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Nadie recuerda a Billy Murcia, el baterista colombiano de New York Dolls

En el sótano de su casa en Queens, este músico y diseñador de modas bogotano ayudó a fundar la banda que influenció, musical y estéticamente, a The Ramones, Kiss, Sex Pistols y Morrissey. Perfil póstumo de una excitante vida breve.

Andrés Castañeda

<<A pesar de todas las tristes palabras de lengua y pluma, las más tristes son estas: podría haber sido>> 
John Greenleaf Whittier citado por Arthur Kane en I, Doll.

 

Una de las primeras cosas que David Bowie hizo en septiembre de 1972, antes de presentarse en el Carnegie Hall, fue ir a un lugar en Manhattan llamado Mercer Arts Center para ver tocar a una banda de la que todo el mundo estaba hablando: cinco muchachos subidos en zapatos de plataforma y maquillados con purpurina que usando ropa femenina tocaban rock en sitios underground de la ciudad en plena era glam. Se hacían llamar New York Dolls. Al año siguiente Bowie lanzó ‘Time’, una canción en la que incluyó un verso alusivo a su visita a La gran manzana​ y en la cual le reclamaba al tiempo por un amigo que había perdido recientemente.

Time in Quaaludes and red wine,
demanding Billy Dolls
and other friends of mine.

Este fragmento que se convirtió en una especie de poético epitafio musical dedicado a un muchacho cuyo fugaz paso por el mundo del rock and roll no le permitió componer una canción y menos grabar un disco. Este Billy Dolls del que hablaba Bowie era el baterista de aquella estridente banda que había visto tocar en el Mercer: un joven latino muy parecido a Marc Bolan a quien la escritora inglesa Nina Antonia describió en su libro The New York Dolls, too much, too soon como un muchacho corpulento, de rostro definido y anguloso, con un par de ojos quejumbrosos ocultos tras una cortina de crespos.

Según cuenta el fallecido bajista Arthur Kane en su libro I, Doll, esos días que “El duque blanco” paso en La gran manzana en el marco de la gira de su álbum Ziggy Stardust, los compartió con su esposa Angie, una mujer llamada Cyrinda Foxe y este misterioso Billy en una suite del Hotel Midtown, después de haber visto el show de los New York Dolls. Quince minutos de fama que terminaron para este baterista en noviembre de ese mismo año, cuando la desgracia le impidió vivir el momentáneo éxito que conseguiría su banda tiempo después.

Pero, ¿quién fue este amigo de Bowie?, ¿solo un baterista con talento y mala suerte que no alcanzó a ser una estrella del rock?

La de Billy podría considerarse la historia de aquel al que le faltaron cinco centavos para el peso: vivió en pocos meses la vida de un rock star sin realmente llegar a serlo, yendo y viniendo entre fiestas y conciertos junto a grandes rockeros y personajes famosos que probablemente lo olvidaron al día siguiente; tuvo su primera gira por Inglaterra como telonero de una banda famosa sin haber grabado su primer disco; y, finalmente, terminó su vida al estilo del club de los 27 sin tener siquiera un contrato discográfico.

*

El semanario alternativo Village Voice anunció las muertes de Miss Christine de las GTO’S (una banda apadrinada por Frank Zappa), Berry Oakley (bajista de los Allman Brothers) y Billy Murcia de la siguiente manera: ‘La muerte en el negocio del rock’n’roll normalmente viene en 3’.

Según el artículo, Billy había nacido en Bogotá, tenía 19 años, era diseñador de modas y Colombia quedaba en América central. El parte oficial dictaminó que había muerto por ahogamiento luego de una sobredosis con unas pastillas llamadas Quaaludes o Mandrax, muy populares entre los jóvenes en los años 70. Sin embargo, a pesar de un par de inexactitudes respecto a su edad y la ubicación de Colombia, esta sería la primera vez que un país suramericano figuraba, en un periódico de Nueva York, como lugar de origen de un rockero.

