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Retrato familiar Chipaya

Esta es la cultura más antigua de América. A cuatro mil metros sobre el nivel del mar, Chipaya es una etnia boliviana de aproximadamente dos mil habitantes, cubierta por un cielo despejado en el que rara vez se asoma una nube. El fotógrafo James Morgan comparte con Cartel Urbano una de sus más apasionantes series: Bolivia’s Chipaya and the Altiplano

La población indígena Chipaya, ubicada cerca del Salar de Coipasa, a 180 kilómetros de Oruro, departamento de Bolivia, mantiene gran parte de sus rasgos culturales y su idioma, el Puquina. Los orígenes de este municipio rural étnico se remontan, aproximadamente, unos 2500 años antes de Cristo, tiempo durante el cual su arquitectura, de planta circular, se ha mantenido, soportando los fuertes vientos que atraviesan el desierto desde La cordillera de los Andes.  

La siembra, la cosecha, el ajuste de sistemas de riegos, el tejido, la arquitectura, la caza y la pesca son, actualmente, el pan diario de esta población. Esta historia de Morgan es el retrato familiar típico de la zona.

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Pueblo Chipaya, en la remota provincia Sabaya (anteriormente Provincia Atahualpa).
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Se cree que la indumentaria Chipaya –poncho y sombrero de ala ancha para los hombres, poncho con capucha para las mujeres– ha sobrevivido miles de años. El peinado femenino –que consta de 62 trenzas– ha sido encontrado también en montículos funerarios de antiguos chullpas, lo que sugiere orígenes ancestrales.
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Eloi Mamani Alabi, de 37 años, regresa de visitar a un vecino. La etnia Chipaya vive en el borde del desierto de sal de Coipasa. Se cree que son los descendientes más directos de la civilización Tiwanaku, la cual precede a la Inca.
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Eloi Mamani Alabi prepara hojas de coca para masticar fuera de su casa, al igual que su esposa, unos pasos atrás, en la puerta de la casa. La coca es utilizada entre la gente del altiplano andino para estimular facultades mentales, suprimir el apetito y como ritual.
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Isabel Chino Condori teje un poncho tradicional Chipaya.
 
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La moda es andar en moto, ya que las distancias que a pie toman días, pueden ser recorridas en un par de horas. Sin embargo, la gasolina, además de cara, está prohibida.
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Eloi Mamani sentado fuera de su casa.
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José Luis Mamani Chino sale de su casa tradicional Chipaya.
 
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Samuel Mamani Chino mira el desierto; se prepara para cazar flamencos. Cada vez más jóvenes de esta comunidad abandonan sus tierras ancestrales y cruzan la frontera hacia Chile en busca de trabajo en las minas de sal.
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“Sconi” es el arma de caza Chipaya. Tradicionalmente estaba hecha a partir de tendones de flamenco, pero actualmente se usa una cuerda de nylon atada a dos bolas de plomo.
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Samuel Mamani se acurruca sobre la tierra y su poncho y sombrero lo camuflan; allí espera a que una bandada de flamencos pase.
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Al ver los flamencos, Samuel da un respingo, se levanta y lanza su Sconi. Los brillantes colores del nylon hacen que sea más fácil encontrar el arma después de lanzarla.
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José Luis Mamani Chino y su hermano, Samuel, muestran el flamenco que acaban de cazar. Estos flamencos son de color gris, el pigmento de color rosa proviene de los camarones que comen en ciertas partes del mundo. Los perros de Chipaya son utilizados para recuperar la presa.
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José Luis se prepara para llevar su presa a casa.
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Eloi Mamani Alabi ayuda a su hijo menor, José Luis Mamani Chino, a desplumar los flamencos que acaba de matar con su honda. Su hermana se inclina detrás de su casa.
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Padre e hijo desplumando flamencos.
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Isabel Chino Condori quita las plumas restantes del flamenco que su hijo ha cazado, sosteniéndolo sobre una llama. Una vez limpia, el ave es destripada y hervida.
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Jose y Eloi descansan después de un duro día en el altiplano.

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