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Andrés Novoa: comprender el mundo desde los contrastes

“Una obra solo se completa cuando es vista por alguien y genera un impacto. Yo dejo signos en las piezas para que quien las vea pueda interpretarlos o referenciarlos o les sirvan para llevarlos a algún sitio”.

Angel Carrillo Cárdenas

Andrés tomó el camino de la docencia para ser el profesor que siempre quiso y no tuvo. Él no quiere educar, asegura: prefiere trabajar sobre las bases de un conocimiento colectivo y compartido, no partir de conceptos fijos sino de piezas que puedan, al juntarse, construir algo nuevo.

Andrés cree en el guía como un multiplicador.

Andrés cree en el aprendizaje.

El aprendizaje que puede convertir en multiplicadores a todas las personas involucradas en un proceso que no está, necesariamente, dentro de un aula.

Andrés pintaba cuando era niño y a los catorce años decidió no hacerlo más. Durante dos décadas no cogió un pincel. Se emocionó con la escritura y la lectura. Quería salir y hablar con la gente, crear diálogos y debates.

Andrés Novoa, hoy profesor de la Tadeo, deseaba las palabras.

Viajó, conoció otros rincones diferentes de los suyos. Construyó universos simbólicos que bebían de la mixtura.

En 2014 entró en el quirófano con la advertencia de que posiblemente no volvería a caminar. Quizás perdería una pierna. Le dijeron: usted se puede morir, puede ser sometido a un trasplante de cadera.

1% era la posibilidad de recuperarse al 100%. Y entró en ese apretado 1%.

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¿Cómo fue volver a pintar después de veinte años?

No sabía nada de técnicas. Yo tenía treinta y cuatro años y tenía que volver a aprender, tenía que encontrar un estilo, probar formas. Para mí fue importante darme cuenta de que no importa la edad para encontrar esas sensibilidades que uno quiere proyectar, sea el que sea el acto creativo. La pintura me invitó a explorar sin miedo. A mí no me importa errar en una pintura, valoro el error, valoro el hecho de equivocarme dentro de ese espacio en blanco porque esa equivocación crea mil posibilidades más. Cuando empiezo a pintar tengo una idea en la cabeza y esa idea puede mutar hacia cualquier lugar.

Para mí se trató, como ves, de aprender de nuevo. Es más: fue desaprender para aprender. Y todos los días hago lo mismo, si te fijas tiene que ver directamente con mi trabajo como profesor. 

Empecé con acrílicos pero un día quise hacerlo al óleo. Otro día quise pintar con espátula y colores fuertes. Otro día quise volver al acrílico, fijarme en los detalles. Otro día quise ser menos figurativo. Un día, por ejemplo, me lesioné la mano derecha y decidí pintar con la mano izquierda y salieron cosas muy lindas. Entonces yo creo que a los treinta y cuatro años encontré una forma de expresión que necesitaba y la seguridad de esa necesidad que existe de aprender y desaprender. Mi vida como profesor y mi vida como pintor van de la mano, muchas veces hago clases a partir de lo que pinto, y está bien, funciona como un detonante que me entrega mucha información.

 

Hablabas del cambio de técnicas o la exploración. Siempre he pensado que la conceptualización de una pieza requiere una técnica que permita el andamiaje de ciertas ideas. O incluso la técnica sensibiliza y abre preguntas que se convierten en conceptos para una obra. ¿Cómo conversan en tu trabajo estas dos cosas?

La vida de un artista se trata de conversaciones, bien sean con sí mismo, como los artistas que se ensimisman para crear, o bien sea, como es mi caso, conversar con otras personas. Me gusta escuchar, me gusta ser sensible con lo que está a mi alrededor, me gusta conversar con la gente que vende en la calle, me gusta conversar con los taxistas. Me gusta hablar con los estudiantes que a veces ven mi oficina como un lugar para desahogarse. La conversación me sensibiliza y me dice qué quiero pintar. Muchas veces los conceptos vienen de allí. Y allí se crea esa conversación sobre qué quiero hacer y cómo lo quiero hacer. A partir de esas conversaciones empiezan a llegar a mi cabeza paletas de colores, herramientas, ideas de materiales con los que me gustaría trabajar, estructuras visuales.

