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“Lo que produce los feminicidios es que pienses que la esposa o la novia te pertenece”: Nancy Prada

Con cinco títulos universitarios encima, un par de libros publicados y una hija en la universidad, esta mujer hizo parte de la comisión que representó a la comunidad LGBTI en La Habana, fue la voz detrás del popular blog El sexo de Sofía y hoy es la coordinadora del Enfoque de Género en el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). 

Nicolás Rodríguez Sanabria

Es dulce en sus maneras, risueña en las buenas y en las malas: ríe cuando recuerda la irreverencia ante las monjas de su colegio o cuando se burla de sí misma y dice: “yo me hice lesbiana después de vieja”. Se ríe también de los años que, como muchas otras mujeres, lleva peleando una demanda por alimentos. “Y eso que tengo una abogada feminista en el proceso… ¿y las qué no tienen? ¡No hay manera de que eso salga!”.

Su pelo rosado seguro infartaría a las religiosas del colegio en que estudió y del que no se hubiera podido graduar si no fuera tan pila: fue el segundo mejor ICFES y las hermanas no tuvieron de otra que entregarle el diploma. “Estudié en las Bethlemitas y empecé a tener problemas por una tontería: la apariencia”. A su gusto por la academia le ha sumado títulos en filosofía, estudios culturales, estudios de género y, más recientemente, literatura, disciplina a la que quiere dedicarse pronto.

Se le siente la indignación cuando me cuenta de las historias de violencia que le ha tocado escuchar. Casi siempre lleva las botas puestas, lista para dar pelea en cualquier momento. Nancy Prada jamás aceptó imposición alguna. De niña veía con suspicacia las expectativas que tenía su familia de ella como mujer y le era obvio el trato diferente que recibía su hermano. Quiso embarazarse a los 18 años y un año después lo logró: “En ese momento no era consciente, pero creo que eso tuvo que ver con un deseo de salir de la casa, más una falta de imaginación de cómo hacerlo. Sencillamente me hubiera podido ir, pero mi manera de salir fue irme a conformar otra familia. Las mujeres salían de su casa casadas y con hijos, no cabía otra en mi imaginación”.

Cuando nos paramos de la mesa (dos colillas achicharradas contra el cenicero), Nancy prende su tercer cigarrillo y ríe una vez más: “Yo había dejado de fumar”, me dice, “pero no aguanté más con unas de esas historias de violencia de las que te contaba”.

 

¿Cómo se despertó tu interés por los temas de género?

Siempre he tenido una curiosidad enorme por temas de sexualidad, tal vez en buena medida por mi familia tan conservadora, donde todo estuvo tan oculto. Tan difícil era hablar de eso que creo que se me generó una enorme curiosidad.

Lo que a mí me interesa en el comienzo son las sexualidades no normativas, el mundo swinger, la movida BDSM en Bogotá. Pero pronto me di cuenta de que no significa lo mismo estar en ese mundo siendo una mujer que siendo un hombre. Mirando en retrospectiva, pienso que yo tenía ya una ética feminista pero no la nombraba así. Realmente me encuentro con el feminismo por una materia de la especialización y me engancho porque ya había tenido oportunidad de ver en mi vida y en el mundo de la sexualidad las diferencias de género. Creo que eso nos pasa a muchas: “¡Claro!, esto es lo que me pasa, este es el nombre de lo que yo estaba buscando”. 

 

Hace unos años escribiste una crítica al XII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (EFLAC) en la que mostrabas las diferencias que existen dentro del feminismo. ¿Cómo ves el feminismo en Colombia?

El feminismo lo entiendo por lo menos como tres cosas: una ética, un movimiento social y una teoría política. En esos tres sentidos me parece súper potente, no para transformar la vida de las mujeres, sino para transformar a la sociedad. Hay muchas posturas feministas, pero yo creo en la que trabaja por vencer los distintos sistemas de opresión, que están entrecruzados; o sea que no puede ser que uno esté a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, y ser racista.

Lo que pasó en ese encuentro fue que se consiguió mucho dinero con la burocracia y el “lobismo”, y se malgastó: no hubo becas, no hubo tarifas diferenciales para estudiantes, para gente de diferentes ciudades. Era todo un lujo: cuadernos lujosos, esferos lujosos, el super hotel, ¿cuál era el interés detrás de eso? Nosotras hicimos un activismo, nos trataron súper mal y quedé peleada con alguna gente.

Hoy me arrepiento un poco de la manera en cómo enfrenté esa pelea, porque lo que ocurrió ahí fue un rompimiento. La historia de este país es la historia de los rompimientos. ¿De verdad no podemos acercarnos? Sí, yo tengo una crítica muy seria frente a eso, pero ¿la manera es romper? Siempre está pasando, no solo en el feminismo sino en general en los movimientos sociales. 

