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Ilustración de Burdo.666

La vida de Beatriz Quintero es también una breve historia del feminismo en Colombia

Ad portas de su retiro de la Red Nacional de Mujeres, una organización fundada tras la constituyente de 1991 y la que actualmente dirige, esta activista nos contó su vida atravesada por una lucha inagotable por los derechos y la participación de las mujeres en el país. En el marco del 25N y de un paro nacional que se mantiene, publicamos este perfil de Beatriz Quintero para conocer mejor los caminos que ha tenido que abrirse a codazos una lucha necesaria que cada día toma más fuerza en el mundo.

Julián Guerrero / @elfabety

Cuando entró el profesor de Geometría al salón, se sorprendió por la presencia femenina. Había tres mujeres esperando para recibir la clase en la escuela de Minas de la Universidad Nacional. Sin siquiera ruborizarse, sin un atisbo de responsabilidad en sus palabras, el hombre dijo: “Qué cantidad de mujeres. ¿Será que vienen a conseguir marido a la escuela de minas?”. Beatriz Quintero —actual directora de la Red Nacional de Mujeres, feminista y activista por los derechos y la participación de las mujeres—, que en ese entonces apenas tenía 16 años y todavía no tenía claro si iba a casarse o no, sintió pena ajena a causa de las palabras desafortunadas que había soltado el tipo. No obstante en esa época sí tenía algo muy claro, Beatriz quería ser una mujer independiente, una mujer muy importante: “Todas esas cosas que una piensa y sueña cuando es chiquita”. 

Nacida en Medellín en 1952, en una familia de diez hijos (ocho mujeres y dos hombres) con un padre muy trabajador y responsable, Beatriz creció en un entorno amoroso donde la independencia fue la principal herencia familiar —a pesar de relaciones tradicionales, que enmarcan diferencias y discriminaciones, como ella misma dice—. Su confesión de ateísmo y su prematura emancipación del hogar fueron episodios que en esa época no fueron bien recibidos, sin embargo no representaron ningún tipo de traumatizmo familiar ni significaron el fin de la relación con ellos. 

La década en que nació Beatriz fue uno de los momentos más extraños del país y un hito en la historia de las mujeres en Colombia. En 1957, durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), las mujeres pudieron ejercer por primera vez el derecho al voto, una lucha que se había librado tiempo atrás. Relegadas al papel de amas de casa y madres, las mujeres colombianas comenzaron a ganar terreno en la participación política en 1932, cuando se reconoció la igualdad en el campo de los derechos civiles gracias  a la ley 28. En 1945 el Congreso de la República formuló una reforma a la Constitución con la que las mujeres lograron reconocimiento de derechos ciudadanos e igualdad con los hombres mayores de 21 años. Sin embargo, en 1947, el proyecto de ley que formulaba el sufragio de las mujeres fue archivado con la excusa de que había temas más urgentes a tratar.

No fue sino hasta el estado represivo de Rojas Pinilla (en el que paradógicamente también tuvieron lugar acciones democráticas como el voto de la mujer) cuando se promovió la reforma constitucional que concedía el derecho al voto femenino y con este, también, la posibilidad de ser elegidas. El derecho a una cédula de ciudadanía (que inauguró Carola Correa de Rojas Pinilla, esposa del general), fue el primer paso en el camino de las mujeres hacia la participación política en el país. Aunque las mujeres ya ocupaban cargos públicos de alto nivel, cuando nacio Beatriz, en el 52, la lucha por el sufragio seguía y ella misma vería, en su infancia,  a su madre votar por primera vez, con el dedo untado con una  tinta roja. 

Así como entró al colegio a una edad corta —cinco años en primero de primaria era una edad poco frecuente para la época—, asimismo llegó a la universidad a los 16 años. Como era buena en matemáticas, estudió ingeniería en la escuela de minas de la Universidad Nacional en Medellín, donde, como se fue enterando luego, el espacio y la carrera estaban pensados únicamente para los hombres. “Cuando yo entré —recuerda Quintero— no había baño para mujeres en la universidad y usábamos el baño de las secretarias. Alguna vez que preguntamos [el porqué de esta situación], nos dijeron que pensaban que nunca iban a entrar estudiantes mujeres en ingeniería”.

