
Las trans-formadas en Italia
Italia es uno de los países europeos más codiciados entre las trans colombianas para ganar dinero y cotizarse como acompañantes. Muchas se hacen llamar Las Europeas, y vuelven a Colombia con ínfulas de divas.
Mi bisabuelo José Manuel Armella fue un inmigrante italiano que dejó regado su apellido por toda Barranquilla. Eso quiere decir que corre en mis venas la espesa sangre italiana. La misma de los Césares, en especial la de Cayo Julio César Augusto Germánico, más conocido como Calígula; la sangre malvada de la Cosa Nostra, la macabra de Dario Argento, la seminal del actor porno Rocco Siffredi o la de Nina, mi admirada y dramática cantante italiana.
¡Adoroooo! Como Diría mi bella amiga Dayanna Visconti, performer barranquillera quien fue una de las primeras en emprender el éxodo que ha llevado a una buena parte de travestis de la ciudad a ese país con forma de bota fetiche que ha calzado los pies cenicientos de estas niñas con sueño europeo, a las que les costó un par de años convertir en carruaje de lujo la calabaza en la que arribaron. No es un secreto que Italia es el país de Europa que manda la parada en el negocio sexual de las chicas trans, al que se le unen otros destinos como Holanda, España o Alemania, donde el aroma travesti es tan valorado como el del café o la coca.
Es un negocio rentable si se le ve desde el punto de vista monetario. Al poco tiempo de instalarse en la bellísima Italia las chicas reúnen los euros suficientes para enviarles a sus familiares, para remodelar la casa del barrio clase media de donde salieron o para ayudarles a pagar los estudios a sus hermanos. Desde el punto de vista humano es un arduo trabajo, son noches y noches sin dormir, es lidiar con dementes de todo tipo, es esquivar las filosas aceras de la noche, hacerse un lugar en la calle o la casa de vedettes que las promocionan como muñecas bien dotadas. Mis respetos y amor para ellas.
Algunas se aclimatan bien con el entorno, aprenden el idioma y hasta logran afincarse en otro tipo de oficios; muchas se casan y llevan una tranquila vida de señoras de hogar.
Pero hay un tipo de chicas trans que es detestable: “Las europeas”, así se hacen llamar. Europeas, cuando ni siquiera se enteraron, mientras estuvieron en Italia, quién fue Fellini, Luchino Visconti o el mismo Leonardo Da Vinci. Esas regresan a su natal Barranquilla como venidas del espacio exterior a mirar con desprecio a la travesti local que solo tiene un sencillo vestidito para lucir, mientras ellas enfundadas en alguna rebaja de Gucci se creen divas de una película que solo existe en sus cabezas recalentadas. ¡Adorooooo! Exclaman en voz alta, rodeadas de otras de su calaña que al igual que la admirada y envidiada “diva”, aspiran pasearse por la Toscana o asolearse en el verano de Capri a teta pelada.
En el mundillo gay, más en esta era de explosión de redes sociales, en cuestión de segundos algún dicho o palabreja se pone de moda: “bololó”, “pali” ,“babao”, “regio”, ya tuvieron su momento. Por estos días se ha reactivado un término que ya había hecho furor hace más de 7 años cuando Dayanna Visconti lo impuso, a través de sus redes y durante una temporada que estuvo de visita en la ciudad. Me refiero al ahora controvertido “ADORO”, el cual se usa para expresar que algo nos gusta tremendamente. Resulta que ahora la palabrita es de uso exclusivo de “locas regias”, de las niñas de la realeza marica que exclaman con vehemencia que cómo es posible que un grupo de mariquillas de barrio pretendan apropiarse del término en mención, ya que solo ellas, que han visto las mil y una maravillas de la bella Europa, son dignas de usarla.
No me alargaré más. Las palabras no tienen dueño, queridas ragazzas, ni estratificación. Las palabras viajan, van por el aire, “son traiciones de alto vuelo”, así que las puede usar quien quiera y como se le venga en gana.
Concluyo: sueño visitar Italia, tengo entendido que quienes descendemos de italianos podemos solicitar visa y el asunto es más fácil, pero esto es algo que no me quita el sueño. Iré a su debido momento. Espero que toda “la mariquería” que escribo –como dicen mis colegas– me lleve a la cuna del Renacimiento. Si ocurre, esto es lo primero que haré: arribaré a Roma, me iré a la Fonta di Trevi muy noche y como Anita Ekberg en la Dolce Vita entraré al agua, y mientras mi imaginario vestido de cola se moja, gritaré con todas mis fuerzas: ¡ADOROOOOOO!