Ud se encuentra aquí INICIO Historias La Coleccion De Munecas Barbie De Un Anticuario Bogotano

Más de 50 años coleccionando Barbies

Con más de 300 muñecas clásicas, un anticuario en el barrio El Nogal de Bogotá tiene una de las colecciones de Barbies más numerosas de Colombia. La propietaria de la tienda y su familia han dedicado gran parte de la vida a perseguir, de subasta en subasta, la gran creación de Mattel. El precio de algunas de estas reliquias de los años 60, 70, 80 y 90 supera los dos millones de pesos. 

Sebastián Aldana Romero

Sobre un mueble del salón principal hay 20 muñecas Barbie. Todas sonríen y exhiben sus labios coloridos y falsos. A la izquierda de ese estante de madera, un espejo de unos dos metros proyecta los reflejos de más y más muñecas: Barbie con su pinta de verano, con vestido de gala, con chaqueta de motociclista, en traje de baño, vestido de matrimonio, entre otras.  

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En el espejo también se ve reflejada Silvia Montañés, de 61 años. Es rubia y de ojos claros y está sentada en una silla de mimbre. Ella es la dueña de esta colección que ya supera los 300 ejemplares.

Hace 5 años Silvia descubrió una colección de muñecas Barbie que su mamá, Carolina Alzate, había escondido por más de cinco décadas. “De niña me hubiera muerto con solo verlas —dice Silvia, dueña del anticuario Érase una vez (Calle 82 #9-15), en donde permanece la colección—. Yo creo que le dio pena haber comprado tantas y por eso nunca las mostró.

El secreto mejor guardado de Carolina, con el que cualquier niña hubiera alucinado, estaba compuesto, entre otras piezas, por las ediciones —en muñeca— de las películas Mi bella dama, Lo que el viento se llevó, El mago de Oz, Blancanieves, Cenicienta y las Barbies de Marylin Monroe y Barbra Streisand.

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El Hombre de Hojalata, Dorothy y el Espantapájaros hacen parte del mundo Barbie. 

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Silvia cuenta con tres ediciones distintas de la Barbie Marylin Monroe.

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My Fair lady, una de las películas adaptadas por Mattel al estilo Barbie, contó con los actores Audrey Hepburn y Rex Harrison como protagonistas. 

Silvia le propuso a Carolina que expusiera la colección en Érase una vez. No había nada a la venta. Pero antes de seis meses, la exhibición, que atrajo aficionados y coleccionistas interesados en adquirir ediciones especiales de la línea de muñecas, mutó en una opción de negocio.

“¿A quién se le ocurriría algo así? —se pregunta Silvia—. Para eso uno va a Pepe Ganga y compra dos muñecas feas. Pero es que hay ediciones muy difíciles de conseguir, como por ejemplo la Barbie Masquerade”.

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Carolina, la madre de Silvia, murió en 2012 con poco más de 80 años. Sin embargo, desde el momento en que fue descubierto su máximo secreto, Silvia y sus hermanos viajaron con ella por distintos anticuarios de Estados Unidos en busca de más ejemplares.

“Mis dos hijos mellizos de 20 años, que eran chiquiticos en esa época (y jugaron con Barbies hasta que el papá dijo “no más muñecas para los niños”), le decían a mi mamá: “Abuelita, esa no la tienes” —cuenta Silvia—. Y en cuanto a mi papá, yo creo que él sabía todo desde el principio. Él le decía a mi mamá: “Mira, esta seguro no la tienes””.

La colección está compuesta por 221 muñecas, sin contar las que no se venden. Entre las ediciones que no están a la venta para los coleccionistas que llegan al anticuario, están las Barbies con las que Silvia jugó cuando era pequeña:

La primera Barbie, de 1959.

El primer Ken, de 1961.

El segundo modelo de Barbie, de 1961.

El primer vestido de novia.

Sus hermanas y amigas originales: Skeeper y Julia (una enfermera negra que Mattel fabricó con motivo del Apartheid).

 

 

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El 9 de marzo de 1959 nació Barbara Millicent Roberts, mejor conocida como Barbie.

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Apenas dos años después, Ken apareció. Barbara debía tener un novio.

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Todas las figuras que aparecen en la vitrina son las reliquias de Silvia, quien se molesta cuando alguien le pregunta por el precio de cada una. 

“Siempre preguntan por estas —admite Silvia—, pero yo se las muestro nomás. Conseguir una muñeca de estas, original, en caja, puede costar mucha plata. Nunca averiguaré cuánto y no me interesa”.

La más costosa, que es la misma Barbie Masquerade, tiene un valor de dos millones y medio de pesos. Por tal razón, Silvia también ofrece lo que ella llama “la muñeca de jugar”.

