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Carlos Castro, el ‘rockstar’ que se le coló al sistema

Identidad, música y disrupción son palabras que rodean la carrera artística de este bogotano versátil que con obras críticas se ha hecho un lugar en los circuitos tradicionales del arte en Colombia.

Nicolás Gómez Ospina // @ngospina14

Podría describirse a Carlos Castro como un melómano que nunca logró tocar bien la guitarra. Un artista que ha intentado hasta el cansancio cumplir su sueño de convertirse en un rockstar como Noel Petro o Iggy Pop, dos personajes que, por su rebeldía, su actitud rockera y su música han sido la principal inspiración en la carrera artística, tanto musical como plástica, de uno de los creadores más innovadores del panorama nacional. 

Esas influencias resaltan a primera vista cuando se habla con él. Durante nuestra entrevista Carlos tiene una camisa hawaiana (muy acorde al mood de San Diego, donde vive hace seis años), los ojos azules y un pelo crespo largo que parece sacado de un concierto de The Stooges en los años setenta cuando lanzaron Fun House. Pero este artista es más que sus referentes. Castro es el resultado de una constante búsqueda de identidad, de vivir en una frontera (San Diego - Tijuana), de sentirse colombiano hasta la médula aun estando lejos y extrañar las Copelias de su Bogotá natal.

Carlos tiene 44 años de los cuales 20 ha dedicado en su totalidad al arte plástico. “Gracias a darle duro todos estos años” se ha ganado un espacio en las galerías y museos colombianos (Museo Santa Clara, Museo de Antioquia y Espacio El Dorado, entre otras), en los salones de clase de la San Diego State University y hasta una exposición en solitario en la última edición de Artbo. Éste último fue un espacio en el que sus obras brillaron por su contenido político en medio de las incontables piezas que parecían pensadas, exclusivamente, para adornar la sala de algún coleccionista.

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La Muerte del Comandante (2017)​

En esa ocasión presentó Mythstories, una serie de gobelinos que contaban mitos y leyendas colombianas del más profundo origen popular y político. La fundación de las AUC en la finca Guacharacas por parte de cierto ex presidente, el unicornio que Pablo Escobar le regaló a su hija e incluso la muerte de Hugo Chávez en presencia del fantasma de Bolívar, entre otras, son las historias que aparecen en esta obra y que como colombianos hemos interiorizado al punto de convertirlas en mitos que forjan nuestra identidad.

Y es que es bien sabido que piezas tan políticas e incómodas para un sector de la sociedad, por lo general, no tienen un espacio para exponerse en este circuito. Sin embargo, fue la coincidencia la que lo llevó a este espacio que muchas veces peca de miopía social. Una tarde cualquiera en LA Galería, uno de los curadores invitados de Inglaterra se topó con esos gobelinos y, sin conocer demasiado del contexto ni de la feria ni de la política nacional, lo invitó al lugar donde su obra discutiría de frente con el poder colombiano.

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Creación de un ejercito paramilitar en la Finca Guacharacas (2017)

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Brujería como arma de guerra (2017)

“En particular esos gobelinos, son obras que cualquier persona puede ver y son agradables. Era común ver a grupos de estudiantes acercarse y comentarlas, son piezas accesibles. Uno ni siquiera tiene que conocer la historia de Colombia si no que visualmente toman cosas medievales y contemporáneas a las que todos los seres humanos respondemos porque tenemos en el inconsciente colectivo”, dice Castro.

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Body (2019) // Foto de Charlie Kitchen

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Lo que no sufre no vive (2010)

Una de las líneas recurrentes en la obra de Carlos Castro es la readaptación o resignificación de objetos e imágenes existentes, así sea en ese inconsciente colectivo, para facilitar la lectura y apreciación de sus piezas. Una iglesia en llamas (Body), una intervención a bustos de personajes de la política nacional (No soy un hombre, soy un pueblo), una banda llamada (Los Claudios de Colombia) o una estatua de Bolívar llena de comida para palomas son algunos de los juegos a los que el artista ha recurrido para demostrar que no le teme a tumbar ídolos de ninguna naturaleza. 

