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Ilustraciones por @burdo.666

Violencia machista: donde coinciden la policía y los manifestantes

Desde que inició el Paro Nacional se han conocido diferentes denuncias por abuso o acoso por parte de policías. Sin embargo, en algunas jornadas se han visto violencias de este tipo replicadas por manifestantes. Tres mujeres nos compartieron sus consideraciones al respecto.

Daniela Pomés Trujillo / @danipomes

Desde el 28 de abril, día en que se inició el Paro Nacional en Colombia y hasta el 16 de junio a través de la plataforma Grita de Temblores ONG se han registrado al menos 28 casos de violencia sexual y 8 de violencias basadas en género en el marco del estallido social y a manos de la fuerza pública. Tan sólo el primer día de paro se registraron tres casos. 

Si bien en la mayoría de hechos registrados por esta y otras organizaciones se ha señalado a miembros de la Policía Nacional como los principales agresores, violencias sexuales y violencias basadas en género también han tenido lugar del lado de los manifestantes. Violencia hacia mujeres policías, así como hacia mujeres y personas diversas en espacios humanitarios o de concentración como en el hoy Portal de la Resistencia son algunos de los casos que se han visto en las jornadas de movilización.

De acuerdo a la categorización que hizo Temblores ONG en su informe Bolillo, Dios y Patria (2020), se entienden como violencia sexual (VS) los “actos sexuales en los que se viola la integridad física de la víctima sin consentimiento o de manera coercitiva” y resaltan acciones como “desnudamiento forzado, tocamientos y violación”. Por otro lado, la violencia basada en género (VBG) corresponde a “hechos de violencia en razón al género de la víctima”, y puede ser “violencia física, verbal, económica o sexual” e incluye acciones de “acoso sexual verbal y amenazas de violencia sexual”. 

En las denuncias recopiladas por la plataforma Grita durante el Paro Nacional se han encontrado ciertos patrones que dan cuenta de la sistematicidad de algunas prácticas. Por ejemplo, que el 74% de los casos de VS o VBG son mujeres; que los hechos suelen ocurrir en lugares cerrado propiedad de la policía como los CAI o URI; que generalmente son agresiones en las que participan más de un agente, es decir, en grupo o frente a la mirada cómplice de otros; o que las víctimas están entre los 17 y los 30 años en su mayoría, por mencionar algunos. 

Basados en sus hallazgos, esta ONG enfatiza en que nada de lo que ha pasado en la coyuntura actual en términos de violencia sexual es nuevo. “Sabemos que en todas las manifestaciones ha habido violencia sexual, sabemos que en todos los contextos de este país que tienen conflicto armando hay violencia sexual. Es muy claro que es un fenómeno que viene de tiempo atrás y el hecho de que en el paro se hayan intensificado las denuncias puede tener que ver con que el movimiento feminista se ha fortalecido y esto ha permitido que las víctimas hablen más”, dice Emilia Márquez, investigadora de Temblores.

Ella también subraya con preocupación al subregistro que existe en las cifras de violencias, especialmente en las VBG, pues estas son aún más invisibilizadas y complicadas de demostrar que la misma violencia sexual. “¿A cuántas mujeres cuando las detiene un policía no les dice perra, no las amenaza con violarlas, no las acosa verbalmente en medio de la detención? Con un 90% de impunidad y el nivel de victimización pocas denuncian. Además, si ni siquiera se tiene una categoría para nombrar o registrar la VBG, pues obviamente vamos a creer que no hay casos”, agrega.

Si hay algo que se puede afirmar de estas situaciones es que la violencia contra las mujeres atraviesa todos los espacios, creencias, ideologías, convicciones y un gran etc. Si bien es cierto que hay un registro más elevado de violencias perpetradas por agentes estatales, es muy cierto también que las dinámicas misóginas y patriarcales se replican como en un espejo del lado de la gran masa que conforman los manifestantes. No se trata de bandos. El problema, como ya se ha visto en otros contextos, está en la estructura.

¿Por qué la violencia sexual y las violencias basadas en género se repiten y atraviesan espacios independientemente de posturas políticas, ideologías o “bandos”? ¿Se sigue usando a la mujer como “trofeo” o “botín de guerra” en situaciones de confrontación bélica? Compartimos estas y otras preguntas al respecto con tres mujeres que desde sus saberes analizaron con nosotros las situaciones conocidas en el contexto del estallido social colombiano. 

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Emilia Márquez explica que desde Temblores encontraron que los casos de VS y VBG sucedidos tanto en el contexto de la publicación de Bolillo, Dios y Patria como en el del Paro Nacional no son ni hechos aislados ni prácticas nuevas. Sin embargo, es cierto que las cifras aumentaron. 

