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Ilustraciones de @burdo.666

“No nací, yo me inventé”: música latina sin estereotipos de género

La industria musical también ha sido históricamente heteronormativa, no obstante cada día salen a la luz más artistas de género fluido que desestabilizan el binarismo social impuesto.

Daniela Trujillo*

El género se ha convertido en un mecanismo de lectura del cómo la sociedad actual se moviliza y transforma. Cada día y con más insistencia, se posicionan cuestionamientos sobre el género desde todas las áreas posibles. Si bien entendemos los supuestos biológicos que permiten la reproducción de la especie a la cual pertenecemos —siendo también sujetos de cambio y constante descubrimiento—, también con el pasar del tiempo empezamos a comprender que la división por la genitalidad se queda corta para definirnos como individuos dentro de los espacios en los cuales convivimos. El arte como un lugar de reconocimiento ha permitido siempre encontrar respuestas —y, por supuesto, plantear preguntas— sobre el cuerpo y sus contextos. En él se ha explorado la sexualidad, el género, la expresión de éste y se ha hecho crítica a los sistemas que han dividido radicalmente de forma binaria y a lo largo de la historia el acceso a la vida en general.

Históricamente los roles de género nos han clasificado en dos categorías excluyentes y a partir de esta construcción social nos han ubicado en todos los aspectos. La repercusión de esta arbitrariedad ha llevado a que las brechas de desigualdad se abran con mucha más fuerza. Aun así, en la división de sexo y género nos hemos permitido revisar la problemática, la aparente inmutabilidad de estas categorías, para empezar a transformarlas en pro de pasar a atender una coyuntura, intentar comprender y transformar un problema estructural. 

Los artistas han estado también condenados a roles hegemónicos: ellos siendo individuos y también sus obras y producciones. Por ejemplo, en la literatura reconocemos a Federico García Lorca como uno de los muchos que sufrió las consecuencias de la discriminación, llegándose a sospechar que su muerte fue producto de un crimen de odio respecto a su homosexualidad, y con esto una discusión en la crítica literaria sobre su producción con visiones femeninas o símbolos referidos a ello, clasificando así modos de escritura distintos para hombres y mujeres (que, en cierta medida, se fundamente de las experiencias personales que la historia hizo que cada uno viviera, dándoles a las mujeres tonos más intimistas y visiones nacidas de las experiencias domésticas), o en ejemplos más cercanos geográficamente, y con finales menos truculentos, como Porfirio Barba Jacob, José Donoso o Gabriela Mistral; también podríamos hablar de los roles cumplidos en arquetipos narrativos, como el de la femme fatal de las novelas policiacas, desde su creación, de las princesas urgidas de rescate y el amor medieval o de los caballeros. 

Estamos expuestos todo el tiempo a los estereotipos físicos de la animación,el cine y la televisión, que configuran en nuestra cabeza el cómo debe o no lucir un hombre o una mujer, imaginarios que luego aprovecha la industria cosmética y textil para crear un mercado y hacernos consumir elementos que nos permitan caber dentro de esos estándares y hasta el cómo la misma industria musical, que abordaremos aquí en este artículo, se ha dividido para generar arbitrariamente concepciones de lo que puede o debe escuchar una persona respecto a su género, como el anclar el pop femenino directamente con la expresión de género de la comunidad LGTBIQ+ o de aquello de lo cual un músico debe hablar en su discurso, como de la virilidad anexada a un concepto de lo masculino, principalmente observado en géneros musicales que son de mayor presencia de personas identificadas como hombres cisgénero heteronormados, como por ejemplo en el reguetón, con la evidente hipersexualización para realzar este punto viril, que se ve también empleado en música popular, en el uso de las groupies en el rock y demás; o la sensibilidad anclada a lo femenino a partir de los colores empleados, de la imagen física impuesta y de los géneros en los cuales tienen predominancia.

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Es bien sabido que estos roles de género han sido fortalecidos durante siglos. Tia DeNora, la profesora de Sociología de la Música y Directora de Investigación en el Departamento de Sociología y Filosofía de la Universidad de Exeter, revisa en La música en acción: constitución del género en la escena concertística de Viena cómo estos roles inciden de forma radical en la construcción del yo. Según DeNora, hasta la música clásica tenía un componente social que la hacía representar la virilidad masculina, pues era denotativo de fuerza y hombría. Así, poco a poco y en la medida del avance, la mujer fue cada vez más alejada del canon y por lo tanto marginada, actos que invisibilizaron y menospreciaron el trabajo de muchas artistas, por elementos que poco representaban su valía o su talento, algunas llegando incluso a adoptar seudónimos masculinos para poder realizar publicaciones o ser reconocidas. Y si así fue con la figura femenina que cabía dentro de esa concepción binaria, ni hablar de los artistas homosexuales. 

¿Qué sucede cuando esta binariedad del género es puesta en tela de juicio y éste (el género) se concibe como algo fluido o contrario a lo que se concibe socialmente?

Antes de las terminologías con las cuales se pudo ampliar lingüísticamente la diversidad del género, permitiéndole a quienes no se sentían cómodos con sus pronombres o terminaciones poder nombrarse como mejor se sintieran, hubo ejemplos de artistas que adoptaron sus propios estándares. Un ejemplo claro se presenta en la primera mitad del siglo XX, cuando Chavela Vargas decidió que usar falda no la representaba como mujer y así, desde aquel entonces, llegó al escenario con su cabello recogido y usando pantalones, elementos poco representativos de la feminidad estereotipada para una época en que el corset y los faldones eran lo apropiado, y con esta expresión, al paso de los años, se convirtió en una de las mayores exponentes de una música también predominante en presencia masculina, siendo lesbiana. ¿Han influido, entonces, estos actos en las narrativas de la música actual?, ¿se habla de los mismo cuando en nuestra concepción de mundo no hay una visión radicalmente binaria? 