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La noticia no habría pasado desapercibida en Colombia si Billy hubiera captado la atención de la prensa nacional aquel año, pero aparte de sus amigos y familiares en Nueva York, casi nadie en Bogotá llegó a saber, antes o después de esto, que un baterista bogotano hizo parte de una banda llamada New York Dolls y que se codeó con varias leyendas de rock de la época. Desde entonces, Billy no ha sido más que un desconocido para la escena local, un rumor entre algunos veteranos del rock de los 60 como Gustavo Arenas, más conocido como El doctor rock.

Hablé con Arenas en su tienda de discos del centro de Bogotá; él ya estaba acostumbrado a que llegaran curiosos a hacerle todo tipo de consultas sobre el rock colombiano. Le dije: ¿conoció usted a Billy Murcia? Luego de manifestar su entusiasmo por la pregunta, me recitó el verso dedicado a Billy en la canción de Bowie. Sin embargo, lo poco que recordaba era haber estudiado en el colegio con un hermano de Billy, y aunque no estaba completamente seguro, le parecía que la familia Murcia había vivido en el barrio Quiroga, al sur de Bogotá.

Lizandro Zapata es otro veterano al que le suena, de manera un tanto distorsionada, el nombre de Billy Murcia. Me dijo que cree haberlo visto un poco drogado con heroína en Bogotá en 1971, cuando supuestamente estaba de visita. Por su parte, el productor musical Enrique Gaviria me relata un fugaz encuentro con Murcia en Nueva York. “No tengo mucho que contarle”, confiesa Gaviria, “solo que coincidí cuando hacía prácticas de audio en un estudio donde habían grabado los New York Dolls. Allí me dijeron que había un colombiano y solo cruzamos un saludo. Por esa misma época solía ir a ver bandas al CBGB ya que un compañero era el ingeniero de sonido. Una de las veces que fui tocaron ellos y en un momento me acerqué a saludarlo. No más...” Era el final del otoño de 1975.

Pero si Billy murió en 1972 y no regresó a Colombia desde que su familia emigró en 1964, los números no me cuadran. Es como si no quedara nadie en Bogotá que lo haya conocido realmente, como si todo rastro que alguna vez dejara en esta ciudad se hubiera borrado. Queda la leve sospecha de que su padre, Alfonso Murcia, tuvo alguna vez una pista de hielo en Chapinero llamada 63 in Club, pero esto también es un rumor sin confirmar.

*

Aunque la vida de New York Dolls como banda fue corta, ese breve tiempo sirvió para que se convirtieran en una de las muchas leyendas de la escena under de Nueva York, una historia que ha dejado cuatro libros publicados, tanto por periodistas como por miembros de la banda (incluyendo el de Kane), de los cuales solo uno menciona brevemente dos nombres característicamente latinos relacionados con Billy y sus amigos en La gran manzana. En un fragmento de There’s no bones in ice cream, un libro escrito por Sylvain Sylvain, guitarrista y compañero de Billy, se habla de Rodrigo Salomón y Consuelo Espinel como una pareja de novios que eran amigos habituales de la banda en aquella época y quienes se habían conocido frecuentando los conciertos de la calle 60, en Chapinero.

“Conocí a Billy a través de su hermano Alfonso cuando llegué a Nueva York, en 1971”, me dice Rodrigo Salomón. “Llegué a ver a mi novia. Originalmente quería estudiar en Londres, pero Nueva York captó mi imaginación. La escena de la música rock era lo más grande que estaba ocurriendo en esa época y un lugar para verlo de cerca era Woodstock, donde vivimos por unos cinco meses. Después regresamos con Consuelo a Nueva York, encontramos un apartamento en la calle 6, a un bloque del Filmore East, donde tocaban todas las bandas famosas en aquel tiempo: Jefferson Airplaine, Frank Zapa”.

