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Existen los cruceros para metaleros y he ido a varios

En el mundo hay muchos festivales de metal, desde el Loudpark hasta el Monsters of Rock, pero pocos se realizan en altamar. Este es el testimonio de un colombiano que ha zarpado cuatro veces con el 70000 Tons of Metal, el crucero que desde 2011 ha presentado bandas del calibre de Children of Bodom, Helloween y Cannibal Corpse.

Rafael Muñoz

Si aún no está familiarizado con este festival, le dejamos este abrebocas:

 

 

 

Hace unos 12 años, cuando la canción ‘La costa del silencio’ de Mägo de Oz sonaba hasta el cansancio en emisoras de rock y en Play TV, comencé a meterme en el mundo del metal. A mi afición –tal vez obsesión– por los videojuegos se le unieron las guitarras, baterías y gritos de esos mechudos que suelen tildar de satánicos.

En 2011 tuve la oportunidad de ir al que tal vez es el festival de música metal más grande del mundo, el Wacken. Fue increíble ver en un solo lugar tantos grupos legendarios: Blind Guardian, Children of Bodom, Mayhem, Airbourne, Iced Earth, Helloween, Judas Priest, Primal Fear, Rhapsody of Fire y cien bandas más.

Ese mismo año se comenzó a hacer un festival muy particular, el 70000 Tons of Metal. No era el típico evento de estadio, teatro o parque, sino que se llevaba a cabo sobre el mar, en el propio océano Atlántico.

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Gamma Ray, la banda favorita de Rafael, durante su presentación de este año.

 

En esa edición tocaron Saxon, Sonata Arctica, Nevermore, Korpiklaani, Dark Tranquility y mi banda favorita, Gamma Ray, entre otras. Fue triste no enterarme a tiempo de ese crucero. En 2012 se realizó la segunda versión y no sé qué carajos pasó pero no me animé del todo a ir. Es extraño porque esa vez tocaron Dark Funeral, Candlemass, Nightwish, Overkill, Stratovarius, Hammerfall y hasta los propios Venom.

Además de metal, en el barco hay pistas de patinaje sobre hielo, teatros, casinos, canchas de básquet, jacuzzi, minigolf, muros para escalar y piscinas para surfear

El año siguiente sí fui, porque, como dicen, la tercera es la vencida. Al inicio no estaba tan animado pero un amigo me empezó a hablar y hablar para que fuéramos, hasta que me convenció.

Él, otros dos amigos y yo comenzamos a reunir los 666 dólares que cobran por persona (aunque con impuestos eso ronda los mil dólares). Ese precio es válido si uno compra las entradas de una, de lo contrario se pueden terminar pagando hasta cuatro mil dólares (unos 12 millones de pesos) por una suite.

Mi amigo no consiguió todo el dinero y me dejó con el tiquete comprado, pero ya entrado en gastos me tocaba ir. Le vendimos su cupo a otro amigo que más que metalero es rockero. Él ya ha ido dos veces y sigue sin ser un amante acérrimo del metal: de todo el cartel ve dos o tres bandas, pero asiste por la experiencia. Estar en el 70000 Tons of Metal es algo que hasta el menos melómano disfrutaría.

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Rafael junto a los fineses Turisas.

 

El 28 de enero de 2013 comenzó (saliendo desde Miami) el crucero, tal vez mi nueva adicción. Qué vaina tan espectacular. ¿Cómo me pude haber perdido esto antes? Además del clima tan delicioso, de las mujeres lindas y de los toques de 40 bandas de todos los géneros del metal, este crucero es prácticamente una ciudad sobre el mar.

Durante el transcurso del crucero es normal que mientras uno está desayunando, Alexi Laiho o Max Cavalera se sienten en la mesa de al lado

El que piense que un crucero es aburridor, que no ofrece nada divertido, no tiene la más mínima idea de lo que dice. Además de metal, en el barco hay pistas de patinaje sobre hielo, teatros, casinos, canchas de básquet, jacuzzi, minigolf, muros para escalar y piscinas para surfear. Cuando no estaba viendo alguna banda o comiendo, pasaba la mayor parte del tiempo en la piscina.