Fue en la universidad cuando Beatriz, a causa de estas inequidades y su cercanía (y posterior desencanto) con la izquierda, comenzó a acercarse al feminismo, un concepto que la rondaba de cerca desde hacía mucho tiempo, aunque aún no conocía. Los años setenta en Colombia fueron una época convulsionada, llena de huelgas y paros que tenían por protagonistas, entre muchos otros, al movimiento estudiantil. 

En el colegio Beatriz conocía los conceptos más básicos: existían liberales y conservadores. Sin embargo, cuando entró en la Universidad Nacional comenzó a entender mejor a la izquierda y al movimiento estudiantil. Con ingenuidad, cuenta, fue acercándose a los trotskistas y a los maoístas, entre otras divisiones de la época. “Ahora me da un poquito de risa —aclara— porque eran unas divisiones que eran aparentemente muy fuertes, pero sin ningún contexto en el país. Los maoístas y los trotskistas se odiaban profundamente. Los unos hablaban de lucha armada, los otros no. Unos hablaban de que la clase obrera era la más importante, los otros decían que los campesinos. Todo era traído de afuera”. Las discusiones de la izquierda fueron agotando poco a poco a Beatriz, quien a la luz de hoy se da cuenta de que esto sucedió porque era una cosa solo de hombres. Un día, por casualidad, se topó con el Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir. “Me dije: Esto me toca más. Empecé a sentir que esta lucha de las mujeres me tocaba más”.

Lo que siguió fue la búsqueda de grupos de mujeres en Medellín. El primero que encontró fue la Unión de ciudadanas de Colombia, un grupo de señoras liberales herederas de las sufragistas que, aunque estaban bien, le pareció demasiado institucional y demasiado señorial. Su búsqueda la llevó a dar con otras mujeres jóvenes con inquietudes similares con las que comenzó a leer y a charlar. Entonces conoció el concepto de feminismo, así como el de grupos de autoconciencia, una experiencia de mujeres gringas y europeas en la que las mujeres se reunían a charlar sobre relaciones sexuales, las violencias , la primera menstruación o el placer. 

Beatriz y sus amigas, claro, decidieron organizar un grupo de autoconciencia. Para esa época se publicó un libro —solo en inglés y que para conseguirlo tuvieron que mover cielo y tierra — llamado Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas editado por la organización estadounidense Our Bodies Ourselves. “lo tradujimos y lo leíamos entre todas —explica Beatriz—. Teníamos uno como pa’ diez, pero nos lo prestábamos. Yo todavía lo tengo”. Al mismo tiempo conocieron el informe Hite, un estudio de la sexualidad femenina escrito por la sexóloga Shere Hite. “Yo estoy segura —agrega— que mi mamá no habló nunca esto con amigas. Nosotras en cambio ya conversábamos de todo con las amigas y eso fue ya un descubrimiento”.

Ese fue justamente el tiempo en que Beatriz Quintero comenzó su vida como activista. En los setenta hicieron una movilización en contra de los reinados de belleza con el argumento de que las mujeres desfilaban como si fueran ganado. “Me acuerdo mucho que un señor se me acercó y me dijo: Pero señorita, usted no es tan fea, ¿por qué marcha contra los reinados de belleza? Y yo como que no entendía, le expliqué que en los reinados tratan a las mujeres como ganado. Lo hice con una ingenuidad política que es muy interesante ver después de todo este proceso”, dice entre risas. 

Beatriz recuerda que movilizaciones de mujeres había pocas y no eran muy concurridas, apenas treinta o cuarenta mujeres salían a ocupar el espacio público en esas ocasiones y la mayoría de veces eran vistas con ojo desaprobador. “Estás loca de verdad”, le decían su mamá y hermanas. A los 18 años Beatriz ya vivía fuera de casa. Sin casarse se fue a compartir espacio con un médico seis años mayor que ella, con quien comenzó una vida intelectual más activa, según ella explica. En ese entonces fundó con un grupo de amigas el Colectivo de los lunes, un grupo feminista que se reunía al inicio de cada semana para leer y compartir textos y artículos de teoría, más europea que gringa.