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De izquierda a derecha: Rodrigo Salomón, Laura Seagal y Billy Murcia en el apartamento de Salomón en New York, 1972. Foto de Marcia Resnick, cortesía de Rodrigo Salomón.

 

Tiempo antes de vivir en Woodstock, Rodrigo, quien actualmente es dueño de una galería de arte en el barrio de Tribeca, había alquilado un cuarto en casa de la familia Murcia, en el vecindario de Jamaica, Queens. Así conoció a Billy y se enteró del grupo que estaban armando por esos días. Lo describe como una persona bastante amigable, simpático y extrovertido, chistoso, alegre y sonriente. En realidad, para ser un New York Doll, Billy parecía tener la personalidad apropiada. Rick Rivets, un amigo de la banda citado por Nina Antonia en su libro, lo define de este modo: <<muy salvaje, muy activo todo el tiempo. Tenía mucha energía, siempre estaba corriendo de aquí para allá. Siempre estaba disfrazado, nunca lo viste lucir como una mierda. Siempre se arreglaba el cabello y usaba la ropa adecuada>>. Algo en lo que también coincidió Sylvain en una corta entrevista que me concedió vía Messenger después de varias semanas de espera. “Billy y yo éramos creativos y cada vez que nos despertábamos en la mañana teníamos que hacer algo: música, ropa, arreglos en la tienda, pintar. Yo sigo siendo así, debo hacer algo. Fue la razón por la que llamamos a la tienda Truth and Soul, esa necesidad de estar creando”.

Sin embargo, Billy no le producía la misma impresión a Consuelo. “La verdad”, me dice la mujer, “yo no me lleve bien ni con Alfonso ni con Billy, eran demasiado locos para mi gusto”. Ella siempre fue una persona muy diferente a los Dolls. Se alejó de su familia cuando su hermano la sacó de una marcha por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Renunció a su trabajo en la embajada americana en Bogotá para regresar a Estados Unidos en busca de libertad. Le gustaba Bob Dylan, prefería vivir en Woodstock que en la gran ciudad y no era muy amiga de los bares y ni de las discotecas. Como ella misma dice, era una persona más política.

En los recuerdos que tiene esta profesora jubilada, de Billy y de su hermano Alfonso, hay dos muchachos que tomaban LSD permanentemente. Cuando le mostré una foto de Billy a Consuelo, en uno de los cafés del Centro Comercial Gran Estación en Bogotá, me dijo que lo recordaba con un saco “de esos que hacían ellos, cortico, y su pañoleta que era clásica. Los Dolls siempre andaban con la pañoleta pegada al cuello. Pero fíjate tú la cara de Billy, no es una cara feliz… yo no sé, pero los Murcia, en el fondo, debían de tener muchos problemas”.

*

William, como le decían en su casa, era el segundo de los cinco hijos del ingeniero mecánico Alfonso Murcia y su esposa Mercedes, ambos boyacenses. Nació el 9 de octubre de 1951 en Bogotá, en el seno de una familia que de la noche a la mañana se vio obligada a emigrar a los Estados Unidos por causa de una serie de atentados y amenazas contra su padre, quien solía trabajar como diplomático de la Unicef a principios de los 60.

Si bien tuvo una vida breve, eso no fue obstáculo para que Billy viviera con intensidad aquellos años en New York. Y no había mejor estímulo para los sueños de un rockero que un concierto de los Beatles. Fue así como un 15 de agosto de 1965, siendo solo un adolescente de 13 años, asistió con sus hermanas Elizabeth y Heidi al Shea Stadium para ver a los “fab four” en uno de los últimos grandes conciertos que darían en su carrera. Fue justo 3 años después de que hubieran expulsado a su baterista original, Pete Best, un 16 de agosto de 1962, y con quien Billy compartiría un par de curiosas coincidencias en el futuro.

