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Ser artista no es dárselas de artista

Lograr un mérito artístico requiere toneladas de trabajo y de talento, no sólo creer en uno mismo o amar lo que se hace: las ganas y los impulsos sirven poco cuando la autoformación y las bases técnicas o teóricas apenas pasan de meras nociones.

Zaratustra, el memorable personaje creado por Friedrich Nietzsche, les ordena a sus discípulos que lo apedreen y después lo abandonen una vez haya concluido su temporada de aprendizaje mutuo con ellos. Impone esta violenta medida porque teme que los aprendices se aferren demasiado a las palabras del supuesto maestro y las tomen como el único camino, la única verdad; porque sabe que en el fondo si no desatan los lazos con el tutor, con el policía del conocimiento, jamás podrán hacer su propio camino en soledad y en búsqueda personal.

La respuesta de los discípulos es predecible: no le hacen caso. Ni lo lapidan ni lo abandonan. Zaratustra termina huyendo.

Toda relación pedagógica debería tener maestros como Zaratustra, personas que no se crean autoridades infalibles, y alumnos que no fueran dependientes ni serviles. Por desgracia en la vida real esto no siempre es así. Los que pretenden enseñar rara vez brindan herramientas para hacer un sendero autónomo. La mayoría de quienes reciben las sugerencias, los consejos del entendido, del profesor, le tiene miedo a controvertir lo aprendido y a emprender rumbos propios porque es doloroso, porque se puede fracasar. Y estamos en una sociedad de gente obligada al éxito: a nadie le está permitido errar o realizar intentos muchas veces.

Estas deficiencias son pan de cada día dentro del mundo corporativo, algo incluso aceptado, casi normal. Sin embargo, cuando aparecen en las artes se vuelven aberraciones que hacen daño.

La artista visual Marina Abramovic da una serie de tips o de consejos para artistas jóvenes en un vídeo muy popular: 

 

 

 

 

Su discurso paternalista y azucarado puede resumirse así: cree en ti mismo, ama lo que haces (algo quedará de todo eso), el fracaso es una oportunidad, si quieres sobresalir tienes que ser como yo.

Esas palabras son un arma de doble filo. Porque triunfar y ser artista no son ideas que se lleven muy bien; lo saben quienes se dedican al arte en serio, no hay muchos aplausos, los reconocimientos son mínimos, las remuneraciones escasas. Y porque lograr un mérito artístico requiere toneladas de trabajo y de talento, no sólo creer en uno mismo, ni amar lo que se hace; las ganas, los impulsos sirven poco cuando la autoformación y las bases técnicas o teóricas apenas pasan de meras nociones.

También hay que ver quién imparte esa cátedra débil. Abramovic es una profesional del performance y del arte escandaloso, gran parte de su obra está sustentada en golpes mediáticos. Si el arte se redujera a llamar la atención, Marina Abramovic sería ya la más importante artista de todos los tiempos. Ahora es una persona mayor y siente que debe aconsejar. Tiene todo el derecho. Lo imperdonable es la ilusión, la trampa, subyacente en sus exhortaciones. Como si Zaratustra deseara quedarse entre sus discípulos a hacerles las tareas, a impedirles el autoconocimiento y a recordarles que ser artista es simplemente amar ser artista.

Las artes contemporáneas están repletas de entusiastas que aplican fórmulas exitosas, copian rutas andadas por otros o se empeñan en convencionalismos políticamente correctos. Flaco favor le hace la señora Abramovic a quienes pretenden escudriñar terrenos desconocidos, pues en últimas si hablamos de arte nadie posee la palabra definitiva, y nadie puede enseñar algo donde justo todos son y seguirán siendo eternos intentadores, aprendices.

Lo dijo mejor, con la sencillez que lo caracterizaba, el poeta colombiano José Manuel Arango:

No hay camino, dijo el maestro.
Y si acaso hubiera un camino
nadie podría hallarlo.
Y si alguien por ventura lo hallara
no podría enseñarlo a otro.

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