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Ilustración de Juan y Diego

“Los discos de vinilo no van a desaparecer: una cosa no aparece y desaparece dos veces”: Rodrigo D y su gestión en La Roma Records

En sus años de colegio, este selector de sitios underground en Bogotá se caminó las míticas tiendas musicales de la Calle 19, criándose en una cultura que hoy le permite vivir. En esta charla cuenta la historia de la tienda y sello discográfico que funciona en Teusaquillo y ofrece su mirada al presente y futuro del mercado de este formato en el país. “Hoy, para mucha gente, el disco es completamente obsoleto. Y es comprensible porque nacieron en otra generación, donde un pedazo de plástico qué demonios puede importar”.

Julián Guerrero / @elfabety

Mientras Rodrigo Duarte (43 años) responde a esta entrevista, sentado detrás del mostrador forrado en calcas en el que tantos amantes del vinilo lo ubican, el timbre interrumpe la conversación. El que entra saludando no es otro sino Mario Galeano, uno de los músicos más prolíficos que tiene Colombia. Su visita es una de las tantas que puede recibir Rodrigo D –como todos lo conocen- mientras atiende en La Roma Records Colombia, una tienda musical y sello discográfico que día a día gana más peso en Bogotá y en el país. Mario, músico y líder de Frente Cumbiero, se acerca a La Roma para llevarse unos ejemplares del box set limitado que junto a Rodrigo D lanzaron en septiembre de este año con reediciones de esta agrupación. Antes, con Los Pirañas, otro proyecto bandera de Mario, Rodrigo D lanzó Toma tu jabón Kapax (2016), convirtiéndose en el primer prensaje de esta casa discográfica. Y es que a esa música que le huye al mainstream es a la que le apuesta este melómano con aspecto de metalero que confunde. 

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Heredero del grindcore y del noise, fanático de la música densa y abrasiva y descendiente de las primeras olas del metal y la música industrial en Colombia, Rodrigo D. se asoció a César Sánchez, el fundador de esa casa musical que es La Roma Records México y quien en 2014 junto a Miguél Arevalo, el otro socio de la tienda, dio vida a un hermano de la Roma en Colombia. Primero com PR, luego como socio y hoy en día como Label Manager, son tres los años que Rodrigo D ha trabajado en La Roma, ese enclave en el corazón de Teusaquillo desde el cual compra, vende y cambia discos de vinilo. Pero más allá de funcionar como discotienda, La Roma ha pisado los terrenos de la producción, comercialización y distribución de artistas nacionales independientes como lo son Velandia y la Tigra, Los Pirañas, The Kitsch y Frente Cumbiero. 

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Moviendose entre la música y lo audiovisual, Rodrigo D también es reconocido por su labor como programador artístico del Festival Centro, labor que realizó duranto cuatro años (2015-2018) junto al músico León David Cobo y bajo la dirección de Gina Agudelo. Defensor del vinilo como algo más que un objeto de culto, este coleccionista y también selector de las noches underground bogotanas ha sabido reconocer que este formato es un generador de una cultura que abarca por igual a músicos sedientos de nuevas exploraciones sonoras y a fanáticos ávidos de música bien trabajada. El auge del vinilo, y el crecimiento de un público indiferente a las grandes empresas de distribución y a los artistas mediáticos, le ha permitido a Rodrigo D vivir de la música y dedicarse a otra de sus aficiones: el cine. Gracias a su pasión por el cine ha consolidado Zinema Zombie y Alta Fidelidad, dos festivales de cine alternativo que ha realizado de la mano de su socio Juan Pablo Marín y que no sólo han ampliado la oferta cultural capitalina, sino que han construido un refugio para los amantes del cine independiente y de serie B. 

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¿Cuál es la joya de su colección?

Uno de mis discos preferidos, quizá por lo que representa para mí, por ser de mis artistas preferidos, es Oh How We Laughed de Death in June, una banda bastante controversial por el uso de imágenes e íconos nazis. Realmente no sé si son fachos o no y la verdad me importa un bledo. Él [Douglas P., vocalista de la banda] siempre lo ha argumentado de una forma muy elocuente: el uso de esos elementos iconográficos relacionados con el nazismo es porque, para él, la Segunda Guerra Mundial fue la época más importante y definitiva de la Humanidad. El disco, del sello Eyas Media, es un concierto de 1989, si no estoy mal. Yo tengo una edición de color azul, con el label negro, aunque hay una edición con el label blanco. La mía es el segundo repress. A Colombia llegaron como cuatro de esos discos y eso no era muy convencional hace 25 años, sobre todo porque lo que ellos tocan es dark folk –son los pioneros del dark folk– entonces no era convencional conseguirlo en las calles. Ese disco lo conseguí con José Mortdiscos, ‘El Sastre’, que traía esas cosas porque medio las identificaba, pero era algo de prueba y error, de ver a quién le interesaba. Eran como cuatro o cinco copias y yo sabía quién tenía cada una (Conozca más de José Mortdiscos, ‘El Sastre del Metal’). Una vez tuve que vender ese disco y nada, pasó el tiempo, nunca lo volví a conseguir y un día, una de las personas que lo tenía me dijo que estaba vendiendo su música y se lo compré. No era el disco que yo había tenido, no era la misma edición, pero era uno de los discos que había llegado al país. Además era una edición de 650 copias, algo muy limitado.