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Cuando volvió a casa, este joven colombiano le contó toda la experiencia a su amigo Sylvain Mizrahi, un inmigrante judío procedente de Egipto con quien había hecho amistad en la escuela, y que al igual que él también compartía un gusto especial por el rock and roll. Con el tiempo, ese dúo colombo judío que pasaba las tardes después de la escuela aprendiendo a tocar la batería y la guitarra, sería el germen de una banda que siete años después haría estallar la escena del glam rock en la costa este de Estados Unidos y que posteriormente inspiraría a jóvenes punks como Ramones.

La década del 60 transcurrió para Billy entre la escuela, empleos temporales, los amigos, el rock y la moda, pasando parte de su tiempo libre en el sótano de la casa familiar, unas veces diseñando sweaters para su marca de moda Truth and Soul junto a su amigo Sylvain, y otras tocando la batería para The Pox, una banda escolar que formó en 1967 con su hermano Alfonso, el inseparable Sylvain y un chico llamado Mike Turby.

“Mi papá les patrocino los equipos y las grabaciones”, me dice el hermano menor de Billy, Hoffman Murcia, hoy un ejecutivo de la World Trade Center Association. “El primer concierto que tuvieron fue en un high school, ahí en Queens. Se llevó una camioneta donde no cabía casi nadie”. Hoffman recuerda que Billy aprendió a tocar la batería con el clásico del surf rock ‘Wipe out’ mientras Alfonso interpretaba el teclado. “Alfonso era más estilo Elton John o Bob Dylan, y William era más Rolling Stones, Chuck Berry… Era más energético”. En el sótano pasaron horas sacando canciones de The Stooges, The Who y Jimmy Hendrix, que a la postre serian parte del laboratorio del cual saldría The New York Dolls. Esa imagen de verlo tocando frenéticamente con sus baquetas, permanece viva en el recuerdo de Hoffman: “Tenía una agilidad, una facilidad y un talento la cosa más verraca… si se perdía la nota, el seguía y la recuperaba. Es como si están marchando y alguien pierde el paso, no para sino que disimula, sigue y arranca con otro tune. Era un artista con esos palos, los tiraba al aire, los volteaba, aguantaba 3 horas seguidas”. Un talento que la misma Consuelo le reconoce: “Tocaba muy bien la batería porque era muy dedicado a su locura. Era la personificación de la energía que compone, como que no deja espacio para un polo a tierra”.

Pero a pesar de machacar potentemente los tambores durante aquellos años, el destino quiso que William Murcia se convirtiera en otro olvidado como Sixto Rodríguez, víctima de la amnesia de la industria del rock. El mismo Sylvain se encargaría recalcármelo: “Los bateristas nunca obtienen créditos. La gente piensa que la batería no es ningún instrumento, pero sí lo es, es la que lleva el beat, hasta Jerry Nolan, quien reemplazó a Billy, tiene crédito… no es justo pero es como suceden las cosas. El rock and roll es bello pero el negocio apesta”. Un negocio que ni si quiera se detuvo cuando la muerte le llegó tres días antes de un concierto en el que su banda sería telonera de Roxy Music. Pero como bien dice Sylvain, así son las cosas, y para abril de 1973 con Jerry Nolan como sustituto, su banda entraría a los estudios de Record Plant para grabar el que sería su primer álbum, New York Dolls, y que a la postre sería incluido en el listado de los 500 mejores discos de la historia según la revista Rolling Stone.

Pero muy a pesar de sus amigos, en las historias del rock Billy es recordado simplemente como el baterista de los Dolls que tuvo una sobredosis de drogas en Londres. Esa fue una de las razones que motivó a Sylvain a escribir su libro y tal vez, así quiero creerlo, a concederme una entrevista: “Lo que le paso a él fue un accidente porque no era un jonky, él no era todas las cosas que decían. Lo hicieron lucir como un drogadicto y él no era eso”. Sin embargo, el contexto en el que Billy vivió esos años no ayudó mucho a desmentir las habladurías, es por eso que Sylvain en su libro quiso apartarse del lado oscuro de la época: “Hay demasiadas ideas equivocadas, yo no me voy a las malas historias de drogas, sino que me quedo en lo sexy de la banda, historias chistosas, es un libro muy feliz, no hablo de lo malo que era ser un New York Doll”.

