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Venezuela también sufre de hambre de rock

La pobre oferta musical en el país vecino, sobre todo de conciertos de rock extranjero, se suma al desabastecimiento de alimentos y la inseguridad. En algún momento, el público venezolano pudo ver en vivo a Aerosmith, Iron Maiden y Roger Waters, pero actualmente recibir la visita de bandas internacionales es una ilusión cada día más lejana. Hablamos con productores y artistas locales que nos contaron en qué está la movida rockera en Venezuela.

Andrés J. López / @vicclon

El 1 de diciembre de 2013 Steve Vai, uno de los mejores guitarristas del mundo, se presentó por primera vez en Venezuela y se fue con la idea de que sus habitantes vivían en un paraíso rockero. A lo mejor, el virtuoso estadounidense hubiera regresado sin pensarlo dos veces. Lo que Vai no sabía, y tal vez los 1.500 fans que asistieron esa noche al Anfiteatro del Centro Comercial Sambil en Caracas también ignoraban, era que los conciertos de rock empezaban a agonizar en Venezuela. A pesar de que los organizadores vendieron las boletas esperadas y la asistencia fue buena, había un ambiente de resignación entre los promotores de espectáculos: en adelante sería muy difícil, por no decir imposible, que artistas de ese nivel internacional regresaran a tierras venezolanas.

Con la llegada de Nicolás Maduro a la Presidencia en abril de ese año, el bolívar inició su caída libre frente al dólar, una situación que se mantiene hasta hoy. Si en 2013 un dólar equivalía a 64,10 bolívares, hoy la equivalencia es de 910,58 bolívares por dólar.

Si en el 2013 un venezolano se gastaba más de un salario mínimo en una boleta -lo cual ya era bastante- ahora tendría que pagar siete salarios mínimos por cada entrada

Según el veterano productor de conciertos Emanuel Abramovits, responsable de llevar a Venezuela a bandas como Dream Theater, Megadeth, Slash y Dio, antes se cobraba entre 70 y 80 dólares por entrada, dependiendo del artista. “Si decidiéramos traer a la misma agrupación ahora cobraríamos lo mismo, pero el problema es que la capacidad adquisitiva del venezolano ya no da para eso, los salarios no han aumentado de la misma manera. Ahora el público solo podría pagar entre cuatro y cinco dólares”.

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La entrada más cara al concierto de Metallica, en el 2010, costaba 1.500 bolivares. Hoy con eso no se paga ni una carrera de taxi. Foto: Melanie Mandato.

 

Y es que si en el 2013 un venezolano se gastaba más de un salario mínimo en una boleta, lo cual ya era bastante, ahora tendría que pagar siete salarios mínimos por cada entrada, alrededor de 81.039 bolívares. Si en Colombia un fan tuviera que pagar siete salarios mínimos para ver a su artista favorito tendría que desembolsar casi cinco millones de pesos. Algo imposible de asumir para el bolsillo de la mayoría y que está alejando a grandes artistas de un país que vivió shows con más de 20.000 asistentes de monstruos como AerosmithMetallicaIron Maiden y Roger Waters. O como ocurrió con Steve Wilson y el G3, que dejaron de venir a Colombia por presentarse en Venezuela.

Ahora, muy de vez en cuando, como sucedía en nuestro país hace 20 o 30 años, llega a Venezuela alguna estrella de talla internacional, pero principalmente de música electrónica, rancheras o salsa. En los últimos tres años se han presentado, por ejemplo, el dúo sueco de electrónica Axwell & Ingrosso, el divo mexicano Juan Gabriel y el salsero puertorriqueño Víctor Manuelle. Nada ni remotamente parecido a las deslumbrantes presentaciones rockeras que sacudieron a Caracas.

Pedrito López, un reconocido compositor, productor musical, multiinstrumentalista y organizador de eventos venezolano tiene claro el por qué de esta pérdida en la escena rockera en Venezuela. “Durante 10 años el 90% de los grandes espectáculos fueron organizados por un minúsculo grupo de empresas que tenían relaciones con el Gobierno y conseguían divisas a un cambio preferencial. Por la escasez de divisas y la crisis económica, el Gobierno ahora no le está dando dólares a ninguna empresa de espectáculos”, explica.

La imposibilidad de llevar músicos internacionales con la frecuencia de otros años –en 2008 fueron a Venezuela Julieta Venegas, Molotov, Joe Satriani, Megadeth, Rotting Christ y Nine Inch Nails– hizo que los organizadores se enfocaran en las bandas nacionales, que también se han visto afectadas aunque en menor medida.

"En Venezuela ahora solo hay un espectáculo seguro: el que diariamente nos da el Gobierno, hundiendo al país en la peor crisis de su historia", Pedro Castillo, músico.

