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Mr. Eternity: rayar las calles buscando una reflexión espiritual

Esta es la historia de un hombre que, al parecer, nació para ser un borracho, pero por azares de la vida terminó convirtiéndose en uno de los íconos culturales más sólidos de Sydney. Mr. Eternity escribió la misma palabra 50 veces al día durante 35 años.

Sebastián Aldana Romero

“Recuerdo que durante mi niñez vi escrita la palabra Eternity en casi todas las calles de Sydney, pero de un momento para otro ya no había ninguna. Tiempo después me contaron que el responsable había muerto. Nunca me voy a olvidar de la hermosa letra que tenía ese hombre”. 

                                                                                        Robyn Macabe, australiana de 65 años

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Una tarde, luego de salir de la iglesia central, Arthur Stace no pudo contener las lágrimas. Dios le había ordenando que hiciera algo. En su cabeza se sembró una palabra extraída de las líneas del sermón. Entonces, con un pedazo de tiza se dispuso a cumplir aquel dictamen del cielo. En la misma calle de aquel templo, sin saber leer o escribir, el hombre dejó marcada en una bella cursiva inglesa la palabra Eternity.

La homilía fue sobre un aparte del “Evangelio de Isaías” (57:15) titulado Los Ecos de la eternidad. El pastor John Ridley, quien dirigía el sermón, cambió su humor —pasivo, casi siempre— y vociferó alterado: “¡Eternidad, eternidad. Me gustaría poder gritar esa palabra a toda la gente en las calles de Sydney!”. 

“¡Eternidad! Me gustaría poder gritar esa palabra a toda la gente en las calles de Sydney”: John Ridley. 

“La palabra seguía resonando en mi cerebro al salir de la iglesia”, contó en alguna ocasión Arthur Stace.

A partir de aquel momento, como muestra de la fe que había depositado en dios, escribió esa palabra en cada calle de Sydney durante los siguientes 35 años; lo hizo 50 veces por día de forma anónima ya que, según sus declaraciones, no quiso ganar fama por esto. Con esa estricta rutina alcanzó a repetirla medio millón de veces.

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Foto: Grafitti Newtown

“Se decía que Mr. Eternity vivió en casas para indigentes y que en los años treinta dejó de ser alcohólico y se convirtió al cristianismo. Después de su muerte, también corrió el rumor de que había sido soldado en la Primera Guerra Mundial. Todos lo respetábamos. Sus firmas se podían ver desde Kings Cross hasta Oxford Street”, cuenta John Byrne, un australiano que hoy tiene 83 años.

Arthur Stace nació en Balmain, Sydney, en 1884, y el pronóstico de vida, por el alcoholismo de su padre, madre y hermanos, no pudo ser peor. Nació en una cuna plagada de criminales. Sus hermanos pasaron la mayor parte de sus vidas pagando condenas carcelarias y su padre, para colmo de males, lo golpeaba cuando se le venía en gana. Stace comenzó a recorrer las avenidas del alcohol a los 12 y su primer arresto fue a los 15 años.

Arthur Stace nació en una cuna plagada de criminales. Sus hermanos pasaron la mayor parte de sus vidas pagando condenas carcelarias y su padre lo golpeaba cuando se le venía en gana. 

Era un tipo escuálido y demacrado. Medía 1.60 y, aunque pesaba menos de 45 kilos, se sometió a duros trabajos en una mina de carbón. Luego se fue a Francia como camillero durante la Primera Guerra Mundial y regresó con ceguera en uno de sus ojos.

Antes de aquel episodio en la iglesia que lo convirtió en un abnegado "grafitero" australiano, sus únicas labores eran emborracharse y pedir plata en las calles, y aunque asistió a varios centros siquiátricos no lograba dejar la bebida. Faltó muy poco para que una orden judicial lo dejara clavado de por vida en una clínica mental.

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Homenaje de un grafitero australiano. Foto: Newtown Grafitti

Fue hasta 1930 que cambió la bebida por el sermón. Acompañado de 300 habitantes de la calle aceptó escuchar hora y media de misa a cambio de té y pasteles. Cuando tenía 46 Stace volvió al templo, empezó a trabajar en la beneficencia y predicó en varias iglesias de la ciudad. Se casó a los 57 y dos años después empezó a escribir la palabra eternidad.

El hombre se despertaba a las cuatro de la mañana, oraba y salía a rayar las calles. Incluso visitó Melbourne, a 1600 kilómetros de Sydney, para dejar su sello. Siempre se vistió con un dejo elegante: corbata, traje y sombrero.

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Réplica en aluminio ubicada en Town Hall Square, Sydney. Foto: Sardaka

Durante un tiempo cambió el Eternity por “Obedece a Dios”, “Dios o pecado” y “Dios primero”, pero decidió volver a la primera porque creía tener un mensaje más directo: “Hace que la gente se pare y piense”, aseguró.

“Sé que hay una ley que prohíbe manchar las aceras, pero yo tengo una autoridad que proviene de un estamento mayor”, afirmó cuando se vio en problemas con la autoridad.

“Sé que hay una ley que prohíbe manchar las aceras, pero yo tengo una autoridad que proviene de un estamento mayor”: Stace. 

En 1956, el pastor de la parroquia a la que asistía descubrió que era él quien estaba detrás de los mensajes callejeros y, después de la denuncia, el Sydney Sunday Telegraph publicó una entrevista que fue transmitida por radio en el 64.

Aunque Stace falleció en 1967, su legado visual se ha visto reflejado en obras literarias y audiovisuales del siglo pasado.

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Foto: Sardaka

“Para el nuevo milenio, un gran letrero que decía Eternity se apostó en el Sydney Harbour Bridge. Este homenaje lo realizaron una vez más en la inauguración de los Juegos Olímpicos del 2000”, cuenta Patricia Byrne, australiana de 66 años, con un aire nostálgico.

La mayor parte de este artículo se basa en el capítulo que dedicó el periodista australiano Keith Dunstan a Mr. Eternity en su libro Ratbags (1979). 

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