El Mentidero mutante
Un proyecto llamado Mercadito & Mentidero, que se dedicó a vender, como dice Paulo Licona, “basurita cultural” (dibujos, publicaciones independientes, objetos raros, chucherías) en el Mercado de las Pulgas, fue la génesis. De esto hace tres años y pico. Paulo y Ana Rivera eran los tripulantes. En junio de 2013, el mercadito debió morir. El funeral fue una fiesta y Paulo, en lugar de ponerse triste, empezó a maquinar un proyecto nuevo, El Mentidero de hoy.
“Lo del Mercadito & Mentidero fue chévere porque movimos un montón de artistas jóvenes y famosos. Logramos que otros tipos de público, los que no pisan una galería, accedieran al arte”.
Al ratico del velorio entró a la sociedad Juan Obando. Juan tuvo un mercadito in english en Carolina del Norte. Y hubo feeling. Arrendaron una casa en el centro de Bogotá y El Mentidero arrancó en ese espacio múltiple y mutante que tienen hoy. Habían creado la editorial Ediciones de Mentiras y de allí derivó el nombre.
La exposición debut fue la del artista decano Jaime Aguirre. Los artistas emergentes empezaron a llegar a El Mentidero y a convertirlo en su casa. Paulo, que además de artista plástico es profesor universitario, vinculó a los estudiantes de arte para que su primer encuentro con la realidad y la crítica no fuera su defensa de tesis. “Para que tomen los riesgos que no pueden en las entregas de la universidad”, explica Paulo.
“El Mentidero se considera más un espacio autosostenible: sostenido por mí (sonríe), pero no dependemos de convocatorias o de becas o de otros instrumentos de los que se valen otros espacios independientes”, explica. “No vendemos cerveza, no es un bar, no es un parchadero sino un lugar donde pasan eventos de estudiantes. A partir de eso han surgido otras ideas, como el Lechona Art Institute (nació a principio de año), que se está gestando. Es un instituto de consultorías y de tutorías y apoyo a los artistas”.
A Paulo también le encanta la cocina y por eso dentro de El Mentidero (que tiene un Hall de la Fama, su espacio de galería y talleres, que alquilan) funcionó un restaurante de fin de semana para 12 comensales con reserva, que se llamó Ping Pong. Esa experiencia servirá para crear, en 2016, un laboratorio de cocina de pingpong: torneos culinarios amateur con clases incluidas.
“Estamos montando otro proyecto que es un piñatería que se llama Déle por ahí, y una sucursal de El Mentidero en Boston, que se llama Lucero. Y queremos establecer intercambios entre estudiantes colombianos y de fuera”, comenta Paulo. En 2016, su plan es cultivar la libertad y seguir inventando.