“Después de 10 años de carrera y de luchar contra la situación, el año pasado decidimos que queríamos llegarle a más gente y por esa razón nos fuimos a México. Debido a los altos costos de los pasajes es imposible salir de gira desde Venezuela”, dice Víctor Villanueva, vocalista de la banda caraqueña de hardcore Dischord. Esta no es la única agrupación que ha buscado nuevas oportunidades fuera de Venezuela: la Vida Bohème también se fue al país centroamericano en el 2014.

Pedro Castillo, ex integrante de Témpano, lleva 11 años por fuera de Venezuela y afirma que las presentaciones en su país eran bien remuneradas y constantes. “Llegué a tocar una vez a la semana en eventos públicos y privados en Venezuela. Desde hace dos años no he vuelto a presentarme allá, porque es muy complicado. Ahora solo hay un espectáculo seguro: el que diariamente nos da el Gobierno, hundiendo al país en la peor crisis de su historia”, comenta sobre la fuga de talentos en Venezuela, un país al que se aferran todavía bandas como Caramelos de Cianuro y Rawayana, que siguen presentándose por todo el territorio.

Otro aspecto de la movida cultural que se ha visto afectado por la situación actual de Venezuela es el de las colaboraciones de músicos venezolanos con artistas internacionales, como sucedió en el 2010 entre el cuatrista local Jorge Glem y el tecladista de Dream Theater, Jordan Rudess, cuando éste escogió a Caracas para el lanzamiento de Explorations, su obra solista. “En el 2010, el promotor Emanuel Abramovits me prometió que si escribía una pieza orquestal él encontraría una orquesta para estrenarla. En octubre de ese año, Explorations se estrenó en una presentación con lleno total en el Centro Cultural Corp Banca en Caracas”, escribió Rudess en su página web.

“Por este tipo de colaboraciones un músico venezolano recibía unos 150 dólares por show, ahora difícilmente llegaría a los 20 dólares”, afirma Pedrito López.

Los escenarios también han dejado de ser sedes de eventos culturales para convertirse en lugares de reunión del Gobierno. En el Teatro Teresa Carreño y en el Poliedro de Caracas –el equivalente a nuestro Coliseo El Campín en Bogotá– se han organizado encuentros como la clausura del Congreso de la Juventud del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), plenarias extraordinarias o asambleas de la Unión Nacional de Mujeres, una organización afín a las políticas sociales de Maduro.

“En sitios como el Teresa Carreño se han presentado casos en los que los organizadores reservan y pagan por alguna fecha para un espectáculo y a última hora, sin previo aviso, se cancela todo para realizar una actividad política. No se tienen en cuenta las pérdidas para el empresario”, explica López. Esto sucedió con el concierto de Ana Gabriel, cancelado con 24 horas de anticipación, y que le significó una pérdida total al organizador en sonido, escenario, publicidad, tiquetes e iluminación. Además, el empresario tuvo que sacar de su bolsillo para pagarle a la cantante.

Uno de los pocos eventos relevantes que se resisten a desaparecer en Venezuela es el Suena Caracas, un festival anual que se hace desde 2014: son unos 30 conciertos con bandas de metal, rock, salsa, reggaetón, pop, rap, música llanera y sinfónica. Además de artistas nacionales, también asisten músicos de toda Latinoamérica y Estados Unidos. En su edición del año pasado estuvieron artistas como Brujería, Gilberto Santa Rosa, Vicentico, Ky-Mani Marley, La Ley, No Te Va Gustar y Robi Draco Rosa. Pero hay algo a tener en cuenta: este evento siempre lo organiza el Gobierno, que lo sigue manteniendo en su intento por calmar las ansías de los venezolanos de ver algo de música en vivo. A pesar de que unas presentaciones son gratuitas y otras son a un muy bajo precio, el evento suele recibir bastantes quejas entre la sociedad por el gasto de dinero público que representa.

Este tipo de eventos hacen parte del pan y circo que se le quiere dar al pueblo; la escasez y los altos precios son opacados por estos espectáculos. A pesar de eso, es preferible ver que se gasten el dinero en cultura, y que no vaya a parar a las cuentas de políticos corruptos”, reflexiona Emanuel Abramovits, que como organizador de conciertos todavía no ve la luz al final del túnel en esta crisis: del casi 40% que les quedaban de ganancias a los promotores, ahora apenas llegan a un 20%. Muchos tiraron la toalla para dedicarse a otros negocios o irse del país, y para empresarios y fans, pensar en que Steve Vai, por poner un caso, volverá a Venezuela, es una fantasía.  

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