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Fotos cortesía de @balandro_

Cambiar la narrativa sobre los jóvenes es el primer paso para acabar con el estigma que pesa sobre ellos

Desde hace tiempo la estigmatización y la persecución representan un riesgo cada vez que un colombiano joven decide protestar. Cambiar la mirada del país sobre los jóvenes es un primer paso para evitar ponerles en el riesgo que implica hoy en día el salir a las calles a exigir un cambio.

Nicolás Gómez / @ngospina14

La noche del domingo 2 de mayo un joven DJ transmitió en vivo la intervención violenta en la que terminó una velatón sobre la vía aledaña a la estación Chiminango del Mío en Cali. De un momento a otro, el ESMAD y la Policía arremetieron con gases lacrimógenos afectando a personas que se encontraban en la manifestación pacífica. En esa concentración de personas se encontraba Nicolás Guerrero, mejor conocido como Flex en el mundo del grafiti, quien se quedó resistiendo en primera línea la arremetida de la fuerza pública. En medio de los enfrentamientos Nicolás, que tenía apenas 22 años, fue impactado en su cabeza por una bala.

Horas después se confirmaba su muerte, así como la noche anterior se habían confirmado las de Santiago Trujillo en Ibagué y Kevin Agudelo y Harold Rodríguez en Siloé, entre otros fallecidos y un alto número de heridos; nombres que se han convertido en testimonio de la violencia policial que hemos visto durante las manifestaciones y que ha cobrado la vida y la salud de muchos jóvenes del país.

Y es que no importa si se es trabajador, estudiante, artista, músico, ingeniero, diseñador o médico, salir a la calle a manifestarse siendo joven ha significado por muchos años enfrentarse a la estigmatización y la represión y hoy en día, a la muerte.

Muchos factores han facilitado dicha estigmatización que no solo tiene lugar en Colombia, sino también en otras partes del continente. Entre estos factores tiene un papel fundamental la forma en que los manifestantes son representados en los medios de comunicación, circunstancia que altera la opinión pública sobre los jóvenes al tiempo que afianza su lugar como enemigos de las fuerzas encargadas de controlar los desmanes.

Para rastrear los orígenes de esas narrativas, la antropóloga argentina Mariana Chávez llevó a cabo en 2005 un análisis sobre la importancia de pensar cómo narramos las juventudes teniendo en cuenta varios puntos de vista como los medios de comunicación, los padres de familia e incluso los comunicados oficiales del Estado. Allí, Chaves explica que la juventud como imaginario se construye desde esos sectores que analizó como la falta de algo, el anhelo de algo o la obligación de algo. Una narrativa construida a partir de los medios que va de la mano con encasillar y generalizar a las juventudes como riesgosas, maleables, incomprendidas y propensas a la reacción impulsiva en especial en sus interacciones durante las manifestaciones, aunque no limitadas a ellas.

“No es la acción misma, sino la posibilidad de la acción lo que lo hace peligroso. Todo joven es sospechoso, carga por su estatus cronológico la marca del peligro. Peligro para él mismo: irse por el mal camino, no cuidarse; peligro para su familia: trae problemas; peligro para los ciudadanos: molesta, agrede, es violento; peligro para la sociedad: no produce nada, no respeta las normas”, explica la autora. Un peligro que se hace evidente en los reportajes de medios que cubren la protesta social.

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En otra investigación llevada a cabo por Camila Cárdenas y Carolina Pérez tiene lugar un análisis similar con el caso chileno, específicamente con el cubrimiento realizado por el Canal 13 a las manifestaciones de 2014 en Santiago. Ésta investigación muestra cómo las narrativas de los medios de comunicación unifican las protestas juveniles estudiantiles con las manifestaciones violentas dentro de las convocatorias de movilización. Así, son presentados como una enfermedad que pone en peligro la estabilidad del país al “diseminarse”.

En el caso colombiano de las últimas semanas hemos podido evidenciar esa narrativa en la forma en que medios como Caracol y RCN han cubierto las protestas. Por ejemplo, el jueves 6 de mayo, se habló en la edición central de ambos canales de los jóvenes y manifestantes como una sola masa indistinta que periodistas como Ariel Ávila de la fundación Paz y Reconciliación y Camilo González Posso de INDEPAZ intentaron explicar junto a los problemas de la violencia policial. Más tarde en la misma edición, las historias de los heridos de la fuerza pública fueron cubiertos de forma individual, singularizando cada nombre y cada historia y con un enfoque emocional que incluía una visita a las clínicas y a los lugares de los hechos. Así, en la narrativa de muchos medios de comunicación, pocas veces los jóvenes son vistos como sujetos singulares, pues se privilegia su lugar dentro de la masa y la estigmatización que esto facilita. Si bien los medios alternativos e independientes reportan otra cara de la protesta social en la cual legitiman a los jóvenes, el alcance de estos es limitado y no puede combatir contra la reproducción del estigma.

La generalización de las particularidades de cada uno de los manifestantes es peligrosa, pues son las juventudes las que se enfrentan a la policía, como lo demuestran las cifras y las historias que han salido los últimos días. Como explica Sebastián Lanz, codirector de Temblores ONG, sobre las casi 1960 denuncias de abuso policial registradas por la ONG, la mayoría de las personas que se acercan a ellos para denunciar son jóvenes debido a los mecanismos disponibles de redes sociales. “Hay tres grupos poblacionales en los que se concentran los abusos policiales: los jóvenes, los manifestantes y los estudiantes. Cuando uno hace parte de los tres tiene todas las de perder”, agrega Lanz.

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 Aun cuando el presidente se ha reunido con algunos jóvenes (que difícilmente representan a toda la población juvenil del país que hoy se ve estigmatizada) es mucho lo que falta en materia de reparación y legitimación de una población que, si bien no es homogénea, sufre casi de igual forma el peso del descredito y la persecución.

Los jóvenes no son futuros ni probabilidad, son realidades cansadas de estar en la mira de medios e instituciones que continúan estigmatizando y creando una narrativa sobre lo que no son o lo peligrosos que pueden ser. Perseverar en esa estigmatización y no cambiar la manera con que como sociedad miramos a la juventud, implica también hacer más difícil de erradicar el peligro que corren hoy en día los jóvenes que salen a las calles para exigir y pensar un mejor país. Sentir que para la policía y para la sociedad en general los jóvenes son unos potenciales enemigos, ha derivado en el miedo a ser asesinado por el hecho de salir a marchar y manifestarse, cosa que no debería ocurrir en el marco del derecho a la protesta.


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