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Ojos bien cerrados: una tarde haciendo cine (sin ver) con Spiros Stathoulopoulos

El director colombo-griego con producciones nominadas en el Festival de Cannes y el Festival de Cine de Berlín planeó un taller en el marco de CineAutopsia consistente en dirigir un corto con los ojos vendados. El protagonista de la producción, y que también participó como guionista, fue Jorge Colmenares, un amante del cine que perdió la vista a los dos años y medio.

Tomás Tello

Veinte personas tienen sus ojos fijos en una pequeña pantalla que muestra a Jorge con su torso desnudo. Él está en un cuarto completamente oscuro, rodeado de grandes retazos de telas que acentúan la penumbra. Jorge repite sin cesar unas palabras en árabe, como si estuviese poseído por un espíritu. Las dice atropelladamente mientras el director de la escena, cuyos ojos están vendados con una tela negra, corta la escena, le da indicaciones sobre la pronunciación y obliga a empezar otra vez.

Jorge Colmenares, el actor, nació en Cali hace 35 años y desde los dos y medio perdió la vista por un retinoblastoma, un tumor cancerígeno que afecta a cuatro niños de cada millón que nacen. Hoy Jorge es antropólogo y maestro en Economía de la Universidad Nacional y un apasionado del séptimo arte, por lo cual realizó un curso de escritura de guión cinematográfico en 2011. 

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Allí conoció a Carolina Ciro, una de las organizadoras de CineAutopsia, el festival de cine experimental realizado en Bogotá entre el pasado 2 y 9 de mayo. Por invitación de Carolina, Jorge terminó participando en el taller Universo Invisible, realizado por el director colombo-griego Spiros Stathoulopoulos en el marco del festival. Spiros ha sido director de PVC-1 (2007), un largometraje basado en el episodio del collar bomba que mató a Elvia Cortés, realizado con un plano secuencia de hora y media, una proeza fílmica que le valió competir por la Cámara de Oro en Cannes. También dirigió Meteora (2012), nominada el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín.

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Para este workshop, Spiros, de 39 años, le propuso a los 20 directores participantes dirigir un cortometraje con los ojos vendados, sin el sentido de la vista, tal y como vive Jorge. Cada uno dirige una escena. El insumo del guión son los sueños de Jorge. Propuso tres: uno en el que trepaba por las piernas de una mujer convertida a piedra, quien recuperaba su piel a medida que él iba trepando, otro que involucraba espíritus que habitaban unas gárgolas y un tercero, en el que Jorge era políglota. De los tres relatos oníricos propuestos, escogen este último.

Como en el sueño Jorge era poligloto, todos los directores deben traducir a un idioma distinto la oración que aportan al cadáver exquisito: “para liberar finalmente el conjuro”, una frase que, entonces, el actor se aprende en veinte idiomas distintos. “Yo nunca pensé que fuera a terminar de conejillo de indias del workshop”, afirma Jorge después de interpretar tres escenas más en sueco y francés y sánscrito como si fuesen su lengua materna. 

La idea de dirigir cine sin ver no responde solo a un interés de experimentar, sino que fortalece la relación del director con su grupo de grabación. “Lo que siempre falta [en un rodaje] es desarrollar más el nivel de comunicación entre un equipo. Cuando te privas de la vista se hacen más evidentes tus carencias comunicativas, y así te esfuerzas más por lograr lo que quieres en la pantalla”, dice Humberto Busto, director de cine y actor de producciones como Amores Perros. La escena de Humberto involucra unas cintas amarillas de “Peligro” e inflar una bomba hasta que explote, como un juego de niños a manera de metáfora juguetona sobre la sensación de dejar de ver.

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Jorge, participando como actor y guionista del taller de cine experimental, está sometiéndose también a los regímenes de la multisensorialidad, pero no se le ve nervioso ni ansioso. Está en terreno conocido. “Es chistoso, pero uno siempre termina haciendo cosas que hablan de uno mismo”, afirma, mientras dos docenas de personas intentan dirigirlo a ciegas para darle cara, color, forma y textura, a uno de los sueños de Jorge.

 

Soñar en formas sin color

Jorge tiene recuerdos de percepción visual, pero no recuerdos visuales. Es decir, no tiene la sensación del color, pero si tiene noción de las formas. Como quien dice: sueña en formas sin color. Su cerebro le da rostro a las voces y manos que conoce. Lo mismo hace con el resto del cuerpo. A las personas que conoce les pone formas que no son fieles a la realidad, como una gárgola con el cuerpo en forma de cilindro, así los ve en sus sueños.

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Sin embargo, aclara Jorge, soñar de una u otra manera siendo ciego depende de la edad en la que la persona pierde la vista. Un ciego de nacimiento, explica, sueña fragmentariamente. En este caso, el cerebro no tiene la experiencia para generar una figura con forma y por eso, al soñar con una persona, sueña con la sensación de sus manos y el sonido de sus voces, pero nada más. Sin cara ni cuerpo. Son mano y voz y sanseacabó.

Hay algo que puede parecer macabro en este asunto de cómo sueñan los invidentes: si una persona pierde la vista luego de tener plenas nociones visuales, digamos, por un accidente en la adolescencia, podría pasar que soñase con espacios, colores, formas e impresiones típicas para un vidente y entonces,  justo cuando despierta, se enfrenta a su ceguera abruptamente. Como sacado de un cuento de Poe.

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