Pero todos mis discos son importantes. Si los tengo es por algo. Cada uno de mis discos representa o ha representado una parte de mi vida, más allá de mis gustos. Yo no me considero un coleccionista, no soy un ‘completista’ de cosas. A mí no me interesa completar colecciones. Compro lo que me gusta y ya. No compro viejeras, no me gusta la vieja guardia. Odio a los Beatles. A los Rolling Stones un poco menos, pero también me saben a mierda. Nunca he pertenecido a esa onda. Siempre he estado más ligado a la música independiente en sus diferentes ramas, llámese industrial, música alternativa o indie. Mi colección de discos no es tan convencional, en ella no vas a encontrar un disco de Deep Purple o de The Doors, porque no me gustan. Claro, los he escuchado, sé lo que es y lo identifico, pero a mí no me transmiten nada.

 

Parece que ha preferido lo independiente por encima de otros escenarios…

Más que preferir lo independiente es que en términos musicales a mí nunca me ha llamado la atención esa música. Claro, he escuchado todo eso y para decir que no me gusta es porque lo escuché. Pero mi formación es otra. A diferencia de lo habitual del rock, yo casi no toqué esas cosas y si las toqué fue más por ejercicio de estilo, por cultura general, pero desde el principio no me llamó la atención. Yo tuve la oportunidad de escuchar cosas muy importantes desde pequeño. Como mucha gente yo también pasé por el metal, pero llegó un punto en el que eso ya no me interesaba. Sin embargo, tuve la fortuna de estar en el período en que el metal explotó en Colombia, el metal pesado, el death metal en particular. 

 

¿Y cómo llegó a esta movida pesada, al metal?

Desde niño empecé a escuchar música, cosas más pop, porque era a lo que tenía acceso. Y yo siempre fui muy curioso con esas cosas. Tenía un amigo en el colegio con el que escuchábamos todo juntos y empezamos a ir al Centro, a la Calle 19 y ahí di con diferentes personas. Yo me crié en el Centro, me la pasaba metido allá, esa era como mi familia. Luego fue empezar a ahondar, a conocer a otra gente que estaba en el rollo del metal pesado y que me llevaba ya varios años. Yo apenas tenía 14 y era un aprendiz. En ese momento conocí a ‘El Sastre’, que era el que mandaba en el underground en Colombia y puedo decir que fue uno de mis mentores, porque a partir de él conocí muchas cosas y pude entrar a un universo que para mí era desconocido.

 

¿Cómo lo conoció?

A José lo conocí un día en la 19. En esa época sólo llegaban discos importados a dos partes, a la Musiteca  y a Beatles. Ahí llegaba toda la música, había filas inmensas para ver los discos. Pero claro, estos manes eran grandes, trabajaban, entonces acaparaban todo y uno se quedaba como un pendejo ahí mirando, pasando saliva. Y no me acuerdo bien quién era, creo que era John Vargas, el que también vendía discos, y yo estaba mirando por encima del hombro y José se dio cuenta y le dijo: “Déjele ese disco al pelado”. Y yo lo cogí. Estaba alucinado viendo esa mierda. No me acuerdo cuánto costaba, los discos importados siempre fueron caros, pero para poder pagar ese disco fueron como tres meses con lo que me daba mi papá para las onces. También había otra persona que me ayudaba, que era Gonzalo Valencia, el dueño de Rolling Disc, que en ese tiempo trabajaba en Beatles, que siempre me decía “vea, esto le puede gustar” o “llegó esto, ¿se lo guardo?”. Ellos vieron mi interés, pero también mi ambición, porque eso se convierte también en un deseo incontrolable de querer consumir todo al tiempo. Ellos empezaron a identificar qué podría gustarme. En el Centro todavía me reconocen y me dicen: “Marica es que llegó una cosa de esas raras que usted escucha”. A veces no sé qué es eso, puede que otras veces sí. 

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¿Cómo era esa escena musical en Colombia?

