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Fotos por Daniel Felipe Sierra / @can.x_foto

Valles-T o la voz propia como resistencia

Directamente desde Aguablanca, una de las zonas rojas de Cali, retratamos a la estrella internacional de freestyle sobre su infancia en medio de migraciones, crecer en lugares hostiles, cantar en buses, lograr esquivar la muerte en barrios marginales y hacer del rap su escudo para sobrevivir a la adversidad.

Santiago Cembrano / @scembrano

Valles-T escribió su primera canción en un pagadiario de Lovaina, un barrio otrora bohemio y luego zona de tolerancia en el centro de Medellín. Vivía en una habitación con su mamá y su hermano Luis. Sus vecinos eran ladrones y prostitutas que, como ellos, sobrevivían. En esa habitación Valles-T escribía mientras extrañaba a su padre, asesinado cuando él tenía seis años. El resultado fue “El niño Carlitos”, su relato de orfandad, fantasías de venganza y ausencia de infancia. Tenía doce años.

Nació en Cartago, al norte del Valle del Cauca, de la unión de una guajira y un payanés, el 23 de octubre de 1996. Fue bautizado como Juan Camilo Ballesteros. No hubo una casa definida cuando era niño: mucho antes de que recorriera el mundo como una súper estrella del freestyle, su familia pasó por Medellín, Bogotá, Popayán y un etcétera en forma de bucle que los vio llegar e irse en busca de una oportunidad mejor. Cuando Valles-T tenía seis años, los Ballesteros se mudaron al barrio Antonio Nariño, en el distrito de Aguablanca. Era la meca del rap en Cali y en su cuadra vivía Rubén Darío Ceballos, El Judío, uno de los máximos exponentes del rap de la ciudad. Quizás sin saberlo, el rap ya lo estaba rondando. Mientras se daba cuenta, aprendió a vivir como un adulto sin haber llegado a la pubertad. Tomaba riesgos. Era independiente. Se sentía libre.

En Medellín, su hermano le presentó el rap formalmente a través de un parlante —es importante el parlante, Valles-T lo recuerda y lo enfatiza—y canciones de Tres Coronas y La Etnnia. Y en Ciudad Bolívar, Bogotá, se obsesionó con el freestyle cuando vio a un tipo improvisando en un parque. Era el 2009, año en que murió su ídolo Michael Jackson. Cuando volvió a Cali buscó a su vecino, Rubén Darío, para que le explicara cómo era eso de rapear, de hacer canciones, de subirlas a YouTube. El Judío lo llevó la casa de Shaolin Sensei, donde grabó “El niño Carlitos” (inspirada en “Hierba mala” de Vico C), su versión de “Deja Vu” de Los Nandez y ocho canciones más. Ya se llamaba Valles-T. El resultado fue el disco Mi historia. La canción homónima lo muestra jugando maquinitas, lleno de sueños, con hambre por materializarlos. 

Se zambulló en el hip hop caleño y se sintió resguardado por la hermandad. Con sus colegas caminaba desde Univalle hasta Jovita y si había un bombón lo repartían para todos. Iba a todos los eventos e improvisaba en los micrófonos abiertos. “El freestyle entonces era como de parche en los eventos de hip hop, para llenar los espacios muertos. Era decoración. Decían que no encajaba. Ha sido una lucha, pero se ha abierto el espacio. Fue un proceso”, recuerda ahora. También cuenta cuando, chiquito y con trenzas, compitió en la final de la Batalla de los Cholaos, en 2011. Quedó segundo. El premio era un cholao gigante, puro realismo mágico.

En esos días en los que el rap se volvía cada vez más algo ineludible en su vida,Valles-T debía atravesar fronteras invisibles entre barrios enemigos como Comuneros y Mojica, para poder grabar en el estudio de Shaolin Sensei. Era un terreno difícil que esquivaba colándose en el Mío, contando monedas para el bus o pidiéndole a cualquier carretilla que pasara que lo acercara. Fue solo cuando, un día, un rapero de Mojica lo llevó a su casa y desde entonces ya pudo caminar tranquilo por allá. Algunos de sus amigos contaron con peor suerte. “Muchos se fueron por malos caminos y al rato los mataron. Había mucha guerra de una cuadrita a otra y… vos sabés. Yo nunca tuve ese problema desde que empecé a rapear. Andaba con mi parlante y pasaba relajado. Vení, tirate un freestyle, me decían”. El hip hop era su salvoconducto y lo que lo motivaba a salir de la casa. Si conseguía 2.000 pesos, sabía que tenía para los pasajes de ida y de vuelta, para irse a rapear, a los eventos. Para irse a donde fuera.

