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Ilustración por: @burdo.66

Experimentación sónica y música electrónica hecha por latinas para cruzar cordilleras virtuales

Después de un mes en el que abundan los productos sobre la experiencia de las mujeres en la industria, también vale la pena preguntarse por la construcción de identidades sonoras como fuerzas políticas de creación y transformación. Ana María Romano de Colombia, Lia Nadja de Chile y Maureen Gubia de Ecuador, nos ayudan a pensar en torno a esto.

Luisa Fernanda Uribe // @_luisafernando

Explorar las condiciones en las que se encuentran las comunidades en torno a la música electrónica en América Latina tras un año de pandemia, y dada la precariedad histórica que ha condicionado a lxs diversos agentes de estas comunidades, pasa necesariamente por una reflexión sobre la escucha y la ruptura de silencios. Decía la autora norteamericana Adrienne Rich que “la pregunta que le debemos hacer a cualquier poema es «¿qué tipo de voz está rompiendo el silencio, y qué tipo de silencio se está rompiendo?»”. Cabe formular estas preguntas en el contexto de la música electrónica y los circuitos en los que se mueve: ¿cuáles son las voces y sonidos que rompen el silencio?, ¿de quiénes?, ¿por qué?

Podríamos empezar con las múltiples dimensiones de esa escucha: las de producción, consumo y circulación. Todas ellas han sido catalogadas en algún momento como ejercicios individuales, correspondientes a grandes compositores, a figuras de ídolos y de consumidores sumidos en espacios personales. Incluso en servicios de streaming, fiestas o festivales, esos espacios públicos en los que los sonidos se enredan y se sobreponen unos a otros, ha habido también un mandato de individualidad y de diferenciación entre lo individual, lo colectivo, la escucha y otros sentidos.

Para desenredar estas múltiples dimensiones y acercarme a cómo la ruptura de silencios en la música electrónica está también ligada a proyectos que consolidan espacios artísticos mucho más horizontales, hablé con Ana María Romano de Colombia, Lia Nadja, de Chile y Maureen Gubia de Ecuador, tres artistas que desde la experimentación y la interdisciplinariedad, construyen voces diferenciadas en los circuitos culturales de sus países y de América Latina. Son las suyas voces con las que se contrarrestan el sentido de industria centrado únicamente en la monetización y las identidades nacionales que parecen inamovibles, y que hablan continuamente sobre los sueños, los espacios cotidianos y las contradicciones.

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Foto cortesía de Lia Nadja.

Juntas exploramos las formas en las que cada una ha habitado la música y cómo sus trayectorias artísticas, con todas sus diferencias, son disruptivas de los binarios que se centran en “la calidad” y el consumo masivo de los productos musicales: éxito/fracaso, audiencia/silencio, ventas/pérdidas, entre otros. Después de un mes en el que abundan los productos sobre la experiencia de las mujeres en la industria, también vale la pena preguntarse, sin importar las fechas, por la construcción de identidades sonoras como fuerzas políticas de creación y transformación. Proyectos en los que el ruido y lo inapropiado son también lugares válidos y puentes que nos permiten cruzar cordilleras virtuales y materiales.

Por otro lado, teniendo en cuenta el contexto latinoamericano de precariedad por dificultades en formación, acceso a equipos y una tendencia a relegar la producción de música electrónica al ámbito de las fiestas o la “vida nocturna”, estos proyectos en los que el sonido es ensueño, pausa y utopía y en los que se entrecruzan las esferas públicas y privadas sin ningún aviso, son también puntos de partida para reflexionar sobre los tan necesarios cambios y profundizaciones que requieren las comunidades de música electrónica en todo el continente: ¿hacia dónde estamos yendo?, ¿cómo se construyen las relaciones entre artistas, público y demás actores de los ecosistemas?

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Imagen cortesía de Maureen Gubia.

Para Ana María Romano, compositora, artista sonora e interdisciplinar colombiana, el proceso, más que los resultados de cada obra, es lo más importante. Su cercanía al paisaje sonoro viene de una comprensión de estos ejercicios como interdisciplinares y procesos inacabados que nos hablan de lo que somos, de lo que sentimos y de cómo creamos. En ese sentido también hay una ruptura con la figura de ídolos como Raymond Murray Scheffer, de quien ella reconoce muchos aportes pero cuestiona los modelos binarios de sonido versus silencio, escucha versus otros sentidos y la centralidad que este autor ocupa en la historia y conceptualización de los paisajes sonoros, por eso se acerca más a los aportes de artistas como Pauline Oliveros o Hildegard Westerkamp ya que ellas, para Ana María, por sus experiencias y universos femeninos, dan otras perspectivas menos antropocéntricas y más colectivas: “Y eso me gusta mucho, porque finalmente el paisaje sonoro termina siendo, es una construcción permanente e inacabada, está todo el tiempo transformándose, es una retroalimentación, es algo de lo que no dejamos de hacer parte”.

Esa premisa de diversidad y reconocimiento de los cuerpos y sonidos disidentes, es también característica central de la trayectoria de Ana María, quien desde hace años empezó un trabajo cercano con las artes escénicas del cuerpo (como ella misma las llama) y hubo ahí una transformación radical: “Empiezan esos diálogos que son muy importantes para mí porque es mirar, encontrarse con el sonido desde muchas orillas. No solamente este conocimiento así súper específico, musical, que obviamente es importante pero que al entrar en diálogo o en conversación con estos otros universos yo sentí que mi cabeza, mi cuerpo y mi oído y mi escucha y todo se ensanchó. Además, en mi relación con la escucha siempre me interesé por el paisaje sonoro. Me parece que están supremamente ligados: el paisaje sonoro y la escucha. Me parece que el paisaje sonoro y la escucha además tienen unas dimensiones políticas tremendas, siento que la escucha es un acto de generosidad y en ese sentido es muy político. Y el paisaje sonoro existe cuando entramos en comunión con el entorno o el contexto en el que estamos.”

