
Una charla con la fotógrafa que estuvo en las entrañas del chavismo
En 2010, Yoribeth Cuéllar entró al equipo de fotografía que siempre le hacía sombra a Hugo Chávez. Sin embargo, su mayor interés era retratar al pueblo que acompañó y creyó en el presidente venezolano, así como acercar la cultura a las grandes masas. Como invitada al festival de cine comunitario Ojo al Sancocho, Yoribeth da talleres de introducción a la fotografía para niños y presenta su exposición Caracaos, otra cara de la realidad de Venezuela.
El 26 de junio de 2012 en el Palacio de Miraflores, en Caracas, todos esperaban ansiosos la llegada del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko. Ese día se estrecharían los lazos entre ese país y la Venezuela de Hugo Chávez. Entre los asistentes, con ubicación privilegiada, estaba Yoribeth Cuéllar, quien trabajaba como fotógrafa del palacio en esa época. Hoy, a los 39 años, Yoribeth recuerda lo que vivió ese día, y que ya una amiga periodista le había advertido: cada vez que estaba cerca de Chávez enmudecía, no podía pronunciar una sola palabra.
Yoribeth siempre pensó que la advertencia era una exgeración, que eso nunca le sucedería a ella. Pero ese día, cuando el presidente se le acercó preguntándole entre risas por qué le tomaba tantas fotos, y diciéndole que él ya venía observándola, la respuesta de la fotógrafa se limitó a una sonrisa. Ni media palabra salió de su boca.
A pesar de verlo como una figura imponente, esta caraqueña –“madre, obrera del arte, defensora de los derechos de la mujer y luchadora social”, como se define ella- no se corta al confesar que Chávez fue una inspiración en su vida y en su trabajo como fotógrafa, una aventura en la que se inició intuitivamente desde adolescente, pero que continuó como profesional de Ciencias Audiovisuales en el Instituto Rodolfo Loero Arismandi. Estando ahí le jaló a reactivar la cultura en Caracas a través de exposiciones fotográficas en espacios públicos, obras de teatro, conciertos, cine y otras expresiones que ella veía como ajenas al pueblo. Dentro de estas actividades, que ha querido llevar a otros países de Latinoamérica, está su partipación en el festival de cine comunitario Ojo al Sancocho, que se celebra en el Potocine de Ciudad Bolívar, en Bogotá, hasta el 14 de octubre.
Hablamos con Yoribeth sobre su experiencia y del trabajo que trajo al festival: Caracaos, una exposición que quiere mostrar otra realidad de lo que, dice ella, ha estado sucediendo en Venezuela durante los últimos meses: un caos ocasionado por los movimientos de derecha del país.
¿Cuál ha sido su trayectoria como fotógrafa y productora audiovisual?
Tuve la oportunidad de pertenecer a una generación que buscó la reactivación cultural de Caracas, luego de los sucesos del golpe de Estado de abril de 2002. Se vinieron las muestras de fotografías en muchos espacios públicos y en salas de exposición, convocando a mucha gente a reflexionar y disfrutar del arte. No eran solamente exposiciones, también se reactivaron las agendas de teatro, conciertos multitudinarios, cine. Fue algo que hasta ese momento y en esa magnitud no había sucedido en Venezuela. Los museos y las galerías eran como una cosa muy ajena para el pueblo.
En lo que se refiere a lo audiovisual, he desarrollado proyectos de documental y ficción como realizadora y productora, experimentando con nuevos lenguajes adaptados a un modelo de televisión que proponía una línea editorial menos consumista y mas educativa. Recuerdo así el proyecto de La movida cultural, un programa que buscaba promover y visibilizar todo el talento cultural que hasta ese momento había permanecido oculto.
¿Cuál es su búsqueda al hacer fotografía?
Mi trabajo trata de abarcar el momento íntimo y casual de los personajes que habitan Caracas. A través de sus miradas trato de captar y reflejar la idiosincrasia de un país en constante cambio. Esos rostros y lugares, que escriben la historia contemporánea de Venezuela con todas sus contradicciones y afectos, son los que me conmueven como artista.
¿Qué criterios tiene en cuenta para tomar una fotografía?
El criterio con el que formulo mi trabajo tiene que ver con lo humano estrictamente, con la búsqueda de encontrar el momento exacto que retrate el drama cotidiano, no solo de los venezolanos sino de todos los habitantes del continente latinoamericano. No es un asunto de solo hacer un encuadre, hacer foco y apretar un botón para que se registre el momento. Creo que la fotografía es un hecho creativo que se construye a partir de una perspectiva artística y plástica, conjugado con la ciencia y la conciencia social.
Muchos de sus fotografías retratan lo sucedido durante las protestas que ocurren en Venezuela ¿Cómo debe trabajar una fotógrafa en medio de este agite social?
Las protestas son esencialmente un escenario de acción muy complejo, donde el oficio del fotógrafo, la experiencia y el conocimiento del lugar donde uno se mueve son factores que garantizan un buen trabajo.
La idea para mi es encontrar la imagen que pueda transmitir, lo mejor posible, el conflicto social que detona dicha protesta. Esa es la clave: moverse lo más rápido que se pueda, tomar el mayor número posible de fotografías y conectarse directamente con la intuición, que a la final es el mayor aliado que se tiene siempre en estas situaciones.
(Le puede interesar también Ariana Cubillos, una fotoperiodista colombiana en medio del caos caraqueño)
¿Cómo y cuándo fue su participación como fotógrafa del Palacio de Miraflores?
