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Ilustraciones de @burdo.666/ Fotos cortesía de Rosa y Celia

Trayendo el territorio al barrio: el cruce de caminos de dos activistas afro

447 km separaron la niñez de Rosa Murillo y la de Celia Perlaza. Hoy, 20 años después de encontrarse en las calles bogotanas, siguen trabajando desde el Sur de Bogotá para hacer frente al racismo. Cantaoras, ganadoras de la Beca Decenio Afrodescendiente y creadoras de una fundación y una escuela, estas mujeres se rehúsan a olvidar sus pueblos: “Uno coge su bombo, su cununo y celebramos las fiestas patronales, hacemos feria, olla comunitaria”.

Diana Carolina Martínez / @paladar_de_barrio

 

Venimos, 

venimos de diferente lugar

a conservar la cultura

mandamiento de unidad. 

Como afro que somos

todos sentimos la identidad 

basada por un pasado

que hoy queremos conservar.

 

Así cantaban a dúo Rosa y Celia en el segundo piso de una casa al Sur de Bogotá. La mesa frente a ellas pasó a ser tambor y el techo desapareció, dejó ver el cielo abierto. Yo que nunca he ido a las costas del Pacífico colombiano terminé, por dos minutos, sentada en alguna piedra de sus playas o sus ríos. Esa tarde me fui con la protección de un alabao que me dedicaron estas dos mujeres y con su historia de resistencia. 

Rosa Murillo y Celia Perlaza son lideresas afrocolombianas del barrio Alfonso López, en la localidad de Usme. Se encontraron una a la otra en el dolor de haber sido arrancadas de sus territorios y en la esperanza de salvarse, salvar a los suyos y a su cultura. A Rosa le tocó huir de la violencia de los grupos armados y a Celia de la violencia del machismo y el abuso laboral. Llegaron a Bogotá con el territorio a cuestas. 

La orilla del río San Juan fue el primer suelo firme que pisó Rosa. Esta chocoana de 53 años nació en Noanamá pero fue registrada en Itsmina, un municipio fuertemente golpeado por el conflicto armado debido a su riqueza en metales preciosos y ubicación geográfica. A pesar de haber sido convertido en una zona de guerra, para Rosa representa el mejor momento de su vida y añora regresar a él. Lo recuerda como el único lugar donde fue libre, donde no tuvo que andar escondiéndose y donde no conoció el racismo. Allí pasó su niñez, de allí provienen sus mejores recuerdos. Celia, por su parte, es oriunda de Guapi, un municipio del departamento del Cauca. Hija de un pescador y una agricultora, aprendió desde pequeña a trabajar la tierra, a sembrar y a pescar. Siendo la hija mayor de 11 hermanos, tuvo que salir de su casa a los 13 años para hacer parte de las proveedoras de su familia y terminó en Cali a cargo de las labores domésticas de la casa de una conocida; fue ahí que su felicidad empezó a romperse. 

447 km separaron a estas dos mujeres durante la infancia. Hoy, 20 años después de haberse conocido en las calles de un barrio de Bogotá, Rosa está segura de que ya se habían cruzado en otra vida. La conexión ancestral es evidente. Sus experiencias compartidas las convirtieron en constructoras de paz y en representantes de la lucha afrocolombiana por fuera de los territorios. Resistir y construir es su apuesta diaria contra el racismo y no piensan hacerse a un lado. Es así, con este cruce de caminos, que nace la Fundación Centro de Estudio y de Investigación Sociocultural de música del Pacífico Colombiano FUCISPAC

Esta iniciativa lleva 11 años construyendo territorio rural y afro en las calles del Alfonso López. Comenzó como un grupo de cantadoras migrantes del pacífico y ahora es un espacio cultural que reúne a 100 personas, entre niños y niñas, jóvenes y personas adultas. La principal razón de su creación es la preocupación de estas dos mujeres por el desarraigo de la cultura ancestral afrocolombiana que experimentan las nuevas generaciones de niños y niñas de la comunidad en contextos urbanos, por lo cual ellas se han convertido en referentes del movimiento afro en la localidad de Usme. 

De ahí surge la escuela Yemayá, uno de sus principales logros en el activismo. En este espacio se realizan diferentes actividades y talleres encaminados a la transmisión de saberes, el fortalecimiento de la identidad de los niños, niñas y adolescentes, y la construcción del sentido de pertenencia hacia sus territorios de origen o el de sus ancestros. Y, como lo dice Rosa en una entrevista: allí muchos han aprendido que en el Pacífico la muerte no se llora, se canta en alabaos. Sin embargo, el trabajo de la escuela no se reduce a la población más joven, también se preocupa por atender las consecuencias que deja el desplazamiento en la vida de los abuelos y abuelas de la comunidad.