En el informe de 2020 se concluyó que en promedio cada diez días “ocurre un hecho de violencia sexual en el que el victimario es un policía”. No obstante, en los primeros 22 días de paro la plataforma Grita registraba ya 27 casos. Agrega Emilia que es muy probable que el subregistro sea de grandes proporciones debido a la dificultad para denunciar, la revictimización, el miedo y el silenciamiento al que se somete a las víctimas, entre otras razones. 

De acuerdo con esto y tras cuatro años de investigación, esta ONG ha concluido que esta sistematicidad que ha encontrado en los hechos de violencia sexual durante las protestas muestra que “la transgresión de algunos cuerpos, en especial de cuerpos femeninos o feminizados ha pasado a ser una política de represión y corrección estatal”. En otras palabras, no se trata de hechos aislados o manzanas podridas sino no de prácticas institucionales. 

Emilia considera que más que botín, la violencia sexual que se ejerce en estos contextos contra las mujeres y cuerpos feminizados responde más a una suerte de castigo contra las que se saltan ciertos roles. “Es la forma de castigar y torturar los cuerpos que no entran en las conductas del orden hegemónico que se esperan de ellas. Por ejemplo, en las manifestaciones vemos mujeres y personas feminizadas que están saliendo a expresarse, a levantar su voz, a ser sujetos políticos en el espacio público. Sujetos políticos que en el pasado han sido estigmatizados por distintos gobiernos nacionales y han sido castigados, como las mujeres estudiantes”, dice.

Para la investigadora el policía ocupa el lugar del padre que castiga a la hija no deseada para el hogar. Para ella, el Paro Nacional ha tenido un tratamiento tremendamente guerrerista y bélico que ha pasado por alto lo social y ha puesto todos sus esfuerzos en la respuesta militarista e intervenciones violentas para recuperar el control. De ahí que concluya que, a los cuerpos femeninos, feminizados y de las mujeres se les está dando un tratamiento de guerra. Tratamiento, explica, que también se ha dado a la protesta en el Paro Nacional.

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Por otra parte, Jessica Roa, integrante del Espacio Cultural La Guachafita y del sector de mujeres y disidencias sexuales de Ciudad en Movimiento, considera que, en más de 50 días de Paro Nacional, tener en promedio un caso de VS o VBG cada dos días, es una estadística tan preocupante como diciente. Para ella es importante llamar la atención sobre el subregistro y las razones por las que las mujeres muchas veces deciden no denunciar. 

“Las VBG tienen expresiones que culturalmente pasan desapercibidas. Pensemos en la violencia verbal, es una constante que se usa también para intimidar y hostigar a las manifestantes o en los casos de violencia que existen hacia personas con identidades de género y orientaciones sexuales disidentes. Esta cifra es alarmante y es necesario (ya se está haciendo) construir espacios en los que las mujeres y disidencias podamos relatar lo que vivimos, denunciar y exigir reparación”, dice.

Jessica explica que, en las situaciones de conflicto y confrontación, la violencia sexual y las VBG son usadas como reafirmación de la fuerza de los actores involucrados, tal como se ha presentado en el contexto actual, reafirmando la idea de que el cuerpo de las mujeres ha sido un territorio de concreción del poder masculino. 

“Cuando a una mujer la llevan a un CAI y la violan, se está sentando un precedente, es una amenaza al resto que nos movilizamos. Infortunadamente, en el marco del Paro Nacional la violencia hacia las mujeres ha sido parte del repertorio de acciones en uno y otro actor, no en la misma proporción, lo cual no deja de ser reprochable y preocupante. Nuestros cuerpos siguen siendo sometidos a la apropiación violenta por medio de la violencia sexual, las VBG y la censura”, agrega Jessica.

Ella, al igual que Emilia, insiste en que estos hechos no son propios de esta coyuntura, sino que son sistemáticos e históricos. Recuerda, por ejemplo, el Paro del 2019, en el que también se vieron denuncias muy similares a las actuales. También coincide con la investigadora de Temblores en que “la violencia patriarcal está presente en la formación y adoctrinamiento de la fuerza pública y también en la mayoría de las formas de organización del movimiento social y en las que han emergido fruto de la movilización, como las asambleas populares”.

Así mismo, la integrante de La Guachafita considera que los hechos de violencia hacia las mujeres por parte de manifestantes dan cuenta de lo que las feministas llevan diciendo durante años. “La revolución, las transformaciones reales y profundas, serán feministas o no serán. Todos los hechos que atenten contra nuestro derecho a una vida libre de violencias, deben ser denunciados, rechazados y sancionados jurídica y políticamente. Las mujeres estamos reclamando nuestros derechos incluso dentro de los escenarios del pensamiento crítico, que esperaríamos fueran lugares seguros para nosotras, pero no, ahí también el feminismo está develando contradicciones gravísimas, con consecuencias directas sobre nuestras vidas”.  

