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Foto de Daniel Triana. Fotos del artículo cortesía de "La rata" Carvajal.

“La rata” Carvajal, el ojo de Caliwood que ha retratado la cinematografía nacional

Este caleño, entre excesos junto al Grupo de Cali y manifestaciones contraculturales, ha documentado una parte importante de la historia del cine colombiano: desde Agarrando pueblo (1977) y La mansión de Araucaima (1986), hasta La vendedora de rosas (1998).

Daniel Fandiño / @sinsecuencia
“Es cierto que Andrés Caicedo, el protagonista de toda esta gesta, se inmortalizó gracias a sus libros y, en particular, a su novela ¡Que viva la música! Pero me atrevería a decir que el mito Caicedo se hubiese esfumado muy pronto si Eduardo Carvajal, alias ‘La rata’, no hubiese disparado 50 veces su Nikon sobre nuestro héroe unas horas antes de la proyección de la película Maridos de John Cassavetes, a la entrada del Cine Club”.
La rata en la red, Sandro Romero Rey.

 

Hay un tipo de pelo largo y canoso sentado a la mesa. Lo acompañan una cámara Leica M digital montada con una óptica de 35 mm análoga, que lleva consigo desde 1973, y un trago de Campari. Su aspecto denota experiencia, por supuesto, pero es imposible pasar por alto la rebeldía que se percibe al verlo: es Eduardo "La rata" Carvajal, el fotógrafo que ha reafirmado la gesta de Caliwood a través de sus imágenes y que con los años se ha convertido en el ícono por excelencia de la foto fija de largometrajes nacionales.   

Durante su infancia en Cali salía de vez en cuando a pasear con su familia y en esos viajes su papá siempre llevó al cuello su Kodak 6x6, la cámara con la que Eduardo hizo sus primeros pinitos en fotografía. A una edad prematura y tras abandonar el colegio, llegó a trabajar en el departamento de Biología de la Universidad del Valle con un fotógrafo llamado Jorge Jurado, que hacía la micro y macrofotografía de los experimentos que para la época llevaban a cabo la Fundación Rockefeller y el Banco Interamericano de Desarrollo en la facultad. Desde entonces, Eduardo se encarretó —nunca mejor dicho— con la imagen al punto de vincularse a una empresa como mensajero con la única finalidad de reunir dinero para comprar su primera cámara.

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Foto de Daniel Triana

Empezando la década de los setenta, la industria del cine colombiano estaba en declive. La gente consumía cine pero no había producciones nacionales y el apoyo de instituciones gubernamentales era prácticamente nulo. Socialmente el país se debatía entre la agitación que dejó el Mayo del 68 en Francia, la Guerra de Vietnam y las pretensiones de Cuba por materializar su modelo económico. Además, aún sobrevivían muestras del sangriento bipartidismo y se gestaba la Bonanza Marimbera como uno de los primeros pasos que dio el país para sumergirse en la economía de las drogas, hasta convertirse, a mediados de los años noventa, en el principal exportador de cocaína en el mundo. Paralelamente, dentro del mismo hervidero, Cali buscaba ser la meca nacional del cine en cabeza de Luis Ospina, Carlos Mayolo y Andrés Caicedo.

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Angelita y Miguel Ángel (1971)

Con el paso de los años y tras estar metido en la escena de la fotografía caleña, Eduardo se unió a Ciudad Solar, un colectivo que se asentó en una casa en el centro histórico de Cali para que pintores, cineastas, literatos y fotógrafos se reunieran con el objeto de pensar aquello que estaba sucediendo en las calles y lo sintetizaran en obras. Allí, Carvajal fundó el departamento de Fotografía con el actor Diego Vélez. “Nosotros empezamos a hacer seguimiento a las cosas que estaban sucediendo en Cali —cuenta La rata— y de golpe hacíamos cositas comerciales para tener ingresos. Ahí fue que conocí a Mayolo y a Ospina y empezamos a hacer la primera película que fue Angelita y Miguel Ángel, una codirección entre Andrés Caicedo y Carlos Mayolo. Yo empecé cargando los trípodes pero al segundo día de rodaje me llamó la atención y quise hacer un reportaje de ese trabajo, de la primera película en la que trabajaba”.

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Agarrando pueblo (1977)

Pasó el tiempo y el combo cinéfilo abandonó Ciudad Solar porque el Partido Comunista se volvió protagonista en este espacio cultural. “Se volvió un antro comunista y mamerto y yo soy completamente apolítico. Luis Ospina también lo es. Mayolo sí militó pero se mamó de eso y se retiró de la JUCO (Juventud Comunista Colombiana) porque sacaron el rojo, como se decía antes”, explica Eduardo.

(No deje de ver La mirada documental de Mateo Contreras en la foto fija de ‘Pájaros de verano’)

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La mansión de Araucaima (1986)

Aunque en Ciudad Solar seguía funcionando el Cine Club de Caicedo, Ospina y "La rata" le metieron el diente a un documental sobre la feria de Cali que llamaron Cali de Película. “Hicimos rancho aparte, yo me dediqué a la publicidad, a hacer comerciales y a hacer cine y televisión con Carlos y Luis”, dice.

