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El lettering ruidoso de Erre que se aleja del cliché de lo femenino

Esta artista urbana nacida en Zipaquirá cree que no debe existir una diferenciación entre hombres y mujeres a la hora de hacer grafiti. Hablamos con ella sobre su obra, más agresiva que la de otras artistas bogotanas por el uso de un lenguaje burdo y frases contundentes. 

Carolina Romero

En Zipaquirá, en dónde nació y empezó a rayar paredes, Erre se encontró con una movida de grafiteros muy reducida. Era un ambiente más conservador pero la gente le paraba más bolas a los murales, pues no estaban acostumbrados a esas expresiones artísticas.

Con 18 años —hoy tiene 28— empezó a pintar las paredes de este municipio, hasta que se le quedaron pequeñas y se movió a Bogotá. Sus salidas nocturnas a grafitear por la calle 80 y Chapinero le enseñaron a enfrentarse a una ciudad más hostil para la práctica del grafiti.  

Aquí la policía la jodía más que en Zipaquirá y tuvo que quitarse de encima al man morboso que la molestaba cuando salía a pintar sola en las noches. Eso nunca la detuvo y se acostumbró a la capital, en dónde estudió Diseño Industrial en la Nacional, allí se interesó más por el stencil y el trabajo de Banksy, además de fijarse en la obra de artistas locales como Toxicómano y Lesivo, con los que ha trabajado.

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Recuerda y construye, Erre + Lesivo + Juegasiempre. Av. Jiménez, Bogotá

Un peatón bogotano puede reconocer ya frases como “Todo al pelo, mi perro” o “Métale ruido”, alusivas al día a día capitalino, o tomadas de canciones, como “Únete al desorden” de Eskorbuto, pues sus ilustraciones siempre han ido de la mano de sus intereses musicales: el punk y el rock. También son marca propia sus calcas de insultos: “Pirobo”, “Zuripanta” y “70 Hijueputa” ya se ven por toda la ciudad.

Más que con el grafiti, Erre se identifica con el lettering convertido en street art, por lo cual algunos consideran que su trabajo ha llegado a ser influenciado por los carteles gringos de rock, pero para ella se alimenta además de su interés por la fotografía.

Para conocer un poco más de su obra y visión del grafiti, nos contó sobre el rol de la mujer en el arte urbano y el boom del grafiti mundial, que no ha sido ajeno a Bogotá.

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El enfoque de género es un tema cada vez más recurrente. ¿Crees que debería darse una visibilidad particular al trabajo de las mujeres grafiteras y artistas urbanas?

Me parece curioso que haya una diferenciación solo por ser mujer, en eso y en otras cuestiones. No me parece necesario. Es raro que hagan festivales solo de mujeres  porque estamos en el mismo nivel de los manes, o en ese sentido que haya un festival para hombres o un apoyo solo para ellos…

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En mi trabajo tampoco exploro esos temas de género, de hecho mucha gente me ha dicho que no sabían que Erre era una chica porque no es como el trabajo de muchas artistas de acá, que técnicamente es bueno, pero está ligado un poco al cliché de lo femenino: usar cierta gama de colores, hacer animalitos y cosas bonitas, rostros, y florecitas por doquier. Personalmente no me siento identificada con esas propuestas. 

Actualmente hay un boom del grafiti a nivel global. ¿Cómo ves que se está dando ese fenómeno en Bogotá?

Lo que pasa en la ciudad tiene que ver un poco con el asesinato de “Trípido”. Le dio más visibilidad a la práctica y generó iniciativas distritales y de la Policía por regular y ceder un poco en los espacios. La cagaron y tenían que intentar dar otra imagen.

Un ejemplo de eso es el nuevo Código de Policía que dice que no pueden quitarnos los materiales, y eso me parece lo mínimo, no le estamos haciendo daño a nadie.

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También el grafiti ha crecido mucho y eso lleva a que se involucre gente que lo hace no por un interés genuino, por el gusto y por lo que implica la vuelta, sino por tener una tajada: el Distrito para quedar bien, las empresas privadas para hacer publicidad, las galerías para hacer dinero… 

¿No estás de acuerdo entonces con que se vincule el grafiti a espacios institucionales?

Siento que se pierde un poco el sentido y la irreverencia de la práctica. A veces aplicar a una convocatoria de la alcaldía o de instituciones públicas es la forma de conseguir  apoyo o de pintar un muro, como el trabajo que hicimos con Toxicómano y Lesivo en la Biblioteca Nacional, por ejemplo. 

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Es una manera de conseguir dinero, visibilizar nuestro trabajo y ayudarnos para seguir pintando y viviendo, pero me parece que hay límites, uno no puede quedarse pegado de eso. 

¿Qué tan conveniente es regular el grafiti en la ciudad?

Su esencia es que no lo esté. Lo pienso como algo transgresivo, y que inevitablemente genera una tensión. Hay gente que dice que para qué hacen eso, que se tiran la ciudad, pero a mí me gusta ver todo rayado, las paredes llenas de stickers y tags

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Ahí surge también la pregunta sobre el espacio público, si esta es nuestra ciudad y se supone que lo público es de todos, ¿por qué no tomarse esos espacios? Si a mí me gusta ver todo rayado y a usted no, ¿cómo hacemos? Es imposible llegar a un acuerdo absoluto sobre este tema.

¿Qué pasa con los grafiteros o artistas urbanos que venden productos o accesorios con su trabajo? ¿No hay una contradicción allí?

Hemos pensado mucho al respecto, y sí puede ser un poco contradictorio, pero pasa lo mismo que con los estímulos: no hay que abusar de la vuelta. Precisamente por eso debemos buscar otras entradas, y hay gente que quiere apoyarnos y no puede comprar una obra pero puede llevarse un pin o una camiseta, lo veo como ir por ahí con una valla andante.

 

 

A video posted by Erre (@erre.erre) on

 

Ya si uno se enfoca en hacer un merchandising masivo pues no tiene sentido. Hay que llegar a un punto de equilibro de no venderse y ceder a todo lo que quiera una empresa o la alcaldía, pero cuando uno saca sus productos y lo hace uno mismo pues puede hacer lo que le dé la gana, la gente es consciente de eso, le gusta tu trabajo y te quiere apoyar. 

Pasa lo mismo con las galerías que exponen grafiteros o artistas urbanos. ¿En casos como Visaje, El infierno o Volketa, hay algo diferente?

Me parece importante que existan esos espacios, específicamente esos tres. Hay gente que no viene de la escena, que llegan de galerías o espacios que se interesan porque ven el potencial de algunos artistas y se aprovechan del boom, entonces apoyan la vuelta para llevarse su tajada grande.

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Pero espacios como estos tres son de gente del parche, que ha estado ahí siempre de alguna u otra forma, que ha pintado o que pinta y que ha contribuido al crecimiento de la escena, además de promover redes y lazos de apoyo y solidaridad. Es gente que necesita gestionar sus cosas pero apoya genuinamente la movida y tampoco tienen un ánimo de hacerse millonarios con eso.  

 

Si quiere conocer más sobre esta artista urbana puede seguirla en Instagram, Facebook o Flicker. 

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