Pero ese lado oscuro que Sylvain ha procurado evitar, Consuelo aún lo recuerda desde la perspectiva de alguien que lo vio todo desde afuera. “Yo he conocido muchos músicos y sé que el ambiente con el músico es pesado”, me dice, “pero el ambiente con los New York Dolls era superpesado. Era la locura: el glitter, las botas, la boca pintada de negro. Cuando murió Billy no me sorprendí mucho. Me da la impresión de que el problema con él es que se creyó loco, se le subió la locura de la onda y de la rumba, hasta el punto de que se murió. Creo que la gente que sobrevive es la gente que no se deja subir la rumba a la cabeza, porque después le paso también a Johnny Thunders y a Jerry Nolan”.

*

Nina Antonia describe al Billy Murcia de 1972 como un muchacho con demasiado rock and roll en la cabeza para poder detenerse. Parecía estar dominado por una energía impetuosa que lo consumía. El problema era que sus compañeros estaban en una situación similar, lo suficientemente distraídos para no darse cuenta de lo que estaba sucediendo con su baterista, proceso que se aceleró durante su gira por Inglaterra. El 15 de octubre de 1972, seis días después de que Billy cumpliera 21 años, Londres los recibió con una sesión de fotos promocionales en las afueras del Aeropuerto de Heathrow, a bordo de una carroza fúnebre tirada por caballos; ¿acaso un detalle premonitorio? Lo haya sido o no, lo cierto es que desde la llegada fueron advertidos de los peligros del mandrax, un sedante muy común en el Reino Unido que ya había causado estragos entre los jóvenes de aquel tiempo. Pero los Dolls no estaban muy atentos, solo vivían el momento: estaban allí para conseguir su primer contrato discográfico y el sueño de ser estrellas se veía cercano.

Su manager Marty Thau había concertado trece fechas, una de ellas en Wembley, donde fueron teloneros de la banda de Rod Stewart, The Faces, y otras tres con Lou Reed, quien ya los había visto actuar en Nueva York. Pero el carácter impredecible del líder de la Velvet Underground se los impidió, Reed simplemente se negó a presentarse si los Dolls subían al escenario, algo que el mismo Billy lamento después.

Ese fatídico martes 7 de noviembre, el ánimo de Murcia estaba bajo. A la gira solo le restaban dos fechas, una de ellas con Roxy Music, pero las cosas no habían salido muy bien en su último concierto del 4 de noviembre en el Imperial College de Londres. De acuerdo con el libro de Arthur, su sonido no fue el mismo de siempre, estaban cansados y David culpaba a Billy de todo aquello. Había una fuerte tensión acumulada entre ellos debido a una serie de incidentes que habían enrarecido el ambiente en los últimos días. Arthur lo llamaría un choque de egos. Adicionalmente, en su libro Nina Antonia cuenta que durante una comida en el restaurante del hotel, un David Johansen visiblemente molesto le gritó a Billy delante de toda la banda, prácticamente lo humilló en público por los incidentes sucedidos en el último concierto. Fue algo vergonzoso para él, que estaba acompañado de dos chicas que había conocido días antes durante un concierto en un sitio llamado The Speakeasy. Billy salió de allí llorando.

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Sin concierto ni ensayo, reuniones de negocios, fiestas elegantes o entrevistas con la prensa, a los Dolls les dieron el día libre. Cada uno tenía un plan para pasar el rato, menos Billy, quien según Marty Thau en el libro Por favor mátame, esa noche le pidió prestada la limusina y un poco de dinero para salir a dar una vuelta. Arthur dijo que Billy, visiblemente ebrio, lo visitó en su cuarto dos veces ese día para invitarlo a una fiesta de la que se había enterado por el teléfono del hotel, pero el bajista rechazó la idea. Lo que pasó después aún se debate entre la versión de su manager y la de la chica con la que Billy estuvo esa noche, Marilyn Woolhead, una misteriosa rubia con antecedentes judiciales que más adelante se casaría (brevemente) con el tour manager de Led Zeppelin, Richard Cole.

