunté ¿cómo puedo saber si este disco es suyo? Va a haber una firma en la parte de adentro. Miré y ahí estaba”.

 

Manolo Bellon​

El Melómano

 

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Confeso Beatlemaniaco, autor de ‘The Beatles: La Historia’ (2003), Manolo Bellon encuentra en los long play la posibilidad de volver al pasado para recordar su vida acompañado de la música. Galardonado con el reconocimiento al “Mejor Melómano” por la revista Gacetas en 2011, en sus historias se evidencia la vigencia del vinilo y el anhelo de Manolo por conocer, a través del sonido y los métodos de grabación análogos, al artista.

Convencido de que los vinilos, cuando son completamente análogos (pues hoy todo el proceso antes del prensaje es digital) cargan consigo la energía y el trabajo de quienes lo producen, Manolo cuida a sus discos como un tesoro. “Saco mis discos, los miro, los consiento, les paso un trapito. Miro otra vez las carátulas, leo otra vez el contenido. Vuelvo y los coloco, y suenan de esa manera tan particular. Hay una comunión entre el disco de vinilo y quien los escucha”.

A pesar de ser un apasionado de los vinilos, Manolo no es un purista. Mientras muchos defienden que la calidad es diferente cuando se trata de acetatos, para él es carreta que detalles como el scratch hagan más cálido y puro el sonido. Aunque no desdeña los formatos digitales como el CD o el MP3, para Manolo son formatos fríos delante del vinilo pues, a pesar de que la conversión a lo digital abre el espectro, ha hecho de la música algo solo pensado para vender. Pensado para el ‘cómo se ve’, más que para la sensación que produce al oírse.

Aunque los LP, según cuenta, son el único formato que ha crecido constantemente en la industria (un 30% cada año, mientras el streaming solo crece un 6%), Hoy importan más los aspectos visuales que acompañan las canciones, como el video musical o las promociones, mientras que en la era del vinilo análogo importaba más el contenido musical. “Como las ventas han decrecido, los artistas tienen que buscar cómo llegar a un público. Se lo pongo de esta manera: en los 60, se salía de gira para promocionar un disco, porque lo que producía plata era el disco; hoy en día se lanza un disco para poder salir de gira, porque es la gira la que da plata”.

La relación entre el vinilo y quien lo escucha –que no solo se reduce a la calidad del sonido sino a la materialidad y a la acción, casi ritual, de llevar un disco hasta el tornamesa y poner la aguja sobre él– es lo que, a ojos de Manolo, mantiene viva la movida del vinilo en Bogotá. Aunque muchos se esfuercen por vaticinar la extinción de este formato, lo cierto es que cada vez más personas se acercan a él buscando salir de la frialdad de los formatos digitales pues, como afirma Manolo, “usted tiene una canción que sí, suena bonito, pero no le genera realmente emociones. En los formatos físicos hay emociones”.  

 

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