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Una de sus últimas victorias es haber sido las ganadoras de una beca otorgada por la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte gracias a su proyecto Los niños de Usme, Saltan, Cantan y Bailan. Esta apuesta fue presentada en 2019 a la convocatoria de la Beca Decenio Afrodescendiente y busca la preservación y la remembranza de las raíces culturales a partir de la práctica de juegos y actividades lúdicas. Estas dinámicas les permiten acercarse a elementos que los identifican y los construyen como afrodescendientes, desde los ritmos musicales de la región del Pacífico, las historias de los territorios de sus antepasados, entre otros. Todo esto contribuye a que se construya una relación estrecha con esos suelos a los que vuelven como visitantes, pero en los que se sienten hijos e hijas. 

*

¿En qué momento la tranquilidad de la vida empieza a romperse?

Rosa: Empezó a cambiar entrando a mis 10, 9 años. Nos desplazamos. Llegamos a Guacarí, Valle, en el primer desplazamiento, porque he tenido tres. Allá estábamos muy bien, pero mataron a la pareja de mi mamá y a raíz de eso —yo tenía más o menos 15 ó 16 años— nos tocó regresar nuevamente a Istmina. Estuvimos un tiempo, pero ya estaba la violencia y a pesar de todo trataba uno de seguir adelante, de vivir. Tuvimos otro desplazamiento y llegamos a Cali nuevamente. Yo ya estaba creciendo, trabajaba en casa de familia, en tomateras y decidí un día venir a Bogotá, pero decido regresar de nuevo al San Juan y la violencia nos cogió y nos sacó nuevamente de nuestras tierras, de nuestro territorio. Ahí ya se empezó a perder toda esa felicidad, toda esa tranquilidad que uno puede haber tenido en su tierra.

Celia: Yo llegué donde una tía mía que vivía en Cali y a los 15 años; me fui a trabajar en casa de familia para ayudarle a mis padres. Ahí ya se acabó mi felicidad. Fue muy duro, después de que yo venía de una libertad, de tener mis playas, de tener mis ríos… y fui a encerrarme a una casa ajena, con una familia desconocida, que no me iban a tratar igual. Lo que no había sentido en mi vida: acostarme a las 10 pm con un cuerpo que no era el mío, cansada y a las cinco de la mañana tenía que pararme a continuar con esa obligación que no era mía. A la edad de 19 años llego a Bogotá. Llego porque el señor creía que yo era la mujer, él pensaba que como yo tenía obligación de cuidar los hijos y del quehacer en el hogar, también pensaba, creo yo, que yo tenía la obligación con él como mujer. Intentó tocarme mis partes, mi cuerpo. Hasta ahí fue. Yo hablé con la señora y no me creyó. Entonces habló con la hermana y de esa forma me vine para Bogotá a trabajar en su casa. Ahora uno dice: ¿será que me mandaban como ser humano o como una mercancía?... Yo me pregunto eso. De pronto las dos (risas). 

 

¿Hubo algún acontecimiento en los territorios que las haya motivado a involucrarse en el activismo por la defensa de los derechos de las comunidades afrocolombianas?

Rosa: Yo creo que siempre tuve ese tema de liderazgo, como de colaborar, de estar involucrada con la comunidad, pero lo que realmente me llevó a hacer esto fue porque yo trabajé en una empresa donde administraba la nómina de aproximadamente 200 mujeres, y a pesar de que tenía las capacidades me seguían pagando un sueldo mínimo porque no había terminado el bachillerato. Entonces a raíz de eso dije: pero bueno, ¿por qué no se puede? Y ahí empecé a mirar, a sentir y a escuchar el tema del racismo. Entonces, un día que pasaba por el parque había una actividad y me metí a mirar. Estaba un señor, Carlos Vidal, que tenía una escuela aquí en el salón comunal y me dijo: Siga, vea que estamos haciendo esto, tenemos esta escuela con los niños, se les da un pequeño refrigerio. Y me gustó. Me ha gustado siempre colaborarle a la gente, me ha gustado siempre el trabajo social, que no sabía que era trabajo social hasta ahora que ya lo empiezo a hacer. Y ya, ahí empecé. Ahí conocí a Celia y vi que también tenían un proceso con mujeres. Yo creo que eso fue la piedra que me elevó y me llevó a decir: esto realmente es lo mío. Lo traía hace muchos años, pero no lo había podido descubrir. 