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Sumas y restas (2004)

La rumba invadió al Grupo de Cali y los excesos empezaron a ser moneda corriente en una década en la que el jipismo era la mayor expresión contracultural y contestataria. A diferencia de lo que muchos contemporáneos dicen sobre Caicedo, Eduardo asegura que el autor de ¡Que viva la música! y Destinitos Fatales era el que menos se drogaba. “Cuando rumbeábamos con Andrés, él se sentaba en las mesas a escribir. Yo nunca vi a Andrés meter perico: mientras nosotros metíamos una tonelada él se sentaba a escribir en su máquina, una Olivetti que tenía, y taca taca taca. Le decíamos Pepe Metralla por eso”. De esas juergas "La rata" conserva 36 horas en video que se digitalizaron para organizarlas en forma de largometraje, sin embargo y a raíz de la enfermedad que aquejó a Luis Ospina, la idea se transformó en Todo comenzó por el fin (2015).

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Alguien mató algo (1999)

Eduardo, como muchos de los fotógrafos y cineastas de la vieja escuela, tuvo que vivir la revolución tecnológica que les arrebató el sistema analógico y los metió casi que a las malas en la esfera digital. El ejercicio que este tipo llevaba a cabo como foto fija bajo formatos análogos lo llevaba a ser muy preciso debido a los costos de los rollos y revelados. “Antes resultaban unas 150 fotos por rodaje. La producción me daba unos rollos y yo compraba otros por mi cuenta para detalles. Debía ser muy cuidadoso porque no había presupuesto, el rollo y revelar era costoso”, explica “La rata”. La sangre y la lluvia (2009), un filme escrito y dirigido por Jorge Navas, fue el primer largometraje al que Eduardo le hizo foto fija digital, una experiencia que califica como enriquecedora por las condiciones de la grabación: se rodó de noche y bajo la lluvia.  

(No deje de leer Iván Herrera: retratos del Centro de Bogotá que inspiraron ‘La defensa del dragón’)

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La vendedora de rosas (1998)

La vendedora de rosas es, según "La rata", la mejor foto fija que ha hecho. La carga emocional en medio de esas fotografías complementaron sustancialmente el hecho de que los actores fueran completamente naturales, nada parecido a lo que Eduardo había hecho antes. “Fue admirable el trabajo y la forma en que Víctor [Gaviria] trabajó con ellos. Muy complejo, porque pensar en esas situaciones era angustiante. Esos niños pegados de esos frascos de pegante (...) Hacían hasta que se suspendiera el rodaje”, cuenta.

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Ángelita y Miguel Ángel. Dir: Andrés Caicedo y Carlos Mayolo (1971)

De Andrés Caicedo tiene tres épocas en fotografía: la primera es la foto fija de Angelita y Miguel Ángel, la prueba piloto de hacer cine con Mayolo, después le hizo unas fotos para una agencia de publicidad con un sombrero de mago, pero quizás las más recordadas son las que le hizo a las afueras del Cine Club, antes de que el escritor decidiera quitarse la vida. “Nosotros nos veíamos casi todos los días porque yo era fotógrafo en una agencia de publicidad que se llamaba Nichols y él estaba trabajando de copy allí. Un día me dijo que si al otro día le hacía unas fotos en el Cine Club, con la intención de que quedaran fotos antes de suicidarse”, dice "La rata".

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Carne de tu carne (1983)

Carvajal es crítico al momento de hablar acerca de la cantidad de gente que hoy en día hace fotografía, además por el ejercicio de edición de las imágenes. "La rata" nunca ha tomado una foto con flash y tampoco ha hecho correcciones a ninguna de sus fotos. “La fotografía tiene que ser diciente y espontánea. A lo mejor por eso es que me dicen "La rata", porque en mi caso como fotógrafo del cine tenía que moverme en un escenario lleno de cables, trípodes, actores ensayando y directores concentrados (...) Ahora todos son fotógrafos y hay una cantidad de festivales de cine, cada pueblo tiene su festival. Sería mucho mejor si hubiera unos 4 eventos selectos con buen trabajo”.

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La virgen de los sicarios (2000)

Hace un tiempo Eduardo viene desarrollando una serie de talleres de fotografía. Actualmente tiene una iniciativa colectiva llamada Lóbulo Frontal en la que se dedica a jugar e intenta aportar su conocimiento a los demás fotógrafos. El taller lo desarrollan generalmente en un sótano que tiene en su casa a las afueras de Cali, donde llegó hace unos 12 años con la intención de hacerle el quite a los excesos y de disfrutar la naturaleza vallecaucana.

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Fotos del colectivo Lóbulo Frontal

Hoy por hoy, Eduardo no tiene mayor interés en camellar como foto fija, la única manera en que lo haría es si algún director muy especial lo busca. A lo que más le dedica tiempo actualmente este ícono de la fotografía es a recopilar todo el compilado de material digital que tiene, además de acompañar uno o dos días a la semana el taller.

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