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Fotos cortesía Hokzyn

La calle convoca todos los sentidos: el esténcil de Hokzyn

“Para pintar en la calle debes involucrarte en un recorrido. Es algo que cuesta trabajo, que requiere dedicación y experiencia, y eso no te lo da un discurso”.

Ángel Carrillo Cárdenas / @angelcarrillo

Tienes catorce años y deambulas por los alrededores del colegio. Rayas muros. Decides llamarle a eso grafiti. Escoges las sombras como una forma de seguir el estilo clásico del grafitero anónimo. Piensas, de cualquier manera, que haces algo corrupto. ¿A qué distancia te encuentras de un criminal?

Debes alejarlo de tu familia. Ya tienes suficientes problemas.

Debes sacarlo del círculo. Empujarlo al margen.

—Ser mujer implica una idea preconcebida de ti —dices—, de si eres buena o mala, o si eres, como dicen aquí en México, “casi vato”.

Debes empujarte al margen.

—No me interesa definirme frente a la sociedad.

Tienes quince años y viajas a una ciudad con un largo historial de luchas sociales que te muestra la llave para abrir tantas puertas: el esténcil. Pero debes trabajar con entrega para atravesar esas puertas y ver lo que en ellas hay para ti. Debes cambiar y transformarte y aprender y olvidar y, por supuesto, recordar para volver a tu centro.

 

***

Por lo que he podido ver, eres bastante meticulosa durante el proceso, con el corte, con la artesanía previa que conlleva una intervención. ¿Por qué escogiste esta técnica?

A veces me pregunto por qué sigo haciendo esténcil, ¿por qué si los muros se vuelven más y más y más grandes? Sí, es un proceso meticuloso que lleva a un resultado que, personalmente, me encanta. Yo empecé a hacerlo porque pintaba en la calle y necesitaba hacerlo rápido. Ilegal. Me dije: si hago este dibujo [a mano alzada] me tardo más que si trajera una plantilla, y es menor la posibilidad de que me atrapen.

Yo no tenía ni idea de lo que era el esténcil. Me interesaba el arte pero no hacía ninguna investigación profunda de lo que estaba pasando en ese tiempo acá en México en ese ámbito. Fue intuitivo, me dije: qué tal si hiciera un dibujo y lo recortara de forma tal que pudiera ponerlo en la pared y pasar el espray.

Al principio era muy austero, muy “chafa” como decimos aquí. No funcionaba, se me caían las partes de en medio y yo no entendía la lógica. Lo fui intentando, intentando, intentando, hasta llegar a este punto en el que hago piezas en gran formato 100% en esténcil. Es laborioso y para mí representa una terapia, sobre todo el corte.

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Un corte muy exhaustivo se convierte en una actividad repetitiva, como cuando nadas o corres, estás en un loop y eso me pone en un estado en el que puedo descansar la cabeza, en el que puedo meditar, poner en orden mis pensamientos. En el corte conozco realmente, centímetro a centímetro, el dibujo que voy a pintar. Luego, en el muro ya terminado, puedo reconocer ese trabajo, ese corte, cómo me sentía cuando lo estaba haciendo.

El esténcil tiene otro tiempo y otro proceso distinto al de muchos artistas urbanos o grafiteros. Claro, a veces me frustra un poco que el proceso sea más demorado, pero me permite también darle más mente, convivir mas tiempo con la pieza.

 

Acá en Colombia hay lo que ya puede considerarse una tradición joven, especialmente en la Universidad Nacional. Personas que se organizaron en colectivos para hacer esténcil a finales de los noventa y principios del dos mil. Pienso por ejemplo en Excusado Print System. ¿Cómo ha funcionado esta tradición en México? ¿Reconoces algunas figuras que fueron importantes para ti?

Ayy, me encanta Excusado. Cuando estuve en Bogotá, Stink me enseñó algunos vestigios que hay en las calles, algunos estencilitos viejos que sobreviven. Entonces yo misma he bebido de esa influencia de Excusado, tengo algunos fanzines que me traje cuando fui.

Acá hay un estado que se llama Oaxaca, al sur de México, y es muy conocido por sus manifestaciones contra las injusticias del gobierno. Yo no sé si en Colombia sea igual pero acá te hacen fiesta de quinceañera. Yo no quería nada de eso y mi mamá me propuso que fuéramos a viajar a algún lugar de México. Yo soy del norte del país y no conocía Oaxaca, así que le dije que fuéramos para esos rumbos. Cuando llegamos a la capital (Oaxaca de Juárez), me di cuenta de que en el centro había muchas casitas de acampar, como si muchas personas estuvieran acampando, pero era una manifestación de maestros por sus derechos y contra la represión. En ese tiempo la educación en Oaxaca estaba muy mal y la forma en la que se divulgaban los mensajes contra todo esto era, justamente, el esténcil. También los carteles. Oaxaca es conocido por los grabados, la gente hace mucho linograbado. Es un estado de artes gráficas. Esto me impactó mucho, ahí vi por primera vez el esténcil de una forma propagandística, un esténcil que bombardeaba toda la ciudad.