Era muy particular. Bueno, con el metal, este es un país de metaleros, una hacienda con una mancha voraz negra. Pero estaba ese deseo por conocer. De alguna forma en ese momento todos éramos bastante ignorantes, no había medios como hoy en día, y lo que llegaba era pura prueba y error. Muchas de las cosas que uno compraba era porque las había oído nombrar o le llamaban la atención. Antes lo que le entregaban a uno era un catálogo de papel, como un directorio donde uno veía y encargaba, solamente porque ya conocía los sellos. Algunas veces me equivocaba y pensaba: “Ahora me quedé con este cochino disco, ¿a quién le entrego esta mierda?”. No quiero sonar viejo, pero finalmente sí era una época en la que todo era más auténtico: la gente tenía muchos deseos de conocer las cosas y todo era una novedad, ¿sabes? La gente que podía viajar ya tenía un contacto diferente con las cosas y tenía un background diferente en la cabeza. Para uno que estaba aquí, y que ni siquiera había podido salir de Bogotá, no había muchas novedades. También había mucha ignorancia en el sentido de que, de repente, alguien decía que tal cosa correspondía a tal género y no era así.

A mí pasó una cosa muy particular: me vendieron a Sonic Youth como un grupo industrial. Claro, ese disco [el EP Death Valley 69] era uno de los más industriales de Sonic Youth, pues era muy experimental y ‘ruidista’, pero no tenía nada que ver con eso.

 

Con toda la claridad, sensatez y orgullo puedo decir que el catálogo de La Roma no lo tiene ninguna tienda en Bogotá. Nosotros dejamos de lado el tema de los clásicos, aunque eso siempre va a vender: siempre vamos a tener Pink Floyd, Black Sabath (bueno, Black Sabath es una chimba), Led Zeppelin, The Beatles.

 

¿Por qué se ha perdido esa autenticidad hoy en día?

Eso tiene que ver con las mismas facilidades que la tecnología nos brinda hoy en día y que no se aprovechan cómo se debe. Ojalá hubiera tenido la oportunidad de escuchar un MP3 o en línea para decidir si comprar o no un disco. Se han desaprovechado mucho esas herramientas y se han convertido en un arma de doble filo. Igual todo ha cambiado, todas las generaciones han cambiado. Hoy, para mucha gente, el disco es completamente obsoleto. Y es comprensible porque nacieron en otra generación, donde un pedazo de plástico qué demonios puede importar. Y menos tener que pararse y darle la vuelta a ese pedazo de plástico; para eso hay unas descargas digitales, hay otros formatos. Todo eso está bien, pero también ha sido desaprovechar un poco esas herramientas y facilidades que se tienen hoy en día porque todo está ahí, todo es más fácil. Ahí es donde esa autenticidad o esa pasión se pierden por el camino, porque todo es muy fácil, no hay que hacer mayor esfuerzo. Así sea la cosa más rara del mundo, alguien la está vendiendo en alguna parte se puede conseguir usted, así cueste lo que cueste. En ese momento –y yo no lo digo porque el esfuerzo y la búsqueda tengan más valor que la actualidad– esas eran las herramientas que había y sí tenía su dificultad: si uno quería llegar más lejos, tenía que esforzarse por llegar más lejos. 

 

Hablando de esa búsqueda, ¿qué es lo que más ha buscado en todo este tiempo?

Ese aspecto insaciable es como una droga y soy más bien como un consumidor pasivo, un consumidor responsable. No tengo esa mentalidad de querer tenerlo todo, no me interesa. Tengo lo que me gusta y, en teoría, no me interesa tener más de lo que tengo porque si no más así puedo pasar meses o años sin escuchar un disco, imagínate con más cosas. ¿Qué tan lejos he llegado? Yo preferiría más bien cuánto es lo máximo que habré pagado por un disco. Yo tampoco soy un demente de esas cosas. Yo me he encontrado cosas que me encantan pero que no voy a pagar porque valen mucha plata. No voy a pagar más de lo que me parece por ciertas cosas. Hay cosas que uno sabe que valen y que si las quiere, le van a costar. Es más, uno sabe hasta dónde está dispuesto a llegar. Eso ya es personal, yo conozco gente que es maniática y he visto pagar millones por discos. Gente que si vio en esta tienda tres copias las compra las tres para que nadie las tenga. Cosas ridículas, que a mí me parecen una estupidez porque eso está diseñado es para compartirse, no para tenerlo guardado. ¿Al final para qué? Esto es un cagadero, vivimos en el culo del mundo ¿Qué exclusividad vamos a tener de qué o qué? Eso es una tontería. ¿Qué tan lejos he llegado? Hay cosas que he buscado por años y me las he encontrado de manera fortuita, donde menos pienso. He buscado cosas y sigo buscando cosas. Hay discos que nunca los voy a comprar en la segunda versión porque quiero comprar la reedición, ¿y qué? Ese es mi problema. Lo puedo tener diez veces en mis manos y no lo acepto porque es la segunda edición. Así como hay segundas ediciones bellísimas. De un disco [Nada de Death in June] tengo seis copias diferentes: la primera edición, la segunda reedición, el disco de lujo, uno que viene en una bolsa plateada. Un amigo me dice que estoy loco por tener seis copias del mismo disco. ¿Y qué? Eso es problema mío.

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Ahora está del otro lado, ya no como comprador sino como vendedor. ¿Cómo es estar ahí? ¿Cómo llegó a eso?