Celia: Yo creo que a raíz de todo lo que me pasó en Cali ya fui cogiendo mi propio liderazgo. Ya cuando llegué a la casa de esa otra persona aquí en Bogotá, a pesar de que no conocía la ciudad, yo ya no me dejaba tratar más así. Yo ya le hablaba de frente. Ya a mí no me importaba más y dije: basta, no más. Y le dije [a la persona de la casa]: de una vez le digo, vaya hable con su esposo y que no vaya a intentar tocarme porque le cuento que no respondo; yo de cualquier forma me voy a hacer respetar y me voy a defender. Un tiempo después, yo tenía un restaurante aquí en el barrio y pasaba para la casa entonces  veía muchas veces a los niños que salían de estudiar a medio día, en los parques, y se quedaban a veces jugando, o en la noche, que yo salía a las 5:30, 6, y también los veía ahí. Entonces yo dije: no sé cómo vamos a hacer, pero hay que tener un espacio donde esos niños estén. Nos reunimos 10 mamitas y de ahí nació la Organización Renacer de Mujeres Afrocolombianas (OREMAFRO). Renacer porque íbamos a renacer y a recuperar todo lo vivido en nuestros territorios. Así como allá, la vecina le cuida el hijo a la otra, y así íbamos a hacer nosotras. Gracias a Dios nos funcionó. Luego esa organización se acabó y en 2011 supe que había una ley de desplazamiento, del derecho que teníamos en las instituciones como mujeres negras, y me fui metiendo. Cuando estaba en ese proceso me llegó este ángel, Rosa Murillo.

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¿Con qué se encontraron al llegar a Bogotá?

Rosa:  Primero, con una plaza de oportunidades, una plaza para uno sobrevivir. Yo pienso que no podemos quedarnos en las cosas malas, pero si hablamos de eso, entre ellas está el racismo que hay desde las instituciones hacia abajo. Es un racismo impresionante, muy latente el que hay. Uno va a buscar un apartamento y está uno viendo el letrero de “se arrienda”, pero te dicen: No, es que ya arrendé. Y pasa uno al otro día y está el mismo letrero. También salen con que “Ay, no, pero es que ustedes son muchos, ustedes son muy bulliciosos”, o “Ay, pero si son negros no”. No se preguntan que si llegamos dos a arrendar un apartamento y luego son 10 es porque nuestra familia es grande, nuestra familia está saliendo de un desplazamiento y ¿para dónde van a coger estas familias? Si nosotros podemos ayudar a alguien y más si es de nuestra familia, si es nuestra gente, nuestra etnia, lo vamos a hacer. Por otro lado, está el racismo laboral. Yo antes decía que lo que yo había vivido no era un racismo laboral, pero claro que lo fue. Ellos querían que les hiciera el trabajo sin pagarme lo justo, pero a la persona que tenía el cartón le daban el salario que se merecía. Yo era mujer, era negra, no tenía un estudio y hacía el mismo trabajo y muchas veces más. En lo educativo no te alcanzas a imaginar cómo es la lucha que tienen nuestros niños y niñas. En el colegio nuestras niñas van con su pelo afro, utilizan su cabello suelto, sus trenzas, pero llegan y es a tocarles el cabello… para nosotros nuestra cabeza es sagrada, no tienen por qué estarla tocando, la de nosotros ni la de nadie. Nosotras estamos tratando de mitigar el racismo, que disminuya un poco a través de nuestra escuela, a través de talleres.  

Celia: Uno viene en una condición de desplazamiento y cuando llega a Bogotá uno piensa que hasta ahí llegó todo, se acabó, pero llega acá a seguir sufriendo esa violencia del racismo. Ya no es sólo la violencia que sufrió de los grupos que lo sacan a uno de su territorio, sino que aquí la violencia se hace general. Si llega una madre con sus dos, tres hijos y el cambio de clima los enferma, no la van a recibir en un hospital si no tiene un carné. Uno viene de unas costumbres diferentes. Allá el médico o el sabedor está con su medicina ancestral, son sus plantas. Usted no tiene como madre que tener dinero para pagarle a esa persona, entonces, imagínese, acá sufre uno porque no tiene la plata, porque no trae el carné. Ahora, con lo que decía ahorita Rosa de recibir a la gente que viene del territorio, eso también lo hacemos para que no sintamos tanto ese racismo y esa discriminación. Uno muchas veces dice, ¿cuál es más duro? ¿Cuál ha sido la más fuerte? ¿Que un grupo me haya sacado y arrancado de mi territorio o yo llegar a enfrentarme a esta Bogotá? Cuando va a buscar un sitio para vivir le toca volverse mentiroso, porque si uno dice que es desplazado, no le arriendan. Uno viene de decir siempre la verdad en su territorio y acá cambia a decir mentiras. Cuando le dicen: ustedes siempre han sido una contaminación aquí en esta ciudad de Bogotá, ¿por qué no se van para su territorio?, ustedes los negros son una contaminación. Vea, una no ha sido violenta, sino que acá lo han enseñado a ser violento porque le ha tocado defenderse. 

Yo Bogotá no la escogí para venirme a vivir, a mí me trajeron y así hemos sido todas o casi todas las personas afro por una u otra razón. El que llega aquí sobrevive, cambia su calidad de vida. Por ejemplo, tenemos muchas formas de estudiar gracias a las políticas públicas y acciones afirmativas. Antes un joven afro salía del bachillerato y no tenía cómo llegar a la universidad, pero ahorita con estas acciones afirmativas han salido proyectos y está el ICETEX, por ejemplo. Con eso becan a las muchachas y a los muchachos y pueden hacer sus carreras profesionales. Para mí Bogotá es una madre, una madre de oportunidades, de resistencia, de persistencia, y también donde se encuentra calor de humano, mucho amor. Bogotá la siento como un hogar, como siento muchas veces mi hogar en Guapi. Esta ciudad me ha dado cosas muy maravillosas. Me enseñó a vivir la vida y a cómo transmitir ese mismo amor y ese cariño: ayudar a mi comunidad. 