La comida es otra de las razones por las que me envicié a este evento. Al pagar la entrada se tiene acceso a todos los restaurantes del crucero, ya sean informales o elegantes. Lo mejor es que todos son 24 horas y uno puede comer lo que quiera. Si no tenía ganas de un plato fuerte también había heladerías, cafeterías o bares. Las pizzas de Sorrento’s y el tocino del Windjammer Café son como otros rockstars dentro del crucero, y todo el tiempo están a reventar esos establecimientos. La gente suele comer mientras llega la hora de ver otra banda.

Los pases para backstage no existen. Los metaleros también son humanos y no se aguantan las ganas de salir a ver el océano y conocer las bandas que ellos admiran; en ese momento es cuando todos los asistentes aprovechan para pedir autógrafos o una foto. Pero esa fiebre dura solo el primer día, durante el transcurso del crucero es normal que mientras uno está desayunando, Alexi Laiho o Max Cavalera se sienten en la mesa de al lado. Los músicos se convierten en unos pasajeros más.

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Rafael junto a Kai Hansen, vocalista y guitarrista de Gamma Ray.

 

Para ver las bandas hay que olvidarse de dormir, o por lo menos hacerlo durante muy pocas horas. En la edición de este año, las presentaciones en el crucero comenzaron, algunos días, a las 5 de la tarde y terminaron a las 6 de la mañana, para continuar desde las 10 de la mañana del día siguiente hasta las 6 de la mañana del otro día. Este año quería ver a Turisas y Týr, pero tocaron a las 2 y a las 3:45 de la mañana, respectivamente. Muchas veces el sueño le gana a uno.

Aunque ahora hay cuatro escenarios (de 2011 a 2014 fueron tres), el festival, por lo general, tiene problemas con el principal, Pool Deck. El primer día del crucero nadie toca ahí porque hasta ahora lo están organizando. Me acuerdo que el año pasado estaba haciendo una fila larguísima para comprar mercancía de las bandas en la única tienda que hay en el barco y estaba afanado porque, supuestamente, Trollfest iba a abrir el main stage. Pensé que me los había perdido y cuando compré las cosas salí corriendo a mi habitación a ver si los podía ver unos diez minutos. Al llegar al escenario me llevé la sorpresa de que ni lo habían terminado de hacer (el escenario). Afortunadamente en estos casos no es que la banda ya no toque, sino que reprograman la presentación.

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HammerFall en su presentación de este año en el crucero.

 

El Pyramid Lounge es el otro escenario que deberían arreglar. Es un espacio relativamente pequeño, similar a un club, en el cual suelen tocar las bandas más underground. El problema es que los organizadores no pensaron en la visibilidad y dejaron la altura de esta tarima de unos 20 cm, aproximadamente, esto significa que si no se está en primera fila ya no se ve nada. Este año quería ver a Carach Angren pero cuando entré solo veía unas cabezas a lo lejos. Esto puede indisponer a la audiencia; cuando sé que una banda va a tocar ahí, no voy.

En verdad no hay muchas restricciones dentro del crucero y la gente toma como si no fueran a cruzarse con otra botella de alcohol en su vida. Sin embargo, el ambiente suele ser calmado, como si estuviéramos entre hermanos. Pero, como en todo lado, no faltan los que beben demasiado o mezclan alcohol con drogas y se desinhiben por completo. Para estos casos el barco tiene una cárcel, y el que se porte mal pasa el resto del festival ahí, sin ir a las presentaciones y con la plata perdida. Nunca llegué a estar ahí pero escuché casos como el de una pareja a la que cogieron teniendo sexo oral en un jacuzzi.

En el crucero también se hacen exposiciones de arte relacionadas al metal. Una vez se robaron un cuadro, probablemente algún borracho. Al final el cuadro apareció, pero muy probablemente el ladrón tuvo que pasar un rato en la cárcel.

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Las mascotas de las bandas también van al crucero. Acá Rafael está con John Nekrogoblikon, mascota de Nekrogoblikon.

 

El 70000 Tons of Metal tiene sus fallas, como cualquier festival en el mundo, pero son muchos más sus pros. Para mí, se volvió la cita obligada de cada año. El cartel ya no me importa tanto, la sola experiencia de estar en este espectacular barco, con buena música, es suficiente.

El apoyo también crece con cada versión: del The Majesty of the Seas (con capacidad para 3378 personas) pasamos, en 2015, a The Liberty of the Seas (5270) y finalmente a The Independence of the Seas (5261). Puede que no supere al Wacken, pero de algo estoy seguro: es el más grande de los siete mares.

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