“Sobre todo las niñas pequeñas —dice Silvia—, vienen y escogen uno de los maniquís de aquel cajón y luego seleccionan alguno de los vestidos, que son originales de Mattel y salieron a la venta a mediados de los noventa”.

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A la 'muñeca de jugar' también se le denomina 'Barbie rosada'. 

En un principio Carolina Alzate, dueña original del anticuario, tenía otros tres establecimientos, hasta que decidió volcar todos sus esfuerzos a Érase una vez, lugar al que llegó la colección en 2010.

Este anticuario se especializa en colecciones, todas hechas con objetos que le llamaban la atención a Carolina, quien era decoradora de interiores de la Universidad Javeriana. “La excusa de mi mamá siempre fue que compraba las cosas para venderlas—confiesa Silvia—, pero en realidad muchas de esas cosas se quedaban un buen tiempo en nuestra casa”.

En el anticuario hay colecciones de cafeteras, de lecheras, de saleros, de azucareras, de juegos de té, de revistas de decoración y manualidades, de cristalería, de vinilos, de lencería, de muebles suizos, de comedores (muchos de los cuales alquila la producción de la serie de Netflix ‘Narcos’), etcétera.


Hace 5 años Silvia descubrió una colección de muñecas Barbie que su mamá, Carolina Alzate, había escondido por más de cinco décadas


“Mi mamá era coleccionista, no acumuladora —aclara Silvia—. Todo lo tenía muy bien. Incluso le gustaba coleccionar barajas de cartas y cajas de galletas. Las colecciones, en general, dan tema de esparcimiento mental”.

Aunque la antología de Barbies de los Montañés supera los 300 ejemplares, Silvia comenta que apenas tiene dos o tres maniquís de Ken. “Es que lo han cambiado muchísimo —afirma Silvia—. Ahora tiene que ser cuajadote y con six pack en el abdomen”.

Según dice, a las niñas que visitan el anticuario les parece “espantosa” la primera edición de Ken, la cual salió al mercado en 1961. Y es que a decir verdad no tiene nada que ver con los modelos contemporáneos. Este Ken tiene el aspecto de un adolescente gringo ñoño recién salido del colegio.

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Los compradores más asiduos de Érase una vez son hombres. “Tengo dos clientes muy buenos —comenta Silvia—, y en Armenia hay una señora que también tiene una muy buena colección”.

Hace un tiempo, entró al anticuario un joven que vio la colección de Barbies en el Salón de Ocio y la Fantasía (SOFA), en el cual Silvia tuvo un stand hace tres años. “El muchacho llegó preguntando por las versiones de Cleopatra y Atenea, pero me tocó decirle que esas ya se habían vendido hace mucho tiempo —recuerda Silvia—. Al final se llevó la Moulin Rouge.

Asimismo, los papás son otros potenciales compradores. Hacen cualquier cosa por darles gusto a sus hijas. En alguna ocasión, un hombre, alto y tatuado, con percha de motociclista, vio la edición de Harley Davidson y la compró de inmediato. “Quizás —dice Silvia— el motociclista no se fue del todo contento debido a que en la caja solo venía la muñeca, sin el Ken, que es verdaderamente difícil de encontrar. Tal vez se consiga en una subasta”.

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La colección es enteramente de los años noventa porque Silvia nunca jugó con el carro, la moto, el caballo, el perro y ese vasto mundo de accesorios que se le inventaron a la muñeca a principios del nuevo milenio. “En nuestra época no existía eso. Barbie tiene una familia, y en ese entonces lo que uno trataba era de completar ese árbol genealógico —sostiene Silvia—. Uno tenía maletines en los que llevaba las muñecas y sus respectivas prendas. Jugábamos a que las vestíamos, a que se casaban o se iban de viaje”. En los noventa, además, mujeres como Silvia, que ya tenían más de 30 años pero no querían desprenderse de la Barbie, preferían las muñecas decorativas.

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Sobre las críticas que permanentemente caen sobre la muñeca, a la cual culpan de la anorexia de las muchachitas y el deseo de tener curvas bien marcadas, Silvia opina que el desorden alimenticio es culpa de la formación que se recibe en la casa. “De Barbie se quejan y no se quejan —asegura Silvia—. En la vida nunca se nos ocurrió pensar, a la mayoría de nosotras, tener el cuerpo como el de Barbie. Jugábamos felices y ya. Sucedía lo mismo con una muñeca de trapo y no por eso querías tener cuerpo de trapo”.

Cuando esta visita al anticuario se acerca al final, el fotógrafo que me acompaña le dice a Silvia que quiere tomarle una foto a ella, a manera de retrato.

—Ay, carambas, yo que ni me arreglé hoy —dice la mujer—. Póngame como quiera. A ver, ¿qué hago?

—Sonría —pide el fotógrafo.

Silvia hace caso y detrás de ella todas las Barbies la acompañan, con sus labios arqueados de plástico, como siempre. 

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