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Rosa: Tengo mucho que agradecerle a Bogotá, me ha brindado muchas oportunidades de seguir adelante, de continuar, de sanar heridas. No solamente para mí sino para mi núcleo familiar. Es una plaza de oportunidades donde se puede uno defender muy bien, donde puede aprender, donde puede surgir. Yo soy de las personas que digo que uno tiene que estar donde se sienta bien y yo aquí en Bogotá me siento bien a pesar de que no me gusta el frío, soy súper friolenta, pero miro a mi alrededor y la oportunidad que tengo en Bogotá no la tengo en Guacarí o en Cali. Aquí nosotras podemos hacer mucho por los niños, niñas y adolecentes que salen del territorio y decirles: oiga, véngase. Y nosotras les damos una guía de cómo llenar un formulario, de cómo puede estar en la universidad, cómo debe llegar, ayudarle a gestionar todo para que ellos puedan estar aquí y puedan prepararse para el mañana. Bogotá me ha dado un conocimiento, Bogotá me ha dado un proceso el cual amo porque yo pienso que si no hubiese estado aquí, si no hubiese tenido tantas dificultades como las tuve, no tendría este proceso. No tendríamos esta felicidad de poder formar líderes, ver que estamos formando grandes seres humanos. 

 

¿Cómo fueron los primeros meses aquí?

Rosa: Esos primeros meses para mí fueron muy difíciles porque tocaba llegar a buscar dónde vivir y la situación era muy difícil porque casi no le arriendan a gente negra, como ya dije. La vivienda difícil, lo laboral también muy difícil porque no tenía yo un bachillerto. ¿Dónde va a trabajar uno?... En una casa de familia, en un restaurante. El tema del miedo, de la persecución porque si alguien venía detrás, uno ya cree que vienen siguiéndolo, vienen persiguiéndolo por su condición de víctima. En nuestra tierra uno vive libremente, pero llegas a una parte donde la mayoría de gente te mira como bicho raro: que uno habla de forma diferente, que uno come de forma diferente. Esos primeros meses fueron muy duros para sobrevivir aquí. 

Celia: Yo recuerdo más bien los primeros días. Yo llegué a Bogotá un jueves y esa semana, como a los tres días, mataron a Rodrigo Lara Bonilla allá en Suba. Lo recuerdo porque nunca me había tocado correr y encerrarme en un lugar. Esa noche fue una noche de terror porque yo pensaba que se iban a entrar a la casa y la gente disparaba por todos lados. Fue una experiencia muy dura. La semana siguiente, cayó una granizada, entonces, yo pensé que acá en Bogotá llovía así porque fue mi primer aguacero. Las primeras dos semanas fueron muy crueles porque vi cosas diferentes a las que yo estaba viviendo. Yo sólo pensaba en poder regresar a mi ciudad caliente (risas). Ya llevaba los 20 días y salimos a un parque las tres muchachas que vinimos y fuimos a desayunar a una cafetería y yo pedí un perico, pero yo esperaba era mi perico de Cali: que el huevito revuelto, con el arroz caliente y el chocolatito y me trajeron un café pintado (risas). Luego vienen y nos preguntan, ¿qué más van a comer? Y dije: no, es que yo estoy pidiendo es un desayuno. ¡Ay Padre Celestial!, no me prepararon para esto aquí. 

 

¿De qué manera se mantienen los vínculos con la comunidad de base y el territorio desde afuera?

Rosa: Ahora esta tecnología nos ayuda un poco más a estarnos comunicando de forma telefónica. Ya no es como antes con las cartas. Con mi familia del Chocó trato de estar hablando telefónicamente porque la mayoría de mi familia no está, tengo solamente unos pocos sobrinos de mi hermano, al cual desaparecieron. A las tías a veces me gusta llamarlas a saludar y preguntar cosas porque lo nuestro se está perdiendo, la cultura se está perdiendo, entonces es como uno mantener ese vínculo de estar hablando, preguntando por la familia, cómo están, qué están haciendo. Trato al máximo de viajar cada año. 

Celia: Viajo mucho. Yo no podía parar un año sin ir a mi territorio. Ahora por el medio del celular, el teléfono, así nos mantenemos. De allá me mandan fotos: cuando el agua está grande, cuando está bajita, cuando agarran esa canoa llena de pescado, cuando van al mar. Tengo un hermano que nos mantiene ahí comunicados. Siempre está ese vínculo ahí. 

