
Decadentes Estados Unidos
Al matón de Orlando (Florida) le salió un defensor en California. Se trata de un pastor bautista y basta oír una de las incontables sandeces que soltó acerca de los asesinatos en el club LGBTI gringo para notar cuán enfermo se está tornando este país.
A veces, para entender el horror, no es necesario conocer a los asesinos sino a sus publicistas y promulgadores, esa gente que contribuye ideológica y moralmente con una masacre.
Al matón de Orlando (Florida) le salió un defensor en California. No es ni siquiera alguien cercano a grupos extremistas islámicos, ni un fanático de las armas de fuego. Se trata de un pastor bautista, de un cristiano. Su nombre es Roger Jiménez, y basta oír una de las incontables sandeces que soltó acerca de los asesinatos en el club gay de la costa este norteamericana para notar cuán enfermo se está tornando el imperio de los Estados Unidos.
“La tragedia no es que hayan muerto [los homosexuales del bar en Orlando] sino que no hayan muerto más”, dijo el ministro cristiano, tan ancho, tan tranquilo, en medio de su servicio dominical.
Tras despotricar contra los homosexuales y comparar a la sociedad estadounidense con Sodoma y Gomorra —recurso típico de los moralizadores bíblicos que se niegan a estudiar en profundidad el contexto social en el que habitan, donde los dejan decir estupideces sin ton ni son— se puso de parte del asesino casi agradeciéndole por exterminar lo que supone como una plaga, las opciones no heterosexuales.
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Se dirá que el dogmatismo y la torpe radicalidad del pastor Jiménez es solo de él, uno de esos casos aislados presentes en toda religión. Pero no hay que hilar tan delgado: Jiménez está diciendo en voz alta lo que piensan en privado miles de ciudadanos norteamericanos. Que lo importante dentro de una democracia es la pureza. Y sobre todo la pureza de costumbres. Lo cual no solo es peligrosamente ingenuo sino tan patológico y aberrado como liquidar seres humanos.
Por la vía del escrúpulo moral que pretende establecer una supuesta normalidad (sustentada en los añejos conceptos de Dios, Patria, Ley, Familia, Propiedad y Tradición), se puede llegar sin problema a apoyar y hasta a justificar torturas y asesinatos. Como es imposible ser por completo intachable y como no hay posibilidades de discutir ni de crecer entre las diferencias, se terminan imponiendo los dogmas morales a la brava, eliminando al que se comporta y piensa distinto del moralizador.
Y ahí no importa si ese juez moral realiza plegarias al innombrable Alá o a Jesús de Nazaret crucificado. En el fondo las doctrinas religiosas son para estos dictadores moralistas meras excusas. Se sienten en la obligación de limpiar y de sanear colectividades porque se ven a sí mismos tan perfectos que necesitan sacar del camino a quienes no son como ellos. Lo demencial es que esta descripción le cala tanto al asesino de Orlando y al pastor Roger Jiménez como a casi todo el partido Republicano norteamericano, con el insulso candidato presidencial Donald Trump a la cabeza.
La miseria moral no es solo una disipación de las actitudes, como creen estos escalofriantes resentidos. También hay bajeza moral cuando los criterios rígidos de una ética son promovidos quitándoles la vida a mujeres y hombres.
Por debajo de este infierno que ha lastimado a las comunidades latina y gay en Occidente, se encuentran dos problemáticas sin solución aparente en un corto plazo.
Una es la circulación y la venta indiscriminada de armas dentro de la Unión Americana, algo ya denunciado en su día por Michael Moore desde el documental Bowling for Columbine. Es pasmosa la facilidad con la que un desadaptado (y en Estados Unidos abundan más desadaptados de lo que se cree) puede adquirir una pistola o un fusil. Si tal desadaptado recibe respaldo doctrinal de conductores religiosos como Roger Jiménez, esa mezcla seguirá siendo fatal.
La otra problemática es el nido donde se aposentan las pálidas ideas de un país en el cual el consumo es una religión más y las libertades son tan escasas. Tiene que ver con la decadencia de los propios Estados Unidos después de una depresión económica aguda y de una nefasta política bélica que han querido implantar en todo el mundo —desde luego debido a razones económicas—. Su conservadurismo, su talante explotador está degradándolos por dentro, volviéndolos una vergüenza para el resto del planeta.
El escritor Henry Miller dijo alguna vez que a los estadounidenses les faltaba carácter y que eran personas sin grandeza. Lo que duele es que lo demuestren con lamentables discursos moralistas.
Lo que desgarra es que lo exhiban matando.
(Vea acá el video del sermón del pastor)
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