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Así como rodaron por Colombia, Valles-T, su mamá y su hermano también lo hicieron por Cali. Dos días después de mudarse a Meléndez, al sur de la ciudad, escuchó tiros mientras caminaba con Luis. Corrió. Volteó y su hermano no estaba. Se devolvió. Lo vio  en el piso. Lo llevó al hospital departamental. Allá murió. “Yo solo pensaba en qué le iba a decir a mi mamá. Ella era muy nerviosa, le podía pasar algo. Yo no sabía qué le iba a decir, qué iba a hacer. La muerte de mi hermano me dejó en stand-by”. Dejó su trabajo en una carpintería y se fue para Bogotá para participar en la Red Bull Batalla de los Gallos. Lo hizo por él y por su hermano, que le mostró el rap, por lo que el amor por el rap era también el amor por Luis. Y como no tenía plata para el pasaje de vuelta, se quedó en la capital.

En Bogotá, Valles-T se hizo adulto en el freestyle. Pagaba una habitación en el barrio Santa Fe, otra vez una zona de tolerancia. Rapeaba en Transmilenio, por la 22 y la Jiménez, y de lo que ganaba sacaba para mandarle plata a su mamá cada semana. Allá duró seis meses y volvió a Cali, enfocado en rapear. En el Mío vio una oportunidad y lo hizo su oficina, a la que asistía con sus trenzas y sus botas. Aunque su mamá escuchaba que por ese camino su hijo no iba a llegar a la cédula, solo le dijo una cosa: que fuera diferente. Así lo recuerda él: “Me decía: Sea diferente de los demás raperos. Si a usted se le da la gana de ponerse una gorra rosada, póngasela. Y siempre váyase bien ordenadito. Sea educado y salude.  No muestre que necesita. No diga de dónde es sin que le pregunten. No se cole en el Mío. Sea diferente”.  

Era feliz: se levantaba con ganas de rapear y probar los nuevos beats que había descargado de YouTube. El Mío fue su mejor escuela. Allá aprendió de resistencia, respiración y técnica. También perdió cualquier resquicio de pánico escénico con cada mirada cansada o de rechazo ante su saludo de “Buenos días, damas y caballeros”.

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Camilo abandonó el colegio en 2013 tras perder varios años por indisciplinado o por faltas; nunca por malas notas, aclara. El freestyle era su mundo. Tras perder en la final de la Red Bull contra Doggy Fresh en 2013, viajó a Medellín y se quedó allá una temporada. Su parlante, de nuevo era como su pasaporte y, a la vez, su escudo y su oficina. Era todo lo que necesitaba para trabajar y mandarle los 100.000 pesos semanales a su mamá. Lo que vino después ya lo saben: Valles-T se hizo una súper estrella del freestyle internacional. Ha ganado la nacional de Red Bull dos veces, y en la internacional ha alcanzado el bronce y la plata. Su estilo desenfadado y pícaro lo caracteriza: improvisa siempre con una sonrisa.

Con el poder y la influencia que tiene ahora, Valles-T quiere transmitir el sentimiento de comunidad que lo enamoró del hip hop, y hacer que se difunda cada vez más. Su proyecto Colombia tiene buenas rimas lo llevó por el país como tallerista para compartir su conocimiento sobre cómo improvisar y reafirmar su pasión por lo que hace. Aunque no lo muestra en sus redes para no combinar lo político con lo artístico, asegura que trabaja con insistencia para hacer más talleres, mejorar las canchas en los barrios, abrir espacios culturales a los que los niños en los que se ve reflejado puedan conocer otro mundo y explorarlo. Durante el Paro Nacional de 2021, que fue reprimido con particular violencia en Cali, entendió que el hip hop es el Paro y el Paro es hip hop. “Todo por lo que salieron a pelear es por lo que las letras de rap vienen peleando hace mucho. Ahí sí se identificó la gente. Volvió a escuchar las canciones y las sintió como himnos. Nosotros le ponemos una flor a la escopeta. Y el Paro, por más agresividad que hubiera de por medio, se sentía como si uno hubiera puesto la conversación en altavoz”.