Toda obra tiene un propósito y el mío es, justamente, que el espectador tenga una conversación con la pieza. Que se pueda interpretar y se le pueda dar el significado que se le quiera dar, no importa si esto se corresponde a la manera en la que yo la pensé. Una obra solo se completa cuando es vista por alguien y genera un impacto. Yo dejo signos en las piezas para que quien las vea pueda interpretarlos o referenciarlos o les sirvan para llevarlos a algún sitio. La obra puede tener una vida más allá de la obra y eso es lo que me gusta, crear más conversaciones. No necesito que guste o no, quiero que una pieza cree conversaciones más allá de las mías propias que por supuesto está mediadas entre técnica y concepto.

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Y una obra gana dimensiones cuando se crean esas conversaciones. La fantasía por ejemplo juega mucho con ese universo de posibilidades. Pienso en Leonora Carrintong y su capacidad de estirar eso que llamamos realidad. Hay una pieza tuya que se llama Abandonada a sí misma, que puede ser tantas cosas. ¿Para ti cómo funciona, dentro del artefacto artístico, esta multiplicidad de dimensiones estéticas y conceptuales?   

Para mí funciona de manera muy sencilla.  A veces esto parte de conversaciones con Sara [mi pareja] porque ella tiene muchas preocupaciones por el mundo. O parte de mi sobrina de doce años, que está entrando en la adolescencia y tiene su mundo y sus preocupaciones. Trato de comprender y usar esas dimensiones de las que hablas a partir de esa información que tengo. Veo por ejemplo este cuadro del que hablas, en el que hay una mujer cayendo al agua, y pienso en todo ese mundo presente que debe tener una mujer en sus prácticas, la manera de afrontar un mundo estructuralmente machista. Pienso en Sara que sale a la calle y llega impactada porque un hombre la acosó. Y tiene que ponerse una cara de fortaleza frente a ese acto violento en la calle. Ahí pienso, mientras estoy pintando, que tienen las mujeres que hacer una lucha en un mar de profundidad tan enorme. Mi recurso estético fue: es como caer en un espacio infinito, tan profundo.

Ahora, ¿cómo es interpretada? Ahí vienen esas múltiples dimensiones de las que hablas. Esa obra la vio una amiga y dijo: me siento así porque estoy en medio de muchas decisiones que tengo que tomar y no sé de dónde agarrarme. Otra me dijo: es sobre el existencialismo del mundo, es una mujer pero habla del mundo en términos generales. Esa es la parte que más disfruto, cuando la gente se apropia de la imagen y la interpreta a su medida.

 

Es como esa idea de la obra inacabada…

No tanto así. Yo pienso que puede tener mil finales. Cada persona al estar frente a la obra puede darle su propio final. Y puede dar un nuevo inicio cuando alguien más la interpreta. No solo podemos tener la dimensión del artista. El arte no puede ser estático, unidireccional.

Mira que pasa algo curioso. Hay un centro cultural que se llama ATO que tiene algunas de mis piezas. Se mudó a Villa de Leyva y tuve que ir a recogerlas. Cuando las volví a ver me dieron muchas ganas de intervenirlas. Pensé: a esta obra todavía le falta. La vi terminada en ese momento pero ahora le haría otras cosas.

 

Más allá de la contemporaneidad, ¿qué puentes existen entre tu trabajo y artistas de otras épocas?