Uno siempre está metido en un tema más informal, como intercambiar cosas o venderlas, qué se yo. Eso comenzó porque cuando empecé a ir a México, hace como diez años, lo primero que hice fue ir a tiendas de música. En ese momento no había tantas como ahora. Había muy pocas. De hecho, era una sola la que había, en la colonia Roma, que era Retroactivo. Yo me lancé a la tienda. Me estaban esperando en un taxi porque me iba para otra parte. Me habían invitado a un festival de cine, entonces me iban a mandar a otra ciudad. Pero a mí no me importaba nada si llegábamos tarde. Me lancé a la tienda, una tienda grande con muchos discos y por bocón les pregunté si tenían algo de Death in June. Tenían uno en la pared. Costaba como 400 pesos mexicanos, como 80.000 pesos colombianos, pero hace diez años era el doble y obviamente los pagué por bocón, pero con todo el gusto del mundo porque a mí me gusta mucho. Me hice amigo de los dueños, porque resultó que uno es de ascendencia colombiana, y empezamos a hablar. Yo sabía que volvía en seis meses y me dijeron que si no quería llevar unos discos de Paulina Rubio, de Ricardo Arjona. ¿En serio esa basura?, pensé yo. Claro, hay ediciones colombianas que solo existen acá por el período en que se prensaron discos, que fue hasta el 97, que fue la última en Latinoamérica, y acá se editaron muchas cosas que sólo existen colombianas o existe la rareza de la edición colombiana, que eran discos promocionales. 

Evidentemente antes de ir de nuevo me di a la tarea y salí de acá como con cuarenta, cincuenta discos. Me daba pena llevar esa vaina. Hasta Juanes llevaba yo ahí. Yo pensaba: “¿Qué hago llevando esta mierda?”. Pero también pensaba que me iba a dar plata y ahí me di cuenta que esa basura vale. Ahí comencé a involucrarme con eso. Empecé a ir a México más seguido y me pagaban bien. Conseguía muy barato aquí y luego esas mismas cosas empezaron a valer mucho. Así fue como comencé ese proceso y bueno… siempre he estado metido en las tiendas y ahí fue cuando me hice amigo de mi socio y fundador de La Roma [César Sánchez]. Él llegó a Colombia por otras razones y se enamoró del país y se propuso montar una tienda acá. En ese momento no existía una tienda con las características de La Roma y se le metió en la cabeza. Arrancó la tienda y a los cinco o seis meses me pidió que trabajara con La Roma y luego ya me hice socio de la tienda. Así fue como terminé involucrado en la venta de discos. Los de la Calle 19 también me ven de otra forma porque sigo siendo un cliente, pero también soy su competencia, aunque el catálogo de La Roma no tenga nada que ver con los catálogos de ellos. Nosotros nos hemos especializado en otras cosas y eso es lo que nos hace diferentes.

 

¿Qué es eso que hace diferente a La Roma y cómo ha sido ese proceso?

Con toda la claridad, sensatez y orgullo, puedo decir que el catálogo de La Roma no lo tiene ninguna tienda en Bogotá. Nosotros dejamos de lado el tema de los clásicos, aunque eso siempre va a vender: siempre vamos a tener Pink FloydBlack Sabath (bueno, Black Sabath es una chimba), Led Zeppelin, The Beatles… Pero también hay un mercado muy fuerte de la música independiente, de la música alternativa dentro del hip hop, dentro del rock en español, dentro del dub. Eso es un universo muy grande que aquí no se ha explorado. Claro, en las tiendas del Centro tu llegabas y encargabas cosas, como yo hacía en La Musiteca, que era quizá la tienda que tenía más onda. Bueno, hace muchos años también existía Antífona, y era gente que también sabía el cuento y se encargó de estar a la vanguardia, no solamente en lo mainstream sino también en lo independiente. Ya esa independencia es toda una figura. Yo creería que es una suerte de sentido figurado, porque no creo que eso exista del todo. Claro, todavía existe una independencia como tal y todo lo que significaba el DIY en todos esos procesos creativos y de desarrollo. Pero eso indudablemente ha permitido que La Roma haya marcado una diferencia en el mercado. Y no porque nos creamos especiales, sino porque si hay una tienda con estas características, ligada a lo mainstream, a lo clásico, a lo habitual, pues eso funciona. Pero eso no se había explorado acá en Colombia. Eso es también lo que marca la diferencia de La Roma en México. Claro, con el paso del tiempo eso también lo hemos depurado: si yo pudiera tener aquí discos de Luis Miguel los tendría, porque sé que los voy a vender, pero ya no se consiguen. O para mí es más rentable vendérselos de una vez a México. Yo creo que ahí radica eso. 