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Cuando regresé, después de esta experiencia, empecé a implementarlo en mis piezas para agilizar mis pintas y comenzar a hacer producciones cada vez más grandes y elaboradas.

 

¿Cuál es tu relación como artista con el espacio público?

A veces siento que es un cliché hablar del espacio público de manera romántica, que lo haga de esa manera un escritor urbano o alguien que interviene en la calle. Pero eso es lo que es: la calle es donde todo sucede.

Antes de empezar a pintar empecé a amar la calle. Siempre quería estar en la calle, como si fuera el parque de diversiones adonde se llevan a Pinocho y los niños pueden tomar cerveza, comer todos los dulces que quieran y fumar puros. Es mi espacio predilecto, donde realmente disfruto pintar es en la calle.

El espacio público no tiene una característica específica ni es para un tipo de gente en específico, allí en teoría todos somos iguales, al menos en los niveles de la observación: alguien con dinero va a ver una pieza que yo pinté al igual que una persona en situación de calle. Esta relación entre humanos y calle me gusta porque todas dependemos de la calle, nos relacionamos ahí, nos movemos ahí, conseguimos el alimento ahí. Es mágico y tienes la opción de ver esa magia o simplemente odiarla. Conozco mucha gente que no disfruta la calle, que la percibe como algo sucio, un espacio de pasada para llegar a otro lugar. De mi casa al trabajo y luego a mi casa… por lo demás, el proceso de la calle es estresante para estas personas.

Siempre estoy atenta a qué me va a enseñar hoy la calle, qué imágenes veo, qué actividades está la gente haciendo. Me gusta ver la calle como si viera una película. La calle, con el paso del tiempo, te cambia también. Las calles cambian, si dejas de pasar por una durante unos años y vuelves, ya hay alguna cosa diferente, algo cambió. Te provoca melancolía. Además, la calle convoca todos los sentidos: olfato, sabores, lo visual, lo que escuchas.

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Estudiaste Teología. Estuve un rato buscando una relación entre dios y tu obra, algún rastro. Tienes unas piezas en las que pones la mirada sobre la familia católica como estructura establecida para el orden social. Tienes una pieza en la que le das la vuelta a la imagen icónica de las manos con el rosario. Hay algo que conecta varias de tus piezas y es cierta aversión a las estructuras de poder, dentro de las cuales está, por supuesto, la iglesia. ¿Para ti hay alguna relación entre la Teología y tu obra hoy por hoy? ¿Alguna influencia?

Yo no rechazo por completo los valores con los que crecí, si no se tiene fe en algo entonces no hay motivos para seguir luchando, para sacar el cobre, dirían por aquí. Pero mi pintura reacciona frente al hecho de que me hayan dicho que solo había una única forma de vivir en sociedad, de relacionarse, de creer. Me gusta mucho cuestionar estas figuras, como la familia, que sirven como parámetros de la sociedad, porque es una planeación por parte de un sistema enfocado en el control económico, político, social cognitivo capitalista, con fines de dominar, y que tengas una casa, que estudies lo que ellos te dicen, compres ciertos productos, que vayas al doctor y que tomes las medicinas de sus farmacias y creas a ciegas en todo lo que ellos dicen que es la verdad. Es un pensamiento blanco, una estructura de control muy apegada a la religión usada como método de conquista desde siempre. Es algo que personalmente no me acomoda y me resulta difícil vivir dentro de estos parámetros, por eso me sale pintar sobre eso a veces.

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He incorporado estas figuras de santos que en mi país son muy comunes, pero ya no como una crítica sino como un amuleto al que le puedes poner el significado que quieras, un amuleto que te evoca recuerdos, que te produce melancolía, que te hace recordar a los abuelos. Estoy en una especie de reconciliación desde una mirada crítica. Lo cosifico, ya no es algo sagrado sino un juguete que puede representar muchas cosas.

 

Tienes una pieza que es una representación de la última cena a la que invitaron a gente que no pertenece a ese espacio, lo llevas al absurdo, no a una crítica directa o clara, y eso me gusta. Creo que invitaron a Bulma…

Mira que no me atrae pintar tanto en pequeño y esa pieza la llevaba pensado bastante. Conseguí un rótulo de un comedor de la Ciudad de México, un amigo muy querido me lo regaló porque sabe que me gusta intervenir este tipo de cosas de la calle, letreros viejos. Me gustó mucho que decía «Comedor familiar Raquel. Suba al primer piso. Cinco pesos». Era perfecto para una última cena, un letrero de una señora que servía comida corrida, barata, un plato grande, con agua natural de frutas.  