Lia Nadja, música y compositora chilena, habla de esta conexión con el entorno desde un lugar menos colectivo y más centrado en la producción espontánea o pausada, dice que trabaja a contracorriente o “a la defensiva: aprendí a trabajar con la que iba teniendo, si me prestaban una drum machine yo la ocupaba y hacía un disco con eso y luego después la devolvía y así fueron pasando como distintos instrumentos prestados por mis manos. A mí me gusta trabajar con lo que tengo (...) Y sobre el sentido de mi proyecto… me gusta generar estados nostálgicos y melancólicos, de reflexión un poco interna a través de las oscuridades o los miedos, como que igual siento que es un poco como una paisaje medio infantil y oscuro, como de temores de niño, medio fantasioso, explorar esas partes que son súper delicadas y frágiles. No mucha gente hace música con esos tintes porque genera estados incómodos. O mucha pena. O te dan como una sensación a la deriva. Me gusta generar esos estados porque siento que de partida no me gusta hacer música para el consumo superficial e inmediato, o algo que solo generará placer (...) cuando empecé a componer, sobre todo la música electrónica, primero había pensado en paisajes que me gustaría ver, luego pensaba en cómo me siento yo ahí, y como eran lugares nuevos yo creo que empecé a sentir que podía confiar en ese espacio. Tiene un poco de eso que es bien terapéutico, yo creo, pero también es una crítica a la forma de vida que es rápida y superflua.

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En términos del trabajo colectivo, Ana ha contribuido, por un lado, a la consolidación de iniciativas como el Festival En Tiempo Real, en el que trabaja desde el 2009 y que fue concebido como un espacio para las prácticas sonoras del presente, una posibilidad para imaginar el sonido en su multiplicidad: arte sonoro, improvisación, experimental, circuit bending, internet, ruido, live coding, paisaje sonoro, etc.

“Cuando En Tiempo Real se propone ser un espacio para las mujeres”, explica Ana María, “entiende que hay muchas posibilidades de ser mujer, la diversidad es un aspecto fundamental para nosotrxs en todos los ámbitos, no solo en lo sonoro sino también en la forma de asumirnos como mujeres. Para En Tiempo Real basta con que la persona se asuma como mujer. Obviamente, también entendemos que hay sentires fuera del binarismo y por eso también queremos encontrarnos y compartir con quienes se asumen como no binaries”.

Por otro lado, tanto Lia como Maureen Gubia, de Ecuador, quien lleva 15 años combinando la música y las artes visuales, piensan en sus proyectos desde una perspectiva más individual, atada a cambiar los ritmos y aspiraciones de la producción y a crear ensueños, fantasías infantiles que hablan de miedos e incomodidad o “bandas sonoras de películas que aún no se han filmado”.

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Ambas apuestas, sin embargo, permiten ahondar en la pregunta por el lugar que ocupa la experimentación en los ecosistemas latinoamericanos de música electrónica y las oportunidades que se están abriendo para escuchas más pausadas e íntimas que pueden cambiar las relaciones que establecemos en las dimensiones de producción y consumo de la música. “Con la música hice realidad mi visión interna de narrativa visual con sonidos, y eso me emociona mucho”, dice Maureen. “Es un diario del pasado pero ensoñado. Siempre de ensoñación. Además, a veces utilizo field recordings (grabaciones de campo) y me acuerdo de los sonidos de mi casa, de mi barrio, del carro, de mi perro que ya no vive. Cosas que quedan y que con los sonidos se vuelven muy visuales también. Es por eso que para mí es una exploración de mis sentidos y de todos los medios que los atraviesan. Además de que me gusta pensar que estoy proponiendo algo nuevo, diferente”.

Hay en los tres proyectos una circulación en diversos niveles: unos más colectivos y abiertamente políticos, como los que transita Ana, y otros más íntimos como los de Lia o Maureen, pero que igual se encuentran en la experimentación, el cuestionamiento de las definiciones absolutas de calidad y en la consolidación de voces de mujeres (en toda su diversidad), femeninas y feministas en la región.

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Descubriendo que la escucha es multisensorial y multidimensional, articulándose con mujeres y cuerpos disidentes a través del ruido y los espacios sonoros, narrando desde las fantasías de miedo o los soundtracks de películas que aún no se han filmado, estas tres artistas y sus proyectos son puertas, y una invitación a no agotar la búsqueda de artistas y productoras en todos los rincones del continente que están rompiendo el silencio y disputando las voces absolutas en la música electrónica y en la industria musical en general. Construir voces y espacios de mujeres, feministas y con otros ritmos de trabajo y sonidos, también parte de este conocimiento de lo que está en las márgenes y que no suele ser parte de la “revolución femenina” en la industria musical pero que transforma de fondo cómo nos relacionamos con el sonido y la escucha.

Como los de ellas hay muchos proyectos que vale la pena explorar con más cuidado y como consumidores reflexionar más sobre los hábitos de escucha y la relación que tenemos con los artistas y sus proyectos sonoros. Aquí dejo algunos nombres que han sido acompañantes en el último año: Maga, Ouranoise, florconvenas, RociovonR, Justina Stasiowska, Kupalua, Rompiste Mis Flores, Kxrnea.

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Foto cortesía de Ana María Romano.

 

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