 

Para finalizar, Jessica concluye que “no podemos permitir que esto se siga repitiendo, el movimiento social y todos los espacios comunitarios que se han organizado en lo que va del Paro Nacional, deben no sólo tener la participación de las mujeres, sino asumir un compromiso con la erradicación de las VBG, los pliegos de peticiones deben incorporar lecturas de las afectaciones particulares que la violencia y la desigualdad tiene sobre nosotras. La conciencia política del pueblo tiene que ser antipatriarcal, porque la violencia que hoy tiene a Colombia sumida en una crisis humanitaria sin precedentes, tiene una raíz y se sostiene en gran parte en las prácticas de VBG”.

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Desde Ítaca Laboratorio, un laboratorio de periodismo independiente enfocado en género, violencia y conflicto armado, también han levantado la voz para denunciar la sistematicidad de la violencia sexual contra las mujeres y personas diversas durante la coyuntura actual. Para el equipo de Ítaca las cifras presentadas por Temblores son “un reflejo muy doloroso de las violencias de las que somos víctimas las mujeres y personas diversas en Colombia. Por el Paro Nacional, el trabajo de Temblores y otras organizaciones y colectivas, estos casos han salido a la luz, pero constantemente estamos siendo víctimas de esas violencias. Especialmente personas trans, trabajadoras y trabajadores sexuales, que, por su trabajo, suelen estar más expuestas a los abusos de la fuerza pública”. 

Para ellas, una de las razones por las que se concentran este tipo de violencias en contextos bélicos como el del Paro Nacional, tiene que ver con que las mujeres y personas diversas han estado históricamente en posiciones de desigualdad e inferioridad lo que, explican, hace más fácil que se ejerzan violencias sobre ellas. “En las dinámicas del conflicto armado colombiano, por ejemplo, los cuerpos de las mujeres han sido tomados por grupos armados (legales e ilegales) como territorios de guerra, donde se ejercen violencias como formas de enviar mensajes, de venganza, de aleccionar a las mujeres, a la familia, a la comunidad, como formas de generar terror en un pueblo” agregan.

(Lea Periodistas y feministas: “Queremos convertir la voz en un espacio de disputa”)

Sobre la existencia de denuncias de violencia sexual ejercida por manifestantes en espacios considerados de resistencia, el equipo de Ítaca analiza que se dan porque el machismo es un problema estructural, y es por eso que las violencias provienen de distintos lugares y personas independientemente de sus discursos, ideologías, filiación política, etc. 

De ahí, explican, la consigna de “La revolución será feminista o no será, porque de no serlo, puede implicar una serie de sesgos y violencias que siguen replicando mecanismos machistas y que siguen oprimiendo a las mujeres y personas diversas, y “una revolución así, es una revolución coja e injusta”. Y concluyen que “Si en realidad luchamos por disminuir las brechas de desigualdad social, tenemos que aprender y educarnos en feminismo. Es necesaria una reforma policial. Necesitamos espacios seguros para las mujeres y personas diversas.”.  

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Estas mujeres coinciden en que el primer paso para gestar un verdadero cambio social en el país es pensar la revolución desde el feminismo y construir país desde la perspectiva de género. Entender con esto que, sin respeto por la vida y la dignidad de las mujeres, cuerpos feminizados y personas diversas el problema de fondo va a subsistir más allá de quién sea el victimario. 

El camino para lograr una revolución feminista en sus cimientos es largo. De acuerdo a las reflexiones de Ítaca, Emilia y Jessica, la respuesta al por qué estas violencias son transversales a los diferentes escenarios y actores del Paro Nacional, es porque el problema es estructural y las estructuras no se modifican, se tumban y se reconstruyen. Para eso, se necesitan un montón de cambios en términos de educación, consciencia, políticas y otra cantidad de cosas. 

Para transgredir el orden patriarcal, dice Emilia, “el feminismo tiene que ser central, tiene que estar en el centro, tomarse en serio todas las opresiones contra las mujeres y las personas con sexualidades y géneros no normativos. Eso es clave para poder generar la construcción política y social que se busca en el país. Estos reclamos no se toman en serio y se sigue reproduciendo el mismo orden patriarcal que nos mantiene atados también a otros órdenes violentos”.

Por último, las tres concuerdan que como medida inmediata se requiere de manera urgente una reforma a la Policía Nacional y a todo lo que se ha institucionalizado en este órgano de control estatal. Emilia concluye diciendo que “las violencias ejercidas por la policía no son más que un reflejo de la sociedad misma” y para ella la relación es clara con la forma en que se ordena el Estado, un orden que define como patriarcal. En ese sentido, encuentra más que necesaria una reforma completa que se construya con perspectiva de género, eliminando símbolos como el himno de la institución que como mencionó antes describe al policía como un Padre, “un macho, un falo, un bolillo”.

 

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