 

¿Ves posible una reconciliación?

Yo creo que es posible. Si se puede sentar el gobierno a hablar con las FARC, ¿por qué no podemos sentarnos a hablar nosotras que tenemos muchas menos diferencias? Una de las cosas grandes que le ha dejado la guerra a este país es la limitación y la eliminación de la posibilidad del disenso. Si no estamos de acuerdo entonces no nos hablamos o peleamos o nos matamos. No sabemos acercarnos. Tenemos eso como colombianos muy adentro. Y mientras nos peleamos entre nosotras ahí está el enfoque de género saliendo de los acuerdos de paz. Les hacemos un favor. La reconciliación es posible, lo que pasa es que la veo lejos. 

 

Tienes un interés muy fuerte por la concepción que tenemos del amor, ¿ves una conexión entre esta y la violencia contra mujeres? 

En la genealogía occidental, la primera ola del feminismo fueron los derechos civiles: las sufragistas. Cuando la participación política se consigue, la segunda ola —que arranca un poco en el año 1949 con El segundo sexo de Simone de Beauvoir— va a decir: bueno, pero lo personal también es político. Uno de los daños enormes es que todavía se intenta jalar hacia el lado de “lo que pasa en las casas es asunto privado”. Es precisamente en el ámbito privado donde ocurre la gran mayoría de violencias, la llevan a cabo papás, hermanos, tíos.

Es interesante ver la respuesta de muchos hombres frente a la violencia sexual a sus mujeres cercanas. Por ejemplo: violan a tu hija y la primera reacción no es cuidarla, es decir “voy a salir a matar a ese hijueputa”. La niña esta destruyéndose y no te vuelcas sobre su cuidado sino a la venganza porque “me dañaron una cosa que es mía”. En el marco del conflicto armado se ve un montón. También la violencia sexual opera como un dispositivo para mandar mensajes: quiero atacarte a ti entonces ataco tus cosas, violo a tu mujer, me cojo a tus hijas. El cuerpo de las mujeres se vuelve un instrumento de diálogo entre varones.

No hay que ir muy lejos para ver que el amor romántico dicta la monogamia, la exclusividad, y si esa norma se rompe yo tengo derecho a reclamar lo que me pertenece. Cuando la mujer se aparta de ti reaccionas agrediéndola o matando al otro, reaccionas como quien le han robado una cosa que es suya. 

 

Hablas también de micro-machismos, estas formas sutiles de machismo que ocurren en la vida personal. ¿Hay una causalidad entre estos y la violencia directa? 

Cada vez es menos aceptable decir: “Si yo veo a mi novia con alguien, voy y le reviento la cara”. Uno ya no lo cree pero antes era así: “Para tener una buena esposa hay que pegarle de vez en cuando”. Esas cosas sucedían hace no demasiados años y era perfectamente natural. Cada vez está menos naturalizado y, como aparece esa incorrección política, el machismo se ha sofisticado. Ya no voy y te golpeo, pero no te doy plata, te encierro de alguna manera, te vigilo. En el fondo es la misma sensación de “me perteneces” pero dentro de lo que puedes hacer.

Mi gran temor con la salida del enfoque de género de los acuerdos es que se manda un mensaje que legitima la posición de los violentos y de los machistas. Es lo que está pasando con la victoria de Trump en Estados Unidos: no se había posesionado y ya los actos racistas se dispararon. Aquí [en Colombia] empezó con las marchas cristianas, con las cartillas. Las comunidades LGBT con las que trabajamos empezaron a llamarnos: “Aquí la violencia se está alborotando”. Los homofóbicos se sienten en el lugar de la razón: “Ah, claro, los cristianos, las marchas, podemos agredirte”.

Hay una línea causal: yo ejerzo violencia simbólica sobre ti, te estoy diciendo todo el tiempo “¡ay!, tú para qué estudias si eres tonta, quédate en la casa”, todo en tono de chiste. Pero se amplían las posibilidades y de ahí fácil paso al empujón, y de ahí al golpe, y de ahí a la violencia sexual y al asesinato. Lo que produce los feminicidios es que tú pienses que la esposa tuya o la novia tuya te pertenece de alguna manera. “Ah, no, sí, pero yo sería incapaz de golpearla”. Pero sigues pensando que te pertenece. Si piensas así, no puedes sentirte inocente. En el fondo, la lógica es la misma. 

 

En tu trabajo habrás tenido que escuchar miles de relatos muy violentos. ¿Cómo haces para enfrentarlos?