 

Y los vínculos con la cultura… 

Rosa: Estamos acá y lo primero que hacemos es compartir entre nosotros mismos, reunirnos y compartir. El tema del trabajo comunitario es fundamental porque eso te lleva a que vayas recordando tu territorio. Nosotras con la escuela Yemayá hacemos que los niños y niñas conozcan el territorio, de dónde venimos nosotros, cuáles son nuestras raíces, cuáles son nuestras costumbres. Eso es lo que hacemos con la huerta, enseñándoles el cuidado que hay que tener con la tierra. Vemos muchos documentales, se mandan a traer frutas, el pescado de Buenaventura o de Tumaco, se compra el coco. Lo que queremos es tratar de que así estemos en esta ciudad, no perdamos eso. Nosotras mismas tenemos que buscar esas herramientas para seguir fomentando nuestra cultura. Nosotras hacemos conversatorios porque hay una sabedoras y unos sabedores que tienen mucho conocimiento. Así compartimos experiencias y nos vamos fortaleciendo unos a los otros. Como decíamos anteriormente, donde yo estoy llega otro, llega otra y así vamos formando nuestra propia comunidad. Este es el barrio donde más comunidad afrodescendiente hay de toda la localidad de Usme y Usme es una de las localidades de más población afrodescendiente en Bogotá. Llegan por diferentes motivos: porque quieren venir a buscar oportunidades, porque el desplazamiento los saca. Llegan aquí porque uno llega donde encuentra una persona amiga. 

 

¿Cómo ha sido adaptarse a un entorno barrial urbano?

Celia: Yo soy fundadora de este barrio. Cuando llegamos todo era monte, un potrero, la gente estaba ahí medio construyendo, era sólo barro. Todo eso fue muy duro. A medida que el barrio fue creciendo, le gente vino llegando. Mi compañero Carlos es tallador de esmeraldas y había otros diez paisanos que también hacían lo mismo, entonces fueron llegando y así quedó el asentamiento de esas diez familias guapireñas. Al principio fue difícil, pero uno se va acostumbrando porque ve mucha gente afro, entonces se siente como en el pueblo, uno ha ido trayendo el territorio aquí a la comunidad. Uno coge su bombo, su cununo, celebramos las fiestas patronales, hacemos feria, una olla comunitaria. Todas esas costumbres hemos tratado y seguimos tratando de seguir conservándolas aquí en el barrio.

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Rosa: A mí me dio muy duro y eso que yo llegué cuando ya había varias casas, pero el frío era impresionante. Yo me acuerdo que dormía con sudadera, con medias de fútbol, con todo. Mi hermana se levantaba a las dos de la mañana a recoger el agua porque llegaba por unas mangueras y yo no podía levantarme porque a mí el frío me mataba. No eran calles, eran unos potreros. A veces uno se iba de acá todo lleno de barro y llegaba al trabajo y le preguntaban, ¿usted de dónde viene? Fue duro adaptarse aquí al barrio por las condiciones, pero poco a poco uno se fue adaptando. Empezaron a construir más casas, la gente fue llegando y cuando va llegando su gente, su paisano, no importa si es del Chocó, de Buenaventura, de donde sea, pero después de que es negro uno ya dice, ¡ay caramba, ahí ya llegó! Uno va sintiendo como esa tranquilidad: ya somos más. Fue bastante fuerte, pero me siento orgullosa de haber puesto un granito de arena en la construcción de este gran barrio. 

La relación con la gente del barrio es buena, diría yo. Con todo el proceso de la organización, usted sabe que mucha gente se le acerca más a uno. Somos personas que no nos metemos con nadie, si podemos hacer un favor lo hacemos, siempre estamos invitando a la cordura, al buen diálogo, somos mediadoras de situaciones. Todo eso la gente lo reconoce. Uno genera como esa confianza con la comunidad. 

Celia: A mí a veces me da tristeza hablar de esas cosas porque si somos todos seres humanos, ¿por qué tenemos primero que dar y demostrar para que la gente nos pueda aceptar? Esa lucha ha sido permanente aquí. Me traje a una hermana [de Guapi] y una vez la mandé a comprar cebolla a una tienda y llegó llorando porque el señor de la tienda le había dicho que a los negros él no les vendía, que él no trataba con los negros, le dijo: Así que váyase de aquí, muchachita inmunda. Eso le dolió mucho. Nos ha costado, por eso a veces me duele hablar de eso, porque siempre tenemos que primero trabajar y aportar para que la gente diga “tienen derecho a ese granito de arena”. 

 

Una de las preocupaciones del trabajo como lideresa, que las hizo ganadoras del premio de “Liderazgo a la mujer afro” en 2016, ha sido la reivindicación de los derechos de las mujeres afro, especialmente de las que están radicadas en Bogotá. ¿Cuáles son las principales vulneraciones que sufren estas mujeres en el contexto capitalino?