Siempre me gustó el impresionismo, el hecho de no solo pintar rápido sino tratar de representar con pinceladas algo que me puede generar una sensación. Artistas como Paul Cézanne o Gauguin son claves para mí. Es importante reconocer la historia del arte, yo trato de ir a los museos de las ciudades que visito. No hay tantos temas como obras que me llamen la atención. En el Reina Sofía más allá de estar frente al Guernica, prefiero la obra de Dalí que es una mujer mirando por una ventana que me encanta y me fascina y paso horas frente a ella. Ahora, yo incorporo muchas cosas que me gustan. Veía a Bob Ross y me encantaba cómo hacía los árboles. Uno va copiando técnicas, robar referencias para dar una propia identidad. No es apropiarse, es aprender para lograr una nueva forma de expresión dentro de la misma pieza.

 

¿Y más allá de la pintura?

Yo creo que con la música. Lo que escucho en el momento en el que pinto puede tener mucha relación. La misma fotografía que me gusta puede tener relación. Muchos recursos míos provienen del cine y de las series. Pero la conversación más importante para mí a la hora de crear, como te decía, es la vida cotidiana.

Bueno, pensándolo ahora, tomo muchas referencias de la literatura: Sábato y Borges me llevan a universos que trato de expresar en mis piezas.

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Cuando hablabas de la cotidianidad pensaba en tu cuadro La inevitable inconformidad de nuestros días, en el que un cucho monta patineta. Lo veo además muy bogotano.

Esa fue una visión que tuve cerca de la casa de mis padres. A veces esas cosas son importantes: lo pequeño o la minucia que hay en la cotidianidad. En mi trabajo como profesor/investigador también he tenido que estar muy atento a qué pasa en los espacios que visito. Si estoy de viaje, haciendo investigación, además de estar conversando estoy mirando todo, buscando una forma de relación visual con el mundo que está ahí en ese momento. Cuando visito los fines de semana a mis padres salgo a caminar con ellos y estoy atento. Un día en esas caminatas vi a un hombre de edad que iba en su patineta por una vía de Mazurén y me llamó demasiado la atención. En ese cuadro hay personajes con máscaras. El de la patineta tiene un antifaz. En otra obra mía en la que hay un r4 y alguien con un arma y otra persona que al parecer van a ejecutar, hay un fotógrafo que también tiene un antifaz que parece que estuviera ahí pensando: oh, esto es pintoresco de este lugar y le voy a tomar una foto. El antifaz para mí es una forma de mirar esa manera en la que hemos logrado a través de lo mediático cubrirnos de las realidades que están a nuestro alrededor. A veces creo que la gente pasa por la vida sin pensar porqué pasa por la vida.

Entonces en varias obras mías está esa idea del antifaz: voy en lo mío y lo demás no me importa. Este personaje de la patineta iba en lo suyo. Más allá de lo llamativo que puede ser un viejo montando patineta, es un viejo que es grosero con las demás personas, ya lo he visto varias veces y eso me llamó la atención. Es altanero, no le importa nada, va en lo suyo.

 

Tienes una preferencia cromática muy marcada, me da la impresión de que buscas imágenes que no son tan coloridas en esa cotidianidad a las que imprimes colores encendidos, neones, alto contraste. Siento que es ese contraste lo que termina dándole volumen y textura a algunas de tus piezas.

¿Viste Depredador? La película en la que un extraterrestre miraba todo como con un mapa de calor. Para mí una obra eso. Apelo a la sensibilidad de comprender el mundo desde los contrastes. Para mí las piezas son mapas de emociones, no de calor. Y me dejo llevar por ellos, voy fluyendo entre ellos sin ponerles una etiqueta y sin tener en cuenta si se entenderá bien o no. Junto con la intuición, el color me va llevando también.

Tengo obras como el beso en el metro de Barcelona… son cosas cotidianas y contrastes que me parecen hermosos. O la pieza en la que está Batman con el stormtrooper, a quienes me los encontré en una plaza en Madrid en un día lluvioso y a pesar de ese clima puedo generar contrastes en varios niveles. Pienso también en el cuadro del bosque que solo tiene unas pinceladas de color: ese fue un reto, siempre uso los colores pero ¿qué pasa si esta solo la pinto en blanco y negro? Me incomodo y ahí empiezo a construir cosas.