Lo primero que pensé fue: voy a poner solo personajes femeninos o disidentes. Hay unas mujeres trans, por ejemplos, y personajes de caricaturas que me gustan, Dragon Ball, El viaje de Chihiro. ¿Cómo sería una cena de Jesús con todas estas bandidas? Se la pasaría muy bien, tendrían tema de conversación.

Antes no existía la iglesia, entonces Jesús se reunía en casas para compartir la palabra. Y siempre eran las mujeres las que se encargaban de organizar, preparar la comida, de servir. Sin las mujeres no se hubiera podido llevar a cabo la última cena. Eran las mujeres quienes ponían la fiesta, no los hombres, que son la mayoría de los que salen en el cuadro original.

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¿Qué significa en este momento ser una artista contestataria en México?

Hay muchos artistas que van con la bandera contestataria simplemente por apropiarse del discurso o de la lucha o de la estética que conlleva ir contra el sistema. Lo hacen para hacer su chamba relevante pero realmente nunca se les ve involucrados en acciones. Acá es muy recurrente la estética por la estética: todos son anarquistas, todos son antisistema, todos son veganos, todas son feministas. Eso es algo que me recaga. Conozco a muchas personas que hacen intervenciones públicas que ni siquiera tienen un discurso visual contestatario, pero sus acciones sí lo son, y eso tiene más valor: no andar con una bandera antifascista pero que tus acciones lo demuestren. Es algo, además, de lo que me he querido proteger. He visto pintas sobre feminismo y sororidad y el poder de las mujeres, pero en realidad no hay nada ahí salvo un discurso. Hay muchas mujeres que se hacen llamar artistas urbanas solo porque hacen pintas feministas, como si esto ya las convirtiera. Para pintar en la calle debes involucrarte en un recorrido, es algo que cuesta trabajo, que requiere dedicación y experiencia, y eso no te lo da un discurso. Y no tengo nada en contra del feminismo ni de hacer pintas feministas, pero es que nos llegó: una oleada de este tipo de gente. Y las cosas se diluyen, se diluye la lucha en esa estética bonita, verdecita y moradita con florecitas. Parece un chiste.

Yo no soy una artista contestataria al cien por ciento porque no estoy involucrada de todas las maneras en las que podría estarlo, pero estoy tratando de que mis acciones fuera de mi arte hagan algo, cambien algo, así sean pequeñas. Hay cosas que yo no hago, por ejemplo, colaboraciones con industrias opresoras o contaminantes, como la de la moda. No trabajo con empresas que exploten al planeta o a la gente.  

Ahora, hay otro lado en todo esto. Cuando haces por ejemplo pintas contra el gobierno mexicano lo que pasa es que te censuran. Yo ahora vivo en Ciudad de México y ahí todo el tiempo hay intervenciones sobre monumentos, catedrales, etcétera, y siempre sucede esto, la censura, es la costumbre. Acá, como lo veo, el peligro inmediato es ese cuando se trata de mensajes contra el Estado o de la forma de gobernar.

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Pero este otro gobierno acá que es el narco ya es mucho más peligroso. El barrio en el que vivo es Tepito, uno muy antiguo que está alrededor del centro histórico y es conocido porque hay mucho comercio de fayuca, de cosas piratas, de drogas, de armas, de tenis. Y es controlado por el narco, por La unión, y cualquier cosa que quieras hacer, cualquier intervención (y no te hablo exclusivamente de un muro de crítica), todo tiene que ser filtrado por ellos, por las personas que se encargan de esta o aquella esquina. Si a ellos no les parece pues simplemente no pasa. Si estás pintando algo que a ellos no les parece puede pasarte algo. Hay un acoso por parte del narco. Personas que se han involucrado en investigación de desaparecidos, por ejemplo, algo más por el lado del periodismo, muchas terminan igual: desaparecidas.

 

Me da la impresión de que estamos constantemente esperando que el arte diga lo que es, aparentemente, necesario que diga. Que establezca un discurso sobre la justicia, por ejemplo. Es como endilgarle algunas obligaciones al arte. ¿Crees que el arte tiene alguna responsabilidad social o política?