Celia: La principal es la negación de todo. Primero porque no tuvieron la oportunidad de terminar el bachillerato en su territorio. Lo otro es por su color de piel. Pasan trabajo hasta para agarrar un transporte y si se suben a un bus la gente no quiere sentarse junto a esa negra. Todo eso ha sido una lucha. A raíz de eso nació la Organización Renacer de Mujeres Afrocolombianas OREMAFRO, hace 20 años. Nosotras sentimos, lloramos la discriminación, el racismo, el maltrato contra la mujer. Me acuerdo que cuando yo iba al centro iba en el bus y un hombre decía: Uy, esa mujer tiene semejante cola, parece una manzana. Y se saboreaba la boca como que si fuera la manzana de verdad… y lo tocan a uno y uno tiene que ser decente porque si pelea le dicen: negra tenía que ser. 

Rosa: Lo primero es el racismo. Hay un racismo estructural bastante fuerte y nosotras estamos en desventaja porque somos mujeres, víctimas, negras, cabeza de familia y muchas con dificultad académica. El racismo es lo primero que no nos deja avanzar. Lo principal es lo laboral. Al hombre le pagan 3 millones y si te ven a ti como mujer, te pagan 2 millones… pero cuando ven que eres negra lo primero que van a pensar es, ¿pero si tiene las capacidades?, ¿será que sí puede? Y le pagan a uno 1 millón y medio. Ha sido difícil para nosotras. Nosotras queremos que esas mujeres tengan ese empoderamiento. Nosotras estamos aquí en este momento para que mañana le tengan que hacer esta entrevista a otras mujeres, que nosotras podamos estar en otro espacio y las que ocupen este sean ellas. Nosotras podemos disminuir un poco el racismo a través de la educación, a través de la formación. Lo fundamental es la sensibilización, sin eso no podemos avanzar. Sin eso siempre nos van a tener a las mujeres ahí oprimidas, que no podemos, que la mujer es minoría y nosotras somos mayoría. Nosotras tenemos que buscar la forma de que toda esa violencia se disminuya. No buscarlo sólo para las mujeres negras sino para cualquier mujer. 

 

¿Cómo ven el proceso de reconocimiento de la participación de la mujer en el movimiento afrocolombiano?

Rosa: En todos los movimientos las mujeres somos las que ponemos el pecho y el crédito se lo llevan los hombres, pero, ¿quiénes son las que convocan?: las mujeres; ¿quiénes son las que hacen el trabajo barrial?: las mujeres. Nosotras ya estamos exigiendo también nuestro lugar. Si nosotras estamos haciendo un trabajo así, tiene que darse ese reconocimiento. Hasta en el vocabulario. El machismo es el principal problema. Ellos son los que quieren tener el poder y más nuestros hombres negros que vienen de una costumbre que dicta que el hombre es el que manda, el hombre es el que dice, el que impone… entonces así lo quieren hacer en todo el movimiento. Actualmente ya se está reconociendo mucho el liderazgo afrocolombiano de la mujer. Nosotras ya estamos bastante empoderadas, damos la discusión, damos el debate. No tenemos que esperar a que otro nos reconozca, sino que nosotras mismas reconocernos entre nosotras, respetar y valorar el trabajo de la compañera, desde ahí empieza un buen liderazgo: reconocer el trabajo de la compañera. Lo que se quiere también es que se les haga el reconocimiento a las mujeres del territorio, a las mujeres de base. Yo soy la representante legal de la fundación, yo soy la cara visible, ¿cierto?, nosotras podemos ser las dos [Celia y Rosa] las caras visibles, pero nosotras no hacemos solas al trabajo, nosotras para sacar un trabajo adelante tenemos un equipo de mujeres atrás. Es una tarea que se está haciendo, pero hay que seguirla puliendo. 

Celia: Como dice mi compañera, se ha empezado a dar ese reconocimiento, pero sigue siendo lo mismo. Por ejemplo, con los premios Benkos Biohó, cuando les dan un reconocimiento a las mujeres negras, ¿a quién le dan?, a Benkos Biohó, y ¿dónde está la compañera de él? La mujer de Benkos Biohó aún no ha sido visibilizada. La condecoran a una con la medalla de un hombre. Uno llega a la casa contenta, pero lo coloca en la mesa de noche o en la sala y sigue viendo al hombre parado… ¿dónde está la mujer?, ¿dónde están las hijas de Benkos Biohó? Entonces, seguimos en las mismas, no ha sido mucho el cambio. Si nos van a dar un reconocimiento, que nos veamos reflejadas. Cuando yo vea que esta medalla que tiene la cara de una mujer me la van a dar a mí porque me está representando, ahí sí me han reconocido algo, pero de resto seguimos representando al hombre. La verdad falta mucho para que nosotras tengamos reconocimiento. Ahí vamos avanzando.

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¿A qué se debe el proceso de desarraigo de la cultura ancestral de los jóvenes afrodescendientes de las últimas generaciones, específicamente los que viven en contextos urbanos?