El trabajo del colectivo de los lunes derivó en un activismo más consciente y dinámico. En 1979, Beatriz y unas amigas organizaron el primer encuentro feminista que tuvo lugar en Colombia, el cual se desarrolló en Medellín. A través de cartas y llamadas telefónicas contactaron feministas de Cali, Barranquilla y Bogotá. Buscaron un lugar para la reunión, contando con que solo llegarían treinta personas. Sin embargo, cuando llegó el día de la reunión, tuvieron que recibir a más de setenta mujeres. “Estábamos encartadas buscando esa noche dónde acomodar a todas estas mujeres que habían llegado. A treinta las acomodábamos muy fácil, pero cuando vimos que eran tantas, nos pusimos a buscar colchones por todo Medellín”.

Gracias a esa reunión se toparon con otros grupos de Medellín que no conocían, pero que también llevaban a cabo procesos en temas de género y mujeres. Y a partir de ese contacto se relacionaron también con grupos y líderes homosexuales, entre estos León Zuleta, líder del primer movimiento gay en Colombia, asesinado en 1993, y con quien entabló amistad hasta su muerte. 

(Lea también Un marica peligroso: una charla con Manuel Velandia, pionero del activismo gay en Colombia)

Este encuentro llevado a cabo en la capital paisa fue la antesala del Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe que se llevó a cabo en 1981 en Bogotá y al que Beatriz y sus amigas llegaron a tejer redes más grandes. “Una cree que es feminista sola y empieza a ver que no, que hay mucha más gente haciendo cosas”. Su trabajo como ingeniera la trae constantemente a Bogotá, donde conoce también otros colectivos y procesos, entre estos el Colectivo de mujeres de Bogotá, y comienza a entender mejor cómo se da el feminismo en el país. 

“En ese entonces el feminismo era muy de autoconciencia, sin instituciones, de colectivos. Era muy de querer transformar el mundo pero por fuera del Estado. El Estado no existía realmente, el Estado era para destruir. Hoy  creo que hay momentos en que el estado se necesita, porque si no, no tenemos escuelas, hospitales, energía. Ya ahora tengo una visión más pragmática, porque ya entiendo qué es el Estado. Pero antes pensábamos que el Estado es la represión y vigilar y castigar no más”, cuenta Beatriz, y agrega que, para ese entonces, el feminismo era bastante anarquista y libertario, algo que no solo ocurría en Colombia, sino también en otras partes del mundo. Violencias y aborto eran los temas que inundaban en ese entonces la agenda de las feministas que habían relegado un poco el tema de la participación. “La relación del Estado con los movimientos sociales se inicia con la constituyente —continúa—. Por eso es tan importante. Porque con la constituyente el Estado dice: Yo soy capaz de conversar con esa sociedad civil y negociar, de transformarme para enriquecernos mutuamente en esa negociación. Ahí hay un quiebre, porque se admitió que el Estado se puede transformar”.

Con la constituyente se empieza a hablar de derechos, ya no de beneficiarios o usuarios. Las palabras ciudadano y ciudadana aparecen también y las luchas estudiantiles, homosexuales y feministas encuentran un lugar en el ejercicio de la ley. Durante la preconstituyente y la constituyente los grupos de mujeres trabajaron en dos frentes: el primero consistía en construir mensajes que estuvieran en la constituyente; el segundo, que una feminista quedara elegida en la constituyente. Y aunque quedaron mujeres, no lograron que quedara al menos una feminista. 

