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Ilustración de Burdo666

La academia chilena le abre las puertas al arte callejero

Dictado por la grafitera y académica chilena Bisy, el curso Arte Urbano y Territorio es una apuesta por pensar y repasar, desde las aulas, el peso histórico y social del arte callejero en un país donde, durante la dictadura, estuvo prohibido.

Julián Guerrero / @elfabety

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En Chile el arte callejero es un ejercicio con historia. Desde hace décadas el mural y el grafiti han sido acompañantes de la vida política del país y, al igual que el pueblo chileno, han tenido que soportar la opresión de un régimen militar y cultural que muchas veces ha restringido el ejercicio del arte urbano. Desde las brigadas muralistas con que los partidos políticos difundieron su campaña en la ciudad, pasando por la censura del régimen de Pinochet, por los logotipos del Si y el No y la consolidación de una comunidad hip hop en Chile, el arte urbano y las intervenciones callejeras han marcado generaciones desde el siglo pasado, convirtiéndose en una afirmación sobre un territorio golpeado por la violencia y el desasosiego por muchos años.

De ahí que este año la escritora de grafiti y académica Bisy haya trabajado por la apertura del curso Arte Urbano y Territorio en la Universidad Alberto Hurtado, en Santiago. Como bien aparece consignado en el programa de la clase, este curso (que además es el primero en ser dictado por una mujer en la academia chilena y que es una clase abierta para estudiantes de diferentes carreras) quiere <<contribuir a la observación y reflexión crítica de los estudiantes, en relación al espacio público y sus formas de apropiación simbólicas, analizando el arte urbano como uno de los fenómenos estético-políticos más importantes de la ciudad contemporánea>>.

“La clase nace de la necesidad de comunicar desde otros espacios la historia y la importancia que tiene la pintura callejera dentro del espacio público —dice Bisy— y poder también contribuir a que se transmita una información fidedigna desde espacios de educación más tradicionales donde la academia, lógicamente, cumple un rol muy importante. En el fondo es ahí donde se están educando los futuros profesionales del país y por tanto los que van a estar metidos en todos los temas que competen también a la ciudad”.

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Todo surgió el año pasado cuando Isidora Rivas (Bisy) participó en otro curso impartido en la Universidad de Chile y en el que se estudia el arte urbano desde la arquitectura. Sebastián Cuevas, profesor del curso y uno de los gestores de arte urbano más relevantes del país, la animó a dar el paso de abrir por fin un curso sobre este tema. Aunque Bisy ya lo venía pensando desde hacía tiempo, cuenta que sentía que la academia chilena no estaba lo suficientemente dispuesta para estudiar este tipo de manifestaciones y, por lo tanto, era reticente a hacer la propuesta. Sin embargo, animada por este espaldarazo, Bisy propuso el curso como optativa para varias carreras de la universidad y así comenzó la clase.

Y es que, a pesar del lugar que el arte callejero ha tenido dentro de la vida de los chilenos, éste no ha sido legitimado en todos los espacios de pensamiento y hasta ahora está dando sus primeros pasos dentro de la academia chilena. Aunque, como lo ha demostrado a lo largo de su historia, el grafiti y el mural no han necesitado ninguna validez por parte de las instituciones, lo cierto es que su entrada a las discusiones académicas (esta vez no como un tema, sino como el protagonista de una clase) demuestra la necesidad de la academia de no desatender este fenómeno y la importancia que supone que el arte urbano no sólo esté en galerías y salas de exhibición, sino en espacios donde se lo pueda pensar.

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Como cuenta Bisy, ella misma tuvo que viajar hasta el Brasil, a la Escuela de Ciencias Sociales de la Fundación Getulio Varga en Rio de Janeiro, para poder encontrar un espacio que legitimara su objeto de estudio (el grafiti), pues en su país natal pocos espacios de reflexión académica se le han permitido a este ejercicio. “Aquí en Chile la pintura callejera, el grafiti, el mural, son vistas como expresiones estéticas de la ciudad, pero se reduce su profundidad a algo meramente estético. Siento que falta observarlo y complejizarlo desde las diferentes aristas que tiene como uno de los movimientos más importantes de la contemporaneidad”, agrega.

Pese a que el mural ha acompañado la vida chilena desde principios del siglo pasado (1920 aproximadamente, señala Bisy) y el grafiti desde hace casi tres décadas, la academia en Chile no ha llegado a valorar la importancia del arte callejero en la historia del país ni la manera en que ha acompañado su devenir sociopolítico. Ejemplos como el de las Brigadas Muralistas (grupos organizados que intervenían los muros de la ciudad con mensajes, muchas veces políticos, y una gráfica llamativa) con las que las campañas de Eduardo Frei y Salvador Allende se disputaban las elecciones y la posterior higienización a la que Augusto Pinochet sometió el país a través de la prohibición del grafiti y las intervenciones callejeras, son antecedentes de una cultura hip hop que entrará al país a finales de siglo y que poco a poco se irá apropiando de nuevo de los muros usurpados por la dictadura. 

