Cristo es punk
En esta iglesia, honrarás al punk sobre todas las cosas, lo cual equivale a honrar a Cristo, el más punk de todos. Los feligreses de la Iglesia Punk de Buenos Aires se reúnen cada domingo a escuchar la palabra del Señor y a cantar sus alabanzas.
El escenario
Imagina que te despiertas rodeado de punks. Es domingo, son las diez de la mañana y estás en medio de Villa Real —una zona de casas bajas, cerca del límite entre la Capital Federal y el conurbano bonaerense—, y todo lo que ves son hombres y mujeres tatuados y con piercings. Imagínate, además, que hay niños, adultos, bebés. A todo eso súmale que están hablando de Cristo: “El más punk de todos”, según ellos. ¿Cómo logras entender este contexto? Una forma, tal vez, sea dejar los prejuicios en la puerta de entrada.
Juan Granado es una mole. Tiene 49 años, es morocho, alto y robusto; lleva bermudas por debajo de la rodilla y una gorra que lo hace parecer un hardcore del Bronx neoyorquino. Pero es el pastor de la Iglesia Punk de Buenos Aires, donde se congregan decenas de personas a escuchar la palabra del Señor cada domingo. Viene vestido de negro y saluda de manera afectuosa:
—Vení, pasá. Ya están todos adentro —me dice.
Tras recorrer el pasillo, que funciona como una suerte de depósito de cosas que aún no han encontrado su lugar definitivo en el mundo (un órgano eléctrico, algunas cajas por aquí, unos carteles por allá, dos maniquíes desnudos), aparece un salón iluminado. Ahí adentro transcurre toda la vida de la Iglesia Punk. No hay altares ni imágenes, sino un inmenso póster rojo con el logotipo de la iglesia colgando de una pared. Puertas afuera, tras ventanales inmensos de vidrio, está la piscina de lona en la que se realizan los actos de bautismo. En el centro del salón, debajo de una bola de cristales que no se mueve, está Wally.
Wally es un tipo que no deja de sonreír. Tiene la sonrisa intacta; el gesto de alguien que sufrió pero que hoy vive mejores tiempos. Acusa un problema en la vista, por lo que se le confunden algunas palabras. Camiseta esqueleto negra con escudo de Londres, ambos brazos tatuados, el pelo crespo y larguísimo, y una flor roja en la cintura.
—Es un regalo. Como el amor de Cristo —me dice.
Mientras Juan acomoda sus cosas y se sienta en un rincón desde el cual presta atención, Wally habla con algunos de los asistentes, quiere saber qué les pasó en estos días, qué tienen para ofrecerle al Señor y si hay algún pedido especial que quieran hacerle. Se muestra interesado en cada detalle.
—Quiero pedir por mi hermano, que está preso en Devoto (la cárcel de máxima seguridad de Buenos Aires). Me gustaría que salga, pero también quiero pedir para que conozca al Señor, porque todavía no lo conoce –se desahoga Lucas, que tiene un par de piercings sobre el ojo derecho y no más de 25 años. Prepara un pilón de hojas que repartirá cuando sea el momento de cantar. Allí están las letras de las canciones que evocan al Señor y destacan su valentía: “Él murió por vos”, repiten. Más allá, Fernanda, otra joven no mayor de 20 años, se suma al pedido de Lucas y agrega:
—Por mis amigos y amigas que todavía no conocen a Dios. Para que lo encuentren.
—Para que seamos siempre una familia –pide Josué, un niño que no llega a los diez años.
Los artistas
Todos parecen satisfechos. Hay un clima de comunión. De amor y respeto. Imagínate, además, que en medio de este lugar —en el que cabrían 200 personas y hay una pila bautismal—, alguien agarra una guitarra y canta temas de amor a Dios. ¿Esperabas una guitarra distorsionada y un sacudón de cabezas en sentido vertical? Pues no, nada de eso pasa. Cantan sobre la búsqueda y encuentro del Señor, el amor al prójimo y la necesidad de someterse a la voluntad de Dios.
Tras dos canciones que suenan más a Bob Dylan que a Anthrax, Juan toma la palabra. Se pone de pie, mientras Wally se acomoda junto a su hija, su yerno y su nieta. La armonía que había visto un tiempo atrás en el rostro de Granado comienza a desaparecer cuando pregunta:
—Ustedes saben lo que están cantando, ¿no? Digo, ¿son conscientes de lo que cantan? ¿Ustedes se dan cuenta de que son valiosos si se someten a la voluntad de Dios y están dispuestos a dar todo por Él? Porque si no lo sienten, no sé para qué lo cantan.