En 2010 fui invitada a trabajar con el equipo de fotografía del presidente Chávez. Para ese momento fue una experiencia importante estar cerca de un proceso que ensayaba un modelo social alternativo, que buscaba favorecer a las mayorías más desposeídas. Aunque es un tema muy extenso y complejo, creo que lo que más me interesó fue retratar a ese pueblo que acompañó a Chávez hasta el día de su muerte, poder contar sus historias, sus luchas, sus anhelos y sus cambios. Hombres y mujeres de todas las edades que soñaron con un mundo mejor.
¿Por qué decidió trabajar para el oficialismo?
En ese momento se gestaba en Venezuela un proyecto de país que, desde lo cultural y artístico, me interesaba apoyar porque coincidía en lo que creo como fotógrafa: la socialización del arte, en todas sus formas, acercar el hecho cultural a las grandes masas fue algo que me atrajo.
¿Cuáles son los riesgos que se corren al trabajar como fotógrafa del chavismo?
Aclaro que no soy fotógrafa del chavismo, creo que es una clasificación que no me describe en su totalidad. Principalmente soy una artista que asume la fotografía como un medio de expresión. Haber trabajado para Chávez es solo una etapa de mi vida, un tema en el que confluyeron muchas de las ideas en las que creo y en lo que me interesaba explorar en ese momento. Pero mi trabajo, como es típico en el arte, se mueve muchas veces en distintas direcciones y sin duda alguna va más allá de una postura política en particular.
¿Cómo y cuándo fue su participación en la primera exposición de artes plásticas Unidad, lucha, batalla y Victoria, en homenaje a Hugo Chávez?
Fue posterior a su fallecimiento. Estábamos reunidos varios artistas en el Palacio de Miraflores cuando de repente surgió la idea. No fue una tarea fácil porque significaba remover muchos sentimientos encontrados, que estaban aún latentes en toda la población debido a la reciente pérdida de Chávez. Todos estábamos aún muy impactados. Sin embargo, el hecho de armar una gran convocatoria de pintores, escultores, fotógrafos, para comenzar a generar un imaginario mucho más propositivo y que celebrara a Chávez como hombre de ideas, funcionó de manera extraordinaria. Los artistas llevaron sus obras a Palacio con mucho entusiasmo.
¿Cuál fue el impacto social y político de esta exposición?
La exposición convocó a muchos artistas y el público llegó en masa a compartir este espacio de exposición, que homenajeaba a Hugo Chávez desde lo humano. Poder reconocer al hombre más allá del líder político fue el factor común, y el detonante de un hermoso diálogo que se armó alrededor de la muestra.
¿Qué es lo que más recuerda de su trabajo en el equipo de Hugo Chávez?
A los eventos donde estaba él siempre iba mucha gente. Recuerdo una vez en los llanos venezolanos, una zona donde hace mucho calor, que, antes de que llegara el presidente, había un campesino con una ropa muy modesta y con mal sudor que le pedía a la gente de seguridad que lo dejara hablar con Chávez. Todos, por supuesto, lo rechazaron de inmediato, sobre todo por el mal sudor, pero el hombre no se dio por vencido y siguió montando guardia a la espera de que llegara el presidente. Finalmente, llegó Chávez y el hombre logró saltarse la seguridad y acercarse a él; cuando se encuentran frente a frente, Chávez lo abraza con fuerza y le dice: “Ah, mi querido hermano, tu hueles a pueblo”, y se dieron un abrazo largo. Todos los de la seguridad y los diputados y ministros que rechazaron al hombre no sabían donde meterse. Chávez escuchó con atención al hombre y le pidió a su ministra de Despacho de la Presidencia que lo atendiera directamente. Así era él.
¿Cuál es el papel y el impacto del arte en los planteamientos sociales y políticos del chavismo?
El despertar de una conciencia creadora para abrir caminos de solidaridad, amor, paz, camaradería y estar siempre en contra de los antivalores. Para mí el arte es una herramienta muy poderosa de comunicación. A través del arte, las imposiciones se desploman y un universo de posibilidades estéticas y de conocimientos son posibles. Un artista principalmente tiene que ser sensible, espiritual, conocedor de su tiempo y espacio, no repetir la historia, pero sobre todo, tener una gran responsabilidad con su discurso.
¿Durante su trabajo como fotógrafa en el gobierno chavista recibió algún tipo de amenazas o criticas?
No, y tampoco aspiro a que todo el mundo esté de acuerdo con mi trabajo, eso seria una especie de aberración. Creo que las criticas con responsabilidad son una forma de mejorar el trabajo en la medida que uno logra adaptarlo a la obra de forma saludable.
Usted ha estado previamente en Colombia dictando talleres, como lo ha hecho también en Venezuela. ¿En qué han consistido?
El año pasado, cuando tuve la oportunidad de participar en Ojo al Sancocho, dicté un taller llamado Jugando con la Imagen, que estuvo orientado a niños entre 8 y 12 años de edad. Allí aprendieron el manejo de la cámara, encuadres fotográficos, procesado de imágenes, entre otros. Es una introducción a la fotografía y a aprender a observar; fue una experiencia colectiva de aprendizaje compartido. En Venezuela han sido talleres similares, siempre sobre la formación inicial en fotografía. Creo firmemente que si la preparación comienza desde el inicio de nuestra vida seremos seres humanos más sensibles, más preocupados por el colectivo y muchísimo menos egoístas.