Estoy en dos mundos con esta pregunta. No puedo ser coherente con lo que voy a decir. Sí creo que tiene una responsabilidad por su capacidad de denuncia. Tiene en muchos casos la atención del público y puede compartir información para el bien común. Pero últimamente me he relajado con esta cuestión de que todo el tiempo lo que pinto tiene que significar algo. A veces termina todo siendo muy forzado y en vez de decir algo genuino se convierte en un producto de “lo que se tiene que decir”.

He empezado a hacer más cosas que me gustan estéticamente, en vez de incluir a la fuerza personajes que son históricamente relevantes o mujeres en la lucha por los derechos. Es importante que el arte no sea todo el tiempo algo supercargado de información y supertenso, no tiene por qué estar todo el tiempo educando a las personas. A veces puede parecer banal pintar caricaturas o hacer las mismas letras una y otra vez, pero en eso también hay una mirada que contribuye a la estética de la calle.

 

¿Tienes rituales para salir a pintar? ¿Pintas con algún crew?

Prefiero hacerlo sola cuando sé que puedo manejarlo porque son cosas pequeñas, tags, un esténcil pequeño. Cuando lo hago de manera ilegal no me gusta salir con mucha gente. Hago parte de un crew que se llama TSK y cuando salgo a pintar lo hago con estos amigos, dos o tres, máximo. No tengo muchos amigos que hagan esténcil, casi todos son escritores, hacen letras. Y lo hacemos más que nada por diversión.

Si se trata de una pieza grande para la que necesito ayuda, muchas veces es mi hermano (que no tiene nada que ver con el mundo del grafiti) quien me ayuda, y me lo llevo a estos procesos porque siempre ha estado, él vigila, me ayuda a pegar las plantillas, me pasa los aerosoles. Él y una amiga (que tampoco tiene nada que ver con este mundo). Y disfrutan al acompañarme, me acomodo muy bien con ellos. En realidad, no me gusta mucho salir con grafiteros.

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¿Por qué?

Siento que acá en México no funciona salir en grupos así, ¿sabes?, es más fácil que te atrapen. Ven un puño de vándalos y la policía automáticamente se para y nos revisa. Probablemente van a llevar aerosoles, probablemente alguien lleva drogas, alguien alcohol. Las veces que me ha atrapado la policía ha sido porque voy con más gente.

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En febrero de este año hiciste un muro, Territorio perdido, en el que hay varias escenas aparentemente desconectadas pero que, en realidad, desde mi lectura, configuran una narrativa visual: una familia que intenta pasar un muro fronterizo, una hormiga gigante (un elemento que se repite en tu obra), una mujer que parece estar en fuga. Un mapa. ¿Cómo se materializó esta pieza?

Yo crecí en la frontera de México con Estados Unidos, por lo tanto la cultura que a mí se me inculcó fue la chicana, mitad estadounidense, mitad mexicana, aunque predomina la mexicana. Mi familia, por ejemplo, no habla espanglish. Siento que la cultura que más me ha influenciado es la de California, yo soy de Baja California, crecí con las historias de las personas que cruzan la frontera, familiares y conocidos que se cruzaban para una mejor vida. Hay ahí una estética de grafiti cholo, una estética como la del carro clásico, del movimiento lowrider, que aparece en el muro. Mi papá, antes de que yo naciera, tuvo un carro así, un Buick Regal 1982, y lo vendió justo cuando yo nací.

Ese mural hace parte de una residencia llamada Huellas Tilcajete, que hice en un pueblo en Oaxaca. Es una especie de collage de esa familia que cruza a Estados Unidos con un mapa que literalmente saqué de los escolares, de cuando en la escuela te decían: trae un mapa del territorio perdido de México. Es un territorio que se perdió hace muchos años por una deuda que tenía México y un presidente que se llamó Santana dio ese territorio como parte de pago para saldarla. Ese territorio abarca muchos estados de Estados Unidos: California, Texas, Nuevo México.

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Dentro del carro hay un retrovisor con unos ojos. Va manejando un hombre y al lado hay una chica. Esto me da la idea de esas personas que nacen en Estados Unidos y regresan a México en busca de sus raíces. Es estar atrapada entre dos culturas: en México no son cien por ciento mexicanos y en Estados Unidos no son cien por ciento gringos. La hormiga en el muro también está regresando; es el trabajo obrero que los mexicanos van a hacer en el otro país para enviar dinero a sus familias que se quedaron en México. De hecho, ese pueblo donde hice el muro, aunque es del sur, tiene muchas familias migrantes de Estados Unidos. Hay una conexión entre Oaxaca y Baja California porque muchos oaxaqueños recorren todo el país para migrar y casi siempre cruzan por esa parte de la frontera, de donde yo soy.

En la casa del señor donde lo pinté, él produce mezcal. Solo. Es el único que queda porque su familia se fue a Estados Unidos.

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