Celia: Usted dirá que es muy cansón estar hablando del racismo, pero es que eso encierra todo. Si una familia coloca un disco de currulao, eso ya es ruido para los vecinos, entonces eso hace que uno no pueda educarles el oído a sus hijos, no puede seguir con esa tradición. Ha sido una lucha para uno poder continuar con su cultura aquí en Bogotá, en esta selva de cemento. Hemos tratado de buscar la forma por todo lado para que la gente deje que nosotras eduquemos a nuestros niños, jóvenes, abuelos y que no pierdan esa cultural. La otra cosa es que hay niños que son nacidos y criados acá y no pueden volver al territorio porque vienen en condición de desplazamiento, allá le mataron al papá y no quieren regresar, entonces un día llegan aquí, agarran todo lo rolo y ya les da vergüenza y pena lo de ellos. 

Rosa: Pasa por pedir a gritos un espacio de aceptación, por miedo al qué dirán, por miedo a no ser aceptados. Llegan aquí y quieren cambiar, quieren dejar su cultura por un espacio de aceptación con los chicos en el colegio… Si vienen con su afro, ya empiezan los otros a decirle que no se peina, que no se baña. Todas esas frases de racismo que tienen hacia ellos van dejando su cultura de lado. Ya no quieren bailar la Jota, una chirimía, un currulao sino que todo lo que tienen que bailar es urbano porque si salen a bailar un currulao, entonces los otros ya se van a burlar. Lo que está de moda es el hip hop o reguetón. No es que uno está machacando y machacando con el tema del racismo, sino que eso es lo que se vive, por eso los chicos no quieren continuar con su cultura. La misma ciudad nos lleva a perder nuestra identidad, nuestra cultura. Uno se pone sus batas de colores, se pone sus turbantes, se pone todo. Hay unos niños que ahora y gracias al empoderamiento de la escuela Yemayá, se sienten orgullosos y orgullosas de verlo a uno con sus batas de colores, con sus turbantes, pero hay otros que no, que les da pena porque el compañerito les dice: Ay, no, pero mirá tu mamá, mirá como se puso eso, ¿para qué se pone eso en la cabeza? Entonces el niño le dice a la mamá: No te pongas eso. 

 

¿Qué caracteriza a la lucha afro por fuera de los territorios? 

Rosa: Yo digo que es la unión. Siempre somos de unidad, con dificultades y todo, pero lo que nos caracteriza es que tratamos de unirnos, somos unidos por una sola causa, tenemos unos sentimientos nobles que priman sobre todo porque así yo no conozca este compañero, pero le está sucediendo algo o le pasa algo, ahí llegamos todos a ayudar a esa persona. Yo creo que lo que nos caracteriza es la unión, la humildad y la resistencia. Eso nos caracteriza mucho a nosotros los afros para mantener vivo nuestro territorio; nosotros donde llegamos hacemos territorio. 

Celia: Pero si aquí uno no está organizado, no vale nada, porque hoy en día usted ya llega a un espacio o a una institución y le preguntan por la cédula y de qué organización viene. Uno no puede ir a hacer una vuelta personalmente porque eso ahí tiene que quedar anotado de qué movimiento pertenece, de qué organización, qué colectivo, todo, entonces ya aquí uno tiene que tener tercer apellido (risas) ¡Ay Dios mío bendito!

 

¿Por qué es necesaria la lucha?

Celia: Ay, no, no es necesaria, sino toca.

Rosa: Y nos toca porque nosotros estamos acá, no es porque queremos estar, es porque nos toca. Entonces ya nos toca apropiarnos de este territorio, hacerlo propio, porque tenemos que dejarle algo bueno, algo bonito a nuestros hijos y tratar de hacernos la vida más agradable también. Siempre tenemos presente nuestro territorio, añorando regresar, pero no se ven las garantías para nosotros regresar. No hay garantías, no podemos volver, entonces ya tenemos que adaptarnos a estar aquí. Este es nuestro territorio ya. Tenemos que seguir construyendo a través de nuestra cultura, a través de nuestras enseñanzas, que quede un legado, [algo que demuestre] que pasamos por aquí, por este barrio, el Alfonso López. Que alguno de estos niños pueda recordar el día de mañana y diga: Vea, esas señoras me enseñaron esto, esas señoras me enseñaron que tenemos que respetarnos los unos a los otros y que tenemos que respetar lo que tenemos. No pudimos dejar esas huellas en nuestro territorio, pero las podemos dejar aquí. 

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Frente a los hechos violentos que se siguen perpetuando en las periferias, ¿cómo creen que está construida la relación entre las comunidades afrocolombianas y el Estado? 