En ese momento, cuenta Beatriz, hubo una discusión entre las feministas pues, a pesar de que la mayoría pertenecía a la izquierda, otras no estaban vinculadas a partidos de izquierda. Esto generó una tensión entre ambos grupos. Mientras unas reclamaban la autonomía del movimiento feminista, las otras afirmaban que debían apoyar dichas luchas y grupos. “De alguna manera decían, y aun lo dicen algunas, es primero la lucha social —explica Beatriz—, la lucha de clases, y después la lucha feminista. Dicen que solamente vamos a tener derechos e igualdad cuando se alcance esa sociedad igualitaria de clases y ahí las mujeres podrán hacerlo. Nosotras obviamente dijimos no, eso no es cierto y tenemos ejemplos en Cuba, donde pasó eso y no cambió nada”. 

La discusión rompió el movimiento feminista de cara a la constituyente provocando que muchas mujeres feministas de izquierda se fueran con su candidato, mientras otras mantuvieron su posición de independencia. Los reclamos de las feministas para la constituyente fueron cuatro: 1) que se hablara en el preámbulo de una sociedad compuesta por  hombres y mujeres; 2) que se reconociera la violencia intrafamiliar como un delito; 3) que se comprometieran con una mayor participación  política de las mujeres en la toma de decisiones para esto era necesario acciones afirmativas para buscar la igualdad real; 4) que la constitución aceptara que las mujeres tenían derecho a la libre opción a la maternidad. De sus peticiones ganaron las tres primeras, la cuarta, sin embargo, la perdieron. Para Beatriz se trató de una lucha dura teniendo en cuenta que, para decidir sobre esta última se dio un acalorado debate que obligó al uso del voto secreto durante la constituyente. 

En el año 92, en medio de luchas, logros y derrotas, nació la Red Nacional de Mujeres, que tuvo por norte el que todos esos triunfos de la constituyente cambiaran la vida de las mujeres. Se iniciaron proceso de Planes de desarrollo local y regional, donde las mujeres participaron buscando que se cumpla lo pactado y la consolidación la organización de las mujeres, es una red que se dedica a la incidencia, construcción de ciudadanía entre las mujeres y a acabar con la brecha entre lo que está escrito y la vida real de las mujeres. 

La agudización del conflicto armado y el narcotráfico en los noventa obligaron a las colectivas de mujeres a apoyar una salida negociada al conflicto, un ejercicio que llevó a la red nacional a pensar la construcción de paz como una nueva línea de trabajo. Con la aparición de la resolución 1325 del Congreso de las Naciones Unidas y en la cual se dice que la construcción de paz es más sostenible y más sustentable si las mujeres participan, la red empezó a plantear la importancia de la participación de las mujeres en la construcción de paz y en la incidencia de estas en la resolución del conflicto armado que ha vivido Colombia por más de 60 años. 

“Mientras en los noventa se trataba de mejorar y aumentar las leyes, en este momento [puntual arranca] un trabajo distinto. Ya no es solo eso, sino que también se trata de negociar para que el Estado colombiano se comprometa a construir la paz donde las mujeres estén incluidas”. Junto a otras organizaciones, la Red logró que el Acuerdo de paz,  entre el gobierno colombiano y las FARC, tuviera un enfoque de género, una de las luchas más duras e importantes del proceso. La implementación normativa y en los territorios ha llevado a las mujeres que trabajan en la red (la mayoría jóvenes) a conocer los procesos que tienen lugar en otras partes del país donde la participación de las mujeres implica retos distintos. 

Ad portas de su retiro de la Red Nacional de Mujeres, esta feminista de mechón pintando y una actitud risueña y serena, trabaja en una modesta oficina cerca del Parque de los Hippies. Muchas cosas han cambiado desde sus primeros años en el activismo, sin embargo otras, como la terca lucha de la izquierda por poner al feminismo en un segundo plano o las dificultades que tiene una mujer para llegar a ocupar un alto cargo público, aún siguen existiendo.