 

 

Una de las respuestas más contundentes a las preguntas es Alejandra Ghersi, mejor conocida como Arca. Si bien su música es ya en sí misma sonoramente compleja, lo interesante de su trabajo es el concepto que ha trazado con ésta, en el cual hay una retroalimentación constante de su producción musical con su transformación corporal. A través de la estética, las letras y un universo propio en el cual ha crecido como música, Arca encuentra la forma de destruir la norma impuesta sobre su corporalidad, explorando incluso con extensiones corporales mecánicas que vemos en sus videos y portadas, dándole una amplitud imposible de encasillar, como lo demuestra en ‘Nonbinary’, lanzada este año. 

En otros ejemplos podríamos hablar de Radamel, una banda colombiana con dos vocalistas, Daniela Maldonado y Katalina Ángel, ambas parte de la Red Comunitaria Trans. Recuerdo puntualmente un conversatorio en el cual también estuvo Camila Moreno de Chile, Astrid Ávila de la Jaula Publicaciones y La Muchacha desde Manizales, en el que Daniela Maldonado habló sobre la importancia de su voz, la cual era a veces un elemento usado para juzgar si lucía más o menos mujer. El descubrimiento de su voz a través de la articulación de sonidos guturales y su estética performativa, junto con el discurso de sus letras que exploran su contexto inmediato, la vida en el Santa Fé, el barrio en el que han tejido todas sus redes, han ayudado a deconstruir también la binariedad arbitraria del género y retomar elementos no hegemónicos dentro de su constructo individual. 

 

 

También desde Buenaventura tenemos a Johan Castrillón, artista emergente conocido como Lomaasbello, quien no solo explora su corporalidad e identidad de género sino que también lo pone en un contexto distinto: ser afro y mestizo. La interseccionalidad permite poner todos estos elementos en conjunción para plantear preguntas y respuestas desde ellos mismos, pues no es lo mismo explorar la sexualidad, el género y su identidad desde un contexto capitalino o blanco, a una mirada desde una comunidad indígena o afro. Este artista ha tomado no solo lo musical sino también lo indumentario —pues estudió diseño de modas—  como un elemento para reevaluar aquellos roles que se han impuesto socialmente para representar un algo homogéneo. En sus canciones plantea líneas potentes que desafían los roles de género: <<No nací, yo me inventé>>, o <<Esta marica indefinida te hace cuestionarte>>.

Podemos hablar de artistas como Liniker, la primera persona trans que participó en el Festival Rock al Parque, o Linn Da Quebrada, que desde su exploración nos ha presentado la apropiación y reivindicación de su cuerpo y su sexualidad desde el contexto geográfico en el cual creció y el cómo todo se ha adaptado a las decisiones que ha tomado para sí: el sociolecto, la vestimenta, los sonidos que ha encontrado, la filmografía que ha realizado, entre otros. En este sentido vemos cómo sí se transforma la exploración del mundo y del arte cuando el cuerpo no está limitado a connotaciones fijas. Muchas de estas aperturas se han dado en medio de géneros hegemónicamente configurados para funcionar de manera binaria, como es el caso del fallecido artista puertorriqueño Kevin Fret, unas de las primeras personas abiertamente homosexual que llegó a alcanzar grande públicos. 

 

 

Desde lo plenamente performativo también se han transformado cosas, como el crecimiento del drag queen, que pareciera cada día ser más visible e interesante para la gente, habiendo ya partícipes en la música que adoptan este concepto, como Pablo Vittar. Sin embargo hay que reconocer los límites del uso mercantil de las expresiones de género y de los debates y las luchas sociales que son impartidas desde lo artístico, un ejemplo de esto podría quizás ser el video de ‘Yo Perreo Sola’, de Bad Bunny, que hace unos meses fue tema de conversación y que siempre ha estado en un constante debate entre lo que debería o no realizar desde su producto y su marca, pensando en que quizás puede ser una mejor plataforma, pero es necesario mantener distancias y comprender que el sistema aprovecha cada bache para ser oportunista y sacar provecho de las debilidades para generar estrategias de mercado, exotizando a puntos absurdos los cuestionamientos, las experiencias individuales y las problemáticas colectivas. Considero una contraparte mejor ejecutada a la plataforma The Le Sigh, que hace un par de años se encargaba de difundir música de artistas que se identificaban como transgénero o no binarios, creando redes de comunicación y trabajos colectivos, movilizando talentos desde un mismo eje, también desde el respeto y el cuidado.

(Pille también este paseo fotográfico íntimo de la mano del primer colectivo drag de Medellín)

El trecho que aún falta por recorrer es enorme para una industria que incluso desde lo binario parece estar en grandes problemas: con carencias de participación, violencia económica, deslegitimación del conocimiento y demás. Deconstruir los imaginarios impuestos durante el curso de la humanidad no es un trabajo sencillo ni veloz. Sin embargo no todo está perdido, pequeños espacios se abren lentamente para establecer conversaciones necesarias e incluso desde lo individual preguntando, por ejemplo, qué pronombres prefieren usar las personas que se encuentran alrededor, abre la posibilidad de romper poco a poco con ese muro prefabricado e impuesto por la historia. 

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*Daniela es integrante del sello editorial In-correcto. Ha trabajado en la difusión de artistas mujeres e investigación con línea de género dentro de la industria musical independiente.

 

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