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Ilustraciones por @nefazta.666

Cultura y “emprendedurismo”: cómo manejar un carrito de balineras sin frenos en bajada

“Las más recientes olas culturales a nivel mundial vienen cargadas de contenidos ancestrales y folclóricos del sur global. Si la tradición oral y los acontecimientos de nuestros días se vuelven contenidos de propiedad de Amazon o Spotify los sacamos de las manos del colectivo y se los entregamos al 1% de la población que tiene el 99% de la riqueza del mundo”.

Silvie Ojeda*

Pongo a sonar el Bryter Layter de Nick Drake con la idea de poner algo de orden a tantas ideas que me están dando vuelta en la cabeza desde que empezó este confinamiento, que ha resultado tan benéfico para los mares, para el aire de las ciudades, para las madres solteras como yo que veníamos bajando sin frenos en un carrito de balineras, haciendo malabares para cumplir con la vida y con la felicidad (que también resulta una exigencia) y con quien sabe cuántas cosas más que ya nos iremos dando cuenta. 

Mientras pienso en la calma que debería estar atravesando la vida de muchos, me encuentro de nuevo con la presión de la productividad hablándome al oído. “No son vacaciones”, me grita por un lado. “Despiértate como si fueras a trabajar, monta una oficina en casa, escribe ese proyecto que tienes engavetado”, me dice por el otro. 

Veo cómo nos ponemos en pie y decidimos embestir la virtualidad con nuestros productos, talentos, promociones, servicios, clases online, consultas… Si del cielo te caen limones, dicen. Soy convocada a un festival mientras muchos de mi amigos también están en otros festivales virtuales mientras otros que admiro abren las puertas de sus estudios para que conozcamos sus procesos creativos. Libros se vuelven pdfs para descargar y de repente parece que no es necesario más que encender el celular o el computador para vivir la más nutrida vida profesional. 

Y entonces en medio de lecturas de todos los tipos, teorías de conspiración, relecturas que ahora resultan apocalípticas, empiezo a sentir que algo para mí no está del todo bien, esa maldita manía de no tragar entero, Silvie, que cosa contigo: siempre implacable con lo que te están vendiendo como la panacea. Todo esto me hace ponerme a pensar en eso de la propiedad de los contenidos. Siempre resulto mamerteándome por ese lado, con mucho orgullo, camaradas. 

Hace 8 meses empecé una residencia artística dedicada a crear interconexiones con mujeres artistas, mucho “emprendedurismo” y, claro, siempre alguien que viene a mostrarte las posibilidades de las que te estás perdiendo. En el tema de podcast, por ejemplo, que es uno de mis temas, resulta que Brasil es el segundo país del mundo consumidor de este formato. Según las grandes plataformas, el consumo de podcast creció 30% durante el 2019 en el país de dimensiones continentales. Llegó la oportunidad, decían, Amazon, Spotify y demás están comprando temporadas de podcast, es tu oportunidad de vivir de lo que haces. Parecía una loable estrategia crear contenidos y esperar que las plataformas nos los compraran. 

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—Pero entonces al vender los podcasts, ¿de quién son los derechos de esos contenidos? —pregunté, inocentemente. 

—De ellos, obviamente. 

Obviamente.

Semanas después tuve el honor de estar en clase con Eleanor McDowell, una documentalista reconocida de la BBC. Una actitud combativa y de naturaleza pública me devolvió la esperanza, así que en la pausa de café me acerqué a ella y le planteé que me preocupaba mucho la entrada de las grandes plataformas de contenidos a Brasil y a otros países del sur global. Corría el riesgo de equivocarme, pero con la experticia que vengo desarrollando durante los últimos años de cómo manejar un carrito de balineras sin frenos en bajada, sabía que nada muy grave podía pasar. 

Le dije a Eleanor que no es un secreto para nadie que las más recientes olas culturales a nivel mundial han venido cargadas de contenidos ancestrales, tradicionales y folclóricos de las comunidades del sur global. Latinoamérica, África, Asia. Si las historias, la tradición oral, los acontecimientos de nuestros días y de nuestras vidas se vuelven podcast y estos podcasts se vuelven contenidos de propiedad de Amazon o Spotify, llegará un día en que no podremos acceder a ellos porque pasan de lo público a lo privado, los sacamos de las manos del colectivo y se los entregamos al 1% de la población que ya tiene el 99% de la riqueza del mundo. 

Eleanor peló sus grandes dientes blancos, dejó salir el brillo de sus ojos y dijo:

—Somos del equipo de la radio pública, independiente y libre —y me abrazó—. Documentamos para que cada vez más gente pueda acceder a esos contenidos y no al contrario, nunca al contrario. Coincidimos. 

Llegó la cuarentena y con ella los lives, las clases en línea y los open studio. Vuelve esa charla a mi cabeza al mismo tiempo que recuerdo aquel famoso reto con el cual el mundo se volcó a publicar dos fotos de sí mismo, una actual y una 10 años atrás, con el hashtag #tenyearchallenge. Hubo teorías conspirativas que explicaban que el tan divertido challenge estaba ayudando a los creadores de algoritmos en la gestación de uno capaz de visualizar el envejecimiento facial. Meses después apareció una inteligencia artificial que simulaba nuestra ancianidad. 

Si tuvo o no que ver con el famoso #tenyearchallenge, no lo sé, pero si en el día de hoy observáramos el mapa, en tiempo real, de los contenidos artísticos y derivados de la creatividad que están siendo compartidos, veríamos con claridad el mapeamiento profundo, múltiple y complejo que estamos entregando a cambio de nada a las plataformas de contenidos (leáse Facebook, Instagram, Youtube, etc) sobre el arte y la creatividad en el mundo durante el año 2020. 

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Una sistematización no muy compleja de ese mapeamento generaría los algoritmos y permitiría establecer los parámetros de creación artística para un tipo de sensibilidad y creatividad artificial, como el envejecimiento aquel. No sólo el contenido ya no es nuestro, sino que además hemos entregado todas las claves de nuestros procesos creativos, de lo que hacemos, de cómo lo hacemos, de cuándo lo hacemos, de a quiénes conmovemos con nuestro quehacer y cuánto esperamos de nuestros talentos. 

Estamos siendo estudiados, mapeados y explotados con nuestro beneplácito sin siquiera mencionar lo que esta sensibilidad artificial puede hacer con nuestra capacidad de sorprendernos o sublimarnos ante una obra de arte. 

Pienso entonces en Eleanor y la noción muy importante de lo público y cómo el “emprendedurismo” (me gusta más este término que ‘emprendimiento’ porque evidencia su dogmatismo) nos está llevando a pensar, erróneamente, que entregar los contenidos a las grandes plataformas es una forma de ser independientes. 

Echeverry: nos tumbaron de nuevo. 


*Silvie Ojeda es fotógrafa, documentalista, editora y cofundadora de la emisora online Radio Mixticius. Durante más de 15 años se ha dedicado a diversos proyectos culturales y artísticos con comunidades rurales de Colombia y artistas de diferentes partes del mundo. 

 

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