De la rapidez del freestyle y las frases que a veces salen inconscientemente, Valles-T quiere volver ahora a la introspección y a los relatos personales: a escribir canciones. Un EP viene en camino y dentro de este, temas como “Como llegaste te fuiste”, en el que recuerda a su hermano. En una canción le canta al skate y en otra al parkour. También está presente ese niño que amaba jugar maquinitas, al que Valles-T acude para mostrar todo lo que ha cambiado. “Recuerdo las ganas de entrar a un estudio pa’ ver si grababa / No había dinero no había pa’ nada y la oportunidad aún no se me daba / Hasta que por fin, me grabé el primero y lo metí a un CD, con más canciones de ese momento pa’l menos poder venderlo en 2000/ Y coincidí, de CD en CD fue que conseguí mis primeros tenis. / Momento mágico, se acabó el pánico, y fue cuando yo me sentí más que ready”, rapea a doble tempo.

Con este nuevo EP quiere generar el cambio que el rap generó en él. Se pregunta: ¿Quién más podría hacerlo hoy? “El mainstream es puro percocet, pepa, saca la prrrrrr. Yo quiero que el hip hop llene esos espacios. Yo no les digo que tengo tres Lamborghinis, sino que jugaba maquinitas. No voy a hablar de Gucci ni Zara sino de skate y parkour. Pero los ritmos que voy a sacar son melos, lo que escuchan los pelados. Sé que van a gustar. A mí también me gustan. No podemos negar que nos pone a cabecear una canción de Bad Bunny por más hip hop que seamos, ¿me entendés?”, anticipa.

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Cuando mataron a su papá, y durante muchos años, Valles-T quería venganza. Era fácil de imaginar. En Cali y en Medellín era lo que tenía al frente: sicarios, armas, sangre. Esa película la plasmaba en sus dibujos infantiles: dos manes en una moto, el de atrás con la pistola en la mano. Frente a ese impulso, su resistencia ha sido expresarse. En ese contexto de silencio y de violencia, en el que no parece haber salida, rapear es elevar la voz y decir “Aquí estoy. Esto es lo que pienso”. Y eso es lo que quiere dejar con su música y con su obra: “Yo me expresé freestaliando. Ese es mi legado para los que quieran escucharlo, mi semilla pa’ los que están resistiendo. Exprésese. ¿Qué es más importante que tener la palabra? Cuando vos estás hablando sos vos, tu plenitud”.

En Rexistencia Hip Hop, Valles-T fue uno de los invitados por Ali a.k.a Mind para hacer parte del laboratorio creativo junto a 11 proyectos más cuya bandera es el rap como herramienta de transformación, como documentación histórica de la realidad y como acompañamiento de procesos sociales. Su aporte será un videoclip de su regreso al rap, donde vuelve a ese niño de las maquinitas y se ve en retrospectiva con todo lo que ha cambiado en su vida, algo que no veía venir en esos años de rapear en los buses, pero que le dio la oportunidad de escoger el arte por encima de cualquier otra cosa. 

Todavía recuerda cuando veía La virgen de los sicarios y se imaginaba en esa situación. Si el hip hop no hubiera llegado a su vida, esa hubiera sido toda la influencia que tenía. Pero llegó: pudo tener voz propia, definir su destino, elegir otra dirección para su vida. Su resistencia fue escribir canciones.


No le pierda la pista a Valles-T y sígalo en su cuenta de Instagram.

Rexistencia Hip Hop es un laboratorio de formación y creación artística para el fortalecimiento de proyectos musicales con incidencia social y comunitaria. Es una iniciativa creada en conjunto entre la Fundación Cartel Urbano y el ICTJ para visibilizar los procesos y proyectos musicales que encuentran en el Hip Hop una herramienta de cambio para sus comunidades y una oportunidad para seguir promoviendo el pensamiento crítico y la libertad de expresión.

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