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Además de un catálogo especializado, gran parte del boom mediático, comercial y económico que representa el vinilo se debe a que los sellos especializados pequeños fueron los que empezaron a reeditar. Las reediciones no las empezaron los majors, ellos llegaron tarde a eso. Muchos sellos independientes comenzaron a especializarse en esas cosas y abrieron un mercado que estaba en letargo, pero que nunca desapareció. La gente se siente muy a gusto en La Roma por eso. La Roma tiene unas instalaciones muy bonitas, muy acogedoras. No es la típica tienda donde alguien está detrás tuyo preguntándote qué necesitas. Yo sé lo que necesito y si no lo supiera pues preguntaría. Claro, eso genera una comunicación diferente con la gente: sugerir antes que tratar de engañar. Como en cualquier labor, tienes que tener conocimiento de causa. Tiene que haber una suerte de respeto por el cliente, pero también camaradería.

 

¿Cómo se da este auge del vinilo en Bogotá, teniendo en cuenta que ya no es solamente una cuestión nostálgica sino que se ha convertido en un elemento fundamental del mercado musical actual? 

Nadie se lo esperaba en el mundo. Los vinilos son el único formato análogo que resurgió y que cobró vigencia, que reclamó su lugar y se volvió a posicionar en la industria. Más que en Bogotá, eso es un fenómeno mundial. Claro, en unas partes ha sido más fuerte que en otras, eso tiene que ver con las tradiciones y antecedentes. Paradójicamente Colombia, que fue uno de los últimos países en el mundo que dejó de prensar discos de vinilo, al menos en Latinoamérica, es quizá el que tenga menos potencial. Cuando tú vas a México es una maldita locura, en Chile también, pero bueno, son diferentes públicos. Pero esa era una cosa que se iba a dar sí o sí. Hoy en día los discos de vinilo están en todas las tiendas. Cuando La Roma empezó, que paradójicamente empezó muy en paralelo a RPM Records, muchas de las tiendas aquí no tenían discos. Después de un tiempo muchas de las tiendas grandes y tradicionales empezaron a preguntarse por este rollo de los discos, aunque eso no estaba dentro de su radar. En Colombia llegó un momento en el que eso se estancó y se estabilizó, y aquí no va a pasar nada más. Aquí no va pasar nada diferente ni se va a potencializar la compra o la venta de discos de vinilo, porque sencillamente eso tiene un límite y ya está comprobado. Hay que seguir porque hay un mercado, pero lo que nosotros hacemos hoy en día después de afianzarnos y tener un reconocimiento en el mercado, es fidelizar nuestros clientes y fidelizar nuestro producto. No se trata de traer discos por traerlos, sino saber lo que estamos haciendo. Hay mucha gente que comenzó todo este boom, cuando yo empecé el Mercado del Vinilo había tres pendejos yendo a eso, y no creían. Los mismos disqueros pensaban que para qué ir allá. Después se empezaron a dar cuenta que iba más gente, hubo un clímax, fue el pico y luego se quedó ahí. De ahí no va a pasar. ¿Por qué? Ya volvió a posicionarse en el mercado. La gente que quería comprar discos ya lo hace. 

 

Ya no es como antes, cuando todos los países tenían su propia industria de la producción de discos de vinilo. Eso no existe ni va a volver a existir. El disco de vinilo incursionó otra vez en la industria pero no significa que la gente lo va a volver a consumir constantemente.

 

Este año sacaron el box set de Frente Cumbiero, ¿cómo fue este proceso de trabajo con Mario Galeano?

Bueno, nos tomó tiempo. Era hacer una revisión completa por parte de los tracks que se iban a incluir, una decisión que era cien por ciento de él. Comparada con la primera edición del disco, él eliminó dos tracks. Quería hacer unos cambios con los que se sintiera que era un disco nuevo, que no se sintiera que era reeditar por reeditar. De hecho, cuando hemos hecho reediciones de discos siempre les hemos agregado algo o hemos mejorado las ediciones. Ya en aspectos de diseño, han sido discos de color. Siempre hemos sentido que es importantísimo generar nuevos contenidos para una reedición porque bueno, prensar un disco por prensarlo creo que sí tiene valor –porque quizá es el aspecto más importante y lo que la gente quiere– pero hay muchas formas de optimizar esos procesos y ese resultado final. Nos tomó casi todo el año hasta el día en que salió a la venta. Tuvimos que modificar todo el disco. Nosotros queríamos que fuera una pieza que se complementara. Creo que el resultado final habla por sí mismo, tanto ellos como nosotros quedamos muy contentos con lo que se obtuvo. 

 

¿Cree que sea posible volver a prensar en Colombia?

Nosotros tenemos una muy buena relación con nuestra prensa. Nos han colaborado mucho, especialmente en los tiempos de entrega que es con lo que más se sufre. Entonces por ahora nos quedaremos ahí. Ellos sí tienen una experiencia y unos productos de excelente calidad, con magníficos precios. Es una prensa de muy buena calidad y nivel y bueno, nosotros no vamos a cambiar esto por otra cosa. De repente es importante reducir costos, pero a nosotros nos interesa mucho el proceso final y desafortunadamente en Colombia ni hay prensas ni hay empresas con la experiencia para hacer acabados como el box set. Y eso es mejor recibirlo todo okey, no hay que jugar con eso. A veces la gente, por ahorrarse algo, que me parece totalmente sensato, puede incurrir en errores. Por ese lado seguiremos trabajando con ellos, no hay necesidad de acudir a nadie más.