(Pille también esta entrevista con otra feminista redura del país: Por un feminismo decolonial, antirracista y popular: una charla con Ochy Curiel)

Mientras realizo estas entrevistas y tengo encuentros con Beatriz, Claudia López aún no ha ganado la carrera por la alcaldía de Bogotá. Durante su campaña no solo se hizo evidente lo difícil que sigue siendo el trabajo político de una mujer, sino que las campañas de los otros candidatos demostraron el segundo lugar que las luchas feministas y todo lo que las atraviesa todavía ocupa en la política. Sino que lo digan Hollman Morris y Petro, que siguieron adelante a pesar de las denuncias por acoso en contra de Morris; o que lo diga Miguel Uribe, que explotó la imagen de su madre —una periodista secuestrada y asesinada a manos de una bala que aún no define dueño— para solidificar su campaña.

“El principal valor agregado que tiene Claudia para ser alcaldesa —dice Beatriz— es ser mujer y la principal barrera también es ser mujer. Estoy segura de que si ella fuera un señor tendría menos cosas para criticar. Le critican que es gritona, que es enfática, que es muy peleona, pues sí, esas son cosas muy aleatorias para una alcaldía. Yo creo que  elegir una mujer, sería muy importante simbólicamente para las niñas y niños colombianos”. 

Mientras hablamos de Claudia, recuerda una historia de Michel Bachelet, quien en una visita a un colegio durante su mandato presidencial, le preguntó a los niños y niñas qué querían ser cuando grandes. Los niños respondieron: Futbolista, aviador, bombero. Las niñas, por su parte, contestaron que querían ser presidentas. Cuando Bachelet preguntó por qué, le respondieron: Para ser presidenta hay que ser mujer, así como usted. “Lo que queremos es que las niñas vean esa imagen simbólica de mujeres en el poder, para que puedan imaginar que pueden ser presidentas, alcaldesas, ministras, directoras de orquesta, eso es una de las importancias simbólicas  de que una mujer ocupe la alcaldía”.

Sin embargo, para Beatriz la lucha no es ciega y no se trata solamente de que una mujer ocupe un cargo público alto, sino de que esa mujer también proponga  la agenda de las mujeres, una condición que no se cumple siempre y que genera tensión con otras mujeres que llegan al poder con la agenda diferente a la de las mujeres. 

Aunque Beatriz se retira de la dirección de la Red no se retira del activismo y mucho menos del feminismo. Asegura que en este momento hay una gran riqueza en el movimiento y las mujeres mayores de éste pueden darse por bien servidas por todo lo que han logrado. Según dice, han entregado una sociedad con un poco menos de desigualdad, de discriminación y ya hoy hay conceptos que políticamente no se pueden decir. Es políticamente incorrecto aplaudir la desigualdad, aplaudir la discriminación, aplaudir la violencia hacia las mujeres, asuntos que antes ni siquiera eran cuestionados.

“A veces las jóvenes creen que el mundo es así —dice Beatriz Quintero— y que no es producto de la lucha de otras hace veinte o cuarenta años, sino que es así. Eso preocupa, porque cuando uno cree que es fácil, se corre también el riesgo de perderlo fácilmente. Hay una obligación como feministas de entregar a las mujeres que vienen un mundo mejor. Tenemos que pensar que tenemos que seguir avanzando para que las chicas que nacen hoy puedan tener un mundo mejor todavía que el que tenemos nosotras La mejor manera es tener claro las luchas de las mujeres que nos precedieron.  Para  esas mujeres que nos precedieron solo tenemos reconocimiento y agradecimiento”. 

La vida de Beatriz es también un viaje por la lucha por los derechos y la igualdad de las mujeres en Colombia, una pelea que ha ganado grandes victorias, sufrido fuertes derrotas y que sigue dando la lucha por una sociedad más justa. “La sociedad no está caminando hacia una relación más tranquila entre todos, porque las mujeres han cambiado más que los hombres y es normal. ¿Uno cuándo cambia? Cuando está aburrido con lo que tiene. Los hombres están cómodos en esa sociedad con privilegios. Las mujeres son las que están en desventaja, por eso pelean. Los hombres se quedan en el mismo punto, si no se reacomodan o cambian, no vamos a lograr esos cambios que queremos, y esa sociedad comprometida con la igualdad y la no discriminación”.

 

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