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El testigo (2019) // Speech (2017)

Estos elementos aluden, por lo general, a una conexión identitaria. Lo nacional, lo militar, lo monumental y la historia extra-oficial (como buen seguidor del artista José Alejandro Restrepo) se confunden en sus piezas. Estos funcionan como instrumentos de una banda que se complementa para hacer de cada pieza de Carlos Castro una canción compleja que aprovecha para alzar su voz en contra de la impunidad y la inequidad.

“Más que un gusto es una necesidad de reflexionar sobre lo que soy. No es como que yo estuviera mirando una tribu desde afuera, estudiándola. Estoy viendo lo que soy, de donde salí, existe la identidad nacional, pero al final es la identidad personal la que expongo”, dice Castro sobre esa identidad que tanto persigue y retrata.

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Capilla Blanca (2013)

Ante la pregunta sobre la relación entre violencia e identidad, Carlos señala que parte de nuestra identidad es el miedo. Un miedo inculcado por haber crecido en la Bogotá de finales de los años ochenta y que lo impulsa a discutir sobre el origen de la violencia en cualquiera de sus frentes. Por ejemplo, en su obra Toque de Calacuerda, donde crea una caja musical con armas blancas hechizas decomisadas por la policía, la música que reproducía eran los himnos del ejército español, invitando a las personas a preguntarse (como ya lo había hecho él) por el origen esquivo de la violencia nacional.

Sobre su proceso creativo, este artista añade que lo primero que hace al terminar una obra es mostrársela a al artista colombiano Paulo Licona para ver cómo podría leerla un artista como él y al mismo tiempo se la muestra a alguien que no tenga la más mínima idea de las formas del arte para entender cómo el público la leerá. Procura siempre mantener calladas las voces que durante el proceso creativo lo impulsan a pensar en tal crítico o tal persona.

Pero Carlos Castro no solo ha dedicado su vida a las artes plásticas. Como él mismo explica, la música ha sido un ejercicio fundamental en su vida, tanto así que es lo único que ha puesto en pausa su carrera como plástico. Tres momentos (el año 2000, el 2008 y la actualidad) marcan, entre logros y fracasos, la vida musical de este creador.

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POPÓ (2000)

En el 2000, Carlos había empezado a estudiar artes plásticas por el simple hecho de hacer algo mientras perseguía un sueño musical. “Eso de graduarse no tenía mucho sentido para mí”, cuenta. Por ese tiempo viajó a San Francisco para empezar POPÓ, una banda que se quedó solo en un disco por la muerte del cantante. Desorientado, Castro decidió volver al país y enfocarse en su carrera como artista.

Luego, en el 2008, tuvo otro proyecto junto a su amigo Sergio Iglesias y que comenzó justo antes de empezar su maestría en el Instituto de Arte de San Francisco. El proyecto, sin embargo, no despegó.

En la actualidad Castro decidió volver de nuevo al camino musical con su hermano, Daniel, en una banda llamada Los Cacas que lanzará su álbum debut este año.

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Portada del primer álbum de Los Cacas.

Este proyecto, donde los hermanos Castro se aproximan a la música bailable con tonos rockeros, intentará hacer bien todos los errores que Carlos cometió en el pasado con sus otras bandas. Empezando porque su hermano, como jugador de ajedrez, tiene mucho más claro el camino para cumplir una estrategia. A diferencia de él, un rockero más visceral y apasionado.

Tras un par de años en los que Carlos se dedicó exclusivamente a pensar sus obras en vez de hacerlas con sus propias manos, se encontró en la necesidad de volver a utilizarlas. De ahí salió el fondo de nuestra video llamada, una pared turquesa oscura repleta de pequeñas pinturas que Castro realiza a diario para mantenerse activo creativamente. Durante la pandemia ha encontrado en los memes, en series, en los medios y hasta en videoclips de Kendrick Lamar buena parte de su inspiración. 

“Me interesan las imágenes que ya están allí, en los medios, en la historia. Intento cortar y pegar retazos, reconstruir historias, aprovechando las cosas que ya están creadas, conectarlas con pequeños hilos”, cuenta.

Ahora, sentado en su casa en San Diego, al frente de sus pinturas pequeñas, este artista que ha transitado con versatilidad por diferentes terrenos de la creación tiene claro que para él una mala obra es aquella que está hecha para complacer. Él sabe por experiencia que las estrellas no se hacen con complacencias. 


Sígale la pista a Carlos Castro en su instagram o página web.

Todas las fotos son cortesía del artista.

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