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Las huellas de la guerra en cinco mujeres indígenas

El dolor y la pérdida son el eje de Dislocaciones Interiores, una exposición de la artista bogotana Liliana Merizalde.

José Barragán / @leflacguy

Hojas secas, ramas caídas y raíces amarradas. Estas y otras imágenes del entorno amazónico inspiraron a Liliana Merizalde para representar los dolores y pérdidas de cinco mujeres indígenas del Vaupés en Dislocaciones Interiores, una obra que aborda la figura de la  prótesis, aquél elemento que “extiende, limita, cubre, bordea o resalta el cuerpo o alguna de sus partes”.

En el 2012, Merizalde ya había realizado un trabajo con bailarinas que se enfocaban en una parte de su cuerpo y trabajaban en torno a ella. “Se hacía una prótesis con cartulinas, se les ponía y se fotografiaban”, explica la artista. Pero esa no fue la primera vez que trabajó con mujeres.“Esto hace parte de mi búsqueda personal”, afirma.

Durante el rodaje de El Abrazo de la Serpiente coordinó extras en la selva. “Allí se da uno cuenta de la diversidad. Hay demasiadas comunidades, demasiadas lenguas, demasiadas culturas. Fue como descubrir un país nuevo. Las mujeres indígenas, en particular, son muy fuertes, empoderadas”.

De allí extrajo las historias que conforman Dislocaciones Interiores. Tomando su asombro como punto de partida, decidió narrar historias que reflejaran la fortaleza de estas mujeres.

“Los hombres indígenas se encargan de la economía, en la mayoría de casos están a la cabeza de la participación política y a veces son borrachos, pero ellas quedan a cargo de las chagras, de los hijos, del cuidado de su cultura y su tierra”.

El resultado de su acercamiento a esas comunidades es la historia coral de cinco mujeres que representan tanto un dolor personal como una proyección positiva hacia el futuro, es decir, las dislocaciones que dieron paso a un cambio en sus vidas y que engloba la realidad de muchas mujeres nativas de la Amazonía colombiana.

La salud

La exposición abre con Eloida, una mujer cubeo de 41 años que trabajaba en La Vorágine, el hotel donde se hospedó el equipo de El Abrazo de la Serpiente. Hace tiempo se fue de su comunidad y ahora vive en la comunidad 13 de Junio, al otro lado del río Vaupés. Su proceso de reinvención inicia a partir de la muerte de su hija hace diez años.

Según Liliana, “en la muestra no quería tratar sólo temas del conflicto armado. Estos también son problemas de las mujeres colombianas y toca mostrarlos”. La historia de Eloida recoge el precario acceso a los servicios médicos, “son cupos diarios limitados peleados por gente que se viene de lejos a hacer una fila y esperar a tener suerte y que los atiendan”.

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La educación

Doris, la cuñada de Eloida, es la siguiente en la muestra. Una mujer cubeo que vive junto a su marido y Eloida. Tiene 28 años y su dislocación está relacionada con un bloqueo con el estudio. “Nunca pudo terminar sus estudios porque le tocó retirarse a cumplir con las funciones de madre y esposa”.

La historia de Doris va más allá de esto. En el 2008, las Farc sacó 14 niños del colegio junto a su hermanita. “En ese sector se recluta mucho. Finalmente nunca se supo nada de ella”. Su prótesis sale del brazo, símbolo a la vez de la fuerza con la que ahora trabaja la tierra y de la educación.

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La tradición y el desarraigo

Las historias de Sano y María Magdalena son similares. Ambas, ancianas, sienten dolor por el trato a sus tradiciones y por el desarraigo cultural. Para sus comunidades, la anaconda trajo el conocimiento. A Sano, que le tocó abandonar su chagra para ser reasignada en una nueva, este maltrato a las creencias la aleja de su cultura, de sus tradiones.

Para ella todo es la chagra, la tierra. Hace un tiempo tuvo que abandonarla. “Esta nueva tierra es de ella, pero no es su tierra, donde nació su familia”, dice Merizalde.

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María Magdalena, por su parte, representa el choque entre la cultura occidental y la ancestral. Su padre era Payé (chamán), hombre sabio de la comunidad. Cuando niña, recibió su nombre secreto de él, antes de que muriera. Para ese entonces vivían el hostigamiento de las comunidades religiosas que colonizaban la región. A su comunidad le quemaron la maloka, los trajes tradicionales. Fue criada por monjas, pero conserva sus creencias, afectadas por el conflicto armado, desde luego. “A su hijo lo asesinó la guerrilla y ese es su dolor máximo”, cuenta la artista.

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La vida

Cecilia, la última mujer, tiene cáncer en la matriz. “Todo el tiempo repetía que se quería morir. No pudo tener hijos, le duelen los huesos… la vida para ella no tiene sentido. Pero sus ojos dicen otra cosa”. Para Liliana, Cecilia irradiaba vida y fue lo que más le impactó de ella. Su objeto es una jaula que se puede convertir en un nido, “en un lugar donde pueden renacer muchas cosas”.

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Ahora, una idea ronda la mente de Liliana Merizalde: sentarse a escribir una serie de crónicas con estas historias y reunirlas en un libro. Por el momento, quiere seguir trabajando con mujeres y prótesis, porque para ella “las mujeres lo son todo. La fuerza femenina es de creación, de procrear no sólo hijos, también ideas, visiones, pensamientos para una sociedad mejor”.

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