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Antes hablaba de que el mercado del vinilo llega a una estabilidad y después ya no sigue en su auge, que es lo que ha pasado en Colombia. Entonces, ¿ya no es posible abogar por una industria local del vinilo?

Es muy difícil. Hablando en términos de la industria, en lo que tiene que ver con el formato, tiene un límite. Ya llegó al momento en que se va a estabilizar y después de eso no va a seguir creciendo. Es muy difícil que crezca porque ya ha pasado un tiempo determinado. Uno ya conoce el mercado y ve hasta dónde puede llegar presente en la misma industria, uno se da cuenta que si no ya se hubiera potencializado hacía mucho tiempo. No va a pasar porque ya no están las máquinas en Colombia y armar una fábrica de esas tiene muchas implicaciones hoy en día porque sigue siendo maquinaria del pasado. Por supuesto, gran parte de esa maquinaria está optimizada, pero tampoco la mano de obra existe y no hay tampoco un know how. Si alguna empresa decidiera hacerlo le va a costar mucho dinero y no creo que nadie esté dispuesto a hacer eso. Además los sellos colombianos más importantes ya no existen y a los que quedan no les interesa en realidad, están completamente volcados al formato digital. A los grandes sellos, los majors, llámese Sony, Universal, Warner, que están en Colombia y todo el mundo, no les interesa. Ellos lo que venden es reguetón y el reguetón no se vende en vinilo. Sus productos de consumo masivo son otros, no están volcados al rock ni a nada por el estilo. Sony Colombia apenas ha editado a cinco artistas nacionales y de esos cinco solo dos tuvieron resultados. Con los otros se encartaron y allá tendrán un montón de discos pudriéndose. Porque el público en general no consume esto, ya un mercado más exclusivo en el cual el público tiene otras expectativas, otros intereses, pero ya no es como antes. Antes eso era lo que había y se acabó, ¿sabes? Tampoco hay un mercado suficiente, no hay una demanda y si no hay una demanda no hay oferta, así de sencillo. No hay un consumo lo suficientemente alto como para que alguien piense en montar una prensa. Sí, todo el mundo quiere sacar discos de vinilo y, evidentemente, si eso existiera, reduciría los costos de los discos, al menos de los artistas nacionales, pero no de los importados. Nadie le va a interesar prensar ‘x’ disco de ‘x’ artista internacional, eso lo hacen las majors o alguien que compra una licencia. Ya no es como antes, cuando todos los países tenían su propia industria de la producción de discos de vinilo. Eso no existe ni va a volver a existir. El disco de vinilo incursionó otra vez en la industria, está posicionado en el primer lugar, pero no significa que la gente lo va a volver a consumir constantemente.

 

En ese sentido, pensando en las nuevas plataformas y en la estabilidad que ha alcanzado el mercado del vinilo, ¿cree que hay futuro para ese mercado? ¿Va a quedarse en ese lugar estable o va a bajar?

Eso se va a mantener. Los discos de vinilo no van a desaparecer: una cosa no aparece y desaparece dos veces. Eso es un fenómeno único en cualquier formato de consumo, llámese sonoro o audiovisual, qué se yo. Es el único formato que ha logrado posicionarse y que se va a mantener. Desparecer, no creo. Ya hubiera desparecido. Una moda no dura diez años, y no es una moda, empezando por ahí, nunca lo ha sido. Sencillamente uno debe complementar. En nuestro caso, al ser una tienda de discos tan especializada y enfocada cien por ciento en los vinilos –porque a diferencia de otras tiendas nosotros no importamos ni vendemos CD– uno también debe complementar sus actividades y sus productos. Me refiero a que nosotros también somos un sello que distribuimos, que estamos pensando de otra forma, ¿sabes? Esas cosas también nos dan otras perspectivas y nos ubican en otros escenarios dentro de la industria. Nosotros no somos solamente una tienda de discos dentro del radar que hay en la ciudad y en el país, sino que nosotros estamos incursionando en otras cosas. Eso no es así solamente porque lo demande una forma de supervivencia, sino porque así lo queremos hacer, es lo que nos gusta y mientras podamos hacerlo lo vamos a seguir haciendo. Los vinilos están hoy en día por encima de cualquier otro formato. No significa que sea el de mayor consumo, sino que es el de mayor crecimiento. Es una cosa exponencial. Uno lo revisa y se da cuenta de que es una cosa que sigue creciendo y creciendo y cuando hay un bajón de cosas, no es tanto eso como una estabilización de los procesos. No es que las cosas se minimicen, sino que se estabilizan.