Hace cuatro años trabajo con el tema del conflicto armado y ahí sí las historias son el culmen, peores que una película de terror. Nadie que haga cine se le ha ocurrido esa cosa tan macabra y está pasando. Y no hay que llegar a ese punto para ver la cotidianidad de la violencia, por ejemplo la sexual, en la vida de las mujeres.

Todas mis amigas han tenido episodios de violencia sexual. Todas. Yo también; y no hablamos de eso. Claro, no somos la mujer víctima de paramilitares en el hecho atroz. Pero el tío manoseador, el primo que se metió a la cama un día a la fuerza. Trasciende las clases sociales, los escenarios, trasciende todo. No conozco, al día de hoy, una sola mujer que no tenga una historia, así sea de un manoseo.

¿Y cómo hace uno para vivir con esas historias? Hay personas que pueden enfrentase a esto y otras que no. Las capacidades de resiliencia, de separar las historias… algunas personas las tenemos y otras no. Otras se quiebran mucho más fácil. Se necesitan unas habilidades personales para poder mantenerte durante años escuchando las historias de dolor y tener una vida más o menos funcional.

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Quienes trabajamos en esto buscamos ayuda, pero se resuelve a nivel personal: tú, tu psiquiatra; tú, tu terapia; tú, el yagé. Porque sí te raya la cabeza. Ejemplo: el hipercontrol que yo podría ejercer sobre mi hija. Entonces si son las doce de la noche y ella no me llama, yo imagino lo peor, ya pienso que está debajo de un puente descuartizada. Puede uno tender a eso. Muchas compañeras también me hablan de cómo su vida sexual se ve afectada. El conocer tantas historias de violencia es como: “No me toques, no tengo ganas de esto para nada”.

Yo lo he resuelto a mi manera. Es jodido porque el que yo haga este trabajo implica una sociedad dañada. Esto debería estar entre los riesgos profesionales, pero finalmente la solución es privada. Una de las cosas que nos salva es hacer círculos de conversación de mujeres, donde no hay ninguna experta pero sacamos, lloramos y descargamos ahí. Sin esos espacios sería muy complicado. Yo creo que no me puedo quedar en esto toda la vida, tengo que dar el salto a trabajar otros temas porque el daño que produce es enorme.   

 

¿El salto que quieres dar a la literatura tiene que ver con esto?

No es la única razón, pero en parte sí. Yo sí quisiera escribir sobre estos temas, lo que pasa es que quiero aprender primero. Creo que el lenguaje de las ciencias sociales no logra dar cuenta ni del 70% de la profundidad de las historias que escuchas. Es el informe, la descripción, pero para lo que te cuentan las mujeres del dolor profundo que sintieron se necesitan otros lenguajes. Yo creo que la literatura sí podría lograr lo que las ciencias sociales no. 

 

¿Cómo te parece que se debería manejar la violencia de género en los medios? 

Cuando sucede un feminicidio el reportero va y le pregunta al vecino y al señor de la tienda. ¿Cuáles son las fuentes? Habla con la abogada feminista, habla con gente que conoce sobre estos temas. Pero hay unos límites de lo que pueden hacer los periodistas frente a los dueños de los medios que privilegian sus intereses, qué se publica y qué no. El caso de ahorita, el de Yuliana: ese sí sale [en los medios] pero otros no. A mí me impresionó mucho lo que dijo el director de Medicina Legal, la cifra era como 18 mil casos como este al año. 

 

El caso de Yuliana ha causado más escándalo que debate, pero también llama la atención sobre una problemática. ¿Cómo ves este conflicto?

No creo que realmente logren llamar la atención. Ahora estamos aquí y hace unos años estábamos con Rosa Elvira Cely. En ese momento también salieron un montón de cifras y nos escandalizamos momentáneamente y rápidamente lo olvidamos. Es tenaz decirlo, pero creo que, como en este país pasan cosas tan atroces todos los días, es un método de supervivencia. Porque si te hundes con Rosa Elvira, no llegas hasta hoy. No estoy tan segura de ese planteamiento: que casos como este logran que como sociedad nos conmovamos y hagamos algo. No porque seamos unos indolentes o malas personas, sino que este contexto hace que para sobrevivir necesites naturalizar muchas formas de violencia. El trabajo sí creo que está en desnaturalizarla, en que no podamos irnos a almorzar tranquilos con esto. Pero no, nuestra vida continúa. Todas nuestras vidas continúan.  

 

La discusión sobre el enfoque de género en los acuerdos de paz giró especialmente entorno a la comunidad LGBT, pero ¿crees que también había un miedo al cambio de rol de la mujer?