Lo siguiente que se supo fue en la noche, cuando Marty recibió una llamada de un desconocido mientras estaba negociando un contrato discográfico con Track Records, el sello de The Who. La voz le dijo que Billy estaba muerto y que fuera al edificio Brompton Lodge, en el sector de Kensington. Al día siguiente, muy de mañana, los Dolls abordaron el primer vuelo de vuelta a casa en medio del llanto. Marty no quería enfrentarlos a los medios ingleses y mucho menos que declarasen ante Scotland Yard. La idea era evitarles un momento incómodo.

Cuando Hoffman supo lo que le había pasado a su hermano, vivía en Colombia. La noticia le llego por accidente; eran tan solo un niño y sus padres no querían que se enterara. Alfonso y Mercedes tuvieron que viajar de urgencia a Nueva York, la idea era sacar la visa para ir a Londres a reconocer el cuerpo de su hijo, pero se la negaron y no les permitieron ver el cadáver y mucho menos investigar qué había pasado. El cuerpo tardo más de un mes en ser enviado a Estados Unidos y cuando llegó estaba metido dentro de un ataúd de plomo que les impidió reconocer a William. “Según las historias que mi papá nos cuenta”, recuerda Hoffman, “se sospecha que William salió del concierto con unas muchachas a un hotel, que allá tomaron, se drogaron, se les pasó y lo metieron en una tina a ver si lo despertaban y en ese momento se les ahogó. Pero no dejaron investigar bien porque aparentemente las muchachas con las que él estaba eran hijas de algún ministro, algún príncipe de alta categoría, un personaje muy grande del país, entonces no podían revelar, tenían que tapar. A raíz de eso mis padres no pudieron ir a Europa”.

Quedan por fuera de esta versión detalles curiosos que le dan a la historia el carácter de una novela negra, como el hecho de que solo declararan ante Scotland Yard tres testigos aunque había otros cincuenta potenciales, además de la extraña y desapercibida coincidencia de que el forense que atendió el caso fue Gavin Thurston, el mismo médico que atendió las muertes de Jimi Hendrix, Cass Elliot, Keith Moon y Brian Epstein, todas ellas cubiertas por el halo de la duda. Para Hoffman y Nina Antonia, todo parece obedecer a un posible encubrimiento de los hechos por parte de las autoridades británicas. “El manager no les tenía seguro de muerte ni de funerales a ninguno de los New York Dolls”, me dice Hoffman, “lo curioso es que, llegado el cuerpo a mi familia la trataron como a reyes. Cubrieron todos los gastos, lo pusieron en el mejor cementerio de Nueva York; está en Westchester, en Kensington Cemetery, donde están todos los millonarios. Esos gastos eran como de 40.000 dólares y los pagó todos este man (Marty Thau). Nunca hubo un resultado exacto ni se supo nada. Mi papá nunca quiso seguir investigando ni hacerle seguimiento, eso quedo ahí. No quiso seguir ninguna demanda ni investigación, decía: ¿qué saco si investigo, si no voy a recuperar a mi hijo?”

(No deje de leer la historia de Radamel, una de las bandas más sugestivas, creativas y atractivas de la historia reciente de la música nacional)

Probablemente nadie en la escena underground de Nueva York llegó a imaginar lo que pasaría en Londres. Una muerte por drogas era lo que se esperaba de una persona como Johnny Thunders, no de Billy. La noticia sorprendió a muchos de sus amigos. Era difícil de creer que a una banda tan joven le pasara algo así en su primer tour. “David me llamó y me dijo que Billy había fallecido”, recuerda Rodrigo, “entonces Sylvain vino a recogernos en una limosina para ir al aeropuerto e ir a recoger el cuerpo de Billy. David tenía una botella de Applejack, estuvimos bebiendo y me enfermé mucho. Fue un día muy triste”.