 

Tengo clientes que sé que no tienen un gran poder adquisitivo, que tienen trabajos más humildes que otros, pero que vienen y se compran un disco mensual, porque eso los mueve, es su pasión y eso no se lo quita nadie.

 

La Roma también produjo el último disco de 7” de Velandia y la Tigra. ¿Qué opina de estos músicos “independientes”, con un perfil enfocado en una música alternativa a los escenarios populares?

Independientes sí son, porque la palabra no solo aplica para el concepto de lo indie, la música independiente es todo. Hoy en día sí se podría hablar en Colombia de la música independiente. Antes todo era independiente. Hay unos fenómenos comerciales que están en el mainstream y hay otros artistas y otros proyectos cuyo trabajo ha sido completamente independiente, porque no están trabajando con los majors, más allá de los procesos de creación, porque eso no tiene que ver con ser independiente o mainstream. Hay cosas mainstream muy bien producidas. Sencillamente lo independiente tiene otros mecanismos de comunicación, otros mecanismos de reconocimiento, de distribución y difusión. Hoy en día el artista independiente no tiene nada que envidiarle a un artista mainstream. De pronto el dinero, pero no tiene nada que envidiarle porque tiene libertad de hacer lo que considere con su trabajo y eso me parece una responsabilidad mucho más grande, porque si usted no produce y no crece como artista no va a salir de ahí, a menos que su objetivo sea el underground y se quiera quedar ahí. A nuestro criterio y por la manera en que nosotros seleccionamos a los artistas, es realmente porque nos gusta su trabajo, su proceso creativo, su manera de llegar al público, cómo han construido su propia identidad. Y porque musicalmente nos gusta. No puedo negar que para nosotros prensar un disco es importante, y que el artista tenga un alcance dentro del fan base que consume su música. Y bueno, el disco siempre va costar más, no todo el mundo tiene un tornamesa, no todo el mundo tiene las posibilidades o le interesa. En ese orden de ideas es muy importante que se revisen todos los detalles cuando producimos un disco.

A la larga, lo que veo con los artistas que hemos prensado es que afortunadamente no nos hemos equivocado, todos tienen diferentes resultados. Los discos siempre se han vendido. 

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¿Cómo es su relación con la escena independiente y cultural de Bogotá?

Si uno quiere que las cosas cambien o si hay una inconformidad en lo que uno ve que está sucediendo, creo que la forma de confrontar eso no es quejándose en las redes sociales, sino haciéndolo, produciendo. Si a mí no me gusta algo pues lo hago. No estoy tampoco buscando cambiar la historia del planeta, pero siento que si se ha contribuido en algo, pues me parece genial y los resultados se verán en algún momento de la vida. Mi relación con la movida independiente siempre ha sido en muy buenos términos. Uno percibe muchas cosas: cómo cambia la gente, cómo cambian las movidas, cómo cambia la música en los últimos siete o diez años. No se trata de decidir cuál grupo suena y cuál no, así sea cierto. Esos son fenómenos culturales que se dan en todas partes y bueno, si uno hace parte de eso y termina contribuyendo, me parece importante. Me parece muy valioso que el trasfondo quede también para que la gente lo siga aprovechando. Creo que el trabajo que uno hace, más allá de buscar reconocimiento, se hace con mucha pasión y buscando romper esquemas, y de alguna forma aportando a lo que ya existe. No sólo es transgredir, sino también aportar y complementar. Dar un equilibrio a la escena. 

 

Esta relación con lo independiente lo ha acercado también al cine, ¿cómo se dan proyectos como Zinema Zombie y Alta Fidelidad?

Zinema Zombie quizá sea el proyecto de más trayectoria en el que he estado involucrado. Ya no me acuerdo cuántos años tiene. Eso empezó como un proyecto en el que, en concreto, queríamos que otras personas vieran las películas que nosotros veíamos y que teníamos guardadas y acumuladas hacía mucho tiempo. Queríamos visibilizar muchas de estas películas de las que se hablaba demasiado porque estaban clavadas en el culto, pero también muchas cosas de las que no se sabía nada más allá de alguna referencia histórica. Cuando empezó Zinema Zombie ya había un auge importante de descargas digitales de video que permitieron acceder a muchísimos contenidos que antes eran imposibles, porque los DVD eran ridículamente caros y los VHS ni se diga. Realmente Zinema Zombie se creó en Medellín con otros amigos. Ellos nos propusieron hacerlo acá y eso funcionó como república independiente pues cada uno manejaba sus contenidos. Lo único que teníamos en común era una publicación que siempre dijimos que se tenía que hacer, una especie de fanzine, y que queríamos que tuviera mucho impacto. Aunque Zinema Zombie era un cineclub cuando empezó, como muchos de los otros cineclubes de esta ciudad, el festival no era el bicho raro, pero si marcaba una diferencia muy singular dentro de todo lo que se programaba. No nos interesaba hacer parte del circuito de cineclubes. Luego se dio la oportunidad de que pudiéramos empezar a proyectar en la sala del Museo de Arte Moderno de Bogotá, una sala que estaba caída y que paramos nosotros cuando empezó Zinema Zombie. Nosotros queríamos traer a la vida esas películas, redimir de alguna forma muchas de esas cosas que estaban enterradas: un montón de contenidos perdidos o en el ostracismo total y que teníamos la oportunidad de revivir. Yo diría que fue un tema más bien ‘frankensteiniano’, fue armar un monstruo a partir de todos los retazos y darle vida. En ese camino tuvimos la oportunidad de acceder a la institucionalidad y sentar las bases y los precedentes de que el cine fantástico tiene el mismo valor que cualquier tipo de género cinematográfico, porque aquí siempre se lo vio como algo menor, algo de segunda mano, cuando nunca ha sido eso. De hecho una buena parte de la industria cinematográfica la ha definido el cine de terror y gran parte la ha definido el cine de serie B, algo en lo que también nos involucrábamos. Así le dábamos una identidad a lo que hacíamos.