El esfuerzo se ha hecho en hacer entender que no es el tema de las mujeres y el tema LGBT, no es tema de género y tema de orientación sexual, sino que es el mismo tema. Hacia allá iba el primer acuerdo porque entendía que enfoque de género implicaba ambas cosas. Una pérdida enorme en este nuevo acuerdo es que lo define explícitamente como las relaciones entre hombres y mujeres, se quedó en la identidad binaria, no entiende que haya otras identidades y desconoció el tema de orientación sexual.

El texto como quedó reconoce que las mujeres han tenido un impacto desproporcionado y necesitan medidas diferenciales, pero vale la pena preguntarse cuáles mujeres. ¿Las mujeres lesbianas no son mujeres?, ¿las trans?, ¿las trabajadoras sexuales? Lo que cabe pensar es que son las mujeres de bien, la víctima ideal: la campesina, madre, heterosexual, mestiza. 

 

Una de las tareas del CDMH es contestar cómo y qué recuerdan los hombres y las mujeres. ¿En qué difieren y qué nos dice esto?

A veces no me gusta decir eso porque de esa información se pasa rápidamente a una cosa que hemos estado tratando de eliminar por muchos años: que existe una configuración genética de lo que es ser hombre o mujer, que en tus genes está marcada tu feminidad y tu masculinidad. Y no, la respuesta es que eso se construye en la socialización. Sí es cierto que hombres y mujeres recordamos de manera distinta pero no porque tengamos una configuración distinta, sino que tenemos unas historias y una socialización distinta.

Muchas mujeres han estado relegadas a los espacios privados: en la crianza de los hijos, el sostenimiento de la casa. Dado ese vínculo cotidiano recuerdan ciertas cosas. En una masacre los hombres hablan de lo público: “Estos eran los guerrilleros que estaban en tal parte, llegaron e hicieron esto”. Las mujeres dicen: “Ese día yo no le había dado desayuno a los niños, nos tocó salir y la cobijita y lo otro”. Es el mismo evento, pero recuerdan otras cosas por la relación que tienen con lo privado y lo público, no porque tengan ciertos genes. 

 

¿Eres optimista con respecto al postconflicto?

Yo le apuesto a este acuerdo. Pensaba que el anterior era mucho mejor, pero este es mejor que nada y yo le sigo apostando. Me parece que está muy limitado a cesar el conflicto, que no es poco: miremos las cifras este año de la cantidad de muertes por conflicto armado que se disminuyeron, no es poca cosa. Pero había una esperanza de que hiciera más, de que tocara los temas estructurales que dieron origen a la guerra.

Un ejemplo: una de las cosas que da origen a la violencia sexual exacerbada contra las mujeres —que no digo que los hombres no sufran violencia sexual en el marco de la guerra, pero las cifras son escandalosamente más altas contra las mujeres— tiene que ver con la idea que se tiene socialmente de los cuerpos de las mujeres. La tortura por excelencia contra una mujer es violencia sexual, y eso tiene que ver con ¿tú qué piensas del cuerpo de la mujer?,  ¿qué tipo de sujeto piensas que es? Este acuerdo está en atender y reparar, pero dado que se quitan temas estructurales no hay garantías de no repetición. Esto puede volver a pasar.

Siempre decimos que la solución es la educación, pero te frenan cuando se intenta entrar en eso. La oposición que tiene el tema de la educación sexual en los colegios es enorme. Tal vez con el tema de las cartillas fue la vez que más cerca estuvimos de lograrlo. Y van a pasar unos buenos años antes de que el gobierno quiera meterse por ese lado.

Tampoco hay que ser tan pesimistas. Si miro mi situación y veo la de mi abuela, pues sí, en el largo plazo sí que ha habido cambios. Sesenta años adelante tal vez sucedan estos cambios que esperamos, lo que pasa es que uno no quiere morirse sin ver que algunas cosas cambien; no hay vocación de mártir en decir “yo entré con mi vida pero no veré que cambie”. Sí, una educación no son dos talleres, es todo un proceso largo. ¡Pero es que no nos dejan comenzar! El proceso va a ser largo pero sería un aliento si empezáramos.

No sé si soy optimista o pesimista, pero sé que hay que seguir intentándolo, el mayor favor que podríamos hacerles a esos sectores que quieren lo otro es renunciar, renunciar a jalar en esta dirección. No, yo no renuncio. Seguimos jalando. Se ve difícil, tu jalas pa’ allá, yo jalo pa’ acá, y lo peor que puedo hacer es soltar: ahí sí se va todo para el otro lado.

 

 

 

 

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