Consuelo se enteró a través de una hermana de Billy, Heidi, quien por aquellos días se hospedaba en un apartamento que Consuelo tenía en Nueva York mientras aún vivía en Woodstock, sin embargo, la prudencia la llevó a no querer saber más del asunto. “Nunca supe exactamente qué pasó. Decían cosas absurdas, que se había puesto a tocar la guitarra dentro de la bañera, que se había pegado una sobredosis de toda clase de pepas, de ácidos y yo no sé qué más”. No era algo de extrañar que ante tanta incertidumbre surgieran historias confusas sobre el hecho, en especial teniendo en cuenta que la escasa información que se dio en su momento, sumada al desinterés de sus amigos y conocidos por investigar la muerte, facilitó la leyenda urbana que se construyó alrededor de la figura de Billy Murcia. Lo cierto es que los New York Dolls nunca volvieron a ser los mismos, era como si hubieran perdido la inocencia, los medios los consideraban una banda peligrosa. Pero el show debía continuar, de modo que al mes siguiente se hicieron las audiciones para un nuevo baterista.

A lo mejor Billy sospechó en algún momento que algo le pasaría, nunca lo sabremos, pero no deja de sorprender que una de las razones para que Jerry se quedara con su puesto fue un hecho que Sylvain mencionó en su libro: Billy le habría dicho en alguna ocasión que si algo le pasaba, Jerry era la mejor opción. El mismo Jerry que durante la gira por Inglaterra le había mencionado a su novia que tenía un mal presentimiento. En su libro de memorias Dream On: Livin' on the Edge with Steven Tyler and Aerosmith, Cyrinda Foxe, la mujer que había compartido una noche con Bowie, su esposa Angie y Billy en el hotel Midtown, cuenta que la muerte de Murcia, en vez de volverlos sobrios, los volvió más locos, como si hubiera sido un precio que pagaron por la atención que recibieron.

Pero el espíritu de Billy permaneció vivo en las canciones de los Dolls, en especial en su primer disco, en temas como ‘Trash’ y ‘Bad girl’; la primera porque en alguna ocasión Sylvain le dijo a Heidi que la parte musical de esa canción la había escrito especialmente para Billy; la segunda, en cambio, es la que a Hoffman más le hace recordar a su hermano. Y no suena extraño, dado que muchas canciones que hicieron parte de ese disco publicado en 1973 habían sido interpretadas originalmente por Billy. Pero sería otro el que se sentaría frente a la batería, recibiendo la atención de la prensa, girando por el mundo y plasmando su nombre en los dos únicos discos de los New York Dolls, la banda que Billy ayudo a fundar en el sótano de su casa en Queens.

Una historia similar a la que vivió Pete Best, el primer baterista de los Beatles, quien luego de permitirle al cuarteto de Liverpool ensayar en el sótano de su casa y de tocar junto a ellos por un tiempo, terminó expulsado de la banda antes de grabar el primer disco, permitiéndole a Ringo recibir los aplausos. Pero por más similitudes que existan entre las historias de Murcia y Best, sus destinos fueron muy diferentes: Pete siguió con su vida entre subidas y bajadas, fracasando en la música, trabajando para el estado, dedicado a su familia y otras veces disfrutando las pocas regalías que recibió de The Beatles; Billy murió accidentalmente en medio de desconocidos, sin lograr su primer contrato discográfico, lejos de su casa y sus amigos. Es como si la muerte prematura no visitara a los venidos a menos dentro del rock, dejándolos vivir largamente con el tufo del fracaso.

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Nota del autor: Dedico este texto a la memoria de Doctor Rock.

 

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