 

Tanto Zinema Zombie como el consumo de vinilo tienen un público específico, ¿aspira a que ese público crezca?

 Obviamente todos tenemos expectativas. Con La Roma es diferente, nosotros le botamos toda nuestra pasión y tiempo, pero esto es un negocio. Uno siempre quiere crecer un poco más, pero más que tener cada vez más público, lo que nos interesa con La Roma es crecer como un proyecto en todos los sentidos, como tienda, como lugar de conciertos. Una de las cosas definitivas es que nuestro enfoque se ha ido a fidelizar nuestras actividades y nuestros clientes. Si sigue creciendo magnífico; si mañana nos convertimos en la tienda de visita obligada de paso por Colombia, maravilloso. Tenemos que seguir trabajando en pro de fortalecer lo que iniciamos y lo que se ha venido dando por el camino. 

Con Zinema Zombie es cierto que podemos acceder a más público y se necesitan otras herramientas de comunicarse con el público, porque no tienen mucho que ver el uno con el otro y definitivamente también es algo que está cambiando. Uno también se agota de lo que hace. De hecho el año pasado no lo hicimos. Este año lo vamos a hacer muy pequeño. Pero está cambiando, el mismo proyecto nos está diciendo qué debemos hacer y qué no para no dejar morir eso por lo que hemos trabajado tanto tiempo. 

 

Cuando hablábamos de los coleccionistas, usó la frase de que la música es para todos, refiriéndose a la gente que se apropia de los discos. ¿Cree que el vinilo democratiza la música o sólo consolida una escena y un público específico?

Sí que la democratiza y la hace más viable y de alcance. El ejemplo es uno sólo: yo no conozco otro formato que haya vuelto a posicionarse en la industria y que tenga ese alcance, porque si se tratara solamente de alimentar el ego de coleccionista y satisfacer esos deseos personales, no tendría ningún sentido. Por eso cada vez hay más artistas de vinilo, cada vez hay más reediciones, cada vez más majors quieren publicar discos en vinilo. No van a faltar nunca los fenómenos de sobrevaloración de las cosas, de los sobrecostos, cosas que no van a dejar de pasar porque siempre va a haber alguien que pague lo que sea por eso y el que quiera vender no va a desaprovechar la oportunidad de comprar solamente para ‘sobrepreciar’ en un tiempo determinado. Eso uno no lo puede controlar, porque esto es un negocio. Usted es el que decide si quiere pagar mil dólares por un disco, si usted cree que lo vale, lo compra. Y es algo que yo respeto, aunque yo también tengo mis límites. Pero no me parece que la presencia de los discos de vinilo en el mercado de la música hoy en día estén cerrando los límites de difusión de la música, todo lo contrario: es un complemento de otros formatos, llámese digital o físico. Al final todos los formatos están es complementando el tema de la difusión y de la música. Los discos son un elemento más, que sí están enmarcados en un público limitado y dentro del culto o dentro del romanticismo, pero que tampoco tienen que ser vistos de una manera tan cuestionable. Claro, cien mil pesos siguen siendo mucha plata para un gusto o una pasión, pero no hay que olvidar que los discos importados siempre fueron caros. De pronto al que no le tocó no lo sabe, pero nunca fueron baratos, porque la empresa tiene que pagar importaciones, empleados. Claro, la economía está cada vez más jodida y comprarse un disco representa, no sé, el veinte por ciento de un salario mínimo, pero no se trata de que usted tenga un poder adquisitivo muy alto porque tampoco lo veo tan determinante. Tengo clientes que sé que no tienen un gran poder adquisitivo, que tienen trabajos más humildes que otros, pero que vienen y se compran un disco mensual, porque eso los mueve, es su pasión y eso no se lo quita nadie. Como dice el comercial: eso no se compra ni con Visa ni con Mastercard. Eso no tiene precio. 

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