Así, Granado se muestra como el brazo fuerte de la Iglesia Punk.
—Yo no me levanté a las siete de la mañana y tomé tres colectivos porque sí. Yo vine porque mi voluntad es la voluntad de Dios, que quede claro.
Algunos bajan la cabeza, otros se quedan con la vista perdida y todos, al mismo tiempo, toman su biblia.
Hay biblias para todos los gustos: forradas en cuero, con taches en la portada o en el lomo, con el título impreso en letras góticas. Las chicas más jóvenes —un grupo de cuatro o cinco que están más cerca de los 20 que de los 30— llevan una aplicación en su teléfono celular con las Sagradas Escrituras.
El buen pastor
El vínculo entre Juan y Dios no es nuevo.
—A mí, la Iglesia tradicional me expulsó. No en forma literal, pero me dio la espalda. Y nunca renuncié a mis hábitos, a vestirme como quería. Pero tampoco quise alejarme de Cristo —explica.
Y fue naciendo, casi sin proponérselo, la Iglesia Punk.
—Cuando me convertí al cristianismo, pasé de ser un acérrimo rockero a no querer saber nada del rock. Venía de trabajar con bandas como A.N.I.M.A.L. y de repente no quería tener ninguna relación con todo aquello. Los inicios fueron en la casa de Marcelo “Corvata” Corvalán, líder de la banda Carajo y amigo de Granado.
Hay biblias para todos los gustos: forradas en cuero, con taches en la portada o en el lomo, con el título impreso en letras góticas. Las chicas más jóvenes —un grupo de cuatro o cinco que están más cerca de los 20 que de los 30— llevan una aplicación en su teléfono celular con las Sagradas Escrituras.
—Después de que me convertí, le conté a Corvata que había tenido un encuentro personal con el Espíritu Santo y ahí fue naciendo todo esto. Él también estaba en una búsqueda personal y se generó un grupo. Todas las semanas venían un montón de rockeros a escuchar la palabra de Dios. Y mientras fumaban porro, yo hablaba de Cristo. Y de un tiempo a otro todos se convirtieron al cristianismo. Hasta entonces, yo nunca pensé que Dios existía y tampoco me había importado.
Pero ¿qué es un encuentro personal?
—Yo estaba a punto de morirme, tirado en la cama, sintiendo cómo algo iba subiéndome por todo el cuerpo y me iba a matar. Hasta que en un momento, cuando eso llegó hasta el cuello, escuché la voz del Espíritu Santo, que me ordenaba que me levantase y me pusiera de pie. Y eso fue lo que pasó: me levanté.
La visita de Jouko
—¿Ustedes piensan que esto es porque sí?, ¿que Dios no tuvo nada que ver? —pregunta Granado y señala a Jouko, un finlandés que vino a la Argentina para conocer a Celeste, su novia tucumana desde hace dos años, con quien sólo había tenido contacto virtual hasta ahora y de quien se enamoró por su amor al punk, al metal, a la palabra de Dios y al cristianismo. Verlos juntos es una lección de contraste: ella viene de una de las provincias más pobres del país, con su figura delgada y su pelo oscuro. Lleva una pulsera de cuero ancha y una sonrisa tibia. Se la ve feliz. Jouko también está contento. Su fisonomía lo hace parecer temible: campera con estampado militar, corte de pelo al ras, una espalda robusta y un tono de voz que, cuando habla en español, recuerda a un soldado ruso de los que hacen de malos en las películas. Pero es todo ternura.
—Me gusta la Iglesia Punk porque puedo ser como soy. No tengo que cambiar mi apariencia ni mis gustos. Nada. Y se respeta la palabra del Señor —me explica Jouko, y se aferra a la mano de Celeste, que lo mira con ojos enamorados y con la promesa de volver a verse aquí para casarse. Se miran a los ojos y el pastor repite la pregunta:
—¿Piensan que esto es porque sí?, ¿que Dios no tuvo nada que ver? Imagínate, entonces, que te despiertas en medio de un grupo de punks, vestidos con remeras negras y con los brazos tatuados y las orejas perforadas. Y que no sólo no eres parecido a ellos, sino que hablan de una entrega absoluta a Cristo. Tienes dos opciones, por tanto: someterte a la voluntad de Dios o correr por tu propia suerte.