Rosa: Yo no hablaría de Estado, porque Estado somos todos ¿no?: somos nación. Yo hablaría del gobierno, el alto gobierno es el que nos ha llevado a esta situación de violencia, de desplazamiento. Nos han quitado nuestro territorio, nos han quitado nuestras raíces. A mí me desplazaron unos grupos armados, pero, ¿qué ha llevado a que esos grupos se conformen? Si no hubiera unas armas, esas personas no se agruparían para hacer daño. No estoy justificando a los grupos, pero si hubiera un gobierno con mayor consciencia, más participativo y equitativo, no estaríamos viviendo la situación que estamos viviendo… El que más plata tiene es el dueño. Entonces ellos son la raíz de la violencia que se está viviendo en el país. Aquí no hay justicia porque un policía maltrata, un policía mata y no pasa nada, solamente dicen: lo suspendí, entre comillas, pero es puro cuento porque solamente lo pasan de una ciudad a otra. Cuando a mí me desaparecieron a mi hermano yo pensaba mal… He tenido que hacer un proceso de sanación, he tenido que hacer un proceso de perdonar, de saber que me tengo que sentar, porque me ha tocado sentarme con personas que han sido los victimarios, ¿ve? Y tener uno que sentarse y verle la cara a esa persona es duro, pero el gobierno no está. Entonces si llega a haber la mas mínima justicia, si llega a haber un poco de justicia, este país mejora, pero siempre y cuando no haya justicia, jummm, nos toca seguir luchando para sobrevivir, seguir luchando para tratar de mirar a ver si nosotros le podemos dejar un mejor país a nuestros hijos. El pueblo ha perdido mucho la confianza en el gobierno, ay Dios… Si hay una justicia y si hay paz, entonces no hay pandillas, todos tenemos una vida cómoda, los ladrones no tiene necesidad de robar, entonces los policías ¿qué van hacer?, si no hay manifestaciones el ESMAD desaparece, si no hay víctimas a Colombia no le entra tanto dinero, porque a Colombia le está entrando cualquier cantidad de dinero por nosotras las víctimas.

Celia: Por nosotras, no para nosotras. 

 

¿Cuál es el papel del resto de las comunidades en la lucha contra el racismo y la defensa de la vida de las personas afrodescendientes en Colombia?

Celia: Primero creer que sí existe el racismo, porque mucha gente blanca mestiza dice que no, lo ven como algo normal, pero si a ti te han empujado te dicen: ¡ay, disculpa!, pero para una no hay disculpa, porque siempre te tratan como animal, es más, ni como animal, porque ahora son más respetados que muchas personas afro, entonces yo creo que cuando ya tengan la conciencia de que existe el racismo, eso cambiará. Todos somos humanos, todos somos los hijos de la misma tierra, del mismo sol, nos cubre el mismo aire, la misma agua, pero pues…. ¿Cuándo será eso? Por ejemplo, aquí en el barrio hacen una “limpieza” y ¿quiénes son los que caen? Los niños, los jóvenes afro. 

Rosa: Doña Celia lo dijo, tiene que creer que sí hay un racismo, y cuando lo crean, ahí sí de pronto, de resto no, porque nosotros podemos hacer muchos talleres, pero si usted no cree que hay un racismo, entonces usted cree que uno va hablando bobadas, que está loca. Hay que creerlo, nosotros somos seres humanos. Si usted se corta le va a salir sangre roja, si yo me corto me va a salir sangre roja, lo único que nos cambia es la melanina porque ni siquiera es un color, es la melanina, yo tengo mas que usted, eso es todo, somos seres humanos, merecemos el mismo respeto. Mis derechos empiezan donde terminan los suyos [y viceversa], después de que tengamos esa conciencia todo mejora. Además, que no nos vean como un objeto sexual, que no nos vean como los negros atletas, como los negros futbolistas, que nos vean como unos seres humanos normales, con sus capacidades normales, todos tenemos las mismas capacidades. 

 

¿Qué viene en esta lucha contra el racismo? 

Rosa: Yo siempre digo que quiero llegar muy lejos, porque el pensamiento que nosotras tenemos es que esta fundación sea grande, tener un espacio muy grande, un espacio propio, donde puedan haber 200, 300 chicos con garantías, que esos chicos tengan su espacio, que de esta fundación puedan salir los chicos a las universidades a ser grandes profesionales, que si algún familiar llega, alguna persona negra llega en condición de desplazamiento, no le vamos a dar todo, pero que al menos podamos garantizarle un mes, darle la mano a esa persona durante un mes con garantías y ayudarla a ubicar en un buen sitio, poder decirle: usted va a buscar trabajo acá, usted puede ir a denunciar acá… Tener esa orientación, esa formación para esa gente, ese es mi sueño. Yo sé que algún día va a pasar porque es algo muy bonito, es algo que Dios está viendo desde arriba, que queremos hacer cosas por nuestra comunidad y que somos pocos los que queremos hacer esto, pero los hay y sí se puede. Muchas veces uno dice que no hay gente que apoye los procesos, pero sí hay.

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Si desea contactar a Rosa y a Celia para apoyar sus proyectos o hacer parte de ellos, puede escribir a fundacionfucispac@gmail.com o al (+57) 312 4386619.​

 

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