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Aunque, según cuenta, en la mayoría de los casos cuando se consulta a ciertos artistas sobre el objetivo de su pintura o su práctica en la calle, el discurso puede llegar a quedarse corto, para Bisy existen varios fundamentos ideológicos que justifican el arte callejero. Entre estos rescata la actitud rebelde de querer ocupar la ciudad y hacer uso libre de ese espacio que se dice público. Tomando el ejemplo de la pintura mural política en chile, Bisy cuenta que ésta nace también con “la intención de la comunidad de comunicación de masas desde espacios más democráticos que no estuvieran monopolizados por las figuras de poder”, razón por la cual se apropian de la calle como un medio de comunicación, de denuncia y manifestación. Un caso parecido ocurre con el muralismo que carga consigo mensajes concretos a la hora de su elaboración o el grafiti que tiene que tiene que ver con poder aparecer en la ciudad y dejar el nombre.

Sobre este punto, comenta Bisy que, aunque el grafiti termina pareciendo algo muy básico o primitivo, este ejercicio es, lógicamente, visceral, “pero tiene que ver con un sentido de poder tener y marcar un lugar dentro de esa ciudad que está súper normativizada y cuyos usos están limitados principalmente a los medios de poder o a los medios de consumo. Entonces no todo el mundo puede ocupar la ciudad, eso es más bien un discurso. La ciudad en lo práctico, en lo efectivo, es ocupada por algunos, por los que en el fondo pueden pagar por esa ocupación”. Agrega esta escritora de grafiti que en el caso chileno los espacios públicos han sido muy privatizados y que, más allá de los parques, son pocos los espacios públicos que quedan y que no se juegan en la compra y venta. “Creo que uno de los fundamentos tiene que ver con eso, hacer uso y abuso de esa ciudad”.

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La clase contempla distintas sesiones. Perspectiva histórica, género, derecho a la ciudad, conceptos y transformación social desde el arte callejero son las aristas desde las cuales se aborda este fenómeno. Además de las clases en terreno (en las que visitan los muros y que ayudan a comprender la manera en que el grafiti y el mural dialogan con la ciudad) la clase cuenta con sesiones expositivas con expertos de la escena chilena.

Otro de estos puntos centrales de la clase dictada por Bisy es la perspectiva de género, un enfoque urgente para el estudio del arte callejero y para las perspectivas de una comunidad aún tan machista como la comunidad hip hop. “El rol de las mujeres en la pintura callejera en Chile ha sido muy importante. De hecho, algunas de las primeras muralistas también fueron mujeres, antes de que incluso estuviera el muralismo político. En las brigadas políticas también participaban mujeres y en el caso del grafiti y del muralismo contemporáneo, la presencia de la mujer es muy fuerte”, dice. Agrega Bisy que si bien los espacios como festivales y exposiciones —y la mayoría de las vitrinas— son ocupados por hombres, en la calle sí es posible ver mucha presencia de artistas mujeres que resisten desde lo urbano y que, desde ahí, apoyan procesos.    

Así como el arte callejero llegó a las galerías, es necesario que entre también a los espacios de formación. Ahora que ya ha conseguido un lugar en las vitrinas, es necesario también reconocerlo en espacios en los que ha incidido siempre (a pesar de no haber sido legitimado), para poder obtener nuevas lecturas y perspectivas sobre una intervención que, a pesar del tiempo, no pierde su ejercicio contracultural. Como dice Bisy, es necesario que la calle comience a ser vista como un laboratorio gráfico, de disidencia y de libre expresión.

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De ahí que sea tan importante el estudio del arte callejero desde las universidades, pues permite pensar y problematizar un ejercicio que todavía resiste en medio de la privatización del espacio público. Así como ha sabido conquistar las calles de las ciudades chilenas, el arte callejero va avanzando en la conquista de los espacios de formación y validación de las prácticas, consiguiendo legitimidad en otros espacios, sino también tejiendo puentes y puntos de unión.

Como agrega Bisy, se trata de “avanzar en la legitimación y la valoración del grafiti y del arte urbano como manifestaciones que superan lo estético y que dialogan con la ciudad, que interpelan a la ciudadanía, que se apropian del espacio público y que por lo tanto se transforman en manifestaciones políticas, estético-políticas, porque están en el fondo levantándose desde la calle, desde el espacio público y por lo tanto reinventando también el derecho a la propiedad pública y privada y a la ciudad”. La apuesta de la academia chilena por el estudio del arte urbano es un espaldarazo para el resto de América Latina que ya no puede negar, de ninguna manera, la importancia que el arte callejero ha tenido en la historia de sus países.

 

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