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La juventud de la violencia: la fotografía de Sergio Ríos

La fotografía le ha permitido a este joven antioqueño acercarse a una realidad hostil, pero que necesita ser denunciada. En medio de uno de los territorios más violentos del país, este antioqueño se la juega por visibilizar la vida de los jóvenes del Urabá. 

Daniel Fandiño / @sinsecuencia

Sergio Ríos (24 años) hacía una doble titulación en Derecho y Sociología en la Universidad del Atlántico cuando decidió tomar su cámara y empezar a hacer registros de manera autodidacta. Cursando tercer semestre de Derecho, se dio cuenta de la carrera del litigante no era lo que lo apasionaba, así que la abandonó para meterle la ficha a lo que en realidad quería: capturar imágenes y videos a través de su cámara.

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Sergio nació en Apartadó, el municipio más poblado del Urabá antioqueño y una región cuya  historia reciente ha estado marcada por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, también conocidas como ‘Los Urabeños’ o el ‘Clan del Golfo’, quienes dominan las rentas criminales de la zona. 

Pero Apartadó también es el municipio del Urabá en el que se han llevado a cabo más ejercicios artísticos en los últimos años con la intención de gestar alternativas que ofrezcan otra cara de la moneda a la realidad que se vive. A través de ejercicios como el teatro, el muralismo o la fotografía –prácticas que debido al abandono estatal han tenido que formarse a través de la autogestión– han logrado producir nuevas narrativas sobre la vida del territorio. Entre estas manera de contar lo que se vive está la fotografía de Sergio, que se ha dedicado a documentar la cotidianidad en medio de la hostilidad de este lugar. 

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Aunque el casco urbano de Apartadó no está descuidado por el Estado en la actualidad –pues la amenaza constante con la que un tiempo atrás vivía la población hizo que la fuerza pública hiciera mayor presencia— cuenta este fotógrafo que las lógicas violentas que durante años hicieron parte del municipio aún acechan a los más jóvenes quienes, por buscar la salida fácil, se han inclinado por la delincuencia como la forma más viable para seguir adelante. 

Sergio vivió la mayor parte de su infancia en un barrio con dinámicas complejas. Casas de tabla, techos de zinc y calles sin pavimentar caracterizaban este espacio del que su familia siempre lo quiso sacar. Después de haber reprobado varios años escolares en Apartadó, se fue a Barranquilla en donde las cosas eran muy diferentes. Se graduó de un colegio y tuvo el chance de acceder a educación superior. 

Al dejar la universidad Sergio tuvo que volver al Urabá, algo que, según cuenta, amplió su visión y le permitió elegir lo que en verdad quería hacer. Una opción que no tuvieron algunos de sus amigos quienes murieron o aún andan por ahí en medio de un territorio hostil. “La violencia nos arrebató a algunas familias la tranquilidad y la confianza y a muchas otras sus seres queridos, llenando dolor y ansias de venganza hasta al vecino, que se unió con el otro vecino para acabar con el que les quitó a un amigo. Así se entreteje un ciclo que parece no acabar”, cuenta. 

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Con la intención de exponer la pesadilla de una realidad violenta, hace año y medio Sergio empezó su proyecto La nueva sangre derramada, a través del cual busca concientizar a la gente para evitar desenlaces fatales en medio de la juventud urabaenses. Este ejercicio de fotografía documental realizado con una mirada íntima e inmersiva, nació a raíz de la necesidad que Sergio tenía de mostrar la violencia cotidiana con la que se crían y desenvuelven un grupo de jóvenes en Apartadó, mientras quienes los rodean viven en la incertidumbre producto del peligro que se pasea en medio de las calles de esta población.

Sergio cuenta que al comienzo se acercó a los jóvenes vulnerables ante esta situación para conocer lo que los rodeaba y poder darle forma a su ejercicio. Durante tres meses estuvo conversando con ellos, recorriendo sus calles en bicicleta y pasando muchas veces a saludar sin buscar ninguna foto. “Quería estar con ellos, conocer sus preferencias, sus motivaciones. Para mí era importante comprender cómo ellos se veían y que creían ser. Después de tres meses empecé a llevar la cámara y hacía fotos de forma esporádica. Ya tenía claro cómo quería hacer el trabajo y sabía que llegar a mostrar sus rostros significaba peligro, no quería mis imágenes pudieran ser utilizadas para identificarlos”, cuenta.

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La nueva sangre derramada evidencia una problemática que se vive en esa región del país es estructural. En medio de un municipio en el que las oportunidades no son para todos, hay un gran número de pelados que no tienen acceso a educación de calidad y deciden tomar otro rumbo, una salida a través de la cual pueden apoyar económicamente sus hogares sin importar la procedencia de ese billete. 

Un día, caminando por el cementerio, el sepulturero le contó a Sergio que últimamente había tenido que enterrar muchos pelados, uno de ellos un joven amigo del protagonista de una foto que para él es relevante por la connotación que tiene, al ser un tatuaje de un nombre que lleva consigo la realidad de muchos en este territorio: el amor a su madre y el deseo de sacar a sus familias de la pobreza. “Hice esa foto porque en ellos hay un gran amor hacia la madre y algunas ocasiones para que ella no pase más trabajo o necesidad se recurre a la delincuencia y se desencadena un ciclo de violencia”, cuenta.

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Desde hace ya dos años Sergio anda metido en el proyecto de fotografía documental Alma y bulla, que gira alrededor del Bullerengue como expresión cultural de resistencia. La idea de Sergio es convertir el resultado de esta experiencia en un fotolibro que aporte a la consolidación y posicionamiento de la identidad cultural. 

(Conozca ‘A la realidad de Medellín no hay que bajarle los decibeles: Santiago Mesa y su fotoperiodismo para notas rojas’)

Según cuenta este fotógrafo, es necesario que la sociedad se acerque a las realidades complejas y que quienes puedan y deban trabajen en función de atender las necesidades que existen en sectores como la juventud del Urabá. “Como fotógrafos tenemos la responsabilidad o al menos la posibilidad de no solo mostrar y contar las cosas positivas, maravillosas o las que nos hacen sentir orgullosos, sino también poder hablar de las cosas que apartamos y nos atemorizan”, señala. 

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Otro par de proyectos en los que Sergio ha estado trabajando y que va a publicar este año son Chontadural, un salto de esperanza y desarrollo y Ecoturismo Mutatá. En el primero, Ríos narra la historia de una familia de guardabosques que sembraba coca y hoy le apuesta a la apicultura por el cuidado del medio ambiente, mientras que el segundo está enfocado en una comunidad que fue víctima del desplazamiento forzado y que actualmente en el municipio urabeño de Mutatá está construyendo una propuesta ecoturística como base económica.

El aporte de este fotógrafo documental a través de sus proyectos es impactar a quien pueda verlos y contar la realidad de una región olvidada en la que, a pesar de que el Estado no siempre hace presencia, sus habitantes día a día se la juegan para contar lo que pasa desde sus propias narrativas.


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