 

Hay una pintura en la que Superman camina hacia un bosque. Háblame de ella.

Esa fue hecha para mi mejor amigo que murió en el año 2005 mientras yo me encontraba en Argentina. Cuando éramos pequeños él tenía una fascinación por Superman, nunca se quitaba el disfraz. Al pensar en hacerle un homenaje a Miguel, a él, mi gran amigo, me vino esa imagen a la cabeza: él caminando disfrazado hacia un lugar desconocido. Y yo le estaba dando la despedida.

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Es interesante porque es una lectura tuya y no importa ver el cuadro sin saber eso. Igual se sostiene la imagen. De cualquier manera, al saberlo gana una nueva dimensión, como lo hemos venido hablando. Hay una capacidad de transmutación de los conceptos y de las imágenes.

Exacto, no tienes que tener esa información porque tienes tu propia interpretación. Cada persona se hace su propia historia. Ahí el ego del artista se desdibuja un poco.

 

¿Qué fue lo primero que pintaste cuando retomaste?

Empecé a pintar una mujer acostada a partir de una idea de geometrización, a partir de triángulos, círculos y cuadrados. Esto lo hice tomando la esencia de lo que plantearon Vasili Kandinsky y Johannes Itten en Bauhaus: que todas las formas del universo podían representarse a partir de esas formas básicas y con los colores primarios. Hoy veo esa pieza con mucha alegría, porque más allá de que hoy no pintaría eso, fue el momento de encontrar un camino. Lo de la mujer acostada con la geometría me obligó a romper la figura y a equivocarme.

Luego pinté uno de dos metros por uno en el que también hay una mujer acostada pero en unas condiciones diferentes. Antes pintaba rostros grandes que ocupaban todo el lienzo, ahora me gusta pintar personajes pequeños. He vendido muchos cuadros que gustan por eso: un personaje pequeño en un espacio gigante. Tengo también encargos de este estilo. Me dicen: uy Andrés me gustó este cuadro que vi en la casa de tal persona y quiero que hagas uno que tenga una escena cotidiana en Montreal. Nunca he estado en Montreal pero fue un encargo que me gocé mucho.

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Pienso en lo que ha significado la pintura para las personas y en los usos que ha tenido, ha estado muy relacionada al poder, al Estado muchas veces, a la iglesia y quienes pueden ser coleccionistas son por lo general personas poderosas. La especulación del arte se ha dedicado a inflar las piezas; el arte ha tenido una conexión mercantil innegable y con el arte se hacen jugadas para hacer o no rentable un nombre. También ha estado relacionado con el poder divino: encargar pinturas para dios. ¿Qué significa para ti pintar y la pintura?

A mi juicio el arte ha sido visto más desde ese punto de vista que planteas. Desde el poder, la acumulación: el arte como algo decorativo y especulativo. El poderoso tiene la capacidad de decir: yo tengo tal obra de tal artista y la exhibo en la sala de mi gran casa. Y el artista puede estar muriéndose de hambre. Como pasó con Van Gogh o con el mismo Toulouse Lautrec. Quien tiene la obra es una cosa, quien pinta la obra otra cosa. Con el arte uno debería poder vivir y expresarse. Debería ser trasgresor en un mundo en el que el resto de las cosas no han funcionado. Y sucede muchas veces también que quieres toman decisiones sobre el arte son curadores que nunca han pintado y ponen precio a una obra, estamos subyugados a circuitos artísticos que son complejos: es muy complejo entrar en un circuito y quienes ya están ahí no quieren mostrar un camino para que los artistas nuevos puedan entrar. Por eso son personas poderosas las que dicen qué es y qué no es arte y si un artista dijo que tenía una escultura invisible y tiene un certificado, pues se la compran.

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